Sobrevivir
4 La limpieza en los animales
En toda la extensión de los grandes mares templados, donde surgen alegres y coloridos jardines coralíferos, existen auténticos "salones de belleza", a los cuales acuden a diario centenares de peces de distintos tipos y especies que se hacen limpiar su piel, sus aletas, sus dientes y sus branquias... Los que realizan el trabajo son otros peces especializados en esta ocupación, por lo que en el lenguaje común se les llama peces limpiadores.
Si un serrano, pez que puede llegar a alcanzar hasta un metro de largo, siente que le pica la piel, no puede rascarse solo, como lo haría un mono, pongamos por caso. En vista de ello se dirige al "salón de belleza", situado en uno de esos arrecifes de coral, se queda inmóvil casi pegado a la parte superior de los corales, abre sus agallas y su terrorífica boca, de fiera de presa, que sin embargo no causa el menor temor a dos pequeños pececitos de la familia de los labroideos, que, al verlo, salen de la trastienda de su "salón de belleza" establecido allí y se ponen a trabajar.
Estos pequeños peces labroideos buscan los parásitos _que pueda haber en la superficie externa del cuerpo de su cliente, así como las irritaciones, granitos, arrugas o cualquier otra imperfección que eliminan rápidamente. Mientras trabajan excitan al gigante, que podría tragárselos con sólo abrir la boca, y con sus movimientos le indican en qué posición debe colocarse o mantener las aletas para ser limpiadas.
Cuando. han terminado esta limpieza externa, los pececitos penetran en aquella enorme boca erizada de grandes dientes y, como si fueran mondadientes vivos, limpian todas las cavidades interdentales esmeradamente, penetran en las agallas, que también limpian, y salen al mar por sus aberturas.
Si uno de los clientes tiene demasiada prisa o se impacienta y quiere terminar la sesión, cierra de golpe la boca, apresando a los peces, pero vuelve a abrirla en seguida para dejarlos salir. Es algo así como la señal que se da en los transatlánticos para que los visitantes abandonen el buque cuando éste se halla a punto de zarpar. Como Jonás salió por la boca de la ballena, los labroideos dejan aquella peligrosa caverna viviente y corren a esconderse de nuevo en su refugio de coral, donde esperan la llegada de un nuevo cliente.
El especialista norteamericano en biología marítima doctor Conrad Limbaugh, muerto recientemente en accidente mientras buceaba en una misión de estudio, pudo determinar que dos de estos peces limpiadores atendian en su "salón de belleza" a más de trescientos clientes en una jornada de seis horas.
Esta jornada, tan apretada y fatigosa, obliga a muchísimos grandes peces a esperar pacientemente hasta que, por fin, les toca el turno de ser atendidos.
Ocurre a veces que, en esa sala de espera, coinciden peces de especies
antagónicas que, en cualquier otro lugar, se hubieran lanzado uno contra otro empeñados en una lucha a muerte. Pero como ya hemos visto sucede en los balnearios donde los animales terrestres acuden para curarse sus dolencias, también aquí, en el "salón de belleza", reina una paz total.
Amigos y enemigos esperan pacientemente, paseándose de un lado para otro, hasta que les llega el turno.
La importancia que tiene para los peces este tratamiento limpiador se pone claramente de manifiesto estudiando los resultados obtenidos en un experimento del doctor Limbaugh:
El naturalista expulsó de dos arrecifes coralíferos de las Bahamas a todos los labro ideos que allí trabajaban como peces limpiadores. Poco después ocurrió algo verdaderamente inesperado. Un buen número de los habitantes del arrecife se marcharon inmediatamente y, poco a poco, el arrecife se fue quedando despoblado. Sólo se quedaron allí unos cuantos peces demasiado fieles a su "localidad" como para abandonarla. Al cabo de dos semanas, los peces que se habían quedado tenían muchas lesiones en la piel y las aletas, heridas abiertas, abscesos y lugares de su piel invadidos por hongos microscópicos.
En alta mar, donde no hay bancos de coral, ni por lo tanto peces limpiadores, los otros peces se sienten a veces muy hostigados por la comezón y los picores causados por los parásitos. Tan grande es esta molestia, que terminan desesperados y sin saber qué hacer.
