La Guerra civil en Mallorca segun Josep Pons Bestard
2 Empieza la guerra (la sublevación)
Era Domingo (19 de julio). Estábamos en plenos campeonatos de natación. A las diez de la mañana teníamos cita varios federativos y árbitros en el Club de Regatas, sede de la Federación Balear de Natación. Me levanté de mala gana. Eran muchos días de tensión.
Eran muchas noches de trabajo y la fatiga empezaba a dominarme.
Salí a la calle. Serían aproximadamente las nueve de la mañana. Estaba tan absorto en mis pensamientos (cálculos de resultados, homologaciones de tiempos y distancias) que, al pasar por el café de Can Martí, no me fijé en lo anormal del ambiente. Tuvo que ser un señor de edad, marino retirado y cuyo nombre no recuerdo, de pelo blanco y cara curtida por todos los vientos, un hombre de mar a quien el tiempo y las circunstancias habían afincado en tierra, de testa amplia, abierta, sin estrecheces, con toda la amplitud del mar, quien me dijo:
-¡Qué desgracia hijo!... Los fascistas están en la calle. Nos han vallado el horizonte. De momento no hay más allá...
En efecto. En la calle de San Magín, en la esquina del Café Cuba, había cinco o seis mozalbetes de quince a veinte años, con camisa azul oscuro y fusil en ristre. Me dio la sensación de una bufonada.
Llegué al Club de regatas. Excepto el personal de servicio apenas había nadie. Pregunté a Juan, el conserje, quienes habían llegado, puesto que a las diez teníamos reunión.
Me contestó que de momento nadie y a continuación, añadió:
- ¿A quién puede interesar unos campeonatos de natación, cuando los fascistas se han adueñado de la calle?...
Nos interrumpió el ruido de un disparo. Salimos fuera. Nos encontramos con un "camisa azul". Más que un hombre parecía un niño asustado. Asustado por habérsele disparado el fusil... La bala se había alojado en una de las embarcaciones situadas en los varaderos del Club. Aquel jovencito, casi un niño, con su camisa nueva, con sus flechas bordadas en rojo; así, por las buenas, con esa mentalidad rayana en la imbecilidad propia de todas las "unidades" formadas por un todo llamado "masa", había incrustado una bala en aquella pequeña nave. Nada menos que al "León", la nave que tantas y tantas veces había alojado a la bella señora de Cala Pi, aquella sirena que capitaneaba las profundas libertades del pensamiento y del saber humano... Aquel mozalbete semianalfabeto, era uno de tantos y tantos ignorantes que ponía toda la torpeza de su corazón y de su fuerza bruta al servicio de privilegios que sólo con los fusiles se pueden mantener. Subí a la secretaría del vetusto caserón de madera, a aquella habitación de techo inclinado que siempre olía a pintura nueva sobre barco viejo anclado en tierra y lloré... Lloré igual que si hubiera perdido a una madre y me quedara solo, totalmente solo.
De momento había presentido que la guadaña se hacía cargo de la República. De aquella bella y joven Matrona que había nacido entre aulas universitarias, ateneos y demás centros culturales. Al ser atacada se atacaba a todos los productos del intelecto y, en especial, a las libertades que tanto han temido las clases dominantes españolas. Estas clases que, en nombre del orden, su "orden", han venido manteniendo toda clase de situaciones de fuerza que más de una vez han sido glosadas por historiadores a sueldo de los esgrimidores del látigo.
El ataque se había producido y las tropas sublevadas avanzaban. No les empujaba la razón, ni el derecho. ¡No!
Era, simplemente, el avance de unos mercenarios que cantan embrutecidos sus loas a la muerte empujados por unos pocos, a los que sólo les interesa el ascenso o una situación de favor o de privilegio. Al grito de "Arriba España" se fraguaba una España nueva. Una España que cambiaba sus científicos, sus humanistas y sus estetas por uniformes, por graduaciones mililares... En síntesis, por el retorno de vetustas clases dominantes. Aquel levantamiento significaba que dentro de muy poco, quedarían sustituidos nuestros maestros, nuestras antorchas del intelecto, por hombres cuyo único talento habría sido haber hecho la guerra del lado de los vencedores. Mejor aún si habían sido alféreces provisionales y habían pasado de uniforme y con el pecho cargado de medallas, alguno de los exámenes patrióticos...
