16 septiembre 2024

Sobrevivir. 1 El Estrés, función y efectos

Sobrevivir. 1 El estrés. Función y efectos. 
La gran lección del reino animal. 
Vitus B. Dröscher, 1982.


En la estepa del Africa Oriental unos cazadores de animales vivos lograron echar el lazo a una jirafa; desde un vehículo en pleno campo. Obligaron al animal, de Cinco metros de altura, a meterse en una jaula de transporte sobre un· camión. Todo parecía transcurrir perfectamente. Pero cuando el motor arrancó, la jirafa se desplomó en silencio. Muerta. Causa de la muerte: stress por miedo al enemigo.



Cuando un rebaño de ovejas cruzó el corral de una finca rústica, un polluelo, asustado por los animales, se alejó de su madre y sus hermanitos.

Piando con desesperación el asustado polluelo, apenas una bolita de plumas, empezó a correr de un lado para otro y fue a dar en el granero. Allí, el pollito se encontró en medio de un mundo de maravillosa abundancia, pero no tocó ni un solo grano, sino que continuó correteando inquieto y sin descanso en busca de su madre. Al cabo de dos horas, moría en medio de aquella abundancia. Causa de la muerte: stress por el temor de haber perdido a su madre.


Hagamos notar que los polluelos nacidos en incubadora y que nunca conocieron a su madre, se comportan de manera totalmente distinta. Si a los pocos días de vida se les da a escoger entre su desconocida madre y un puñado de trigo, sin vacilar se deciden por el grano. La madre les resulta del todo indiferente y, sin ella, continúan viviendo sanos y alegres. Consecuentemente: La muerte por stress a causa del dolor de la separación, no se produce si antes no se ha creado un lazo de afecto personal entre la madre y el hijo.

Durante muchos años Anna Borchert, una viuda, y su perro de aguas fueron amigos inseparables. Cuando la viuda murió, sus parientes llevaron al perro a un hogar para animales abandonados. El animalito se negó a tocar la comida y con el rabo entre piernas falleció al cabo de tres días, es decir, antes de que tuviera tiempo de morir de hambre. Causa de la muerte: stress motivado por la paralizadora tristeza de haber perdido su referente principal en el mundo.


Desde las primeras horas de la mañana nuestro tordo Floristán aceptóel desafío de un rival intruso y desconocido, al que de inmediato bautizamos con el nombre de Pizarro y los dos pájaros se lanzaron a una auténtica competición de canto. Se disputaban el dominio del jardín y a la hembra Leonore, que llevaba dos semanas aparejada ·con Floristán. Desde las copas de dos pequeños abetos cada uno trataba de cantar más y mejor que el otro. Hacia el mediodía, Floristán estaba muy excitado y en las notas medias su canto se fue atenuando, se atascaba y, poco después, era incapaz de dar el do de pecho. Entonces ocurrió algo que está en total oposición con la moraleja de la ópera a la que nuestra hembra, Leonore debe su nombre. En efecto, Leonore, que había sido mudo testigo, posada en una rama baja, de la batalla de nuestros dos maestros cantores, abandonó a su Floristán, emprendió un vuelo corto para colocarse al lado de Pizarro y, cariñosamente, acunó su pico en las plumas del cuello del vencedor. Eso fue demasiado para el infeliz Floristán. Su canto, ya bastante decaído, se disipó por completo. Se pasó los dos días siguientes acurrucado en las ramas bajas, apenas una sombra de sí mismo, y al tercer día amaneció muerto en la hierba del jardín. No presentaba ninguna lesión externa apreciable. Causa de la muerte: stress por la pérdida de su hembra y de su territorio.


Estos ejemplos nos muestran algo típico: el stress no es, en modo alguno, un síntoma exclusivo que se da en las personas sometidas a las exigencias de una profesión agobiante y de responsabilidad. No sólo se presenta en los altos ejecutivos, sino también en los funcionarios, los obreros, los que ejercen profesiones liberales, los maestros, los estudiantes y los escolares. Y lo que es más: ni siquiera está limitado al ser humano, sino que afecta a todas las manifestaciones de vida superior de nuestro planeta, a todo el reino animal, desde la jirafa hasta el más pequeño de los insectos. El stress no es un específico acompañante de la razón humana sino que actúa en un amplio campo de sensaciones y sentimientos, la angustia, al que están sometidos por igual tanto el ser humano como los animales restantes. Incluso sucede que algunas peculiaridades del stress pueden ser observadas con mayor claridad en el mundo animal que entre los seres humanos.

Así, por ejemplo, en cualquier momento es posible causar la muerte por stress de una abeja con un simple experimento. Los doctores Roy J. Pence, Robert D. Chambers y Manuel S. Viray, entomólogos de la Universidad de California en Los Angeles (la famosa UCLA), apresaron algunas abejas mientras se hallaban libando y las encerraron, por separado, en unas pequeñas redes de gasa dentro de las cuales colocaron diminutos recipientes llenos de miel. A ninguna de las buscadoras de néctar se le ocurrió la idea de libar en su alimento favorito. Revolotearon como dementes en el interior de la tupida red, zumbando y girando incesantemente, y al cabo de dos horas estaban muertas.


