Sobrevivir.
5 Insomnio y pesadillas en los animales
En la actualidad, la noche se ha convertido en un tormento para muchos seres humanos. Les cuesta trabajo conciliar el sueño aun después de pasada la medianoche.
Se pasan horas y horas dando vueltas en la cama y, si consiguen dormirse, es para despertarse en seguida a causa de espantosas pesadillas. Si alguien les dice algo, se desata en ellos un odio tal que limita con la manía persecutoria. Se sienten atenazados por la angustia existencial y, a la mañana siguiente, dejan la almohada como fantasmas, cansados, incapaces de cualquier reflexión seria o acto creativo.
El dormir mal se ha convertido en un azote de la humanidad.
Con demasiada fácilidad nos sentimos inclinados a considerar estas alteraciones del sueño como algo antinatural y culpamos de ello al stress de nuestra jornada cotidiana en esta sociedad de consumo y competencia, o a un estado nervioso provocado por la película que vimos en el cine o en la televisión antes de meternos en la cama. O a nuestro ritmo existencial, contrario ·al ritmo natural de vigilia y sueño desde que se inventó la iluminación artificial.
Es posible que esto sea, en cierto modo, correcto. Pero ¿debemos considerar que un dormir largo, sin interrupciones y recuperador, es algo «completamente natural»? ¿Cómo duermen las puras criaturas de la naturaleza, los animales en libertad?
Los babuinos de la sabana del Este de África saben mejor la respuesta.
La noche es el tiempo de ser devorado. Invisible en la oscuridad, y silenciosa, se desliza la serpiente pitón gigante hasta alcanzar el árbol en el que descansan; se arrastra el leopardo, o vuela majestuosamente el búho azul. Así, al llegar las tinieblas de la noche, el frío del terror penetra en los huesos de los monos.
Babuinos
Toda la horda, compuesta de unas cuarenta cabezas, se coloca, si es posible, sobre el mismo árbol. Se sientan muy juntos entre sí, sobre sus traseros pelados y rojizos lo suficientemente amplios como para permitirles dormir · sentados.
Temen tanto quedarse dormidos que durante horas discuten entre sí, gruñen y rumorean antes de que, por fin, se quedan en los brazos de Morfeo.
Pero, como presa de terribles pesadillas, de vez en cuando alguno se yergue asustado o empieza a gritar de repente, sin razón aparente que lo justifique, como si hubiese visto un fantasma. Sólo a la mañana· siguiente, ya tarde, cuando el sol hace rato que brilla en el cielo, se levantan pesadamente y empiezan a encontrarse poco a poco a sí mismos, aunque durante algún tiempo aún sigan gruñones y molidos.
Mientras más elevado es el lugar que ocupa en la jerarquía de la horda,
más larga y profundamente duerme un babuino anubis. El jefe supremo duerme a pierna suelta en las ramas más altas del árbol con la agradable sensación de que en caso de ataque no será él el cazado, sino uno de sus subordinados que ocupan las ramas más bajas, los «pisos bajos» de su alojamiento nocturno.
¿Significa eso que el dormir bien no sea. una bendición para los babuinos?
Claro que lo es.· Y a ella, incluso, se sacrifican las vidas de algunos componentes de la horda. Pero la cuestión puede examinarse también desde un distinto ángulo.
Las exigencias mentales a que se ve sometido un jefe de horda son tan
enormes que sólo podrá llevarlas a buen fin si se encuentra en un perfecto estado de salud y claridad mental y no se levanta con "la cabeza pesada. En este último caso, la vida de la comunidad estaría en peligro. El tesoro de la experiencia acumulada por los animales viejos (véase el capítulo tercero) sólo podrá ser utilizado si se dispone de una mente despierta y en plena forma.
Esta posibilidad de dormir con relativa tranquilidad, ofreciendo a sus congéneres de baja ordenación jerárquica como presa más asequible a sus enemigos nocturnos, para que así el jefe se conserve en condiciones de dirigir a la horda, no se da en otros animales que, contrariamente a los babuinos, no pueden subirse a los árboles. Veamos el ejemplo de las cebras de la estepa:
Durante las horas de oscuridad tienen que hacer todo lo posible, que no es gran cosa, para protegerse. Cuando los diez o doce animales que, por regla general, componen una manada de cebras se echan durante la noche, buscan para ello un lugar descubierto al máximo y que les garantice una amplia vista sobre la estepa. Uno de los animales se queda de guardia para dar la alarma tan pronto como advierta la presencia de leones, leopardos, guepardos, hienas, perros salvajes o cualquiera de las otras fieras que los atacan.
Los centinelas se relevan cada diez o veinte minutos. Naturalmente esos équidos no se reparten las guardias de modo razonable y acordado previamente, como harían las personas. En ellos es el miedo lo que provoca el relevo.
Mas, en lo fundamental, el sistema funciona con la misma eficacia.
El animal que monta la guardia es siempre el más asustado. Los demás, al ver que uno vigila, se sienten relativamente tranquilizados y siguen echados y durmiendo. Al cabo de algún tiempo, una de las cebras dormidas se siente afectada por el terror y la intranquilidad y se levanta. Poco después, el otro animal que vigilaba antes, ahora ya tranquilizado por la guardia del compañero, se sentirá vencido por el cansancio y el sueño y se echará en el suelo, relativamente tranquilo al ver que otro vigila.
De ese modo se regula el reglamento de las guardias entre las cebras sin necesidad de órdenes ni disposiciones previas.
Otros animales lo pasan peor, durante la noche, que los babuinos y las
cebras. ¿Qué puede hacer una jirafa, con su cuello de dos metros de largo, cuando desea dormir? Coloca la cabeza junto a sus ancas, en el suelo, de modo que su cuello describa un semicírculo hacia arriba, de manera que parece el asa de una tetera.