El profesor Irenaus Eibl-Eibesfeldt observó cómo un grupo de veinte
caballas de la especie arco iris se lanzaron como una escuadrilla de aviones en picado sobre un tiburón gris de gran tamaño para rascarse frotándose con su cola, áspera como el papel de lija y dotada de una especie de dientecillos duros y escamosos. Ese tiburón era la única posibilidad de rascarse que tenían a su alcance y la utilizaron en medio de la desesperación causada por sus picores, sin pararse a considerar el grave peligro en que ponían sus vidas al acercarse tanto a un animal tan agresivo.
Éste es un ejemplo impresionante, claro y convincente de cómo el cuidado y la higiene corporal no es para los peces una cuestión de estética o de lujo, sino de simple supervivencia.
Los "salones de peluquería", una simbiosis de servicios como los llamarían los técnicos, fueron considerados al principio como una manifestación aislada, un tanto graciosa, del sentido de limpieza de los peces. Pero, posteriormente, varios especialistas en biología marina, que realizaron diversas observaciones subacuáticas, han descubierto numerosos ejemplos que prueban que no nos encontramos ante algo excepcional sino que esa prestación de servicios de limpieza es una regla muy extendida. He aquí algunos ejemplos: La manta, un pez gigante de la familia de las rayas, que en ocasiones puede llegar a medir más de siete metros de envergadura y al que también se llama "raya diablo", es acompañada durante sus viajes en alta mar por dos náucrates o peces pilotos. Cuando se presenta un momento de peligro para estos pececillos indefensos se guarecen en el interior de la boca de la gigantesca manta. Como compensación por este servicio los náucrates le limpian los dientes.
Otros peces que ejercen servicios de limpieza con sus congéneres mayores son los siguientes:
Algunos tipos· de holocantos, como el llamado pez emperador; el alacatinus oceanops y el anisotremus virginicus, que se atreven, incluso, a limpiar los dientes del pez más peligroso y agresivo de los mares: la barracuda.
Algunos tipos de cigalas y bogavantes limpian prácticamente todo lo que cae al alcance de sus pinzas. La forma como se pegan a los cuerpos, en muchas ocasiones gigantescos, de sus clientes recuerda en cierto modo a los limpiaventanas de los rascacielos comerciales.
Las cigalas que vivían en el acuario que el doctor Limbaugh mantenía en su casa, limpiaban incluso las manos del investigador tan pronto como éste las ponía en el agua. Lo hacían de modo tan concienzudo que metían sus pinzas hasta debajo de las uñas.
Lo que les es de tanta utilidad a los habitantes del mar debe servirles, igualmente, a los peces de agua dulce. También en los lagos y en los ríos hay fanáticos de la limpieza. Y en gran número.
El gasterósteo de agua dulce limpia al sollo; el rhodeus amarus, una pequeña carpa, a todos sus congéneres que se ponen a su alcance, cuando tiene ganas de hacerlo. Lo mismo actúan los leuciscos, la carpa roja, la carpa de río, la carpa común y la carpa centroeuropea. ·
Este pez últimamente citado, una especie de corégono que proviene de
los lagos de las estribaciones de los Alpes, pide al rhodeus amarus que lo limpie con un acto ceremonial realmente interesante: se coloca frente a él, inclina la cabeza y se la ofrece.
También los cocodrilos saben valorar adecuadamente· a su "palillo de dientes" viviente, una pequeña carpa muy dentada y que no parece sentirse más segura en ninguna parte que entre las poderosas fauces cavernosas del reptil gigante.
En las aguas salobreñas de una de las muchas salinas de la isla de Cuba, el doctor Dietrich H. H . Kühlmann pudo observar cómo un cocodrilo centroamericano, el crocodylus acutus, y el cocodrilo de la isla de Cuba eran rodeados de pequeños peces limpiadores tan pronto como abandonaban su banco de arena en la orilla y entraban en el agua.
Lo que aún no puede afirmarse con rigor científico es si el pluviano, esa
ave del Egipto, se atreve a meter su pico dentro de las fauces del monstruo del Nilo, como afirmó Aristóteles hace ya 3 000 años.
Todas estas cosas que acabamos de relatar resultan realmente sorprendentes.
Pero aún lo es más que un pequeño pinzón, que apenas pesa unos gramos, sea capaz de obligar a la tortuga gigante, que supera los trescientos kilos, a colocarse ante él y en la postura por él deseada. Esto puede incluirse entre las manifestaciones más increíbles del reino animal.
