La tolerancia, virtud necesaria y peligrosa
PARA UNA “ÉTICA CIVIL” EN TIEMPO DE CRISIS.
BARTOMEU BENNASSAR
El mismo título lleva tal vez el peligro de no entenderse por lo pronto.
En la reflexión quisiera hacer comprensible esta afirmación, sin embargo las connotaciones y complejidades que incluye ciertamente.
En tiempos de democracia la palabra clave puede ser tolerancia; por el mismo procede escatirla de primera cuenta para que por las retchilleras no se nos escape la sustancia o se afiquen siendo alejados de lo que de verdad se quiere expresar. Es necesario aclararlo para que la “ética civil” (vivencia y formulación de la moral en y por una sociedad secular democrática y pluralista) sea correcta.
En sentido positivo puede decirse de ella que es la virtud o actitud que mueve e incluye respeto, acogida, apertura, magnanimidad, diálogo, nobleza, paz, paciencia, comprensión, reconciliación, perdón, derechos, libertad... La libertad es, cierto, condición para la tolerancia y derivación consecuente de la tolerancia. Libertad, democrácia, pluralismo, tolerancia, nombres no idénticos pero inseparables.
Los diccionarios nos hablan de la disposición a admitir, permitir o soportar en los demás una forma de pensar, de creer y de obrar, diferente a la nuestra y que aun no nos place.
Libertad y tolerancia van de la mano. Históricamente se afirmó que “el liberalismo se pecado” y también lo era el régimen de tolerancia. Hoy no se dice que la libertad sea pecado, sino todo lo contrario, pero sí la economía que favorece en la práctica libertades desiguales e injustas, es decir el liberalismo individualista e insolidario. En la actualidad afirmamos que la tolerancia es virtud, pero... enseguida discernemos peligro. Por desgracia en España estrenamos ahora cosas ya viejas en los vecinos. Este retraso hace que podamos mirarnos al espejo próximo para no embelesarnos, deslumbrantes, ante virtudes sin ningún daño o peligro. La tolerancia ha pasado de ser tenida como mal absoluto, después como mal menor, hasta ser magnificada como bien absoluto. Justo acabamos de abandonar la intolerancia, tenida como virtud manifiestamente católica al servicio de la verdad contra todo error y cualquier heresiarca; acabamos de estrenar la II libertad religiosa –la tolerancia siempre se ha acompañado de trasfondo religioso– en el Concilio Vaticano II; justo comencemos... ya alertamos de peligros y trampas.
Creo que de esta forma se contribuye a un necesario pero aclarado "rearme" moral ya una clara y decisiva "ética civil". (No confundir rearme moral, remoralización, nueva moral con “mayoría moral” o parecidas palabras que en los EEUU de América significan frecuentemente unas fuerzas de base religiosas, mayoritariamente para no únicamente ni exclusivamente evangélicas y fundamentalistas, y sociales y políticas derechistas, conservadoras, impositivas, muy poco tolerantes).
1. Tolerancia ¿virtud peligrosa?
¿En qué sentido afirmamos que la tolerancia es un peligroso virtud?
¿La tolerancia es peligrosa porque puede introducir y permitir injustamente la (in)tolerancia de unos contra otros? la fuerza de los más poderosos contra los más débiles...; porque puede “bendecir” el mal con el hisopo del silencio y con capa de paciencia y de resignación; puede convertirse en pacifismo barato y en pasivismo cómodo; puede tolerar cualquier dictadura.
La moderación –palabra magnifica siempre como virtud– ¿es el camino, aunque sea el más largo, para llegar a la justicia? ¿No esconde miedos irracionales?, ¿No hace el camino intransitable con un “ya está bien así”?
¿La prudencia no esconde a veces grandes crisis de impotencia o dejadez? Al menos pueden referirse a prudencia frases como estas: ¡Déjalo estar! ¡No te añadas! ¡No es el momento oportuno!