Profundas investigaciones han probado que el encierro causa una invasión de las hormonas del stress en la corriente sanguínea de las abejas que, a su vez, provoca en el insecto un ataque de pánico y una extrema nostalgia, un deseo irresistible de volver al hogar.

En cierto modo eso es bueno, pues esas hormonas sacuden todas las reservas potenciales del animal, que actúa al máximo y concentra todos sus sentidos en un solo objetivo: la vuelta a la colmena. Un stress agudo protegerá a las abejas y evitará que mueran perdidas en un lugar desconocido. Pero si en el transcurso de dos horas no logran, pese a todos esos esfuerzos, regresar a la colmena perdida, ese stress, creado por la naturaleza como salvador de la vida, se convierte en gran asesino.

Entre estos dos extremos existen matices múltiples. Investigadores del hospital Monte Sinaí, en Nueva York, situaron a unos ratones en un estado de atemperado stress, mostrándoles un gato a cortos períodos de intervalo. Muy pronto los ratones enfermaron y cogieron la lombriz solitaria. El continuado estado de angustia les robó todas sus fuerzas defensivas, necesarias para enfrentarse con las infecciones. En una situación semejante, las ratas enferman de cáncer.


Pero el stress no sólo golpea con esa mortal violencia en los casos de separación de la madre, como le sucedió al polluelo; o de la pérdida .del amigo humano, como en el caso del perro; o en el del mirlo cantor que perdió a su hembra y su territorio. Ni es algo exclusivo del sentimiento de pérdida de la comunidad a que se pertenece, como le sucedió a la abeja, o de miedo mortal ante el enemigo. En circunstancias aparentemente opuestas, como cuando se produce un exceso de superpoblación y los individuos se ven obligados a compartir un espacio excesivamente reducido, puede ocurrir lo mismo.

Eso quedó demostrado palpablemente en Hagenbeck, el zoológico de Hamburgo, en 1970. En el recinto reservado a una especie de monos de la India se produjo un número excesivo de nacimientos, con gran regocijo de los asistentes habituales a ese lugar, conocido como el Monkey-Saloon. Los visitantes del zoo pudieron pasar un buen rato. Pero un buen día el recinto se convirtió en un infierno. Con diabólico griterío aquellos cincuenta animales que hasta el día anterior formaron una auténtica comunidad pacífica, se lanzaron unos contra otros tratando de darse muerte a mordiscos. ·


"Comenzaron a luchar entre sí -informa Günter Niemeyer, escritor especializado en relatos de la vida animal-. No se libraron ni las hembras ni las crías. El griterío resultaba ensordecedor, el pelo volaba por los aires y la sangre brotaba de las heridas producidas por los mordiscos y de las orejas arrancadas". ·

Cuando llegaron los guardas con sus mangueras a presión y lograron apaciguarlos, había cinco cadáveres en el campo de batalla. ¿Cómo pudo ocurrir algo semejante?

Los excesivos nacimientos habían llegado a crear, poco a poco, una situación de incomodidad en el recinto, consecuencia de la superpoblación. Los monos se molestaban unos a otros por falta de espacio. Minuto a minuto cada uno de los animales tenía que restablecer su autoridad si no quería ser víctima del abuso de los más fuertes. La angustia existencial fomenta un stress crónico . y destruye de golpe las represiones que, al controlar el instinto de agresión y asesinato, impiden que los componentes de un conjunto de monos se maten entre sí.

La superpoblación, como vemos, puede dar lugar a un stress social que termina en violencia y asesinato.

El pensamiento -al menos- en el asesinato tampoco es ajeno al genero humano, cuando se halla sometido a las presiones de un grupo rival. Suplico al lector me ahorre tener que presentar ejemplos, siempre desagradables, de esto. No creo sean necesarios, pues todos los conocemos. Digamos que· a este respecto y en lo emocional, no nos diferenciamos mucho de los monos. La diferencia estriba en que, por suerte, la razón nos sirve como freno de emergencia. ¡Pobres de nosotros cuando éste nos falla!

Los leminges reaccionan en casos semejantes -con demencia idéntica a la de los monos de la India. Todos hemos oído hablar alguna vez de los leminges, estos roedores pertenecientes a la familia de los arvicólidos que forman ejércitos de millones, se multiplican ilimitadamente y, después, en ciega locura colectiva, emprenden la fuga a toda velocidad y si, por casualidad, llegan a las costas saltan a las aguas heladas del Ártico para ahogarse en ellas.


Walter Marden pudo ser testigo visual de una de esas estampidas, en el norte de Noruega, en las proximidades de Narvik. Aquella interminable masa de animales se deslizaba, como una gigantesca alfombra viva cuyo final se perdía de vista a lo lejos, por la falda de una montaña en dirección a la pequeña ciudad de Fauske, en el fiordo de Salt. Inundaron de tal modo los caminos, las granjas y los huertos que los hombres tuvieron que huir y refugiarse en sus casas.

