12 Debo dejar Radio Mallorca
13 Marcaje fuerte
14 Ahora en la Compañía de la Plana Mayor
15 Acusación por secreto de confesión
16 La iglesia con los sublevados
17 Unas notas autobiográficas
18 Me detienen y me llevan a la cárcel del fortín de Illetes
19 Llegamos a Illetes
20 Hacia el consejo de guerra
La Guerra civil en Mallorca vivida por Josep Pons Bestard
12 Debo dejar Radio Mallorca
No sé qué hora sería. Era tarde. Quizás las once o las doce de la noche, cuando llegó el capitán, jefe del Gabinete de Información y Prensa, jefe de la Radio, y en seguida me di cuenta de que estaba de mal humor, más que de mal humor, violento, inquieto.
Casi en el mismo momento en que mi compañero Lamberto Cortés, artillero y periodista profesional, me relevó, el Capitán me llamó y cogiéndome por un brazo, amistosamente, me llevó a un pequeña habitación reservada y, después de contarme algunas anécdotas relacionadas con la manifestación, abrió el fuego :
-El comandante del grupo Ingenieros me ha dicho que usted debía cesar en la Radio -me dijo y después añadió pero yo no estoy conforme, pues me da la impresión de que me quieren "enchufar" a algún "tío" de influencia y no estoy dispuesto a ello.
-¿Sabe cuando tengo que irme? -le pregunté. Pero él como si no me oyera continuó:
-No y no. De ninguna manera quiero que me quiten a ninguno de ustedes. He llegado a tener un buen equipo y no quiero, por ningún medio, que me lo modifiquen. Mañana iré a ver al jefe de Estado Mayor y la hablaré claro y si no me atiende veré al General.
Mi capitáhn -le redpliqué en tono autoritario- le agradeceré que no haga nada de lo que dice, puesto que yo me debo a mi jefe y, en este caso, mi jefe supremo es el del Grupo de Ingenieros y tengo que suponer que, cuando me reclama, sus motivos tendrá. Le agradezco a usted todo este interés que se toma por mi, pero le ruego lo deje tal y como está.
-Por la forma de hablar y de comportarse veo que usted es un hombre bien disciplinado y esto hace que aún tenga más interés
más interés en que no se vaya.
A la mañana siguiente me presenté al oficial de guardia de la Compañia de Transmisiones que,provisionalmente, se alojaba en el Instituto.
Volvía a ser, en apariencia, un soldado normal, sólo en apariencia.
Me tenían vigiladísimo...
Todo el tiempo que pasé en aquella Compañía lo pasé mal, muy mal...
Una tarde que, cosa rara y fuera de lo corriente, pude salir del improvisado cuartel, me crucé, en la calle de san Jaime con el capitan que había tenido de jefe en radio Mallorca. Le saludé militarmente, tal y como mandan las ordenanzas, y el hombreque, unos dias antes quería retenerme por todos los medios en el "equipo" a sus ordenes, no sólo no me devolvió el saludo, sinó que se volvió al otro lado.
La Guerra civil en Mallorca vivida por Josep Pons Bestard
13 Marcaje fuerte
Yo no entraba nunca en las relaciones de permisos; así es que, tanto los días laborables como domingos y festivos los pasaba en aquel edificio habilitado para cuartel y en el cual residia la Compañía de Transmisiones del Grupo Mixto de ingenieros de Mallorca.
En realidad nadie se había metido conmigo, si bien siempre estaba nombrado para efectuar algún servicio y, aún cuando quedaba libre unas horas, por la tarde y dentro del horario de paseo de los demás soldados, casi siempre a mí se me cerraba el paso... Así es que pasaba el tiempo libre leyendo o pelando patatas en la cocina...
El dormitorio estaba en el primer piso y ocupaba una sala en donde se alojaban cien o más camas. Una de las contiguas a la mía estaba ocupada por un chico de los ilustrados, de los cultos. Músico profesional y de mentalidad muy inquieta. Me resultó muy simpático. Con él podía hablar de teatro, de cine, y, en especial, de música. Había estudiado en el Conservatorio y me contaba muchas anécdotas de los famosos ...
-¿Qué te pasa? -me preguntó un día- ¿Por qué no sales casi nunca por la tarde? ¿Es que no tienes familia?.
-Murió hace poco mi padre y yo...
-Lo lamento, pero tienes que salir. Somos jóvenes y tenemos que aprovechar todo lo que podamos, antes de ir al
frente. Todos iremos. Estoy seguro ... Oye -añadió bajando la voz- por ahí se dice que nos van a embarcar para la península. Así es que anímate y ven conmigo. Te presentaré unas chicas y ya veras lo bien que lo pasas.
-Sí, ya veremos.
No me atreví a decirle nada más. No sabía qué decir.
¿Porqué no me detenían o me dejaban tranquilo? No, ni me ponían entre rejas, ni me dejaban libre. Estaba en una especie de encrucijada de muy difícil salida y además, para colmo, teníamos en la Compañía a un capitán que cada vez que se cruzaba conmigo, me miraba como si yo fuera un bicho raro. Un bicho satánico de los enviados para destruir a Dios y a la Patria. Era un hombre de fe y de patriotismo.
Fe y patriotismo que se agudizaban a medida que empinaba el codo, a lo que también era muy aficionado.
-Dame este libro- me increpó una tarde que entró en la Compañía con unas copas de más-, Esto te va a costar caro.
¡Rojo, más que rojo!. ..
Le entregué el libro, el "peligroso" libro.
Se trataba de La Atlántida de Pierre Benoit. Novela que, en su día, le había valido a su autor, el gran premio de la Academia Francesa.
Por lo aquel bizarro militar, uno de tantos capilanes al servicio de la cruzada por Dios y por la Patria, nada sabía de ciudades subterráneas, ni Atlas africanos, ni de mujeres diosas... En su mundo no podía existir ningún camino que trazara un tuareg para llegar a la bella hija de Neptuno...