La paciencia –parte de la tolerancia– no abarca toda la anchura del comportamiento personal y social en la confrontación con el tiempo necesario para el crecimiento de las personas, de las instituciones, de las cosas.
También procede la lucha, la impaciencia, sensata sin duda.
La cuestión de la unidad de todos no resuelve ni el problema de la verdad que fundamenta la unión auténtica, ni la cuestión del amor sincero. Todo puede derivar hacia un neutralismo, ecleticismo, escepticismo y memfotismo) indiferentismo, arbitrismo... bien funestos.
¿Exige la paz social o el pacto y el consenso (nombres más laicos) la tolerancia a cualquier precio? La necesaria paz, bien fundada, no puede hacer olvidar los hechos ni los rasgos culpables –sí el nombre del pecador– para no repetir cruenta la historia. El poner evangélicamente la otra mejilla no implica el silencio del gemido por el mal obrado, ni la pasividad cómplice del ver cómo pegan al hermano, ni menos el discurso, distante e insensible, del consejo a la resignación.
¿La tolerancia –expresando lo contrario– no exigirá la muerte de la discrepante comunicación en el mar del silencio? ¿No será un retroceso moral?
La tolerancia es muchas veces una dominación con concesiones, franquicias, excepciones, con conmiseración o “perdonavidas”, con temor o “qué remedio nos queda”. El grupo mayoritario, o más fuerte, organiza la sociedad según quiere, más o menos. El fuerte o mayoritario es entonces tolerante “dejando vivir al otro”.
El otro, el débil o pequeño, es tolerante “dejando al otro organizarse como crea y quiera hacerlo”.
¿Esa es la virtud de la tolerancia?
La tolerancia que organiza el conjunto de la sociedad y la concesión de franquicias particulares puede demostrarse, según los casos, partidista, restrictiva, despreciativa, fuerte, hasta casi ahogar las voces de las minorías. Puede manifestarse respetuosa, liberal, aprobadora, compasiva... benévola, dócil. Puede también revestirse de una actitud débil, sometida, huidiza, memfotista, “pasota”, voluble al viento del momento. Por eso dudo muchísimo que la tolerancia sea un buen principio, aislado, absoluto y maximalista, por una sana y justa convivencia.
La tolerancia es seguramente una buena decisión por un comportamiento a nivel individual... Tal vez se pueda decir allá de “ser jansenista (intolerante) con uno mismo y jesuita (tolerante) con los demás”.
La intolerancia, es cierto, produce resultados atrocísimos, hasta llegar a la violencia más sangrienta ya las guerras ya los desprecios más salvajes y a las dictaduras más fanáticas.
2. Intolerancia fanatizada.
Intolerancia y fanatismo tienen muchos elementos comunes, aunque no se puedan decir que sean lo mismo. Semejantes, coincidentes en muchos puntos y que se pueden sumar y multiplicar entre ellos fácilmente. El fanatismo consiste en una actitud de conquista ideológica del otro, desde posturas exaltadas patológicas, casi sacrales o místicas, visceralmente irracionales y con medios despóticos, tiránicos, agresivos y violentos.
El fanatismo añade a la intolerancia una nota de exaltación "misionera", casi sagrada y fuertemente violenta. Por eso en este apartado he adjetivizado la intolerancia como fanatizada. Ésta rompe y corrompe la convivencia social, pluralista y democrática; y por el mismo cualquier intento de ética civil. El fanatismo añade a la intoleráncia el elemento, inevitable de la violencia, de la victimación, de la sangre. Proceso que comienza por la descalificación y descrédito de la víctima y por el exaltarniente del fanático como mesías salvador 2 El fanatismo (y en lógica el fanático), es, pues, teológicamente blasfemo, psicológicamente dominante y moralmente intolerable.3 A las causas del fanatismo ya podemos conocer cuestión: la presión externa (a veces muy íntima) de los grandes partidos y de la gran institución iglesia sobre las personas y los pequeños grupos provoca dinamismos fanatizadores. ¿Iremos, mujeres, hacia una tolerancia estúpida, pasota, acrítica, podríamos llamarla fanática?