Los leminges, que individualmente son pacíficos y miedosos, en masa se convierten en fieras. Saltan sobre cualquier cosa que se ponga en su camino:  perros, gatos, caballos, automóviles. Muerden los garrotes con que los hombres se enfrentan a ellos.

Tras haber cruzado el pueblo se precipitaron, en un frente muy extenso, sobre una vía férrea precisamente en el momento en que pasaba un tren. En pocos segundos los raíles quedaron cubiertos por una roja masa pastosa de la que parecían surgir los agudos gemidos de los animales moribundos. Eso no impidió que los siguientes pasaran sobre los cadáveres de sus congéneres y continuaran su marcha por debajo del tren. Veinte minutos más tarde la avanzadilla de ese ejército desesperado alcanzó la orilla del fiordo. Inmediatamente se formó un dique y los animales se apretaron formando varias capas una sobre la otra. Se pelearon, se empujaron y se mordieron entre sí hasta que los primeros saltaron al agua y, como dominados por una psicosis colectiva, los demás los siguieron. Como el fiordo en aquel lugar sólo tiene una anchura de unos mil quinientos metros, la mayor parte de los leminges lograron cruzarlo a nado y alcanzaron la orilla opuesta. Una vez allí, su locura pareció enfriarse. Los animales se apresuraron a escalar la vertiente, se extendieron por la ladera y ocuparon la nueva tierra en la que desde hacía muchos años no vivían leminges.

Tiempos antes habían sido aniquilados allí por los osos, los glotones, las martas, los zorros, los linces, las comadrejas: los armiños, las águilas, los busárdos, los halcones, las gaviotas, los cuervos, las urracas y los azores. Apenas existe un animal que tenga tantos enemigos como el leminge. Ésa es la razón por la cual la naturaleza ha organizado en estos animales una forma de comportamiento que a primera. vista puede parecer absurda.

Mientras que la mayor parte de los otros animales, incluso el hombre, pueden contrarrestar el efecto de las hormonas que alarman el cuerpo en caso de stress mediante el efecto de otras hormonas tranquilizantes que debilitan la potencia de aquella y que son producidas por las glándulas suprarrenales, en los leminges esa defensa es casi totalmente inexistente. Son animales supersensibles. ¿Cuál es la razón?

Debido a la gran cantidad de enemigos que los atacan, deben de traer al mundo un gran número de hijos. Eso da lugar a que cada tres o cuatro años se produzcan casos de superpoblación y, entonces, debe suceder algo que obligue a los millones de animales que sobran a emigrar a otras tierras. Cuando la población aumenta en exceso, los animales empiezan a ponerse nerviosos y el stress radicaliza el instinto de acción y movimiento, que los impulsa a huir. Se produce la estampida y, como locos, todos empiezan a correr al mismo. tiempo y en la misma dirección. Se desata una auténtica psicosis colectiva. Su instinto, espoleado. por el stress los impulsa a seguir corriendo siempre en línea recta y en la misma dirección, pase lo que pase. Si por casualidad los leminges llegan a las costas del océano Glacial Artico, eso no basta para frenar el instinto de fuga de los animales, cortos de vista, y todos perecen.

Se trata, por decirlo así, de un- "accidente de tráfico" sufrido por unas criaturas ofuscadas por el stress.

En los seres humanos la simple participación en una manifestación masiva no desata un estado de superexcitación en los que asisten a ella, aunque lasituación esté cargada de psicosis. Las personas, al menos las inteligentes, no son leminges.

No obstante, tan pronto como se produce un impacto de choque, el stress bloquea la razón y nos arrastra a una conducta irracional, de modo que la catástrofe no sólo no se suaviza sino que todavía se hace más grave.

Un científico norteamericano registró formas de conducta totalmente descabelladas durante el gran terremoto de Alaska en 1964. «Cada uno hizo sólo aquello a que estaba acostumbrado sin tener en cuenta que había otras cosas mucho más importantes. Por ejemplo, los bomberos se apresuraron a llegar a toda prisa al lugar de un incendio e intentaron apagarlo, pero se quedaron totalmente desamparados y sin saber qué hacer cuando vieron que la red de suministro estaba destruida y no disponían de agua para sus mangueras.

No se les ocurrió, en absoluto, dirigirse a las ruinas de los edificios no incendiados para buscar en ellas a posibles sepultados todavía vivos.

"En vez de poner de inmediato en acción un plan de urgencia, el alcalde se reunió con sus concejales y proclamaron un estado de crisis en el que, como de costumbre, se produjeron largos debates. La Policía se lanzó a la caza de saqueadores, pese a que en todo el distrito no se había denunciado más que un solo caso de hurto.

Durante la catástrofe se apoderó de todos un temor irracional a la pérdida de propiedad, con tal fuerza que el miedo a unos actos de pillaje, que no habían ocurrido, se transformó en psicosis. La idea de salvar a los heridos y sepultados entre las ruinas sólo la tuvieron a la mañana siguiente".

Bajo la impresión de una catástrofe, la persona humana se diferencia muy poco de los leminges o de la gallina que, por temor a ser atropellada por un auto, se pone precisamente en su camino de modo que no puede menos que ser alcanzada.