Los zoólogos norteamericanos doctor Craig G. MacFarland y W. G. Reeder descubrieron algo semejante en 1974, en la !sabela, del archipiélago de las Galápagos, isla situada a unos 900 kilómetros de la costa sudamericana un poco por debajo del ecuador. Allí existe un volcán extinguido, el Alcedo, todavía pocas veces escalado por el hombre, en cuyo cráter unas cuatrocientas tortugas gigantes se han salvado de la extinción.
Son las cuatro de la tarde más o menos. El primero de esos colosos, de
un metro de longitud, se despierta de su siesta. Apenas diez minutos más tarde un enjambre de pinzones darwinianos, que lo ha observado, se lanza sobre él.
Uno de los pequeños pajarillos se posa en la concha de la tortuga, otro en el suelo, muy cerca de su cabeza. Al mismo tiempo el resto de los pinzones comienzan a dar vueltas en el aire y pequeños saltitos, como si quisieran aplaudir con sus alas.
Apenas el coloso se da cuenta de esa especie de ballet pajaril, cesa de comer, pese a que no había hecho más que empezar, y hace una profunda reverencia con el cuello y la cabeza, después alza en vertical, estirando la garganta al máximo de modo que su boca, abierta queda a un metro de altura. La tortuga se queda inmóvil en esa postura de estatua durante varios minutos.
Esto es una señal para todos los pinzones, que se lanzan en un ataque repentino sobre todas las partes no acorazadas del gran reptil: sobre el cuello, la cabeza, las piernas, la cola y el trasero, pero, principalmente, sobre los grandes pliegues de la piel del cuerpo que, normalmente, están protegidos por la concha y que sólo quedan al alcance de los pájaros cuando el reptil se coloca en esta extrema postura. Por todas partes reina un picoteo generalizado. Los pinzones liberan a su masivo amigo de cientos de garrapatas que se alimentan por completo con la sangre de esos animales.
Aquí se trata también de una forma de simbiosis regular, una colaboración mutuamente provechosa. También los pinzones regentan un "salón de belleza" y sus clientes, las tortugas gigantes, pagan con sus miles de torturadores, las garrapatas.
La representación termina al cabo de pocos minutos y la señal la da uno de los pinzones al emprender el vuelo. Sus compañeros de bandada obedecen la señal y se marchan para realizar su trabajo de limpieza con otra tortuga.
Una vez que todos Jos pájaros se han marchado, el gigante, ya acicalado y limpio, se queda en su postura de inmovilidad rígida antes de volver a recuperar su actitud normal y sigue comiendo.
De esto se deduce que las tortugas gigantes se toman el mayor trabajo
para no disgustar a los pequeños pájaros. Aun cuando los pájaros se hayan atrevido a abusar y picar con exceso en torno a los ojos de las tortugas, éstas no se mueven. Sólo una única vez, entre los a veces observados, el pinzón le debió de picotear demasiado en la comisura del ojo y el reptil tembló un poco y con ello alejó de su lado a todos los pájaros limpiadores y tuvo que pasarse todo el día sometido a la tortura y la picazón de las garrapatas.
Lo extraordinario aquí es que animales tan distintos entre sí como las tortugas gigantes y los pinzones hayan podido establecer un lenguaje comprensible.
El ballet de las avecillas lo interpreta el gigante como una incitación a la desinsectación, tal y como intentan los pinzones. La postura "estatuaria" de la tortuga debe significar: "Permiso de limpieza". Los pajarillos lo entienden de ese modo. La pregunta a formular es: ¿cómo surgieron esos "vocablos"?
Los investigadores pudieron determinar cómo, en dos ocasiones, se produjeron equivocaciones o falsas interpretaciones. En una ocasión, una bandada de pinzones, que no debía de tener muchas ganas de realizar su trabajo, fue víctima de una grave crisis comunal cuando de modo casual se cruzó en su camino una tortuga gigante. Los pájaros ignoraron por completo al reptil, pero comenzaron a amenazarse entre ellos y provocaron un enorme griterío.
La tortuga interpretó aquel revuelo como una invitación a la limpieza y, cori toda inocencia, se puso amablemente en postura estatuaria, aunque los pájaros no la desinsectaron.
Esto nos lleva a pensar que la petición de autorización para la limpieza
debió originarse en esos gestos amenazadores de los pinzones entre sí. La diferencia estriba en que cuando quieren limpiar, miran a la tortuga y no entre sí. Esta diferencia, en el caso citado, fue entendida por los pinzones, pero no por el coloso.