Y, como consecuencia, yo me quedé sin saber el paradero de aquel otro milftar, de aquel francés apto para soñar y para sentir, que corría en busca de Antinea y mi compañero, el musico ocupante de la cama vecina, se quedó sin libro ...
Me lo había prestado y no pude devolvérselo.
A los pocos días supe, por el ordenanza del Cuarto de Banderas, que uno de los oficiales de complemento, un ex seminarista guapo y favorecido por una rubia entrada en carnes y con amistades otoñales influyentes, había adquirido aquella bella narración de Benoit, a cambio de regalarle al capitan unas copas de coñac acompañadas de la simpatía de la furcia ...
Y yo, quizás por miedo a cualquier papel impreso que se encontrara en mis manos y pudiera parecer un atentado a la Santa Cruzada, lo único que me atreví a leer fue La imitación de Cristo, obra atribuida al canónigo agustino Tomás Kempis y que a medida que iba pasando hojas, me daba cuenta que representaba el que la Iglesia pudiera haberse distanciado tanto del Redentor, al tomar partido por un bando, por aquel bando que se apoyaba única y exclusivamente en la fuerza de las armas ...
"Venceréis -había dicho Unamuno- porque tenéis sobrada fuerza brruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta razón y derecho en la lucha".
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
los representantes dela Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, bendecian cañones y fusiles, convertidos en ministros del dios de la guerra, del odio, de la revancha ...
Y mientras tanto, en un rincón del Cuartel, leyendo y releyendo el Kempis, sonaba con el Dios del amor y casi sin darme cuenta, repetía bajito, muy bajito una y otra vez: Dios mio, perdónales. Sí, perdónales... No saben lo que hacen."
14 Ahora en la Compañía de la Plana Mayor
Pocas semanas después, me cambiaron de Cuartel. Me enviaron a la Compañía de Plana Mayor, en la Rambla ...
Por fin salí de las garras del capitán, pero entré en las de otro también capitán...
EL Club de Regatas, todos los años, era el organizador de la ''Copa de Navidad". La verdad es que no sé si la prueba natatoria se celebraba el domingo antes o el mismo día 25 de diciembre. Fuera uno u otro día, por la mañana, alrededor de las diez, salí del Cuartel de la Rambla y me encaminé hacia el local social. Hay que aclarar que, desde que había sido destinado a la Compañía de Plana Mayor, gozaba, por así decirlo, de los permisos de un soldado normal.
Al llegar al Club, los organizadores me recibieron con los brazos abiertos y me asignaron un trabajo entre los jueces y cronometradores, ya que yo pertenecía al Colegio de Árbitros de natación. Había sido uno de los cuatro fundadores y, además, había sido miembro de casi todos los tribunales de examen.
Todos eran del Movimiento. Del Movimiento Nacional Salvador de España. Así es que al subir arriba, a los vestuarios, para cambiarme y ponerme el "mono" que usábamos en todas las manifestaciones deportivas, me encontré con un montón de guerreras, tabardos y demás prendas militares con diversos emblemas pertenecientes a distintas graduaciones, como otras usadas por falangistas, cargadas también de escudos e insignias blancas y encarnadas que yo no entendía.
Todos aquellos hombres y todas aquellas mujeres, sólo unos meses antes eran mis amigos. Habían pasado horas, muchas horas, durante algunos años, confraternizando con todos ellos. Habían sido casi de mi propia familia y en aquel momento me eran extraños. Totalmente desconocidos.
Hasta ellas, con las que tantas veces había bailado o les había susurrado alguna que otra frase galante o cariñosa, me daban la sensación de féminas corrompidas por el éxtasis embriagante de aquella ola azul que, nacida de la corrupción de una guerra fraticida y alentada por la fe del oscurantismo, invadía Mallorca, esta Mallorca que ya no era un punto de arribo y descanso, después de los paseos por este Mar Nuestro, para aquella señora de Cala Pi que gustaba sentarse a bordo del "León" y dictar mucha poesía, mucha poesía a nuestro divino loco, a nuestro profesor de latín y humanidades: Roque Carnicer.
No y no ... Para la señora de Cala Pi, Mallorca ya no era Mallorca y, si bien por necesidad la embarcación, había quedado prisionera en su varadero; ella, al no ser limitada por ser ingenio poético, ante tanto horror, se volvió allí, a su Parnaso, por los caminos que trazara Homero...
Y yo, pobre mortal, tuve la desgracia de quedar debajo, no del azul celeste habitual en nuestra Mallorca, sino bajo el azul oscuro, casi negro, falto de luz y falto de so
No quiero saber cuáles o quiénes fueron los que tomaron parte en la competición. Tampoco me interesa quién se haya adjudicado la copa. El ambiente me decía que aquel deporte, totalmente "amateur", se había terminado y se había terminado para muchos años...
Había costado mucho tiempo formar nadadores, tanto en lo que se refiere a natación pura como a waterpolo.
Gracias a un puñado de hombres como Minguell y Medina en el Club de Regatas, como Vidal, Tomás y Pedro Munar en el Club España; así como otros colaboradores que habían fundado el Corp Marí, se pudo lograr que la natación balear tuviera voz y voto en las competiciones nacionales.
Tuvimos chicos como Alberto Moreiras, José Luis Riera, Jaime Servera y muchos más como Capó, Mut, entre otros de menos categoría, junto con la ondina Carmen Guardia, que a los doce años, fue subcampeona de España, al colarse sólo a una cabeza de distancia de Enriqueta Soriano, en los Campeonatos Nacionales de que se celebraron en Montjuic el año 1934.