Una admisión deprimente: el stress atonta. Otros experimentos con animales refuerzan este reconocimiento.

Fips era un babuino macho, joven y verdaderamente inteligente. Realizaba, en un abrir y cerrar de ojos, todos los problemas y juegos con cubos y figuras que le presentaba el zoólogo francés profesor J. C. Fady. Hasta que un día sucedió algo espantoso.


Se abrió la puerta de su jaula y en ella fue introducido Rugo, un babuino desconocido para él, bastante estúpido, pero también bastante musculoso. Pronto se produjo una dura pelea y el guarda tuvo que separarlos para que Fips no saliera verdaderamente malparado.

Unos días más tarde comenzó un sorprendente experimento. Fips y su robusto adversario se convirtieron en vecinos de jaula, aunque separados entre sí por barrotes. Y el profesor Fady repitió con Fips todos los tests de inteligencia que con anterioridad el joven cuadrumano tan diestramente había superado. La sorpresa fue que, en esa ocasión, Fips se mostró aún más torpe que el extraordinariamente estúpido Hugo. Tan pronto como se corrió una cortina entre las dos jaulas, de modo que Fips dejara de sentirse observado por Hugo, el animal volvió a brillar y conseguir los extraordinarios resultados de siempre. Sin embargo, si la cortina volvía a abrirse, en ese mismo momento parecía como si el cerebro de Fips quedara bloqueado... pese a que la reja que los separaba lo protegía de ser atacado y golpeado. La simple presencia del "colega" físicamente más fuerte colocaba al babuino en una situación de stress tal que el realmente inteligente Fips se convertía de golpe en un animal totalmente estúpido. El stress motivado por el temor a la propia inferioridad física entorpece e incapacita la inteligencia de los monos.

En situaciones de temor la persona reacciona del mismo modo. Por ejemplo, los estudiantes que se sienten asustados cuando, durante un examen oral, el profesor se muestra excesivamente severo. Las malas notas que se derivan de ello debiera el maestro reservarlas para sí mismo, pues se las merece por su defectuoso comportamiento pedagógico. El stress que atenaza a muchos estudiantes, por temor a las malas notas, produce un aumento de la incapacidad de aprender sin aumentar en absoluto el rendimiento. Es algo que los etólogos tendrían que hacer saber a los pedagogos.

Si un ser vivo se ve sometido a una situación de stress durante mucho tiempo, o si ésta se repite de manera frecuente, se crean formas diversas y extrañas de estupidez. El profesor Dietrich v. Holst, de la Universidad de Munich, ha realizado una serie de sorprendentes experimentos con las tupayas. Se trata de animalitos que tienen cierto parecido con nuestras ardillas comunes, pero que son antepasados primitivos de los prosimios y, por lo tanto, también del hombre. Pertenecen a la familia de los primates. Las tupayas son de los contados animales en los que resulta fácil advertir, a simple vista, cuando se hallan sometidos al stress, pues se produce en ellos una erección del pelo; sobre todo del de la cola, que, por lo general, se encuentra liso y pegado a ella, pero que en casos de fuerte presión emocional se eriza y da al rabo un aspecto de limpiabotellas. Estos mamíferos que viven en el sudeste de Asia, son tan sensibles al stress como los leininges, con la diferencia de que no caen presas de una psicosis colectiva como la de aquéllos. Pero son víctimas de una gran tristeza anímica cuando ven cerca a un congénere que no pertenece a su propia familia, esto es, su hembra o .sus crías. Surge en ellos esta manifestación de stress cuando tienen ante su vista un macho de su especie, incluso si éste fue anteriormente vencido por ellos.


La pregunta que se planteó el investigador fue: ¿hasta qué punto sufre la salud y qué daños corporales produce un aumento del stress? En el tiempo comprendido .entre las seis de la mañana y las seis de la tarde si una. tupaya se ve obligada a ver durante dos horas a un «mal» enemigo, logra dominar su stress de manera razonable. Sin embargo, si la situación de stress se prolonga algún tiempo más, la hembra se vuelve caníbal y devora a sus propios hijos. Esto ocurre siempre. El fenómeno no se presenta de improviso, sino que al principio sigue amamantando a sus crías con el cariño de siempre. Pero cuando la presión del stress se hace demasiado · fuerte, salta de manera imprevista y devora a sus hijos uno tras otro. Además, deja de comportarse como hembra y trata de aparearse con otras hembras como si de repente se hubiera vuelto macho. Si el stress se prolonga unas seis h~ras al día, todas las hembras se vuelven estériles y los machos impotentes. En las hembras a punto de parir, las crías aún no nacidas se disuelven de modo total en los jugos corporales de la madre. Es decir que la vida joven se disuelve en el vientre materno sin dejar rastro. En los machos, los órganos sexuales sufren una regresión tan radical que no pueden ser identificados como tales.