Esta postura de descanso, tan extraña como complicada, es realmente
arriesgada. Si un león sorprende a una jirafa dormida puede considerarse prácticamente muerta aun antes de que haya podido cambiar su grotesca posición.
Ésa es la razón por la cual la jirafa sólo duerme siete minutos al día. No
siete horas como el hombre. ¡Tiene que arreglárselas con sólo siete minutos!
Y aun este cortísimo tiempo sólo puede disfrutarlo cuando no está inquieta en absoluto. El canto lejano de un ave, el quebrarse de una rama, cualquier olor no identificable, basta para que la jirafa no pueda volver a pensar en dormir durante horas y horas.
En vista de su situación, la jirafa trata de compensar la falta de sueño, un enorme déficit, con abundantes «cabezaditas». Con el cuello erguido, pero los ojos cerrados, puede pasarse horas y horas medio adormilada. Ese estado de semivela le permite emprender la fuga, en caso de peligro, en una fracción de segundo.
Ese ligero dormitar es para muchos animales un substituto, eminente y
de importancia vital, de las horas de sueño perdidas.
No debe tomarse a broma mi afirmación de que esos conocimientos pueden ser útiles para las personas.
El profesor D. Langen, un psicoterapeuta de Mainz, les suele dar a todos sus pacientes que padecen de insomnio el consejo siguiente: ¡No paséis las noches en la cama, dando vueltas desesperados y llenos de tensión! No tratéis de forzar la llegada del sueño, pues no lo conseguiréis. Manteneos tranquilos y distendidos, tumbados, quietos y decidos en vuestro interior: «Ya que no puedo dormir al menos me quedaré en la cama tranquilo y trataré de dormitar.
Eso es casi tan reconfortante como el propio sueño.»
No se arguya que eso no es más que el truco de un psicólogo. Quien se
va a la cama tras de haber tomado internamente esta decisión, se suele quedar dormido pronto y duerme bien. Dejando a un lado su efecto secundario, aunque no se lograra dormir esa actitud sería muy positiva puesto que la investigación clínica ha probado que un estado de adormilamiento, sin llegar al sueño, también trae descanso y recuperación.
Volvamos al reino animal. Las jirafas no baten ni mucho menos la marca del poco dormir. Los delfines y algunos tipos de ballenas sólo pueden dar muy breves cabezadas.
En este caso, las causas son muy distintas a la posesión de un cuello monstruosamente largo: los delfines no son peces sino mamíferos y tienen pulmones en vez de branquias; por lo tanto deben emerger de las aguas, de vez en cuando, para poder respirar. Cuando el mar está en calma pueden quedarse dormidos flotando sobre el agua, con la cabeza un poco erguida y el agujero respiratorio en el aire, lo que les permite respirar sin tener que despertarse. Los belugas, otro tipo de delfines blancos, duermen tranquilamente sobre la superficie del agua y, a veces, con tanta profundidad que chocan con los barcos.
Pero ¿qué hacen cuando hay tormenta o mala mar? Cada aspiración de
aire les suministra oxígeno para poder estar sumergidos unos quince minutos.
El cachalote puede permanecer sumergido media hora y alcanzar una profundidad de hasta dos mil metros. Eso cuando está despierto. Si duerme, el período
es mucho más corto, pues el ritmo respiratorio durante el sueño es siempre más breve.
Por esa razón las ballenas y los delfines, en caso de mal tiempo, sólo duermen por períodos de treinta segundos como máximo. Después, al despertarse, toman un poco de aire y con plena conciencia nadan un trecho hasta que de
nuevo se apodera de ellos el cansancio y dan una cabezadita... ¡otros treinta segundos!
Existen, además, animales que echan por tierra todas las teorías sobre la necesidad vital del sueño para subsistir y nunca entran en el recuperador reino del sueño, o se pasan semanas y, a veces, meses sin dormir ni de noche ni de día.
Todos conocemos al albatros del océano Antártico que se mantiene en ocasiones entre treinta y cincuenta días en el aire, planeando y sin hacer ni un solo movimiento de alas y eso a varios cientos de kilómetros de la costa.
De vez en cuando, se lanza contra las aguas para apoderarse de un pez, pero en seguida que está alto en el cielo comienza a planear en grandes curvas.
Para un animal como éste el dormir sería un suicidio en un lugar agitado por tempestades y el mar embravecido. Si el albatros se va «a la cama» en las nubes, si duerme mientras planea o si se pasa semanas y semanas sin pegar un ojo, ¿cómo es posible comprobarlo?
El profesor Anton de Roo, al referirse al vencejo común, informa de modo semejante. Ha observado a estos pájaros desde el avión y con ayuda del radar y ha sido testigo de cómo bandadas de estos elegantes aviadores acrobáticos se elevaban por la noche a una altitud de 2 000 o 3 000 metros, en ocasiones muy por encima de las nubes, en zonas de tormenta fuerte, y se pasaban la noche planeando en círculos. Si dormían, se adormilaban· o seguían totalmente despiertos, nadie está en condiciones de decirlo con absoluta certeza.
Existen dos animales de los que sabemos con certeza que no necesitan
dormir, al menos no durante los seis meses de verano: la hormiga y el musgaño.
Musgaño
En la continuada actividad de un hormiguero cada una de las hormigas obreras parece estar de pie todo el día. Durante las horas solares el sol le sirve de guía y orientación para volver a encontrar el camino de vuelta al hogar; por la noche le basta la luz de la luna. Si el cielo está cubierto de nubes y la noche es tenebrosa, lo halla mediante el olfato, oliendo las huellas que dejaron sus compañeras, o camina en columna siguiendo una senda de hormigas.