3. ¿Tolerancia fanática?
Con todo creo que no es necesario asumir la tolerancia como casi único valor, sino la contradicción entre la tolerancia vivida y la intolerancia afirmada. El principio y la práctica de la tolerancia, formulado ilustración, es sólo posible en el interior de la clase burguesa...; así puede resultar fácilmente; un comportamiento contemporizador, “burgués”, y tranquilizador de las conciencias y, lo que es más grave, sistemas injustos. La tolerancia es un buen principio para el mantenimiento de las cosas tal cual uno las ha encontrado.
La postura teórica de la tolerancia nos da una posición democrática de pueblo, de convivencia, de igualdad...; pero, de hecho, esta postura favorece a quienes pueden ser "más tolerantes" que los demás, "más iguales que los demás", es decir, favorece a los más fuertes, quienes poelan mirar las cosas y las personas por encima del hombro.
No quisiera pensar en la tolerancia como virtud ejercida solarnent por aquellos que no tienen otro remedio que ejercitarla, esto es, sufrirla los de abajo, aguantando los de arriba. Tampoco debería confundirse tolerancia con impotencia, debilidad, “lealismo” o servilismo.4 Ni tampoco la intolerancia, inmadurez, acriticidad, impaciencias huidizas, manifestaciones llamativas de independencia adolescente...
Por eso no es extraño que alguien se apunte moralmente –y también evangélicamente– para cortar y romper antes que para unir y tolerar.
Es una moral más luchadora ésta, menos fácil. La tendénea a la homogeneización, al hormigón que iguala todas las construcciones, a la estendarización, es muy torcida. Hay que hacerle frente.
El “juego” verdadero de la vida y de la convivencia no se pone ni se juega en el campo de la tolerancia, que puede ser norma jurídica y norma de tranquía paz, aunque discutible, sino en el campo de las decisiones positivas, tal vez intolerantes, intolerables.. .
Podemos escuchar lo que Pablo afirmaba de la palabra dicha a tiempo y fuera tiempo, oportuna e inoportunamente, con intolerante tolerancia.
No he venido a dejaros una paz cualquiera, sino una guerra, para cambiar y transformar hombre y mundo.
La tolerancia no puede amparar, esconder o enmascarar la continuidad del error o de la injusticia. La tolerancia no puede dejar el mal sin corrección, ni las situaciones atentatorias contra los derechos humanos y de los pueblos sin cambio. Por eso la tolerancia deberá acompañarse de esfuerzo transformativo, y de lucha. De forma instituida o constitucional esta posibilidad de ejercer la tolerancia, o de sufrir la tolerancia desde ciiferentes lugares y por tanto con perspectivas virtuosas distintas, se llaman elecciones periódicas, libres, secretas. Pero también debe saberse que tolerancia significa e impone disponibilidad y capacidad de negociación y de pacto. Pero quien debe estar más dispuesto a menos imponer, es el más fuerte. El número o cantidad no es el mejor punto de referencia para la vida social tolerable. Una sociedad se hace cohabitable cuando los hombres que la constituyen se esfuerzan en hacerse unos a otros, a reconocerse, a ponerse unos en el lugar de otros, a ayudarse unos a otros.
4. El reto de la tolerancia cristiana.
A todo aquel que hoy ayude a la convivencia debe apoyarse.
Se debe apoyar todo cuanto favorezca la convivencia. La intolerancia se vuelve violencia y se convierte en holocausto nuclear. Por eso la tolerancia parece el camino para que el hombre no sea lobo para el hombre o para que entre todos no nos construyamos el infierno en la tierra. Pero hay que ir más allá de la tolerancia. El reto actual por el ciudadano, y para el cristiano menos aún, no se encuentra en la tolerancia del otro, sino en la estimación al otro, en la fraternidad. Saber perder y desvivirse por el otro –salvo novísimo de tolerancia– es constitutivo del cristiano y sacramento (signo y eficacia) de una sociedad nueva.