Siete horas y quince minutos de stress diario traen como consecuencia que las tupayas pierdan más del treinta por ciento de su peso en tres días; sus grasas y proteínas son consumidas por el miedo permanente. Las palpitaciones cardiacas, la temperatura elevada, la inquietud interna, influyen en toda una cadena de hormonas que, entre otras cosas, causan rápidas contracciones de los músculos cardiacos. Las razones por las que la naturaleza hace que bajo el stress el corazón se debilite y quede sometido a los peligros del infarto, todavía no son conocidas.

Un stress continuado, sin ninguna pausa para la recuperación, causa en estos animales un único y definitivo efecto: la muerte, que puede presentarse al cabo de varios minutos o de pocas horas (según la potencia del stress), y llega antes que el animal haya alcanzado una delgadez esquelética. En los casos en que la muerte tarda en producirse, el animal parece consumirse vivo hasta que acaba muriendo. Los daños causados por el stress al corazón y otros órganos internos son irreparables. Eso hace que el stress continuado sea, de todo punto, inadecuado como cura de adelgazamiento en individuos obesos. La aplicación de las consecuencias de los resultados obtenidos con las tupayas al hombre, no es absurda, como el profano en la materia podría suponer. Recientemente, en un taller de mecánica de precisión de la ciudad alemana de Essen, la producción sufrió un notable retroceso hasta quedar virtualmente. paralizada. Se contrataron nuevas obreras, totalmente sanas, que, paulatinamente, al cabo de pocas semanas, empezaron a ser víctimas de enfermedades inexplicables. Como sus antecesoras tuvieron que ser dadas de baja y sometidas a una cura de reposo. Se recuperaron rápidamente, pero tan pronto como regresaron al trabajo volvieron a enfermar en pocos días. La empresa contrató a un psicólogo que, finalmente, acabó identificando al "agente patógeno". Se trataba del ingeniero inspector de la producción. Éste había colocado los puestos de trabajo de tal modo que podía llegar por detrás hasta cada una de las obreras, lo ·que solía hacer caminando silenciosamente con zapatos de suela de fieltro, sorprendiendo y asustando así a las mujeres con sus exclamaciones de reproche cuando opinaba que se distraían en su trabajo.

Ese negrero no pudo entender que el psicólogo le advirtiera que su método de vigilancia no aumentaba el rendimiento ni la moral de sus obreras.- Pero se había convertido en un permanente factor del stress de éstas y con su actuación paralizaba su capacidad de trabajo y su moral. Su disposición psíquica y su salud se veían peligrosamente amenazadas. El Simposium Internacional para la Investigación ·del stress, celebrado en la isla de Sylt en 1977, mantuvo la tesis de que éste no era un caso aislado y propuso que se tomaran medidas para eliminar por completo el stress, sobre todo el que afecta a los estudiantes, el de los exámenes y del rendimiento.

Debo prevenir, sin embargo,_ contra el peligro que puede significar para el niño la eliminación radical del stress. Por terribles que son los ejemplos que la zoología nos ofrece sobre las catastróficas consecuencias del stress, no hay más remedio que admitir que este síntoma no es, ni mucho menos. Un acontecimiento absurdo de la naturaleza.

Se han realizado experimentos con animales cuyas condiciones de vida y exigencias fueron establecidas de manera que se les evitara por completo el stress. Se puede facilitar a un animal una dosis suficiente de tranquilizantes con lo cual, por ejemplo, un antílope adquiere un estado anímico tan equilibrado que ni siquiera siente miedo ante un león.

Babuinos y tupayas sometidos al mismo tratamiento no sienten temor ante la visión de congéneres corporalmente más fuertes, y no se produce ese bloqueo de las reacciones que observamos normalmente en otras circunstancias. Pero los tests de inteligencia realizados con ellos demostraron que su capacidad de aprendizaje se veía muy afectada por la indiferencia, pues no consideraban necesario- esforzarse en aprender.

Consecuencia: el eliminar por completo el stress significaría renunciar a una importante fuerza impulsora en el mecanismo de la vida. Algo de stress, ese famoso hormigueo nervioso que padecen algunas personas, ese alado nerviosismo del actor antes de salir· al escenario o del deportista antes de la competición, la excitación íntima anterior al comienzo de la realización de una tarea importante, todo eso resulta indispensable cuando se trata de demostrar de lo que uno es capaz.

La gran tarea del futuro es la siguiente: tenemos que aprender a convivir con el stress de manera que nos estimule, pero no nos destruya.

Muchos animales pueden hacerlo así y de un modo en el que podemos aprender cosas interesantes para nosotros las personas. He aquí un ejemplo:

-El grupo de cazadores y ojeadores avanzaba melancólicamente sobre los campos encharcados por la lluvia. De repente, uno de los cazadores se quedó inmóvil como si hubiera echado raíces. Apenas a tres metros de él estaba una liebre, acurrucada en un lecho formado en una de las rugosidades del suelo, y lo miraba con los ojos extremadamente abiertos, pero no se movió en absoluto.