Si hace frío fuera, se introduce en el hormiguero, donde sigue trabajando.
Si llega el momento en que se siente cansada, se queda adormilada. Pero, sólo unos segundos después, ya le empuja la compañera que la sigue, se sacude el cansancio y continúa su marcha.
La jornada laboral de las hormigas tiene veinticuatro horas. No conocen
las fiestas ni los domingos. Para descansar, ya llegará el invierno. Entonces se quedará inmóvil en un lugar permanente... Y eso sólo donde los inviernos son fríos. En los trópicos no hay en toda la vida de una hormiga, que puede alcanzar hasta tres años, ni un solo momento de descanso.
¿No es cierto, pues, que todos los seres vivos necesitan irremisiblemente dormir para poder seguir viviendo?
La respuesta nos la dan, igualmente, otros animales que también pueden pasarse sin dormir: los musgaños. Según ha observado el profesor R. Meddis, estos insectívoros, contrariamente a los ratones caseros y de campo, con los que tienen cierto parecido, duermen tan poco como las hormigas: nada.
Claro está que, de tiempo en tiempo, se quedan entumecidos como estatuas, ensimismados, pero, contrariamente a los animales dormidos, en cada momento dispuestos a saltar si una presa se pone a su alcance o para escapar de un enemigo en acecho.
El descubrimiento de esa «postura rígida de descanso» llevó al investigador a exponer una hipótesis sobre la «invención» del sueño en la naturaleza.
El musgaño nos muestra que el sueño no es una necesidad vital imprescindible, aunque sí lo sea el dejar el cuerpo totalmente inmóvil en el más absoluto reposo, de tiempo en tiempo. Para asegurarse la satisfacción de esa necesidad y evitar que el animal fuese distraído por las excitaciones sensoriales, se creó el sueño. Sólo después se sumaron a él funciones complementarias de recuperación de fuerzas.
El proceso se desarrolló con tal extensión que ahora, para todos los que pueden permitirse el lujo de incluirse entre los animales de largo dormir, la falta de sueño llega a convertirse en algo mortal.
Esto les ocurre, por ejemplo, a los perros. Si cuando un perro intenta
dormir se le despierta continuamente con gritos o ruidos, al cabo de tres días se presentan en él síntomas de parálisis y muere al cabo de cinco días, por exceso de cansancio.
Algunos perros son tan sensibles que durante un viaje largo, por ejemplo de Alemania a España, tres días en automóvil, apenas pueden pegar los ojos.
Cuando llegan a su punto de destino necesitan varios días hasta haber descansado lo suficiente para encontrarse como siempre tranquilos y amistosos.
Que un animal pertenezca al grupo de los que no duermen, de los que duermen poco o de los que duermen mucho, o muchísimo, queda determinado por la presión de sus enemigos, por el peligro de las fieras, así como también por el tipo de alimentación y el tiempo que necesita para procurársela. Todo ello unido a una predisposición natural.
Mientras menos tiene que temer a sus enemigos, más tiempo puede dormir un animal. Las fieras, cuando no tienen enemigos ni problemas alimenticios, son seres verdaderamente vagos y dormilones. Un león macho se pasa durmiendo veinte horas al día y, de las otras cuatro, tres adormilado y tumbado, puesto que son sus hembras las que cuidan de buscar el alimento para todos.
Por una razón totalmente opuesta, precisamente porque tiene muchos enemigos, el perezoso se pasa quince horas al día colgado de un rama mediante sus grandes garras en forma de gancho. Su mayor protección contra sus numerosos enemigos es estarse quieto, dormido inmóvil entre las ramas de un árbol. Podría incluso dormir más, pero lo lento de sus movimientos hace que cualquier desplazamiento requiera mucho tiempo.
Las tortugas gigantes, siempre encerradas en su bunker, en sus corazas que pueden cerrar como si fuera una caja fuerte, se pasan durmiendo la mayor parte del día, exactamente siempre que no están comiendo. Se encuentran tan seguras que, de entre los animales que viven en la naturaleza, son los únicos que pueden permitirse el lujo de roncar con tanto estruendo que sus ronquidos se escuchan desde gran distancia.
Cuando una carpa vieja, enmohecida por los años, se ha hecho tan grande que su mayor enemigo, el lucio, deja de atacarla por temor a un mordisco, parece caer víctima de una especial «enfermedad del sueño» y se pasa casi todo el día flotando inmóvil, panza arriba, en el agua. Su inmovilidad es tal que se la tomaría por muerta, pero si se la golpea con alguna fuerza, se despierta y se pone a nadar con vitalidad renovada.
Las carpas pueden padecer una auténtica enfermedad del sueño de la que no despiertan. Basta con ello que el agua donde vive se mezcle con cloro, en cantidad aún menor de la que contiene el agua potable de nuestras ciudades.
La leve proporción de 0,1 a 0,2 miligramos de cloro por litro, basta para hacer en ella el efecto que haría en el hombre una dosis mortal de somníferos.
Al principio, las carpas comienzan a agitarse como locas. Después se quedan dormidas. El ritmo respiratorio de sus branquias se va haciendo cada vez más lento. Al cabo de treinta o cuarenta horas han muerto.
El agua potable clorificada es una droga que ejerce una fuerte acción sobre el centro del sueño en el cerebro de ese animal.
La naturaleza de ese fenómeno radica en algo que todo el mundo sabe:
con drogas puede conseguirse el sueño. Tanto en los animales como en las personas, el cerebro despierto produce una sustancia líquida, semejante a una hormona, que provoca el sueño. Cuando se ha acumulado una cantidad suficiente de esa sustancia, actúa sobre el centro del sueño en el cerebro y obliga al ser vivo a la pérdida de consciencia. Durante el sueño, la sustancia se va eliminando paulatinamente, como consecuencia de su influjo sobre el sistema nervioso, y cuando no queda una cantidad suficiente para provocar el sueño el individuo se despierta.