Este montón de años y este sacrificio había sido totalmente estéril... El alzamiento lo barría todo. Barría todo lo que significaba aquella gran familia de aficionados. Familia unida por el deporte, por el deporte en si. Resumiendo: por lo "amateur".
Aparte de las rivalidades propias de los colatación fue un deporte de caballeros. Unos obreros. otros universitarios. Unos ricos, los otros pobres, pero en definitiva todos caballeros.
Aún recuerdo la gran rivalidad en el agua Y la gran amistad fuera del agua de un Guillermo, del Club España y de un José Luis Piña, del Club de Regatas. El caso es que, en todos los partido de waterpolo, tanto si se les asignaba un sitio como otro, al poco tiempo ya se marcaban mutuamente y como buenos "brutotes" se las daban y se las tomaban hasta que los dos tenían que ser sacados del campo, uno por agresor y el otro por agredido. Se jugaban todas malas pasadas que sabían o podían y, la verdad, es que ganaban o perdían indistintamente. Todo era cuestwn de suerte.
Guillermo era vidriero de oficio y reahzaba un trabajo manual muy duro, en Vidrierías Llofriu Y el otro fue primero estudiante de derecho y después una de las primeras figuras del foro mallorquín. Fuera del agua y, aún después de haberse "zumbado", más que amigos parecían hermanos.
Esta mentalidad general habia llegado a invadir la particular de todos los que estábamos metidos en el bello deporte y, aunque, particularmente, más o menos cultos, ilustrados o de bajísima base intelectual y hasta pohtlcamente distintos, hay que convenir que podía más el respeto y la hermandad ante el deporte que las pasiones derivadas de particulares situaciones de clase o de forma de ser o de pensar.
Todo esto se había terminado. Me di cuenta de que los componentes de aquella gran familia, quedaban separados, rotos sus eslabones y, unos se colocarían el fusil sobre la camisa falangista y aprenderían a manejarlo, claro está, para matar y, los otros en los cuarteles, también para matar o morir en las trincheras y algunos a engrosar carceles, campos de concentración y tapias de cementerio.
Todos ellos habían sido mis amigos. Yo miraba a unos y a otros y, por tanto, los más jóvenes como los de más edad, habían cambiado. No eran los mismos. Habian perd1do toda su ingenuidad... En poco tiempo habían envejecido y se habí.an aficiionado a las armas y yo pensaba que las armas no sirven más que para destruir... Veía claramente que todas
las instituciones y todos los ideales serían barridos. Todos pagariamos nuestro tributo y ya nadie podría evitarlo.
Ensimismado en estos pensamientos no me había dado cuenta de la aparición del comandante Hidalgo y del teniente Casas, los dos de Ingenieros, el primero militar profesional, al que la sublevación había sorprendido en la Isla y, el segundo, un arquitecto catalán, que se encontraba de vacaciones y, por lo visto, era oficial de complemento del mismo Cuerpo. El Presidente del Club, Comandante de Infantena y Ex-Ayudante de Campo de un ministro de la guerra de la República, me los presentó y les hizo un gran elogio de mí.
-No cabe duda -dijo en tono amistoso el comandante Hidalgo- que tendré que reñir al teniente Fernández Esuin pues le pedí una lista de muchachos aptos para ser oficiales de complemento, debido a que entre los soldados de cupo ordinario hay muchos campesinos y braceros que claro esta, tenemos mucha gente, pero pocos mandos intermedios y yo estoy organizando la Academia regional del Cuerpo a fin de lograr sargentos y alféreces.
En aquel momento unos señores saludaron el Presidente del club y el teniente Casas fue a no sé qué. Total que me quede con el comandante Hidalgo a solas, al que escuché una serie de comentarios sobre el tema y la organización cuartelera y, con mucho tacto, pues en el fondo él era un comandante Y yo un simple soldado, intenté deshacerme de el; pero el hombre, parecía no querer comprender el porque yo no figuraba entre los aspirantes a oficial. Intenté darle cuatro "capotazos" y salir del paso. Enseguida se dio cuenta que había "algo" y ese "algo" pareció interesarle. Me cogió del brazo y me llevó a la terraza, en un extremo, cerca de las embarcaciones y allí, mano a mano, charlamos un rato muy largo.
-En Valencia -me dijo- he conocido a bastantes y en otras poblaciones de España al general Cabanellas al teniente coronel Carratalá al también teniente coronel Redondo, que hace años estuvo de jefe de Estado Mayor aquí, en Baleares y, en fin, todos ellos hombres de mucha categoria en todos los conceptos, pero demasiado liberales, demasiado utópicos ...
-Quizás tenga usted razón ...
-¿Cómo que si la tengo? -me interrumpió- Mira chico, y perdona que te tutee. Puedo ser tu padre. En el transcurso de los años, por el mero hecho de vivirlos, he aprendido muchas cosas y sé que todas las clases se mueven para sobrevivir y sé, además, que para sobrevivir hay que dominar; puesto que, de lo contrario, se es dominado y esto es lo que han sabido ver las clases conservadoras. Estas clases que las izquierdas llaman retrógradas y cavernícolas. Los liberales, los demócratas se venían pasando de la raya, puesto que las teorías que sustentan son magníficas, si no salieran de los Ateneos; pero en el momento que transcienden a la calle, al pueblo, éste las digiere mal y lo único que se produce son efectos traumáticos que perjudican a las clases altas que, al fin y a la postre, son los que tienen el dinero y la riqueza del país. Mira muchacho, el pueblo necesita y se merece látigo y algún que otro caramelo, pero pocos. No hay que darle malos vicios... Y sí, por excepción, sale alguien que sobresale, algún superdotado, algún fuera de
serie, se le sube arriba y, a los pocos días, se olvida que viene de abajo y en paz y después gloria. Una cosa es ascender a uno y la otra es que los de abajo se coman a los de arriba.