Anteriormente se creyó que las liebres dormían con los ojos abiertos. Pero lo cierto es que ese estado es todo lo contrario al sueño. Precavidamente el cazador dio un paso más en dirección a su presa. En ese momento el supuestamente adormilado animal se lanzó al aire a un metro de altura, como si bajo él hubiera estallado una mina, e inició una vertiginosa carrera a setenta kilómetros por hora para alejarse de allí. El profesor Otto V. Frisch, de Braunschweig, ha considerado este extraño comportamiento como una reacción de stress: la liebre, naturalmente, ve al cazador ya de lejos, se apodera de ella un miedo espantoso, pero confía en no ser vista, lo que ocurre con mucha frecuencia. Al mismo tiempo, el stress bombea su cuerpo con fuertes latidos cardiacos y la máxima irrigación sanguínea llega a todos sus músculos, que se cargan de energía para que el animal, en caso de ser descubierto, pueda salir huyendo con un impulso inicial instantáneo como un rayo y a su máxima velocidad.

Es lo mismo que sucede con el coche de carreras cuyo motor se acelera al máximo en punto muerto para que en el momento en que se da la salida pueda hacerlo con la mayor fuerza y velocidad iniciales. Como todo el mundo sabe, un motor de automóvil que se mantuviera en marcha a todo gas y en punto muerto, acabaría por averiarse en corto tiempo.

Con la misma rapidez los órganos internos de una liebre quedarían afectados por "la enfermedad de los ejecutivos" si el animal no supiera protegerse contra ello mediante dos ingeniosas normas de conducta. La primera de estas medidas protectoras contra las lesiones del stress: cuando la liebre, con su "motor" girando a toda marcha en punto muerto, se queda en su cama sin ser descubierta por el cazador o el zorro, tan pronto como éstos se han marchado la liebre hace un par de carreras por el campo como si realmente estuviera siendo perseguida. Con ello el potencial energético acumulado se descarga internamente de manera totalmente natural. Las hormonas de la acción, que con la inactividad del animal atacarían a sus órganos internos de manera insensata y acabarían por dañarlos, las transforma el animal en energía de movimiento del cuerpo y de ese modo las neutraliza instintivamente en forma tan asombrosa como óptima.

La persona puede aprender de la liebre algo decisivo al respecto. También nosotros, cuándo nos encontramos en una situación de stress, sentimos un impulso instintivo de movimiento y acción al que debemos dar rienda suelta. El hombre primitivo, de cuya naturaleza todavía participamos, se sentía afectado por el stress en la caza, en las luchas tribales, en las rivalidades personales, es decir, en situaciones que exigían una acción inmediata: la rápida huida o la lucha a muerte o el combate entre camaradas para establecer un rango. Con eso reaccionaba contra el stress.

Nosotros las personas civilizados, por el contrario, nos vemos obligados muchas veces a desahogar en nosotros mismos nuestros enfados cotidianos. No nos atrevemos a dar rienda suelta a nuestro mal humor cuando se nos hace una mala faena, sino que tenemos que seguir portándonos bien en nuestro lugar de trabajo.

El hecho de que sometidos al stress nos veamos condenados a la inactividad o que (como esos directivos en honor de los cuales el fenómeno fue en un principio y falsamente llamado "enfermedad de los directores") sólo intentemos dominar el stress por medios psíquicos, es lo que ha elevado este síndrome a la categoría de enfermedad número uno de la civilización.

Sería recomendable dar tres vueltas en torno a la manzana, a buen paso, después de la pérdida de un negocio o tras de una bronca con el jefe. A los estudiantes les iría bien pasarse una hora jugando al fútbol en el campo de deportes de la escuela después de su trabajo en las aulas.

Lo .más importante, pero también lo más difícil de conseguir, es que esa actividad física se realice mientras circulan todavía en el organismo las hormonas que el stress hizo llegar al torrente sanguíneo. El acudir a últimas horas de la tarde al campo de deportes, cuando se tuvo una discusión al mediodía, tiene un valor bastante restringido porque las hormonas hace tiempo que se eliminaron y el daño ya está causado.

La segunda medida protectora de las liebres contra los daños del stress de naturaleza totalmente distinta. El profesor Otto V. Frisch la observó por vez primera en animales jóvenes. Si se les asusta, por ejemplo, enseñándoles un perro. Extrañamente se observa que su ritmo cardiaco, que normalmente es de 354 pulsaciones por minuto, desciende a 186, es decir, que se reduce en casi un cincuenta por ciento en vez de aumentar, como podría esperarse. Puede decirse que el joven .animal se "tranquiliza" para no acabar subiéndose por las paredes". 

Si se considera el hecho con atención, no cabe duda de que tiene lógica. Una mayor irritación no serviría de nada al animal. Consecuentemente, las liebres tienen dos formas muy diversas de manifestar el miedo: una "caliente", un miedo que actúa como estimulante, y una "fría", en la que el miedo más bien paraliza. A las personas nos cuesta mucho trabajo comprender ese doble rostro como expresión de una situación de terror. Y, sin embargo, también conocemos ese miedo que nos entumece y hace que el corazón se nos detenga en el pecho. . Una liebre vieja que ve de lejos al enemigo que se aproxima, se verá, en primer lugar, afectada por el miedo "frío". Su ritmo cardiaco se hará más lento. Se encogerá en su escondite. En ese momento las hormonas del stress aún no sacuden el cuerpo para hacerle desarrollar su máxima capacidad de acción. Un enemigo lejano no logra dañar su organismo con los efectos del stress. Sólo muy poco antes de la llegada del instante en que el animal debe saltar para comenzar la huida el miedo "caliente" comienza a hacer que la liebre de campo vea aumentar su ritmo cardiaco. La_ naturaleza ha logrado un método para conseguir que el stress perjudicial no haga acto de presencia hasta que no es de todo punto necesario. La persona únicamente puede conseguir algo semejante mediante el· empleo de la razón: obligándose a no asustarse ni a preocuparse por algo hasta que el acontecimiento peligroso o amenazador no se ha agudizado. Otros animales conocen diversas posibilidades de evitar las malas consecuencias del stress.