En la Universidad de Harvard, el profesor John R. Pappenheimer logró extraer esa sustancia somnífera natural del cerebro de una cabra. La inyectó en conejos y ratas y, de inmediato, estos animales cayeron en un sueño profundo.
Puede deducirse de ello que la sustancia productora de sueños es la misma, al menos en muchos animales y quizá también en los seres humanos.
Mientras se está imprimiendo este libro (1980), los científicos analizan la composición bioquímica de la sustancia. Pero ya hay algo que puede darse por seguro: el auténtico productor del sueño en la naturaleza tiene muy poco que ver con las drogas hasta ahora empleadas en medicina para provocar el sueño. Con las actuales tabletas para dormir se actúa de manera bastante perjudicial sobre nuestro cerebro. De aquí la pesadez de cabeza con que se despiertan muchas personas después de un sueño, nada reparador, provocado por somníferos. No habían dormido realmente, sólo se las había «anulado» mentalmente y, por lo tanto, el sueño no ejerció su función reparadora. También a esto se deben los catastróficos efectos secundarios de algunas drogas del grupo Corteganthalidomida.
Sólo se conseguirá inducir a un sueño reparador con ayuda de esta sustancia natural provocadora del sueño una vez que pueda ser sintetizada y producida en los laboratorios.
El control de sueño, su profundidad y su duración, así como su fuerza regeneradora, mediante drogas naturales aclara también la razón por la cual un mismo animal duerme unas veces mucho tiempo y otras apenas si puede pegar ojo.
El oso pardo nos ofrece un ejemplo de ello.
En la primavera y el verano duerme su siesta de dos horitas, entre las 12.30 y las 14.30. Por la noche se va a dormir a «la hora de las gallinas», a eso de las ocho de la tarde. Y no se despierta hasta el otro día a las seis de la mañana.· Es ¡decir que se pasa durmiendo la mitad de las veinticuatro horas del día.
En septiembre tiene mucho trabajo, buscando la gran cantidad de comida que debe almacenar en su cuerpo, transformada en grasas, y que necesita indispensablemente para poder sobrevivir al invierno, que ya se acerca. Entonces acorta su siesta, que reduce a media hora, y en total reduce su jornada de sueño de doce a ocho horas. Y cuando se presenta una noche de luna casi llena se la pasa en vela en busca de alimento.
Pero de nuevo en noviembre, cuando ya está gordo y grasoso, la imagen cambia y el oso duerme sin descanso entre las siete de la nocpe y las diez de la mañana. Hasta que, poco a poco, va cayendo en su envidiable estado de hibernación.
Si la naturaleza hiciera que el oso pardo sintiera en otoño el mismo cansancio del verano y le hiciera descuidar la búsqueda de esa sobrealimentación, que le hará acumular grasas, moriría de inanición en el invierno. En este caso el sueño no sería «un tributo a la muerte», sino su verdugo.
Pero no es sólo esta especial necesidad de los animales que hibernan lo que establece esta enorme diferencia entre los requerimientos de sueño de algunos seres. Otros animales, en los cuales el fenómeno parece tener mucho menos sentido, parecen estar obligados a someterse a una forzada variación del ritmo de su sueño.
Entre los muchos ejemplos existentes hemos elegido uno: el ganso listado puede arreglárselas en verano con cuatro horas de sueño, como en su tiempo Napoleón. Pero en diciembre se pasa adormecido casi medio día.
También las personas sentimos durante los meses de invierno la sensación de poseer una «glándula de sueño invernal» aunque no produce hormonas del sueño en cantidad suficiente para conducirnos, como si fuéramos marmotas, a pasarnos semanas y meses durmiendo. Pero sólo una «gotita» más y llegaríamos a ello.
En la actualidad se habla mucho de que la persona en su ritmo de trabajo, de descanso y de sueño debiera acomodarse al ritmo natural del transcurrir del día. La cosa es importante. Pero de lo que no habla casi nadie es de la acomodación de la persona al ritmo de las estaciones, que es tanto o más necesario.
¿A quién se le habrá ocurrido cambiar la hora de verano por la hora de
invierno, para hacernos dormir una hora más por la mañana? No es la duración del sueño la que determina el proceso de recuperación del cuerpo, sino su profundidad.
Muchos animales duermen tan profundamente que parecen estar totalmente «ausentes». No oyen, no huelen, no perciben nada. Murciélagos, galápagos y otros animales, por lo general muy sensibles a los ruidos, durante el sueño no sólo cierran los ojos sinó también las orejas, para evitar que los ruidos los molesten inútilmente. Son, realmente, los inventores de los tapones para los oídos que muchas personas, excesivamente sensibles, usan al meterse en la cama.
En África Oriental los muchachos masais aprovechan en sus juegos el profundo sueño del rinoceronte para una prueba de valor. Uno de ellos se desliza hasta aproximarse a un rinoceronte que duerme en la estepa, al descubierto, le coloca una piedra sobre la cabeza y se aleja corriendo. Después tiene que ir otro de los muchachos y coger la piedra y así sucesivamente hasta que el animal se despierta. Como es lógico, eso resulta muy peligroso, pero precisamente eso es lo que da encanto al asunto.
El zoólogo doctor Wolf Kühme colocó ante la trompa de un elefante que en el zoo dormía profundamente, un pañuelo empapado con su olor corporal sin que el proboscidio se despertara durante una hora entera. Pero cuando se despertó y percibió el olor humano tan cerca de él, casi dio un salto en el aire por el terror.