-A mí el Alzamiento me cogió accidentalmente aquí y, francamente, estoy contento porque, en el fondo tal y como están las cosas, no hay más alternativas que el fascismo o el comunismo y yo, por un lado no soy comunista y por el otro, el liberalismo es un juego fracasado, sostenido solamente por cuatro intelectuales que no tocan con los pies en el suelo. El levantamiento no significa más que un muro de contención ante el Comunismo. Pero de todas formas no debes preocuparte, ya que tu marchamo liberal no es, ni mucho menos comunista y a ti, por lo que veo en la identificación de las listas resultantes de las entregadas por el
Cónsul italiano, no se te puede acusar más que de liberal...
En efecto, el "tarambana" de José Vidal Rosselló a cambio de un pasaje para Gibraltar había vendido toda la información que poseía. Supongo que para justificar me dijo, muchos años después de haberse terminado la guerra, que le pusieron el cañón de una pistola en el pecho y no tuvo más remedio que "soltar" todo lo que tenía. Al oírle me subió por todo el cuerpo un sudor frío seguido de náuseas y vómitos ... Arrojé una especie de líquido que al caer en el suelo, inutilizó una alfombra de nudo a mano preciosa, tal fue mi indignación ante tanto cinismo.
Y a medida que el comandante Hidalgo, iba hablando yo pensaba, si bien no he podido aclararlo nunca, si sería un redomado fascista o, por el contrario, un demócrata, un hombre formado bajo la cúpula, limpia y llena de estrellas, sostenidas por las grandes columnas del Templo de Salomón. Fuera lo que fuese, desde aquel momento se comportó muy bien conmigo y, con toda sinceridad, no creo que molestara a nadie...
Salí del Club. Todo me había resultado extraño, más que extrano, repelente...
Pensaba, una y otra vez, que de los liberales de mi grupo, de los liberales que amaban tanto la libertad y que, por quererla tanto, ni tenían ni sentían discriminaciones de raza ni de color, ni de credos o creencias religiosas, políticas o economicas, quedaban, en Mallorca, sólo unos pocos.
Más de un sesenta por ciento yacía Dios sabe donde.
Al pensarlo me daba cuenta de que existía, quizás de milagro, pero existía...
La Guerra civil en Mallorca vivida por Josep Pons Bestard
15 Acusación por secreto de confesión
-¡Oye tú!... ¡Oye, te digo! El capitán Zaforteza dice que vayas al momento al Cuarto de Banderas! -más que decir, me chilló el cabo de Cuartel y luego, con tono un poco más bajo, añadió:
-Estoy de señoritos hasta la coronilla.
-Bueno, no te enfades y de señorito nada. Tú estas más arriba. Llevas galones y, dentro de poco, los cambiarás por otros de más importancia. ¿Qué más quieres?... Después sí que no habrá quien te sufra -le dije en tono cariñoso.
- Bien ¿Y qué? Me los he ganado. ¿Sí o no?
- Claro, pero no tengo ganas de mal genio -le contesté
medio burlón, medio cariñoso.
Sí, es verdad. No tardaré mucho en ser sargento, pero
vosotros, los que tenéis letras, hasta de soldados rasos, cortais el bacalao. Como sois hijos de familia, igual que los oficiales de academia, os tuteáis con ellos ...
Al oírle tuve que reír por la fuerza. Qué sarcasmo, qué ironía. Aquel pobre, ex peón de labranza, no sabía que aquellas "letras" que decía él, y que al parecer tanto envidiaba, a mi para lo único que me servían era confirmarme que por muchos ases o reyes que la baraja de la vida me proporcionara yo siempre perdería...
El ordenanza del Cuarto de Banderas me introdujo en un pequeño despacho, en donde encontré al capitán Zaforteza, acompañado de un soldado provisto de una máquina de escribir y papel ya colocado y a punto de reflejar la declaración que, por lo visto, se me iba a tomar.
No queda más remedio que bajar el telón y promover un paréntesis, para poder salir un momento de la ficción, de la misma manera que un personaje podía salir de un escenario, para poder volver a entrar después y, durante este alto en el camino, poder manifestar, fuera de la escena, fuera de la farsa que, tanto el personaje creado para moverse como protagonista, como el autor que lo identifica, debido a la conciencia de uno y real de otro, no se ha querido en ningún momento, ofender a credo ni a creyente alguno y, en este caso concreto ha dejado todos los conceptos y apreciaciones que, de acuerdo con la búsqueda de una estética literaria o de un interés novelístico, pueden impulsar a la pluma, al bolígrafo, o a la máquina dactilográfica o a cualquier de los aparatos que sirven para el fijado de una idea o de una situación encaminada a la consecucion de una belleza o, simplemente de una gracia o un cierto interés en la descripción, como único móvil de impresionar al lector, ha sido totalmente desechado y, de ahí que, tanto el personaje como su autor, se limiten en este caso concreto, a dar testimonio completo de la verdad, de toda verdad que insignificante o no, no deja de ser histórica.
Hecha la declaración, levantamos otra vez el telón.
El capitán, que por lo visto actuaba de juez, me puso delante unos documentos y dijo:
-¿Usted conoce esto?
-Sí,. eran míos, pero yo los entregué al canónigo penitenciario de la Catedral para que fueran destruidos.
-¿Sabe que hay pruebas más que suficientes para fusilarle?
Me molestó la pregunta y, más aún, el que hiciera caso omiso de lo que yo le había contestado, al tirarme por las narices aquellos papelotes y, alzando la voz, característica habitual en él cuando me enfado, exclamé:
-¡Lo entregué en acto de confesión!
-Limítese a contestar y tenga en cuenta que, como se ponga un poco tonto, le meto en el parapeto. Dígame los nombres de todos los que asistían a las reuniones.