El profesor de Mainz Rudolf Bilz ha bautizado este experimento suyo, realizado con ratas de campo. recién capturadas, con el nombre de "experimento con la esperanza".

Si uno de estos animales es arrojado a un barreño lleno de agua, cuyas paredes lisas no le permiten salir, al cabo de quince minutos de agitarse y nadar de un lado para otro, en pleno desconcierto, la rata muere a consecuencia del stress. En circunstancias normales, ese tipo de ratas pueden nadar hasta ochenta horas ininterrumpidamente antes de ahogarse. Consecuentemente, la causa de la muerte no es el esfuerzo físico sino solamente el miedo mortal ante una situación sin salida posible.

Al día siguiente se realizó un experimento semejante con otra rata del mismo tipo. En ese caso, sin embargo, después de dejar a la rata cinco minutos en el agua se le lanzó una tablilla por la cual pudo trepar y alcanzar· un blando nido preparado de antemano la tablilla salvadora, el animal no muere de stress. Aguanta nadando en el reccpiente ochenta horas, como un campeón de resistencia, hasta su total agotamiento, anünada por la esperanza de que en algún momento se le vuelva arrojar la tablilla salvadora.

De esto puede extraerse una lógica consecuencia: la esperanza en una salida debilita de manera notable los efectos patógenos del stress. A la inversa, una sensación de abandono y desesperanza pueden ser causa importante en la génesis de un stress prolongado. Teniendo en cuenta las exigencias en el campo del rendimiento productivo de nuestra sociedad industrial, las personas de las cuales depende la dirección de los negocios y la política deberían cuidar de no empujar a nadie a un estado de angustia existenal desesperanzada, si no quieren cometer un delito contra la fuerza creativa la salud de sus semejantes.

Otro experimento realizado por el profesor Jay M. Weiss, en la Universidad Rockefeller, parece comprobar lo expuesto. El investigador encerró a un buen número de ratas en jaulas, tan estrechas que parecían hechas a medida de sus cuerpos, dentro de las cuales los animales tenían que permanecer móviles. Durante cuatro días se sometió a las ratas a frecuentes descargas eléctricas en la punta de sus colas. La mitad de las ratas estaban obligadas soportar la situación sin hacer absolutamente nada, mientras que el resto podía mover sus patitas delanteras, con las que giraban una especie de noria cuando intentaban escapar al dolor.

Cuando las ratas recibían la sacudida de la corriente eléctrica, la mitad de las ratas "huían", aunque sólo fuera teóricamente, es decir, sin poder moverse de sitio, "corriendo" con sus patas delanteras. Por muy rápido que fuera el movimiento de sus patitas no se alejaban, realmente, ni un solo milímetro del origen de su tormento. Sin embargo, las consecuencias patógenas del stress fueron mucho menores en esas ratas que en las otras que, al recibir la sacudida, no podían "escapar".

Sucede que no hay forma de apreciar externamente si una rata padece de stress. Hay que matarlas después del experimento y medir la extensión total de sus úlceras de estómago. Los milímetros de úlcera determinan exactamente la presión del stress.

No es fácil calibrar en todo su valor el significado de estas investigaciones. Pero demuestran, sin lugar a dudas, que incluso en una situación tan desesperada como la de las ratas encerradas en jaulas pegadas a su cuerpo, puede hacerse algo para aminorar las consecuencias patógenas del stress, aunque el acto pueda parecernos carente en absoluto de sentido. Si la fuga no es posible, podemos inventarnos una fuga aparente; en lugar de la huida imposible, el derecho al pataleo. Con eso el daño queda reducido a una tercera parte (medido en "milímetros de úlcera de estómago"). Los etólogos llaman a esta conducta "contrarreacción mediante un acto sustitutivo". Algo que debería dar valor a las personas que se encuentren en una situación sin salida y oprimidos por el stress. Un acto sustitutivo adecuado puede ayudarnos mucho a evitar consecuencias graves para nuestra salud. ·

El profesor Weiss estableció otra variante en su experimento que, igualmente, puso de manifiesto nuevas posibilidades de contrarrestar el efecto negativo del stress. Sometió a una rata a descargas eléctricas en la punta del rabo a intervalos irregulares y al cabo de cuatro días se comprobó que la rata había desarrollado úlceras de estómago de una longitud total de nueve milímetros.