También guarda relación con esto la historia que Carl Hagenbeck relató en 1868.
Tras un largo viaje en tren, partiendo de Trieste, un envío de elefantes de la India llegó al zoológico de Hamburgo. Los animales estaban totalmente agotados. Carl Hagenbeck nos informa de lo que ocurrió a continuación: "Bien entrada la noche, serían casi las dos de la madrugada, me despertó uno de los más antiguos guardianes del zoo con la noticia de que uno de los elefantes dejaba escapar unos sonidos roncos y parecía estar enfermo. Me asusté y tuve la fuerza de voluntad suficiente para erguirme en la cama, pese a mi gran cansancio, pero el sueño me venció y volví a quedarme dormido.
Una hora más tarde otro de los guardas llegó con noticias semejantes.
Sólo tardé unos minutos en llegar a las cuadras donde dormían los paquidermos. Pero, por desgracia, era ya demasiado tarde. Uno de los proboscidios estaba muerto; otros dos agonizaban.
El examen de los animales nos demostró que parte de la planta de sus
cascos había sido devorada en tres lugares distintos. La sangre seguía brotando de las mordeduras. ¡Ratas! -exclamó el guarda.
En efecto, en la suela de los cascos de los animales se podían apreciar
claramente las huellas de los aguzados dientes de los roedores.
Los dos elefantes moribundos mostraban las mismas lesiones que el muerto. No podía hacerse nada para evitar la hemorragia y que se desangraran".
El cansancio los había hecho dormir tan profundamente que ni siquiera
el dolor de una herida mortal los hizo despertarse.
Al día siguiente, bajo el suelo de madera de la cuadra, se descubrieron
sesenta ratas que fueron exterminadas.
Los animales cuyas filas son atacadas con frecuencia por las fieras reaccionan de manera totalmente distinta. Entre otras cosas porque se incluyen entre los seres que duermen poco. Los corzos, por ejemplo, únicamente duermen dos horas diarias distribuidas en tres «sesiones»: dos durante la noche y una durante el día. Noche y hora de dormir no son, pues, para ellos términos sinonimos.
Por lo demás sólo pueden permitirse esa corta pérdida de consciencia que es el sueño, porque aun en lo más profundo de éste pueden apreciar la menor señal de peligro y, en cuestión de un segundo, están en condiciones de emprender la huida. Como cualquier cazador sabe, le es más sencillo aproximarse inadvertidamente a un corzo que come que a otro que duerme. Las fotografías de animales salvajes en libertad durante el sueño tienen el valor de curiosidades.
La ardilla, por ejemplo, es como si en el momento de dormirse se envolviera en una criba invisible, un filtro que detuviera los ruidos poco importantes para el animal, que no lo despiertan aun cuando sean relativamente fuertes, y deja pasar otros sonidos muchas veces más débiles, pero que señalan peligro para el animal, que se despierta de inmediato.
La ardilla puede dormir en su nido como un tronco mientras el viento agita las ramas, las sacude y las golpea entre sí y la lluvia cae ruidosamente sobre las hojas. Es como si no se diera cuenta de los ruidos de la tormenta.
Pero si una marta común trepa por el árbol, es alarmada al instante por las pequeñas vibraciones que el precavido cazador no puede evitar. La ardilla se despierta de manera inmediata.
Fundamentalmente eso es lo mismo que le ocurre a la madre humana que durante la noche puede dormir, pese al ruido del tráfico fuera de la casa, pero un leve quejido de su bebé enfermo, en la habitación próxima, la despierta por completo y rápidamente. Durante el sueño se crea, pues, un sentido de lo importante.
Lo notable de este contraste entre los animales de sueño pesado y sueño ligero, puede observarse con detenimiento en un acuario, en el cual conviven juntos peces dorados de la China y percas tropicales.
Ambos peces duermen profundamente durante la noche, con los ojos abiertos, naturalmente, pues como casi todos los peces carecen de párpados.
Si se enciende la luz de manera repentina, los peces dorados de la China, que son un producto de la crianza humana, un pez doméstico, van de un lado para otro, todavía medio dormidos o ebrios, entre las plantas en las que fueron a refugiarse para pasar la noche. Y continúan deambulando como si no acabaran de despertarse y fueran incapaces de tomar una decisión.
Pero la perca tropical, que en la naturaleza es víctima hostigada continuamente por los peces de presa, se asusta y en una fracción de segundo da un bote, aun antes de poder saber qué ha pasado. En ocasiones el salto provocado por el pánico es tan grande que salta fuera de las paredes del acuario o se rompe la cabeza contra una de ellas, causándose la muerte.
Este ejemplo nos recuerda la sensación de terror con que salen los animales de las profundidades del sueño; hasta tal punto que muchos de ellos prefieren no dormir y se mantienen despiertos hasta que el sueño se hace irresistible.
Ese terror de la noche es algo firmemente anclado en la naturaleza y penetra tan profundamente en los huesos de estos animales que resulta imposible calmarlos por completo, incluso si han nacido en el zoológico como las cebras, las jirafas o los elefantes-, donde nunca experimentaron en su vida los peligros de la vida en la naturaleza, ni fueron asustados por una fiera enemiga. Pero no saben reaccionar de otro modo. Para mantenerse en cierto estado de relativa tranquilidad tienen que darse ánimos unos a otros.
Durante horas están de pie, dando vueltas de un lado a otro sin atreverse a conciliar el sueño. Si durante la noche se aproxima a ellos, con zapatos de suela de fieltro, su guarda, con el que tienen gran amistad, para recoger cualquier cosa que se olvidó en el establo, tod<?s los animales se asustan, dan la alarma y se ponen de pie, aun antes de que el guarda haya abierto la puerta.