-Sólo recuerdo a Olmos, a Pedro Grau, a Durán, a Matas,
a Coll y puede que alguno más que no recuerde, si bien hay
que tener. en cuenta que yo no tenía derecho más que a asistir
a reumones de poca importancia, así que conozco a unos
pocos y nada más.
-¡Por lo visto usted cree que yo soy tonto! -me increpó ya fuera de sí.
-No, no lo creo, señor...
-¿Usted no conocía a un tal Dionisia Pastor?.
-Claro que lo conocía. ¿Usted se refiere al Director de Bellas Artes?
-¿De dónde le conocía?
-Le veía alguna vez en el Café Alhambra en una tertulia normalmente formada por Don Justo Solá Don Victoriano el Capitán de la Marina Mercante Don Dadüán Rigo, y otros no menos conocidos...
-No es esto lo que le pregunto -me interrumpió-la pregunta...
Y así, si conocía a éste, al otro y al de más allá. Yo procuraba capear el temporal como buenamente sabía o podía.
En aque! cargo específico, siempre soltaba a uno de los que sabia muertos o, para ser más exacto "matados" por ellos o simplemente ausente de Mallorca. En todo aquello que no podía negar o desviar, siempre procuraba liarlo o mezclarlo con personas que nadie pudiera ignorar su derechismo a ullranza como, por ejemplo, Don Justo Solá, que siempre había pertenecido a partidos contrarios a la República Y a otros hombres de derechas que acudían a las tertulias de carácter político que tanto abundaban en el Café Alhambra.
Más de una hora me tuvo acosándome a preguntas, pero el contenido de la declaración que firmé, no ayudaba a cargos propios ni ajenos. Tuve la suerte de poderme cerrar de tal manera que no hubo pregunta que no fuera evadida, o por lo menos defendida. Sabía a quien tenía delante y sab1a, además, que se trataba de un hombre de muy mala intención, pero de intelecto deficiente y, por lo tanto, yo jugaba con una relativa ventaja que me permitía defenderme con ciertas posibilidades a favor.
Al darse cuenta que ni me sacaba ni me sacaría nada en efectivo, ni contra mí, ni contra nadie, se enfadó... Cogió un enfado colérico y, perdiendo por completo los nervios, me insultó, con gran griterío, llamándome antipatriota, hereje, rojo y no sé qué más.
No cabe duda que de joven había sido, físicamente hablando, un guapo mozo de piel blanca y pelo rubio, con cierta tendencia a la obesidad. De rasgos de fina línea. Lo que se dice un bello cerdo de raza blanca y con mentalidad de cadete de la Gascuña, del cadete que creara Rostand. As1
que de joven fue un perfecto maniquí para exponer un uniforme de segundo teniente. Un uniforme de color azul, franjas encarnadas y espadín de fantasía... Y para que no le faltara más de lo externo, le imprimieron apellidos de rancra nobleza mallorquina acompañados de una corona de marqués; pero un buen día, en África, los moritos empezaron sus diabluras y no quedó más remedio que enviar fuerzas al Protectorado de Marruecos... A nuestro marquesito no le gustó y dijo que no, poco tiempo después de haber obtenido el grado de capitán, y las estrellas se esfumaron ...
Entrada la República, el marquesito, se había convertido en marqués y aquel cerdito guapetón y rollizo se había transformado en un obeso cerdote de fina raza y aún no me explico por qué razón fue el jefe de la C.E.D.A. en Baleares, el jefe de aquel partido que acaudillara Gil Robles y que, a pesar de haber dado la consigna de "a por los trescientos", tuvo que conformarse con tomarse, como máximo, un 103 y, a falta de otro más inteligente, nuestro amigo fue diputado a Cortes y, como tenía tan poco que decir, dormía en su escaño a pierna suelta, hasta que alguno de sus compañeros políticos le pinchaba para que votara sí o no. Tan soñoliento estaba casi siempre que más de una vez metió la pata.
Los facciosos que, haciendo honor a la verdad, los había muy valientes, le incluyeron dentro su "fascio", pero nunca le vieron como militar, ya que por ser capitán de carrera era demasiado viejo y para ser de "chusco" era demasiado señorito.
La mayoría de los de su promoción eran tenientes coroneles y algún coronel y ninguno de ellos olvidaba lo de África.
Y tuvo que ser éste, precisamente éste, quien me llamó a mí antipatriota. Éste que siendo militar profesional, prefirió dejar la carrera que ir a defender el honor de la patria en suelo africano ...
Otra vez tengo que salirme de la farsa, pero no será de la realidad. ¡Sí!. La narración no es farsa. Se reproduce sólo bajo un ambiente, novelístico, aunque quiere ser una fotografía de lo que fue, si bien es seguro que lo histórico, lo real, es más crudo, pero el autor me ciñe de tal manera que tengo que restar importancia. Es quizás el miedo, ese gran miedo que llegó a apoderarse de todos o de casi todos los españoles. Sea como fuere, yo, personaje creado por el autor me pregunto si dentro de toda ficción no habré adquirido una personalidad anímica, como consecuencia de fugas de intelectos subconscientes del autor.
Mi creador frena toda clase de situaciones emocionales y las frena, precisamente, por tres motivos principales y, los tres, culpables de lo que se ha venido en llamar el "legado de paz": el miedo, la mentira, el silencio.
Pero yo, personaje ficticio, irreal, que no existo más que sobre el papel, paso sobre el autor y lo que él no se atreve a decir lo hago yo: porque hace tiempo que, además del alimento literario normal que sustenta la ficción de mi existencia, gozo de un sobrealimento que, si bien nunca se atrevería a suministrar el consciente del autor, es proporcionado por el subconsciente del mismo.
Volvamos, pues sobre las tablas y, con perdón del autor, dejémonos deslizar por la corriente del tiempo Y terminemos el capítulo como Dios manda y exige.