Por otra parte, aunque pueda parecer extraño, la posición estatuaria de la tortuga gigante es una postura amenazadora. Cada vez que dos de ellas entran en conflicto se alzan como si quisieran asustar al adversario con su gran tamaño.
Y eso lleva a error a los pinzones que, cuando ven dos tortugas en duelo, se lanzan sobre ellas y tratan de limpiarlas. Dos errores de interpretación entre tortugas y pinzones.
Las personas difícilmente podemos representarnos lo importante que resulta la limpieza corporal y lo en serio que los animales se la toman. Sin pensar mucho llamamos "cerdo" a una persona sucia o la comparamos con cualquier otro animal como si creyéramos que todos los animales son sucios.
A pocos se les ocurre pensar que para los animales la suciedad puede resultar tan peligrosa como sus peores enemigos, las fieras que se alimentan de ellos.
La tendencia a limpiarse por sí mismos es algo tan metido en su carne y su sangre como el instinto de la huida y de la autodefensa. Posiblemente el instinto de limpieza es incluso más fuerte que su tendencia agresiva.
Si nos parásemos a cronometrar, reloj en mano, el tiempo que un gato
dedica cada día a la limpieza de su piel, con sus lamidos, nos daríamos cuenta de lo equivocados que estamos cuando decimos "se lavó como un gato" para señalar a alguien que lo hizo superficialmente y con excesiva rapidez. Un gato emplea, diariamente, entre tres o cuatro horas en su aseo corporal. Esto no deja en muy buen lugar, que digamos, al ser humano.
Los pájaros emplean aún un tiempo mayor en su toilette. ¿Saben ustedes que los pájaros se limpian por separado cada una de sus múltiples plumas, que separan, limpian, engrasan y vuelven a enlazar con la pluma de al lado como quien cierra una cremallera?
Con este objeto hacen trabajar a su propia "fábrica de cosméticos". Una glándula situada junto a la cola del pájaro produce una cera especial que el ave toma con su pico como si fuera un tubo y con ella impermeabiliza las plumas para protegerlas contra el agua de la lluvia.
A las las aves ictiófagas, como por ejemplo la garza gris, eso no les basta. En las horas de sus comidas se ensucian con las mucosidades que impregnan la piel de los distintos peces que le sirven de alimento y para limpiarse lo primero que hacen es recurrir, con el pico, a su "fábrica de polvos". Bajo las plumas de la pechuga y debajo de los muslos, la garza gris posee un especial tipo de plumas cuyos extremos superiores se convierten en polvo tan pronto como son aplastados con el pico. Se trata del plumón especial cuya substancia pulverizada debe ser distribuida sobre las plumas, con el pico, y después, tras un tiempo que permite se seque, se peina, o más bien se cepilla, con la garra en forma de peine que la garza posee en su dedo medio. Sólo después de haber terminado esta operación, el ave vuelve a engrasarse el plumaje con la secreción de su glándula bajo la cola.
Si comparamos el tiempo que le cuesta al ave, cada día, realizar todo este proceso higiénico con el que emplea una persona en lavarse y peinarse; se llega a la conclusión de que si hay un ser poco limpió no es el animal, sino la persona.
¿Quién o qué ordena a los animales que se mantengan en ese estado de limpieza? Ésta es una pregunta que, sin duda, se harán todos los padres al ver el trabajo ímprobo que necesitan para educar a sus hijos en el amor al agua y al jabón.
La respuesta puede ser tan provocativa como desconsoladora. En principio, y en este aspecto, no hay apenas diferencia entre la persona y los animales.
Todos los animales que crían a sus hijos tienen que estar limpiándolos continuamente, como la madre humana a su bebé. Pero en los animales, cuando éstos llegan a uná determinada edad, empiezan a limpiarse de manera directa y sin necesidad alguna de que se les obligue a ello.
Este cambio de una posición pasiva a otra activa está determinado por un innato instinto de limpieza que no se desarrolla inmediatamente después del nacimiento, sino que se presenta más tarde, en la juventud. En los seres humanos, que tienen una etapa infantil excesivamente larga, llega, consecuentemente, demasiado tarde.
El descuido de la higiene corporal en la edad adulta puede, entre otras
cosas, ser un síntoma claro de infantilismo, la permanencia de una característica propia de esa época del desarrollo que es la niñez en las personas adultas.