Puede parecer increíble, pero lo cierto es que no hay ningún hombre que haya visto dormir a un elefante en el zoo, salvo en el caso de que esté extraordinariamente cansado. A partir de 1962 cuando se montó una cámara de televisión con rayos infrarrojos en el zoológico Opel, de Kronberg, hemos logrado saber cómo se comportan los elefantes durante la noche cuando se creen solos.
Los monos y los antropoides duermen en el zoo mucho mejor que cuando están libres en la selva, sometidos a las continuas amenazas de las fieras. Posiblemente esto es fruto de su inteligencia, relativamente superior, y de su instinto de comunidad.
La consecuencia es notable y sorprendente: los monos de los zoológicos, más descansados que sus congéneres en libertad, superan a éstos en inteligencia.
También en los ejercicios de habilidad manual, como montar y desmontar rompecabezas, prolongar la longitud de los bastones, uniéndolos entre sí y otras pruebas de inteligencia y destreza. Todo esto lo realizan los monos de los zoos bastante bien. En libertad no son capaces de lograrlo.
Si observamos el comportamiento de los monos en la selva y la estepa podemos decir: la Naturaleza los ha dotado de un cerebro mayor y con más inteligencia de la que necesitan para sobrevivir pero que no pueden llegar a practicar en un medio ambiente cuajado de peligros.
¿Por qué? Porque la inteligencia de los animales también tiene que dominar la vida cuando, tras una noche de terror y sobresaltos, en la que apenas se ha logrado conciliar el sueño, se levanta con la cabeza pesada y entumecido por el cansancio.
La naturaleza les exige que, pese a su estado de cansancio, su capacidad de pensar sea suficiente.
Lógicamente las fuerzas psíquicas de un animal descansado y en buenas condiciones físicas supera a sus reale~ necesidades. Consecuentemente puede afirmarse que el mono posee un superávit de inteligencia.
Posiblemente éste fue un factor esencial para el desarrollo de la inteligencia en el mundo animal hasta llegar a alcanzar el grado que hoy tiene en el Homo sapiens. ¡Qué maravillosa consecuencia del mal dormir de los animales!
La observación de. los animales durmiendo en el zoo, mediante el empleo de la cámara de televisión de rayos infrarrojos, nos ha facilitado el conocimiento de cosas de las que podemos sacar importantes conclusiones. Los científicos sentados· junto al receptor en la habitación próxima tuvieron la impresión de que los animales eran asustados frecuentemente durante la noche por angustiosas pesadillas.
¿Es que pueden soñar los animales?
Gracias a los perros, el animal que con más frecuencia y detalle podemos observar mientras duerme, sabemos que en ocasiones se agita, se lame y salívea como si estuviera comiendo un trozo de su manjar preferido; en otras ocasiones gruñe, ladra y agita el rabo y las patas en el aire como si participara en una cacería. Frecuentemente levantan las orejas o se comportan de un modo que lleva a pensar que están haciendo el acto del amor. Sus ladridos siempre suenan como si vinieran de lejos y esto se debe a que el perro dormido casi no abre el hocico.
De repente, en medio de su sueño, el perro salta, se pone de pie y adopta la postura de amenazar con los dientes fuera y el hocico fruncido. El observador en casos así tiene la impresión profunda de que el perro busca alguna cosa que hubiera desaparecido. Una sorpresa increíble, una gran desconfianza experimenta el perro que se va despertando poco a poco. Hasta que recupera su consciencia de manera paulatina y se tranquiliza.
¿Se da cuenta el perro de que ha soñado? ¿Confunden los animales los
sueños con la realidad? ¿Están siquiera en condiciones de recordar lo soñado?
Desgraciadamente, ningún animal puede darnos respuesta a estas preguntas.
Lo que sí podemos hacer es tratar de sacar algunas consecuencias de su comportamiento. Así cuando el dueño de Harro nos cuenta que algunas mañanas, al despertarse y sin ninguna razón que lo justifique, su perro actúa con él como si estuviese molesto u ofendido, puede deducirse que soñó que su dueño se comportaba injustamente con él.
En los días en que mi hija Nicola era todavía un bebé, experimenté con frecuencia la sensación de que confundía el sueño con la realidad.
También sabemos algo más en este terreno: podemos «llenar» el sueño de un perro con un variado «contenido de vivencias». Si al darnos cuenta de qué está en estado de ensoñación movemos cuidadosamente su hocico con la mano, veremos que tratará de cogerla como si fuera un conejo. Si, en esas mismas circunstancias, le damos a oler unas agujas de abeto, comenzará a hacer movimientos como si estuviera en el bosque. El olor a huesos o carne desatará en él un agradable masticar y se limpiará. el morro con la lengua.
En los gatos, debido a su carácter poco dado a demostrar sus sentimientos, los signos externos de sus ensueños son más raros, lo mismo que sus reacciones. Sin embargo, se ha podido observar que a veces, mientras duermen, ronronean, bufan y sacan las uñas.
En tiempos pasados, las vivencias bélicas tuvieron que ser para los caballos uno de los ingredientes de sus terrores. Los que en el transcurso de una batalla recibían fustazos, heridas punzantes o de bala, sufrían posteriormente pesadillas en las cuales eran atormentados por esos recuerdos. Relinchaban con fuerza, coceaban, mordían y se agitaban como si estuvieran agonizando.
Un pequeño ejemplar de mono de África del Norte que el doctor Heusser, del zoo de Zurich, se llevó a vivir a su casa, dejaba oír en sueños una especie de susurro: el sonido que estos monos lanzan cuando se han perdido o se encuentran en peligro. Si una horda oye ese grito suave, de inmediato emprende la búsqueda. ¿Significa esto que los monos de los zoológicos sueñan con los tiempos en que todavía vivían en la selva?