Al salir de aquel despacho, tuve la completa certeza de que, además de encontrarme ante un imbécil. de "cerebro corto", donde se dirigía el asunto era en el Obispado Y por ello un canónigo, el Penitenciario, me habia exigido un acto de confesión y para que éste fuera valido pedia la entrega de documentos para ser quemados. Todos fueron unidos al expediente, al sumario.
La Guerra civil en Mallorca vivida por Josep Pons Bestard
16 La Iglesia con los sublevados
Cuanto más pensaba en el niterrogatono, mas. me confundía y más me iba metiendo en un, marasmo de ideas. Me costó trabajo salir de aquella anarquia mental, pero una vez reposado el cerebro y huida la indignación producida por la sorpresa de aquello que yo me negaba a creer, porque se quiera o no, constituía un manifiesto quebrantamiento del secreto de confesión, se iba confirmando que el enem1go no era aquel fantoche del ex jefe de la C.E.D.A... sino, que era más sutil, con menos uniforme y en aparienc1a, mas piadoso.
El enemigo tenía su cabeza en el Palacio Episcopal Y sus tentáculos llegaban hasta la última sacristía de aldea...
La iglesia no se había limitado a estar mas o menos comprometida con él, sino que había tomado bando act1vo y, como consecuencia, dejaba de ser la igles1a de todos. Los postulados de San Pablo se veniían abajo, y ello, con el tlempo, podría ocasionarle perjuicios muy serios; puesto que d1a vendría en que se avergonzaría de su complicidad con los sublevados...
La Iglesia católica con los sublevados
Pero, mientras tanto, en el ámbito nacional el Vatlcano había elevado a Franco a la categoría de defensor de Dios y, en esta roca llamada Mallorca, el Obispo Jose Miralles Sbert, no tan sólo desde el primer momento que ,el ejercito inició el levantamiento, sino que, ademas, bendecia los aviones suministrados por Mussolini y que, tambien sea d1cho de paso, parte de ellos eran pagados por el banquero Juan íMarch Ordinas.
Y las naciones democráticas, charlando, charlando...
Habíamos sido compañeros en la junta directiva del Club de Regatas, en la Federación Balear de Natación y, por si fuera poco, en el Colegio Oficial de Árbitros de Natación. Era de mas edad que yo. Seis o siete años más. Tenía una buena formación y aunque no pudiera considerarse un intelectual era lo que se dice un hombre ilustrado. Se las daba de republicano y hasta se reía con cierto sarcasmo de un periodista del diario vespertino La Ultima Hora que decía ser monarquico constitucional y parlamentario.
Físicamente era un hombre corpulento, fuerte y daba la impresion de ser francote... No había reunión en la Federación de Natación o en el Colegio de Árbitros en la que, si él asistía, no tan sólo llevara la contra a todo el mundo, sino. que además presumiera de sostener siempre la tesis contraria; y lo bueno del caso es que casi siempre salía ganador. Era un polemista cien por cien.
A mí, la verdad, es que casi siempre me resultaba simpático, puesto que, lo que en el fondo no era más que cinismo, yo lo consideraba un exceso de recursos dialécticos acompañados de unas personales dotes de persuasión.
Admiraba su forma de enfocar y rebatir los asuntos para llevar a la parte contraria por la ruta que a él le convenía.
No lo había vuelto a ver desde unos días antes del Movimiento, si bien sabía que, por lo visto, había dejado de ser amigo de la democracia y se había convertido en un amante de la autarquía y nada menos que ocupaba un cargo relevante dentro de la flamante policía política. Era uno de los principales jefes de Policía de Falange.
Me contaron muchas hazañas de él y ninguna buena. Me costo mucho creerlas, me resistía, pero ante la evidencia tuve que aceptarlas. Me daba pena saber que aquel hombre había aceptado cargo de tal envergadura y, además, por lo que se decia, estaba a la altura del mismo.
No es de extrañar que, a los pocas días del Alzamiento al enterarme del radical cambio acaecido en aquel hombre, al que yo supongo que al juzgarle me había equivocado, pero que ello no impidió mi gran sorpresa, al saber que fue uno de los hombres de confianza del teniente coronel Luis García Ruiz y, además, de forma probada, fue uno de los principales, juntamente con el jefe de Policía de Falange Francisco Barrado Zorrilla, Mateo Torres Bestard, que en el mes de octubre de 1936 pasó a ser gobernador civil y Luis Zaforteza Villalonga, marques de Verger y, algunos más, entre los que se encontraba algún que otro clérigo, dirigían y organizaban grupos de extrema derecha, que sacaban gente de sus propias viviendas o presos de carceles o campos de concentración, para abandonar sus cadaveres en caminos o en las puertas de algunos cementenos. Todo ello de acuerdo con las órdenes del coronel Emilio Ramos Unamuno. Todo ello a los fines de lograr una buena limpieza. No podía quedar ningún demócrata...
Una tarde, domingo para ser más exacto, en que había comido fuera del Cuartel y volvía de retorno al mismo, senti que me cogían del brazo y, al volverme, me encontré con él.
Me pareció otro hombre. Iba con uniforme de Falange. Impecable. Todo de buen corte; camisa azul oscuro, pantalón negro y botas de montar, de caña larga bien lustradas...
-¡Hola! ¿Cómo estás? - me dijo en tono que queria ser amistoso -he preguntado por ti varias veces.
-Muy bien... ¿y tú?
-Ya ves, chico. Voy a la Comisaría.
-Yo voy al Cuartel.
-Pues si vas a la Rambla, hacemos casi el mismo camino
Y seguimos Borne arriba. Yo no sabía como desembarazarme de él, así es que al llegar a Sa Font de ses Tortugues, intenté dejarle con la excusa de tomar la calle de la Unión, pero él me hizo tomar la de San Jaime. Me fue difícil negarme puesto que en la práctica, tanto daba tomar una calle como la otra. Las dos iban bien. Quizás el camino que me indicara aún fuera más corto que el que yo quería seguir.