Al igual que todo instinto, también éste se muestra con el germinar de una sensación, en este caso la sensación de la incomodidad que produce estar sucio. Lo curioso, casi chistoso, en este asunto, y al mismo tiempo típico del instinto, es que esa incomodidad, esa sensación de desagrado por la suciedad, no depende necesariamente del grado de suciedad externa del cuerpo sino del nivel interno de nuestro instinto.
Un ejemplo grotesco nos lo ofrecen las moscas y algunos otros insectos.
En sus patas tienen una especie de cepillos de forma especial, destinados principalmente a limpiarse las antenas, los ojos y ias alas. Si les ocurre un desgraciado accidente, por ejemplo la pérdida de un ala, esa parte del cuerpo ya no existente y que, por lo tanto, no puede ensuciarse, sigue siendo "limpiada" en el vacío, y el insecto no dejará de hacerlo durante semanas hasta que muere.
En los hombres algo semejante podría provocar una neurosis: se apodera de él una peligrosa obsesión de limpiarse a sí mismo o a los objetos que lo rodean de manera permanente, aun después de que están completamente limpios y aseados. Obsesión a la que no puede resistir y acaba por causarle trastornos psíquicos.
La ejecución de una actividad a la que una persona o un animal se ve impulsado por un instinto ciego, le causa satisfacción. Esto se debe a la naturaleza del comportamiento instintivo. Y esta "autorrecompensa" es el motivo por el cual los animales se limpian, se cepillan y se lamen de manera casi ininterrumpida cuando no comen o duermen.
Debido a que la limpieza es tan imprescindible para la supervivencia, la
naturaleza ha creado su propio instinto, como el hambre, la sed, el miedo, la agresión y el amor por otras cosas, de las cuales depende el ser o el no ser.
Con ello, la creación cuida de un animal que se limpia y se encuentra satisfecho y contento. Ésa es su motivación.
Los animales sólo descuidan su limpieza cuando están enfermos. Si vemos que un gato enfermo empieza a limpiarse de nuevo podemos decir que ya pasó lo peor, que pronto estará bueno.
La simple actividad de rascarse está apoyada en el reino animal por una completa "industria de productos de limpieza". Los animales descubrieron el baño de espuma millones de años antes que el hombre.
En las aguas costeras tropicales de África y América vive el cangrejo manglar, capaz de producir su propia substancia alcalina que utiliza en sus baños de espuma periódicos. Este animal, que vive en el fango y entre las raíces de los mangles, siente cada cuatro semanas la necesidad de limpiarse más a fondo que lo hace normalmente con su continuo rascarse. De repente, el orificio branquial secreta una substancia blanca en forma de masa jabonosa, entre la que el cangrejo patea, de espaldas, mientras que con las pinzas realiza movimientos circulares en la espuma. Este baño de espuma, profundo y largo, parece producirle gran satisfacción. Dura casi una hora.
Otro acróbata de la limpieza es el escorpión, que dedica a su higiene corporal ni más ni menos que tres horas diarias. Comienza bombeando con sus pinzas maxilares hasta que le brota de la boca un líquido salivoso. No se trata de que vaya a devorar a una presa sino que esa saliva la utilizará para quitarse la suciedad del cuerpo.
¿Cómo se las arregla ese insecto octópodo para poderse enjabonar todos sus miembros y la espalda? Con su peligrosa cola, en cuyo extremo no sólo se encuentra la tan temible vejiga del veneno, sino también una especie de bola filosa que utiliza como esponja para realizar su higiene. Cuando ha vertido ya suficiente secreción empapa el animal su «esponja» con la que cuidadosamente se lava todos los rincones y todos los miembros de su cuerpo.
Muchos animales utilizan para su higiene productos limpiadores mucho
mejores que la saliva normal. Nosotros, los seres humanos, exigimos de nuestros productos cosméticos no sólo que limpien y embellezcan la piel sino también que la mantenga joven y fresca. El escarabajo acuático (dytiscus marginalis) realiza ese deseo de manera realmente ideal. Ocurre con frecuencia que se secan los grandes charcos o pantanos en los que suele vivir, como consecuencia de una prolongada sequía. En tales casos el escarabajo se queda entumecido bajo el musgo húmedo o bajo alguna piedra y allí permanece en estado de muerte aparente. Estaría tan poco protegido contra la podredumbre y la acción de los saprófitos como un caramelo en la puerta de un colegio, si no conociera la receta secreta de los faraones.
Una glándula situada en la parte abdominal de su cuerpo produce una
especie de bálsamo que, en caso de que se presente una amenaza de sequía, el escarabajo se unta por todo el cuerpo, como antaño se hacía con las momias egipcias.