Salvo y signo desconcertante y extraño en un mundo y por una sociedad que nos educa por la competitividad agresiva, para ser ganadores, por el beneficio máximo, por el triunfo, por el dominio. Valor y práctica consecuente del saber perder, del negarse a uno mismo, en la donación sin recompensa, en el servicio gratuito, en la entrega total, en la confesión de los errores, en la aceptación del fracaso, en la renuncia a la fama, al éxito, al poder, en la subida al calvario y en la muerte en cruz. La tolerancia cristiana no consiste en un simple soportar y admitir al otro; consiste en dejarse tomar el por los demás y en desvivirse por los demás.
Es interesante constatar la sensibilidad de Mn. Carles Cardó –debería ser la nuestra- cuando pide que “la intolerancia, que tantos estragos ha causado sea sustitulda, no justo por la tolerancia –concepto molesto que sobretiende el mal en el próximo– sino por el respeto y, si somos cristianos, por el amor”. ¿Fue Jesús tolerante o intolerante? ¿Fueron intransigentes las primeras comunidades cristianas? Las respuestas irán por el camino de la unión de ambas actitudes: la tolerancia y la intolerancia con vistas al bien superior: la vida y la vida de Dios por el hombre.
5. Tolerancia: tensión permanente.
Es verdad que tolerancia podría referirse a aquellas actitudes que van desde mínimos comportamentales –que caen ya por la vertiente del indeferentismo y el escepticismo– hasta los máximos que tumban en la heroicidad y el martirio de la entrega abnegada al otro, porque es otro, precisamente un enemigo. En medio de esta ruta pueden encontrarse un grupo de posturas que configuran la riqueza diversificada de esta virtud que hemos señalado; como “peligrosa”, por la confusión en el extremo primero indiferencia, memfotisrne, comodidad social, escepticismo no entrarían en la definición de la tolerancia. Tolerancia significa aprender a convivir, a colaborar con los diversos y divergentes, a aceptar la diferencia, a reconocer a los demás, a relativizar las propias ideas, instituciones y proyectos, a alternar silencios y marginaciones con tiempos dedicados a la palabra y al trabajo visible, a luchar contra hegemonías por una más sana igualdad...
No está reñida la tolerancia con la tensión permanente entre los ideales morales ofrecidos por unos grupos o iglesias y los mínimos exigidos por el Estado, tal y como lo expresa O. González de Cardedal: “Para nosotros la ética civil surge como resultado de la tensión permanente entre los máximos morales, que desde las propias visiones del mundo viven y ofrecen a desiderativas y activas) bien sean políticas, sociales o religiosas por un lado, y por otro lado los mínimos morales que el Estado debe suministrar a una sociedad, para que aceptándolos y viviendo de ellos pueda permanecer humana”.
Tampoco la tolerancia exige la renuncia ni al pensamiento y actitud propias, ni al testimonio ya actividades misioneras. Tampoco la tolerancia exige el consentimiento o consenso social como línea o la mejor forma de buscar la verdad, ni tampoco niega que el disentimiento y la oposición, la objeción de conciencias y la desobediencia puedan ser formas de colaboración social en la construcción de una sociedad democrática. Así lo afirma O. González de Cardedal de la iglesia: "La tolerancia de todos, generosa y absolutamente verdadera, no significa para ella la renuncia al testimonio explícito ya la misión sagrada, aunque ya no puedan ser los mismos cauces institucionales y políticos con los que evangelizó en otros momentos. Para ella el consenso social no es fuente última de verdad. podrá mantener en casos concretos un total disentimiento, incluso cuando el resto opine en sentido contrario”.