En fin, él iba a la plaza de Santa Magdalena y yo a dos pasos y así nos acompañamos mutuamente...
-Hace unos días pregunté a Eusebio Minguell y me alegré al saber que estabas incorporado. Pues tú eras republicano ¿no?...
- Bueno, todos lo éramos -le contesté por decir algo.
- Si, es verdad, pero yo sé cuales eran unos y cuales eran los otros, pero no tengas miedo -y en tono paternalista, añadió:
- No te pasará nada.
Me di perfecta cuenta de la amenaza y, a la vez, del paternalismo de la frase, pero también me quedó grabado el tono cínico de voz que empleaba para hacerme saber que él era una autoridad en el nuevo orden y yo un probado contrario.
Con toda su amabilidad había dejado sentada la separación de las dos razas políticas y, con toda franqueza, tengo que confesar que sentí miedo, mucho miedo, al extremo que creo que la camiseta no me tocaba la piel...
Cuando llegamos a la plaza de Santa Magdalena, quise dejarle para seguir hacia la Rambla, pero él me retuvo sobre la acera, en la mismísima puerta de la Comisaría unos minutos más. Minutos que me parecieron horas...
Por fin le dejé.
Al llegar a la Rambla seguí la calle del Carmen y en uno de aquellos cafetines, en contra de mi costumbre, tomé una copa doble de coñac. Tenía que entrar en reacción. Tenía que deshacerme de aquel sudor frío que se había apoderado de todo mi cuerpo.
No tardé en reponerme del "susto", pero así y todo no podía apartar de mi pensamiento a aquel hombre que, unos meses antes, era el más abierto, el más liberalote y, sin embargo, se había convertido en uno de los matones oficiosos de la "Nueva España" en su calidad de esgrimidor profesional del enorme látigo que mantuviera a nuestra bella isla noches y más noches bajo el manto horripilante del asesinato.
Y continué sintiendo miedo, mucho miedo ... pero no era ya un miedo físico. No era el temor a perder la vida ¡No! Era un miedo mucho más profundo, mucho más intenso...
Estoy por decir que era miedo al vacío. El miedo a la pérdida de todos los valores humanos; pues, en el fondo, el caso de aquel hombre, simpático y liberalote, que se había convertido en repugnante bestia, no era, ni mucho menos, el único ...
Y, ante aquella locura, llegué a sentir tanto miedo a la nada que me fue invadiendo un profundo sentimiento de
compasión hacia el Sumo Hacedor, puesto que de poco habia servido que el Mejor muriera en la cruz para el perdon de los pecados... Se volvía a pecar y, en nombre de Dios, sobre la bella isla se levantaba una absurda mentalidad que impulsaba a perseguir, sin tregua ni cuartel, a todo lo que, por consigna, se había tintado y bautizado y que a fuerza de sangre, habia logrado que la democracia isleña quedara totalmente marcada.
Pasaron los años y aquel ente que ya había pasado la frontera de lo racional para convertirse en un vulgar instinto de bestezuela, totalmente embrutecida, por el hábito adquirido por tanto vertido de sangre, dejó el celibato y fue a contraer matrimonio, nada menos que con una hija de Miguel Óleo Sureda, conocido republicano de Artá, asesinado alevosamente por los sublevados.
No sé si de este matrimonio se engendraría algún hijo.
De ser así, nada de extraño tendría que el instinto del padre fuera heredado por el hijo y empleado no como venganza, sino como acto de plena justicia, en defensa del abuelo.
Extraño producto conjugado por una doble personalidad, a la vez y al mismo tiempo, de asesino y justiciero.
Bajo este manto, este envolvente azul, azul oscuro y no el celeste de los días nítidos, se iban dibujando grotescas figuras de hijos y nietos de asesinos y asesinados...
Triste suerte de aquel a quien tocaban, al m1smo tlempo y sobre sus únicos hombros, las dos herencias...
La Guerra civil en Mallorca vivida por Josep Pons Bestard
17 Unas notas autobiográficas
El autor había trazado "a priori" un orden, para después vestir y decorar la simple estructura con el rodaje, adecuado a cada situación; totalmente identificado con la ficcion Y sintiendo a la perfección cada uno de los diferentes momentos viene desbordando todo lo previsto y, como consecuencia, cada día se adentra más en la pequeña historia. En esta historia que, aparte de la particular mentalidad de cada uno, constituye según el caso situaciones de drama, comedia y muchas veces un total sainete. Pero ya que el personajc habla siempre en primera persona, es misión del autor presentarlo con la suficiente descripción a fin de que ellector, al que también hay que tener en cuenta, conozca al que, sm temor a equivocación, se puede llamar "enteficción"; puesto que, a pesar de haber nacido de la imaginación, ha cobrado carta de naturaleza al haber crecido y haberse formado dentro de la propia rebelión de la pluma, de una pluma que al contacto, al simple roce al deslizarse sobre el papel, se siente más libre, más incontrolada...
El espíritu de lo que comenzó por una simple ficción ha tomado estado real, y como en la marioneta de la fábula confeccionada de trapo y serrín, el dardo arrojado por un niño, al atravesarla, quedó teñido de sangre.
Pero, si en verdad el personaje siente, el autor piensa y sabe que el responsable de la trama y, precisamente, por este motivo tiene la obligación de dar a conocer a este personaje central que, por ser el narrador, ni debe ni puede autorretratarse.
Suspendida la farsa, habla e1 autor:
El día 12 de abril de 1931 cumplía 18 años. El mismo día se celebraban las elecciones municipales que dieron el triunfo a la conjunción republicano-socialista .