Cuesta trabajo observar a un canario o a un periquito cuando duermen
agotados, con los ojos cerrados y el pico entreabierto por el que dejan escapar un leve trino. Pero esto basta para probar que los pájaros también sueñan, aunque sea relativamente poco.
Disponemos de dos medios para establecer con seguridad si un animal sueña o no: el primero consiste en registrar su actividad cerebral mediante el electroencefalógrafo (EEG), que recoge, durante el dormir, impresiones muy distintas según el observado esté soñando o duerma produndamente. En vela el registro también es distinto. El segundo método es la observación de los movimientos del globo ocular, que también puede ser registrado eléctricamente.
Los investigadores oníricos han observado que cuando una persona dormida sueña, sus globos oculares se mueven bajo los párpados cerrados, van animadamente de un lado para otro, como si el soñador se encontrara frente a una pantalla de televisión.
Esos movimientos del globo ocular se dan igualmente en los animales superiores cuando ensueñan, durante la llamada fase REM (del inglés rapid eye movement). Esto se considera como indicio seguro, irrefutable, de que también estos animales están viviendo en esos ·momentos en su fantasia, totalmente ajena a la realidad, dramáticos acontecimientos.
Con esos métodos se ha podido demostrar, hasta ahora, . que los siguientes animales viven el fenómeno onírico: perros, gatos, ratones, zarigüeyas, ratas, conejos, ovejas, cabras, asnos, macacos, chimpancés, así como algunas aves.
El estudio de las tortugas y otros reptiles descubrió algo sorprendente: conocen el sueño profundo normal, pero no ensueñan nunca. Los anfibios y los peces todavía no han sido investigados científicamente para descubrir si poseen esa facultad ensoñadora.
Se ha estudiado igualmente cuánto tiempo sueña la persona y otros animales.
En el ser humano adulto el juego nocturno entre el dormir y el ensoñar se desarrolla del siguiente modo: inmediatamente después de presentarse los primeros síntomas de adormecimiento, comienza una pausa de dormir profundo que dura entre los cincuenta y los setenta minutos. La sigue una fase de ensueño que dura, aproximadamente, unos veinte minutos. Esto se va repitiendo en el transcurrir de la noche a un ritmo de ochenta o noventa minutos.
Consecuentemente, cada persona normal sueña tres o cuatro veces en la noche, es decir, algo así como el 20 por ciento del tiempo que dura el dormir.
Por lo general uno no recuerda los ensueños, que se olvidan rápidamente.
Si el despertar tiene lugar antes de que hayan transcurrido diez minutos después de la terminación del ensueño, uno se acordará de él, CQf1: mayor o menor detalle; pero si transcurre un tiempo mayor entre el ensueño y el despertar todo recuerdo desaparece. Esto está demostrado experimentalmente por personas que se ofrecieron voluntariamente para someterse a la experiencia y a las que el profesor W. C. Dement despertó durante la noche, en pleno período de ensueño y que pudieron describirle con todo detalle qué era lo que esta
han soñado al ser despertados.
La opinión, expresada anteriormente, de que una visión que al término del ensueño parecía muy larga era realmente sólo una aparición sacada del archivo del subconsciente, ha sido desmentida por las nuevas investigaciones en este terreno. Cada sueño dura aproximadamente unos veinte minutos; desde luego esto se refiere tan sólo a los seres humanos entre los diez y los cuarenta años.
Los ancianos sueñan menos, sólo un trece por ciento del tiempo que duermen, que suele ser unas seis horas. Los niños duermen más y sueñan más, sobre todo cuando tienen menos edad. Los recién nacidos se pasan soñando la mitad de 1as dieciséis horas que duermen al día. En los prematuramente nacidos los investigadores han probado que el período de ensueño puede ser hasta del ochenta por ciento de todo el tiempo que duermen. Y su cerebro trabaja con tanta actividad como si estuviera creando las más extremadas fantasías.
¿Qué puede soñar un bebé recién nacido que todavía no ha tenido ninguna vivencia real?
El profesor Dement lo aclara así: a su nacimiento los ciegos sueñan con
la misma intensidad que los videntes, aunque nada visual. Se puede soñar con los demás sentidos, acústicamente, con el tacto, con el olfato y con el gusto.
Primariamente, el ensueño no es, en modo alguno, una consecuencia de las imágenes ópticas. La actividad ensoñadora nace, espontáneamente, en el centro cerebral que controla los ensueños. Desde allí parten las señales nerviosas también a los músculos ópticos y los hacen entrar en acción, determinándose así, de manera inmediata, si el suério tendrá visiones o no. Los ojos del que sueña no ven absolutamente nada. Lo que se cree ver no es más que una especie de ficción, nada más.
Consecuentemente y con referencia al niño recién nacido, puede decirse: en principio el sueño nace desnudo en el istmo del encéfalo... y sólo mucho después es «vestido» por el propio cerebro con los ensueños.
En cuanto al tiempo que sueñan los animales es el siguiente: perros, gatos, monos, ovejas y otros mamíferos superiores sueñan aproximadamente el mismo tiempo que la persona. Animales de sueño corto, como la girafa, que apenas duerme unos minutos, pero que se pasa un tiempo mucho mayor amodorrada, realiza su necesidad ensoñadora soñando despierta. Los pájaros, y esto es algo bastante sorprendente, sueñan sólo durante el 0,3 por ciento de su tiempo de dormir. Los reptiles, como ya se ha dicho, no sueñan nunca.
Esos hallazgos hacen bastante complicada la cuestión de si el ensueño es realmente necesario para la vida. ¿Qué utilidad tienen las visiones ensoñadas?