6. El pluralismo y tolerancia enmascarada.
He hecho hincapié en los aspectos tensionales y militantes de la tolerancia para huir del enmascaramiento que supone hablar mucho de sociedad tolerante, porque en la práctica lo es muy poe, o para que, como ya he alto, puedan los poderosos de todo tipo ser más fácilmente intolerantes a la sombra de la predicada y bendita –y así manipula.
Lo mismo se ha afirmado del pluralismo, tema y cuestión implicada en la nuestra. Hablar de pluralismo en nuestra sociedad puede enmascarar ideológicamente las tendencias uniformistas y uniformizadoras de la sociedad y la cultura. Trampa lo que hay que tener suficiente mención de no caer. Podríamos distinguir tolerancia y pluralismo. La primera sería la actitud ética correcta para vivir y convivir en una sociedad plural. Ahora bien, pluralismo también se afirma de esta postura que acepta y propugna la coexistencia de todos, sin exclusiones ni subordinaciones de grupos sociales distintos (pluralismo social), de diferentes fuerzas políticas y partidistas (pluralismo político), de distintas concepciones del mundo convicciones religiosas (pluralismo ideológico, cultural, religioso) y moral) .
No es de extrañar al pensamiento cristiano la lucha contra todo monolitismo, “monoteísmo” y monotonismo. El único solo Dios trinitario es el radical antidoto contra toda afirmación homogeneizadora estandarizada, arrolladora y niveladora de la sociedad. Donde existe pluralidad hay posibilidad real de diferencias y posibilidad real de ejercer la libertad moral.
El pluralismo, pues, o la tolerancia de la pluralidad no tiene por qué degradarse en el relativismo de quien gira alocadamente en torno a los 380 grados sin orientarse en ningún sentido y organizarse según unos proyectos o debilitarse para no arraigar en ninguna esperanga ni amor. pluralismo o tolerancia de la pluralidad y de la diferencia quiere ser relatividad de la buena, de la que implica y se expresa en relaciones, y por eso mismo nunca absolutas y sí siempre relativas a, o relacionadas con. El pluralismo no es monolitismo monoteísta ni relativismo demoníaco, babélico o insolidario. De ahí el esfuerzo moral por eliminar -intolerantemente- los sistemas y modos que afirman o imponen las monocraturas: la guerra, la carrera de armamentos, las desigualdades económicas y sociales, el totalitarismo terrorista, etc. ¿Es que hay sitio para tolerar lo que todo hombre dice intolerable? De ahí también el esfuerzo moral por conquistar fuente de originalidad, de mantener las diferencias personales y culturales, creatividad, de enriquecimiento; social y personal, también eclesial. Esto respeto por el pluralismo propio y una gran atención por no suponer un gran hacer de las propias.
Tampoco, de las conveniencias sociales o eclesiales, pueden hacer pauta por la plural tolerancia. Si “es evidente –como dice K. Rahner– que el actual pluralismo de la Iglesia, (que), lejos de ser un fenómeno a evitar, tiene claro sentido positivo”,12 también es evidente que este pluralismo no puede ser un universalismo neutro ni una abstracción ilustrada ni una unidad manipulada y confusa, para que como dice E. Schillebeeckx, aplicándolo a la revista “aplicándolo a la revista Mutua y paciente, “Concilium” sería una plataforma bastante pobre, una especie de supermercado teológico, en el que, sin ninguna tendencia específica, se ofrecerán visiones religiosas como mercancías procedentes de varios países. Tras la eufória del “slogan del pluralismo” deberíamos profundizar, sin nuevos dogmatismos, en las fronteras del “pluralismo cristiano” no se puede jugar –tampoco en el aspecto político– con el evangelio. ambivalentes”.