De esta manera se mantiene fresco y joven hasta que las próximas lluvias despiertan en él una nueva vida.
Los bioquímicos han encontrado, recientemente, que esa substancia está compuesta en un 80 por ciento de ácido benzoico, el mismo producto que la industria conservera del pescado utiliza para mantener en condiciones sus productos. Es decir que el escarabajo acuático lo que hace no es, ni más ni menos, que "autoconservarse".
Otro problema de los animales es el lavado de sus alimentos antes de ingerirlos. Si la limpieza del cuerpo es para todas las criaturas una regla de la naturaleza, la limpieza de sus alimentos es algo excepcional.
Es posible que esto esté en relación con la relativa escasez de agua en los ambientes en que viven la mayor parte de los animales salvajes. Por esa razón se ha preferido dotarlos de estómagos fuertes y resistentes en vez de proveerlos con el instinto· de limpiar sus alimentos.
Uno de los pocos animales que poseen este instinto es el mapache, al que en Alemania, y debido precisamente a esta característica, llaman Waschbar, es decir oso que lava.
Este mamifero carnicero, que ha llegado· a Europa traído desde Norteamérica, toma los trozos de alimento entre sus patas delanteras y se acerca con ellos al agua, cerca de la orilla. Este aninial es un gran amante de la comodidad y cuando tiene que andar una distancia superior a diez metros para llegar al agua, renuncia a la limpieza y come sucios sus alimentos.
La comprobación de que se trata de un acto instintivo auténtico parece probado por el hecho de que el mapache también lava sus alimentos cuando eso no es necesario o carece de sentido. Por ejemplo, el doctor Hans Kampmann entregó a sus animales terrones de azúcar que éstos lavaron tan a conciencia que acabó por no quedarles nada entre las garras y parecieron decepcionados y sorprendidos. Los sapos, la piel de cuya espalda es venenosa y le sienta muy mal al mapache, son siempre lavados a fondo, para quitarles el veneno. Lo mismo hace este animal con la lambrija o lombriz de tierra, que no es venenosa en absoluto, a la que lava a fondo y largamente. La trata como una italiana a sus espaguetis, es decir, amasándola hasta que la lombriz, que originalmente tiene unos díez centímetros de longitud, ve ésta multiplicada por tres. Posiblemente eso se debe más al instinto del juego que al de limpieza de los alimentos.
Las ondatras lavan sus alimentos aún con mayor cuidado. Frecuentan auténticos lavaderos en su zona de residencia adonde llevan todos sus alimentos.
Lavan las grandes hojas de lechuga, por ejemplo, con el mismo cuidado y minuciosidad que lo haría una buena ama de casa en el fregadero de su cocina.
En el reino animal quedan pocos más ejemplos de animales que limpien sus alimentos. Uno de ellos es el del marabú.
Digamos que, en este caso, está obligado a hacerlo así por una especial
circunstancia. Su manjar preferido se encuentra en medio de los repugnantes y enormes excrementos de los elefantes: un escarabajo pelotero, de casi seis centímetros de largo. El marabú apresa el insecto con su largo pico, lo lleva al agua, donde lo limpia del asqueroso estiércol antes de engullírselo.
Algo parecido ocurre, también excepcionalmente, con los macacos japoneses, a los que suele llamarse «caras rojas». Sin embargo, en este caso puede afirmarse casi con seguridad que no se trata de un instinto innato incluido en la conducta de los monos, sino de la invención genial de una de sus hembras.
Un día una mona llamada Imo actuando por cuenta propia, descubrió que las batatas sabían mucho mejor si se las comía limpias de tierra que sucias, como las sacaban del suelo. A. partir de ese momento Imo se dirigió siempre a la orilla de un lago próximo con sus batatas y las lavaba antes de comerlas.
Pronto otros animales de la horda hicieron lo mismo, impulsados por la curiosidad y el espíritu de imitación, y se dieron cuenta de que aquello mejoraba el sabor del tubérculo.
Así se fue desarrollando un caso típico de tradición subcultural y ese truco, ajeno a sus instintos, se fue transmitiendo a los hijos y a los hijos de los hijos y se convirtió en algo perdurable.
Otra cuestión totalmente distinta de la limpieza del cuerpo, o de los alimentos, es el mantenimiento de la limpieza en "el cuarto de los niños". El concepto de esta suciedad provocada en el nido se ha transferido al hombre y, por lo general, acusamos de esa suciedad a quien realmente es menor responsable de ella.