Con este "clima" necesariamente teníamos que quedarnos sin hombres como Ortega y Gasset, Pérez de Ayala, Jiménez de Asúa, Sánchez Román, Marañón, García Lorca, Rafael Alberti, Machado, Miguel Hernández, Pablo Casals, Pablo Picasso y tantos otros como, por ejemplo, León Felipe y aquel catedrático de lógica llamado Julián Besteiro. Mi bella, mi amada. La que en su esencia, estaba formada por aquel ramillete de hombres del foro, de las letras, de las artes, de la ciencia, había sido herida de muerte. Le habían herido un puñado de soldados que tenían, como única misión, frenar las libertades que ella, la República, intentó reivindicar; pero que por joven y frágil, no pudo mantener ante un Hitler y un Mussolini, aún teniendo el apoyo de todo el pueblo español que luchó, sin organización, sin apenas mandos profesionales, desordenadamente... Cerca de tres años se mantuvo en pie el "León" herido de muerte más que por los ejércitos regulares alemanes e italianos por el mal llamado "Comité de no intervención". Mientras caía vilmente asesinado García Lorca, el célebre oceanógrafo Odón de Buen entraba en la cárcel de Palma.
Al bajar a la terraza del Club de Regatas y ver a tan poca gente, a pesar de ser domingo, me quedé mirando las pequeñas embarcaciones. En el reloj del antiguo Consulado de Mar las manecillas marcaban las once y media de la mañana, pero así y todo me dio la sensación de que el sol no alumbraba y estábamos en julio... Se había extendido sobre Mallorca un manto de sudor, de lágrimas, de sangre... Vi y sentí, por primera vez, la faz del Ecce Horno.
Junto a mí vino a sentarse el presidente del Club. Buen amigo de mi padre y mío a la vez, puesto que nos unía un denominador común, consistente en la afición a los deportes náuticos y en particular la natación, de los que el "Regatas", además de la vela, constituía uno de los principales pilares... Yo figuraba entre sus más allegados colaboradores y gracias a él, tuve el orgullo de ser el miembro más joven de todas las juntas de gobierno que habían regido la vida del Club desde su fundación.
A raíz de las elecciones de abril se eligió presidente de la República Española a don Manuel Azaña Díaz. Hubo, como es lógico, nuevo gobierno y cambios ministeriales. Como consecuencia, cada ministro se rodeó de colaboradores de su confianza y nuestro presidente, el comandante de infantería Enrique Feliu Sintes, fue nombrado ayudante de campo del titular del Departamento de Guerra. No sé si era o no republicano. No tenía historia política alguna, al menos conocida por mí; pero por su forma de comportarse y de "moverse" en el terreno civil no me extrañó el nombramiento, más diré que me alegró, si bien lamenté que aquel hombre, al que estaba acostumbrado a tratar todos los días y que parecía un presidente insustituible en la vida de nuestro Club, tuviera que abandonar "nuestro" viejo caserón de madera, ubicado en una de las laderas de este trozo de tierra clavada en este nuestro Mar Latino. Había llegado de vacaciones a Mallorca y aprovechaba para intervenir y cambiar impresiones sobre asuntos del Club, puesto que a pesar de estar físicamente ausente, no se le había permitido que cesase en la presidencia. Ya nos cuidaríamos nosotros, sus compañeros de Junta, de sustituirle lo mejor que pudiéramos. Me produjo mucha satisfacción poder tener un cambio de impresiones "político", por primera vez, con él. ¡Qué caramba! Por muy militar que fuera y por muy compañero de sus compañeros, nadie quitaba que fuera un ayudante de campo del Ministerio de la Guerra, de un actual ministro de la República... Colaborador, por lo tanto, de un miembro activo de un Gabinete formado por una mayoría parlamentaria salida de unos comicios avalados por la más estricta legalidad democrática.