7. Tolerancia activa, preferencial, partidaria.
Debemos reconocer y confesar que la tolerancia plural puede engendrar o derivar hacia situaciones caóticas, perezosas o represivas. Para aquellas personas o grupos instalados seguros, el pluralismo y la tolerancia les parecen el mayor caos. Por aquellas que creen en las diferencias como un bien y en las injustas desigualdades como un mal, la tolerancia puede encubrir una gran pereza y falta de compromiso por cambiar la realidad injusta. Para otros el pluralismo puede degenerar en “tolerancia represiva” (Marcuse) cuando se enmascara la real intolerancia con el mantenimiento de los aspectos formalistas de la tolerancia. Un auténtico pluralismo y una sana tolerancia se abrevan en las diferencias, en los conflictos, en las discrepancias, en las tensiones y también en las complementariadas, en las coincidencias, en las raíces comunes, en las convivencias pacíficas.
Promover un pluralismo tolerante, intraeclesial, intereclesial y extraeclesial para hacer posible una convivencia democrática, rica y sana, no excluye la lucha por dinamizar, hacer progresar, corregir, mejorar la sociedad y la iglesia. Tal vez no fuera inútil recordar al menos los derechos de la conciencia moral, personal y grupal, aun de la conciencia errónea. El derecho a la discusión, a la crítica, a la oposición, al disentimiento, a la desobediencia. La clave de vuelta para comprender y vivir evangelicamente este giro, esto es, pasar de obedecer a los de arriba a obedecer a los de abajo, proviene de la conversión sentida como básica hoy: pasar de las palabras: “al que a vosotros escucha, a mí me escucha” (Lc. 10, 16) a esas otras: (Mt. 25, 40) . En esta segunda frase gravita la palabra, actual y concreta, escuchar y obedecer de verdad. Esta segunda frase nos marcará la profundidad, urgencia y fuerza de la contestación y el disentimiento. El pluralismo y la tolerancia cristiana pasan y se justifican –son virtuosos– en la medida en que favorecen el desarrollo de un hombre nuevo, de una humanidad nueva. En lo social y político se traduce en la lucha actualizada contra el despotismo –así fue en su origen–, contra una concepción absolutista y contra el perpetuamiento de privilegios de personas o de grupos dominantes. Tolerancia significa democracia formal pero significa aún más, emancipación, participación, democración real, igualdad, justicia social, fraternidad. Por todo ello habla de tolerancia preferencial o discriminatoria a favor de los desvalidos –aún más si son minorías que luchan a favor de modificar la sociedad injusta y diseriminatoria al mismo tiempo. Sin duda esta actitud y acción puede llamarse intoleráncia justa, moderada, transformativa. Si tolerancia implica y se explica en libertad, cuando ésta falta realmente, el camino de la tolerancia se traduce en activa liberación social. Cuando la sociedad tolerante produce marginación económica y social y grupos ideológicamente disidentes marginados, la marginación es acusación manifiesta de una sociedad que necesita de los grupos marginados para reconducirla –aunque sea por vías fuertes– hacia grados más altos y anchos de real tolerante convivencia. Cuanto mayor sea la miseria de unos y más inminente el peligro de una guerra nuclear –sólo para recordar dos hechos escandalosos– hay que tener un cuidado especial, nunca suficiente, para no confundir tolerancia con permisivismo por los privilegios y privilegiados que se mantienen y viven de la impor- tual delante de la misemería y de resignación espantosa de los asombrosos hambre y por fuego nuclear. La tolerancia es entonces la atmósfera idónea por los totalitarismos y fascismos.
Por eso mismo, la tolerancia deberá tomar partido. La tolerancia como meta jamás conseguida es intolerante para los obstáculos que cierran o hacen difícil el camino común de y para todos y el proyecté de una nueva convivencia.