Experimentos a que se han sometido individuos a los que se les impidió
ensoñar han dado su respuesta. El profesor Dement y sus colaboradores. mantuvieron bajo observación permanente al durmiente y lo despertaron tan pronto como observaron en él los movimientos rápidos del ojo (REM). Pese a esos disturbios, la persona investigada estuvo en condiciones de pasarse mucho tiempo en sueño profundo, sin ensueños. Peto ese sueño largo y profundo no le aportó la recuperación que obtenía normalmente.
A la mañana siguiente, esa persona a la que no se dejó dormir parecía fatigada y excesivamente irritable, más o menos como tras un sueño provocado con somníferos, que, efectivamente, producen un dormir sin ensueños.
A la noche siguiente se permitió dormir al mismo paciente sin ser interrumpido y se comprobó que soñaba el doble que lo hacía normalmente. Era como si tuviera que recuperar su porcentaje de ensueños.
Puede parecer paradójico, pero lo cierto es que sin la excitación de los ensueños, el dormir no produce un auténtico efecto reparador.
Como es lógico, ese experimento con seres humanos no se pudo prolongar mucho tiempo. Consecuentemente, los científicos decidieron continuar la investigación utilizando a otros animales, sobre todo gatos, a los que impidieron soñar durante mucho tiempo.
Al principio, los animales sometidos a experimentación reaccionaron de
manera parecida al ser humano, es decir, con muestras de fatiga e irritación.
Cuando esa privación de ensueños fue haciéndose mayor, los animales se pasaban las horas del día como si estuvieran soñando despiertos. Con los ojos abiertos era como si estuvieran contemplando cosas que no existían en realidad y reaccionaban de acuerdo con esas falsas vivencias. No cabe duda de que se trataba de una reacción de autodefensa propiciada por la naturaleza
para evitar males mayores como consecuencia de la falta de ensueños. Hasta qué extremo podían llegar esos males quedó probado cuando, tras una continuación de los experimentos, el centro de los ensueños en el cerebro de los gatos quedó totalmente bloqueado. Los ensueños son provocados realmente por una interrupción del sistema nervioso en el istmo cerebral, mientras que el sueño profundo se origina en otros centros nerviosos, en el cerebro.
Si se bloquea en los gatos el centro de los ensueños, en el istmo cerebral, sigue viviendo durante algún tiempo como si nada hubiera sucedido, pero dejan de soñar por completo. Duermen perfecta y largamente, pero no sueñan, ni dormidos ni despiertos. La consecuencia es una fatiga que va aumentando continuamente hasta llegar a la muerte.
¿Puede darse una prueba más convincente de la necesidad vital de la función del ensueño?
Los reptiles no sueñan en absoluto; los pájaros muy poco, pero los mamíferos superiores, y entre ellos la persona, mucho. Puede decirse, lógicamente, que el ensueño es una «invención» de la naturaleza relativamente tardía dentro del desarrollo de la vida. Pero, como ocurre con muchos oúos inventos, una vez que empezó a ser utilizado se convirtió en algo imprescindible.
Es posible que, hasta aquí, este capítulo haya hecho surgir la impresión
de que el ensueño no presenta ninguna diferencia entre el hombre y el animal.
Y eso es cierto. Pero también lo es que existe una contraposición, de tipo gradual, pero gigantesca.
Durante el ensueño algunas funciones se desconectan simultáneamente.
Antes que nada la entrada de impresiones cerebrales en el cerebro, procedentes del mundo exterior, que no se incorporan a las puras lucubraciones del ensueño, salvo en las mencionadas excepciones; después el control de la razón sobre el mundo caótico de las sensaciones presentes en el ensueño.
Si se piensa que ese control de la razón es, en ese ser cerebral que es la persona en vigilia, mucho más poderoso que en los animales, dominados principalmente por los instintos, se llega a una conclusión: las diferencias entre el mundo real y el de los ensueños tienen que ser en nosotros, las personas, mucho más marcadas y violentas que en los demás seres de la naturaleza.
Expresado de otro modo: nuestro mundo de ensoñación es posible que
no sea muy distinto al que captan los animales cuando están despiertos y recibiendo sensaciones de la realidad. El mundo de las vivencias reales de muchos animales se parecerá mucho a una pesadilla del ser humano.
Cuando en nuestros ensueños _tenemos la impresión de estar indefensos en las manos de poderes superiores, inescrutables y amenazadores; cuando a causa del terror y la angustia o de deseos incontrolados -vividos en un mundo que nos es parcialmente conocido y pardalmente extraño-; cuando queremos correr y no podemos dar un paso, flotamos sin la menor fatiga como si fuéramos ángeles y acabamos cayendo violentamente al suelo; cuando las facciones de personas amigas se nos hacen extrañas o cuando el tiempo parece transcurrir en sentido inverso y se repite de manera estereotipada; cuando los segundos nos parecen horas o a la inversa, y en medio de un pandemónium de fantasía hasta las cosas más lejanas parecen venir hacia nosotros, como si fuéramos el ombligo del mundo... entonces, en medio de esa pesadilla,debemos estar viviendo algo semejante a la imagen del mundo real que deben de tener esos miles de animales siempre hostigados, destinados a ser presa de otros más fuertes y condenados a una permanente vigilancia contra sus enemigos innatos. Esto debe ser lo que provoca sus miedos, sus posturas enfrentadas, sus rasgos de sumisión, al igual que el gozo de la comida o la sexualidad, el instinto de emigración, la búsqueda de un puesto digno en su colectividad o el deseo de amistad y protección. Viven, por decirlo así, perdidos en un loco jardín de sentimientos incontrolados, del que, debido a su falta de razón, sólo pueden ser salvados por sus incomprensibles instintos.