En realidad, ¿cuál es el panorama auténtico que nos ofrece la limpieza de un nido? Al comienzo de la época de la cría casi todas las aves cuidan de que reine en él la mayor limpieza. Las crías de las aves canoras sólo hacen sus necesidades en el nido cuando los padres están cerca de ellos. Sus excrenlentos aparecen, limpiamente empaquetados dentro de una membrana de piel, por el ano del polluelo y son recogidos de inmediato, con el pico, por la madre o el padre.
Durante los primeros días de vida de sus crías, la alondra común se come los excrementos de sus hijitos en el mismo nido. Sólo más adelante, cuando las "porciones" se hacen hasta quince veces mayores, los padres se llevan los paquetes de excrementos hasta unos veinte metros de distancia y siempre al mismo basurero.
Los polluelos de las garzas, cuando ya son algo creciditos, realizan sus necesidades de un modo peculiar. Se colocan como si estuvieran haciendo una profunda reverencia, con el culo en alto y apuntando fuera del nido. Cuando expulsan los excrementos lo hacen con la fuerza de un cañón y éstos caen fuera del nido.
Esto nos podría llevar a la falsa conclusión de que en el reino de las aves nadie ensucia los nidos, lo que no dejaría de ser una idealización exagerada que, desde luego, no se corresponde exactamente a los hechos.
Por ejemplo: los nidos del águila real, poco antes de que los polluelos vayan a abandonarlo, son una combinación de ensangrentada mesa de carnicero y cloaca. Trozos de carne podrida, caída en las grietas inaccesibles del nido, se cubren de gusanos y moscas. La vida de las aves, en esas circunstancias, se convierte en un auténtico infierno, a causa de la suciedad y los malos olores, hasta tal punto que, en ocasiones, los polluelos adelantan el abandono del nido.
Cuando un nido de mirlos está ya ocupado casi por completo por las cinco crias, que crecen sin cesar, y cada vez se vuelven más tragonas, hasta tal punto que los polluelos tienen que apretujarse entre ellos, el nido está tan cubierto de excrementos que se llena de parásitos y bichos que cubren su suelo.
Esta suciedad no resulta mortal, pero cuando los padres quieren tener nuevas crías en el mismo año tienen que construirse un nido nuevo en cualquier otro sitio.
El águila, por el contrario, sólo cría una vez al año y encomienda la limpieza del nido a la lluvia y al viento, para volver a ocuparlo a la siguiente temporada.
Cuando se observan las dificultades que superan los pájaros para mantener limpio el "cuarto de los niños", no queda más remedio que admirar al canguro, que lleva el nido con su cría dentro de su propio cuerpo.
Aun cuando el famoso canguro australiano, el canguro Derby, sólo pesa
medio kilógramo a la ealad de 29 días, se hace caca libremente dentro del saco materno y su madre se ve obligada a limpiarlo con aplicación. Mientras mayor se hace la cría con mayor frecuencia, hasta que al fin se convierte en una auténtica "mujer de la limpieza". Si no lo hiciera, su hijo se moriría entre la suciedad, y ella misma padecería una infección mortal.
Una interesante observación marginal prueba la importancia que en el rango social conceden los monos capuchinos de América del Sur a la higiene del cuerpo. Si se les pone a su alcance, en el zoo una botella de agua de colonia, primero la huelen y después se la esparcen sobre todo el cuerpo. Pero lo mismo hacen si cae en su poder zumo de cebollas o extracto de ajo. Consecuentemente, está claro que los monos no buscan "la estética" de un olor agradable, sino simplemente un olor fuerte que los distingue del olor de los demás componentes de la horda y los convierta así en "algo especial".
Lo que en seguida llama la atención del visitante de un zoológico es el frecuente despiojamiento de los monos, pese a que, en la mayor parte de los casos, no tienen bichos en la piel. Desde hace algún tiempo sabemos que en este caso el proceso de-limpieza está en relación con una causa social. El jefe de una horda de babuinos muestra su complacencia y tolerancia al permitir, magnánimamente, que una de sus hembras lo "despioje". La hembra no considera este trabajo como afrenta, sino como una muestra de especial consideración.
El rascarse, entre los monos, es un modo de fomentar el sentido de comunidad.