En el viñedo del Señor los mensajes han interpretado la parábola de la cizaña y el trigo (parábola de la tolerancia) en sentido restrictivo, principalmente por los miembros de la iglesia, esto es, por los de la propia casa y en cuestiones doctriales; entonces "la disciplina" (la intolerancia) ha parecido aconsejable y eficaz, hasta la inquisición. ¿Los partidarios de cambiar la paciencia por la represión anti-herética aumentará todavía? La caza de brujas, el certificado de “sangre limpia” (sangre neo-escolástica), las censuras, las prohibiciones, los exámenes de obras, teólogos y teologías, la renovada mentalidad y estilo inquisitoriales, no son un síntoma de salud ni humana ni evangélica. El creciente poder de un monarca absoluto centralista no favorece el progreso de las libertades y responsabilidades ni las riquezas diferenciadoras de los individuos y de los cuerpos intermedios ni de los cristianos y de las iglesias.
Frecuentemente se habla de imparcialidad y hemos hablado también de consenso social. La imparcialidad, aunque sea como actitud ética de lo que se llama “observador imparcial”, debe estar sometida a una permanente carga de criticidad y de parcialidad hacia la parte que, con la pretendida imparcialidad en ese momento, circunstancia o sistema, sufre más las embestidas de la otra parte. De este modo, y sólo de este modo –paradójico si se quiere– puede pretender la ética tolerante; (y es lógico que quiera conseguirlo) validez universal.
La madurez y aceptación mutua de las personas y de sus valoraciones no nos viene de un consenso superficial de opiniones o mediante pactos sociales interesados o desiguales. La superación de pluralismos disgregadores y enfrentadores hacia un intento de integración plural de visiones éticas, organizaciones sociales y hechos morales, puede promover fuerzas dinamizadoras de la propia comunidad y puede ser un momento importante –éticamente remarcable– de comunicación social. De esta forma el consenso social o el pacto político, superador de opciones partidistas enfrentadas, justifica y sostiene la ética civil, porque aguanta el pluralismo racional y tolerante. Sin embargo, hay que tener bien presente que una mayoría –por tener una mayoría de votos– no implica mayor verdad. Ni tampoco una minoría –por serlo– lleva más grados de verdad o de bondad.
Por ese camino un buen “negociador” sería el mejor filósofo o teólogo. Si se levanta el consenso o el consentimiento social (político o eclesial) como fin de todo esfuerzo de convivencia, el disenso o disensión social será entonces visto como el gran mal, la peor postura antisocial a desarraigar. El disidente resultado un enfermo gravísimo, un cabezudo sin derecho alguno, un parásito sin válua ni valores; no sólo un peligro social sino el peligro público más peligroso, es decir, el peligro público número uno.
Son muchos los nombres y cuestiones tratadas o sólo tocadas en estas páginas. Otros se han quedado en la puerta. Para recordar algunos pueden servir estos: uniformismo, integrismo, intransigencia, coacción, proselitismo, sectarismo, dirigismo, exclusivismo... por un lado; acomodación acomplejada y cómplice, vergonzante y avergonzada, disolución de identidad, dispersión, indiferencia total, oportunismo, neutralismo, permisivismo insolidario sospechoso y placentero a los poderes establecidos... por otra parte; reconciliación, acogida, comunión, solidaridad, pensamiento, razón, libros, ilustración... por todo intento de superación de la intolerancia fanática por una intolerancia viva, dialogante, “misionera”, esperanzada.
Ojalá se entiendan estas páginas, primero como un toque de atención contra los despotismos de arriba, políticos, sociales, eclesiásticos, etc, en favor de la tolerancia, las libertades, la democracia, para construir un pueblo y una iglesia pluralistas, respetuosas, tolerantes. La utopía del respeto y de la tolerancia. Segundo, como un toque de atención contra obediencias ciegas con pretensión de virtud, contra las dictaduras, las expoliaciones y las explotaciones “toleradas”, a favor de la intoleráncia preferencial, de la desobediencia, de la lucha por la justicia, por construir un pueblo y una iglesia más lúcidos dialogantes, igualitários. La utopía de la lucidez, de la criticidad, de la justicia.
Bartomeu Bennassaar Vicens
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