Me dijo que estaba confuso, que no sabia nada. Que era el primer sorprendido y que no quedaba más remedio que ganar tiempo. Él, oficialmente, pertenecía a otra jurisdicción y, por ello, demoraría todo lo que pudiera para ver lo que resultaba o lo que convenía...
La verdad es que hablaba tan serenamente que me desmorlizó. No tan sólo era hombre de bastante más edad que yo y con mucha más experiencia, sino que su visión resultaba muy práctica. Resumí toda su charla a base de un solo concepto: primum vivere.
Este hombre a quien yo tenía tanta estimación, había obtenido la confianza de un ministro de la República. Ese hombre, el mismo, al cabo de unos días, por su empleo de comandante, tuvo el mando de un batallón... sublevado. Más tarde, ya coronel, tuvo a sus órdenes un regimiento franquista y murió general de la llamada España nacionalista.
Hasta los que se creían ser leales llegaron a ser cómplices de los sublevados. El miedo les arrastró...
Quizás Enrique Feliu Sintes fue uno de ellos. Así quiero creerlo.
La República había sido traicionada, vendida... Había fenecido en el mismo momento de alzarse las tropas de África. Lo que vino después fue un cuerpo sin cabeza, una masa que se resiste a morir. Un pueblo sin organización, sin ejército regular ni jerarquías de mando, pero mantenido en pie por una idea, un sentido de moralidad y de oprobio frente a las cadenas. Este sentido le animó y le dio fuerzas para oponer resistencia a toda aquella ola de inmoralidad que en aquel momento soplaba por los caminos de Europa.
Resistencia a los nuevos sistemas totalitarios que inaugurara aquel socialista renegado que en octubre de 1911 estaba cumpliendo una condena en la celda núm. 39 de la prisión de Torli, por "haber incitado al pueblo a una insurrección" continuada, en gran escala, por un monstruo austriaco cuya megalomanía nació de la idea fantasmagórica de ser un buen pintor...
Y en Mallorca, desde el primer momento, todo estuvo en manos de los rebeldes. Se llenaron las cárceles, pero como no bastaron, se habilitaron los locales necesarios, entre ellos un barco de pasaje y carga... Muchos no llegaron.
Quedaron en el camino y por los caminos...
Aquí, en esta bella isla, también se dieron paseos, pero las cunetas no hablan...
Había empezado, bajo el cielo de Mallorca, el éxodo, el calvario no sólo de republicanos, sino de toda persona amante de la democracia.
La casta de una clase dominante volvía por sus fueros y no pensaba más que en matar, matar, matar...
Por todas partes se oían los altavoces de las radios. Radio Barcelona y otras peninsulares, daban la orden del Gobierno de licenciar a todas las quintas. Por el contrario, Radio Mallorca llamaba cuatro o cinco a la incorporación.
Entre ellas la mía... En Palma el ejército había tomado la calle juntamente con los fascistas que, por y para distinguirse de sus congéneres italianos, se autotitulaban falangistas.
Esto era todo faccioso y, por esas incongruencias nacidas de la ley del vencedor, los leales iban engrosando cárceles y calabozos y los "institucionalizados" se llamaban salvadores de la patria y hasta de Dios. ¡Pobre Dios que necesitaba de camisas azules y fusiles para ser defendido!
Aquella tarde, tarde primera de una tierra recién secada por las ráfagas de la intolerancia, entré en el café Alhambra. Poca gente y la poca que había parecía estar esperando.
La mayoría de políticos que había eran de derechas, algunos de la C.E.D.A. y dos o tres de los radicales de Lerroux. Sólo vi a dos de Izquierda Republicana. Dos médicos. Uno de ellos se escapó, junto a varios leales, con un "llaut" de pesca profesional y, el otro fue a engrosar el número de presos que durante años pulularon por prisiones y campos de concentración.
Allí me enteré de que, durante las primeras horas de la mañana habían detenido al alcalde y a la mayoría de los concejales.
Lo mismo habían hecho en la Diputación.
En cuanto al gobernador civil, un tal Espina, con marchamo intelectual y aficiones de poeta, a primera hora de la mañana, lo "metían" en la cárcel y, al mismo tiempo, el diario El Día "sacaba" unos versos suyos a la luz del día. Muy bonitos...