Hizo lo mismo con otra rata, pero cuidando de hacer sonar una señal acústica diez segundos antes de cada descarga eléctrica. En esta última, las úlceras sólo alcanzaron un milímetro y medio de longitud. Los dos animales recibieron el mismo número de descargas eléctricas de la misma duración e intensidad. Consecuentemente, el daño corporal motivado por las descargas fue idéntico. No ocurrió lo mismo con, los daños del stress. El segundo animal era advertido por la señal, diez segundos antes, de la llegada del dolor. Y aprendió en seguida que sólo tenía que sentir miedo durante esos diez segundos; por el contrario, el otro animalito tenía que vivir en un continuo temor sin saber nunca de antemano cuándo iba a llegar el terrible momento de la sacudida eléctrica. Consecuentemente, la posibilidad de prever una situación desagradable disminuye notablemente las consecuencias del stress. Los sabios aún no se han puesto de acuerdo sobre el hecho de si en una comunidad animal -una bandada de gansos, una manada de lobos, un conjunto de hienas, un rebaño de cebras o una familia de conejos silvestres- el establecimiento de una ordenación jerárquica previamente determinada, disminuye la frecuencia de las luchas internas y la gravedad de la tensión del stress. Y esto es algo que debe ser considerado en toda su importancia a la hora de investigar la cuestión de si la ordenación jerárquica en la sociedad humana aumenta o disminuye el stress.

Pruebas de laboratorio realizadas por los doctores L. DeKock e Imke Rohn, que utilizaron para ellas leminges y ratones de pelo rojizo, hablan bien claro a mi juicio. Encerraron en jaulas a los animales que, tan pronto como estuvieron en ellas, establecieron una ordenación jerárquica. Los investigadores tuvieron la ingeniosa idea de meter en cada una de las jaulas una de esas ruedas de noria que pueden girar sin fin y observar cuáles eran los animales que más la utilizaban.

Quedó en claro algo realmente inesperado: mientras más bajo era el status social del individuo dentro de su comunidad, con mayor frecuencia se subía al «juguete», para intentar inútilmente una fuga imposible. Siempre que un ratón sufría un rechazo utilizaba la rueda. Es decir, los que estaban en los últimos peldaños de la escala social eran los que más intentaban «escapar», mientras que los "jefes" casi nunca la utilizaban.

De esto puede deducirse que la realización del instinto de movimiento puede indicar la existencia de una situación de stress. También que si es cierto que la ordenación jerárquica desplaza las luchas internas en el seno de una comunidad animal, no elimina el stress del que sólo se libran los animales de "alto rango". En las capas más bajas de la población de ratones es donde la carga anímica se hace más grave.

En una manada de lobos en libertad no cambian las cosas. En períodos de hambre, los miembros de la "clase media" atacan con creciente malevolencia a los animales de las "clases bajas" a los que, finalmente, acaban por expulsar de la manada. Los expulsados prolongan durante algún tiempo su existencia solitaria, que los vuelve extraordinariamente agresivos, pérfidos y peligrosos. Esto, sin embargo, no es un signo de vitalidad, sino la expresión de una última rebeldía que no impide que pronto les llegue la muerte, pues el apoyo de la manada el lobo solitario está perdido. En los lobos que dejaron su manada, la situación no es irreversible. Cuando han escarmentado pueden, en determinadas circunstancias, ser admitidos de nuevo en ia comunidad. Los vigilantes de las regiones salvajes del Canadá han sido testigos de este acontecimiento:


En una manada de lobos salvajes en libertad, una loba vieja no quería someterse a la autoridad de las hembras más jóvenes, que se habían hecho mucho más fuertes que ella. Las peleas se hicieron cada vez más frecuentes y crueles hasta que la vieja loba fue expulsada de la manada.

Tres días más tarde, cuando la manada galopaba siguiendo un rastro, la  loba se interpuso en su camino... llevando en sus fauces un joven cabu que ella misma había cazado. Era como si les quisiera decir a sus antiguos compañeros: "Os lo regalo si me dejáis que vuelva con vosotros". La loba volvió a la comunidad y en los días siguientes pareció totalmente cambiada. Ayudaba a las hembras jóvenes en el cuidado de sus crías, se quedaba frecuentemente de guardia en la guarida, en la caza se mostraba especialmente activa y no volvió a pelear con las otras. En resumen: volvió a ser un miembro útil de la comunidad, con lo cual es casi seguro que logró prolongar su existencia varios años más. La loba logró vencer su stress mediante su rendimiento social al servicio de la comunidad.

Los métodos con los que los animales disminuyen los males del sstress se incluyen en la gran fórmula de supervivencia de la naturaleza.

¿Se trata de una fórmula sencilla?

Por una parte es tan simple que los animales están en condiciones de aplicarla sin saber nada de esas cosas. Por la otra, no obstante, resulta tan complicada para nosotros, los hombres, que todavía no hemos aprendido a comprender y asimilar con nuestro entendimiento y nuestra razón todas esas cosas que los animales realizan de modo inconsciente. 

Sobrevivir. 1 El estrés. Función y efectos. 
La gran lección del reino animal. 
Vitus B. Dröscher, 1982.

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