El mutuo rascarse no ha surgido, como pudiera pensarse, de la consideración de que es conveniente la ayuda de otro para alcanzar las partes del cuerpo- inaccesibles. Extrañamente, este fenómeno tiene causas distintas y relacionadas con el instinto del movimiento.
Las ratas caseras y las garzas grises nos ofrecen explicaciones curiosas con sus ejemplos.
Cuando dos ratas amigas juegan entre sí y una de ellas muerde a la otra, descuidadamente, con demasiada fuerza, la mordida empieza a chillar de manera realmente desesperada. Inmediatamente, la causante del daño, que
actuó sin querer, comienza a lamer cariñosamente a su compañera como si quisiera pedirle perdón, explicarle que lo hizo sin intención y que no quiere estar enfadada con ella. '
El profesor Irenaus Eibl-Esbesfeldt saca de ello la consecuencia de que la limpieza es un acto de agresividad que se transforma en mimo.
Esto se observa aún con mayor claridad en el comportamiento de la garza. Al comienzo de la cría el macho acostumbra a limpiar cuidadosamente el plumaje de su hembra con frecuencia. Si se filma la escena con lente de aumento, se puede ver con claridad que el «caballero», al principio, lo que intenta es picar a su «dama» con bastante mala intención. La hembra reacciona con uno de los llamados gestos de apaciguamiento; intenta una especie de fuga que no completa y se queda en el mismo sitio, levanta la cabeza y se alisa, nerviosa y asustada, las plumas. De este modo instintivo frena el ataque del macho y convierte la mala intención, el mal genio, en un estado agradable y cariñoso. En vez de atacarla, el macho sólo siente ternura y empieza a picotear cariñosamente el plumaje de su cabeza. De ese modo se restablece inmediatamente la paz conyugal.
Igualmente el despiojamiento de los monos es un acto amistoso, producto de la transformación de un acto agresivo, que fomenta el sentimiento de comunidad y compenetración de grupo.
Algunos animales, además, encuentran en la limpieza por parte del otro un notable estímulo sexual que hace que su pareja se dé cuenta de ello y se establecen, de ese modo, los prolegómenos para el apareamiento.
En la primavera de 1978 pude observar a una pareja de avocetas, un
macho ·y una hembra, que estaban muy juntas. La hembra, como fuera de sí, se hurgaba furiosamente con el pico en el plumaje, con lo que su "vestido" qauedó en el mayor desorden, en vez de alisado, como generalmente se pretende con esos movimientos en circunstancias normales. Pero el efecto erótico fue realmente imponente y vigoroso.
Poco después el macho comenzó a hacer lo mismo, con igual ritmo, de
manera que sus movimientos limpiadores se correspondían en el tiempo y la forma como si se imitaran mutuamente en una danza de marionetas, hasta acabar apoareandose.
En animales especialmente inteligentes, como el chimpancé, la limpieza
del otro puede llegar a ser una especie de caricatura del amor al prójimo.
El ejemplo más notable de ello nos lo ofrecen los doctores W. C. McGrew y C. E. G. Tutin, del Parque Delta de Nueva Orleans, donde viven antropoides en relativa libertad.
Allí vivía una joven chimpancé hembra, Belle, que se hapía especializado y convertido en la dentista de sus compañeros de horda. La chimpancé actuaba del siguiente modo: con una mano echaba hacia atrás, enérgicamente, la cabeza del paciente que se había sentado en el lugar por ella indicado. Seguidamente, tanteaba con el pulgar y el índice de la otra mano toda la dentadura de su cliente, sin olvidar un solo diente, y después tomaba un trozo de madera terminado en una punta aguzada, que ella misma se había fabricado con una astilla de madera. Con ese bastoncito extraía de los dientes de los otros monos los restos de comida que quedaban en sus intersticios dentales. ¿Sus honorarios? Precisamente esos restos de comida que se engullía tranquilamente.
Éste es el primer caso conocido del empleo de instrumentos en la limpieza de un animal por otro.
A Belle le gustaba especialmente un macho joven, casi un "muchacho",
llamado Bandit. La razón era que este ejemplar tenía los dientes bastante sueltos y se le movían. Hacía poco tiempo que había perdido los clientes de leche. Eso fascinaba de tal modo a la experta que daba siempre prioridad al tratamiento dentral de Bandit al que revisaaba la boca una vez ¡cada cinco horas!
De esta especialización de una chimpancé como :llnpiadora de clientes al sacamuelas de los siglos pasados no hay sino un pequeño paso.
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