Su labor de gobernador había sido ésta: escribir versos y confiar en la buena fe del prójimo.
Para muestra basta un botón.
El día anterior (sábado,18 de julio), cuando se supo que las tropas de África emprendían la sublevación contra el gobierno, mejor dicho contra el Estado, este señor gobernador de la República en Baleares, mientras algunos políticos solicitaban medidas adecuadas, llamó al comandante militar, general Goded, y el bizarro soldado le dio su palabra de honor de caballero y de militar que él y la guarnición a su mando, estaban con la República y con el gobierno que la representaba. Horas después, el general y su honor, salían para Barcelona a tomar el mando de los sublevados. Menos mal, que en Barcelona, lo recibieron con el honor que merece tal deshonor.
Pero mientras, el gobernador Espina, embobado con sus versos, dejó Mallorca bajo las garras de un combinado formado por la ultraderecha clerical y retrógrada, por algunos resentidos y por la llamada Falange.
Volví al Club de Regatas. Estaba prácticamente desierto, sólo había cuatro o cinco personas y, entre ellas un periodista, que durante mucho tiempo había presumido de ser "monárquico constitucional y parlamentario", vestido, mejor dicho disfrazado de falangista, con camisa bastante mal confeccionada y un gorrito a base de dos rectángulos superpuestos, con una borlita en la punta delantera. La boina encarnada vino después, como consecuencia de la "unificación desunida" el mismo día de su nacimiento...
Examinándose continuamente todo el arreo que completaba su flamante vestidura, estaba glosando las gracias de la imitación musolinesca que plagiara uno de los hijos del marqués de Estella y, cada vez que nombraba la palabra Falange, parecía poseído de un hechizo, rayano en lo bufón, y se cuadraba y saludaba brazo en alto, como lo hiciera un jerarca romano ante el más encopetado de sus dioses.
Me quedé embobado mirando aquel pobre "pelele"... Lo que se avecinaba no eran, precisamente, uniformes ni condecoraciones de opereta que, en aquel momento festejara el periodista Pedro J. Pujol Abraham, conocido por "Licenciado Azulejo" con aquel montón de idioteces... Aquel levantamiento significaba la muerte de todos los valores, el enfrentamiento de todo lo que significara la libertad del pensamiento humano. Era la defensa de todas sus castas, que estaban acostumbradas a conservar toda la hegemonía de un poder que la República les había arrebatado. ¡Sí', la República les había arrebatado los privilegios ejercidos desde tiempo inmemorial, por el sistema del látigo de la fuerza y del miedo; pero no que fuera a dárselos a las "masas". ¡No y no! Porque la República significaba el poder de las élites, del saber humano, de la aristocracia del pensamiento que, en definitiva, es la elevación del individuo, como parte de un todo, para que, a conciencia, pueda elegir a sus mejores. La República significaba el gobierno "del pueblo para y por el pueblo" y, debido a esta valoración de principios, intentó educar a la juventud para que, cada uno de ellos, como nuevos componentes de la "masa", pudieran dejar de ser "masa" y convertirse, dentro de su específica función social, en una de las que formarían el todo de una aristocracia movida y gobernada democráticamente. Éste fue el motivo que le impulsó a llevar a cabo un amplio plan pedagógico: construcción de escuelas y formación de maestros. Con la elevación del nivel cultural las cadenas se romperían solas y esto no podían tolerarlo las clases dominantes durante siglos. De ahí que se aferraran a corrientes portadoras de vientos nazis alemanes o de los fascistas italianos.
Tenían que hacer algo y se sumaron a dichas corrientes que, en su fondo, más o menos modificadas las formas, representaban un "neo" o un "novo" absolutismo y, en nombre de Dios y de la Patria, se "echaron" a la calle a matar "rojos".
Una vez en mi casa conecté la Emisora local E.A.J.13 Radio Mallorca:
y en España empieza a amanecer.
Cerré el receptor.
Miré por la ventana. Estaba oscureciendo... Empezaba una larga noche. Una noche que duraría mucho tiempo, mucho, muchísimo...
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