Aquel jovenzuelo, recorría uno y otro colegio electoral, bajo la lluvia de aquella tarde gris, en busca de noticias... No le interesaba quienes pudieran ser los nuevos ediles lo único que le absorbía era comprobar si las urnas apreciarían el perjurio de un rey y, como resultado, pondrían de
manifiesto la caída de la corona y el derrumbamiento del sistema, puesto que, de momento, era lo único que le importaba a su forma de ser y pensar.
Hijo de familia de clase media y educado entre republicanos, había conocido desde muy joven a hombres como don Francisco Villalonga, don Antonio Pou y don Francisco Julia que, en el advenimiento de la Segunda República, ocuparon los cargos de alcalde de Palma, el primero, gobernador Civil de Baleares, el segundo y presidente de la Diputación de la provincia el tercero.
De niño, llevado de la mano de su abuelo, había jugado en la trastienda de antigüedades de la calle de Conquistador, propiedad de don Francisco Villalonga o se habia entretemdo con las pajaritas de papel que le confeccionara don Pancho Blanes, en el bufete de la plaza de Cort y, ya de mayor, gustaba de las tertulias a las que no faltaban casi nunca don Fernando Pou, el abogado de blanca testa Y el médico don Bernardo Obrador y, de tantos y tantos otros que, primero en la semiclandestinidad, formaban los cuadros del republicanismo genérico sin distmcion de matlces, de la calle de Sans y después, ya sentadas las convicciones propias de sus particulares idearios, pasaran a formar y engrosar los partidos que debían sostener el Juego político de la República.
Por una cantidad de circunstancias que convergen en el pensamiento del autor, el estado de la situación política existente entre los años 28 y 29 del siglo que no ha mucho terminó para dar paso al actual 2000, nos lleva indefectiblemente a que el personaje, eje de la narracion, aunque casi un niño de edad, sintiera la necesidad de un cambio, no de gobierno, sino de régimen y, más, si tenemos en cuenta que en aquellos momentos se estaba organizando la F.U.E con la que ya se había puesto en contacto y, ademas, tanto lo económico como lo administrativo, le llevaban a entrar de lleno en el derecho político, no como asignatura escrita y necesaria dentro de las especialidades que en aquel momento estaba cursando, sino como derecho del derecho y, como consecuencia, a todas las libertades que por derecho natural pueda conceder al individuo como ser racional y, por lo tanto, con toda la libertad de pensar y obrar.
De ahí que creyera que había de orgamzarse para la defensa de las libertades, en términos generales, sin que el pertenecer a una agrupación estudiantil, como clase, en este caso la F.U.E, fuera óbice para que cada uno de sus componentes pudieran pertenecer a partidos contrarios a la Dictadura lo cual, en definitiva, era ir en contra de la corona, puesto que el régimen, acaudillado por don Miguel Primo de Rivera, no hubiera sido posible sin la complicidad del rey.
Don Juan Serna Navarro, en aquel momento abogado local de la Audiencia de Palma, le explicó uno y otro día todo lo concerniente al célebre Expediente Picasso, expediente incoado para dilucidar los negocios "africanistas" y que comprometían a mucha gente importante...
Y aquel muchacho, larguirucho y desgarbado que de tan tímido caía en una aparente estupidez, fue formandose sin complejos de castas, ni temores de tipo fanático alguno. Su liberalismo era tal que siempre dudaba de sus propias convicciones. Nunca sostuvo tesis alguna como verdad absoluta.
Siempre lo hacía de acuerdo con lo que él creía su verdad, sobre lo que él creía ser un punto meramente personal y subjeetlvo. Asi es que estaba dispuesto a rectificar en cualquier momento. Este es el defecto del liberalismo y él lo sabia por herencia y por el medio en que se había desenvuelto, había aprendido que una tesis o simplemente, un punto de vista sostemdo equivocadamente, puede acarrear perjuicios o molestias a personas o a comunidades. Igual que tambien habia aprendido, no a odiar, pero sí a repudiar el absolutrsmo viniera de donde viniere. Amaba la libertad y si amaba la libertad, quedaba obligado a darla a los demás fueran quienes fueren o tuvieran las creencias que tuvieren.
Aquel :nuchacho larguirucho, desgarbado y excesivamente
timido, reunia todas las condiciones para que la fiera totalitaria le mordiera y. le mordiera fuerte, puesto que era aficionado a la politica sin ser político. No podía serlo, puesto que era un teorizante, un soñador...
Y un poeta que soñaba con una España que cambiara la taberna embrutecida de unos, los fanatismos milagreros de otros Y el cacique de cada villorrio por escuelas, por muchas escuelas, necesariamente le tendrían que colgar un cartelon, un marchamo de destructor de la sociedad.
Y a un muchacho que creyera posible el engendramiento de muchos paidólogos para que, desde los tiernos cimientos de la niñez, se pudiera construir, de acuerdo con las depuradas técnicas pedagógicas, una sociedad armónica consigo m1sma, por fuerza se le tenía que considerar un dinamitero.
Y el lector, que también tiene voz y voto, puesto que si compra libros, aparte del deleite o entretenimiento que puedan proporcionarle, en este caso concreto, debe servirle para enterarse de la tragedia que fue representada sobre el escenano de este teatro, de este gran guiñol denominado Mallorca, comprenderá perfectamente que el autor se haya visto precisado a dar a conocer la "psiquis" del personaje, de aquel muchacho larguirucho, desgarbado y excesivamente tlmido, llamemosle eje de la tragedia, por ser el narrador y, a la vez, parte de la misma; lo que obliga, al autor, a salirse de las limltaciones y cabalgar sobre la pluma huida tras la busqueda de perdidos sentimientos.
Cada dia se sentia más el clima de guerra. Ya eran muchos los que habían sido embarcados para la península. En aquellos meses de febrero y marzo de 1937 el ambiente había cambiado, al menos en el Cuartel de la Rambla, pues cada dia había más "manga ancha" en cuanto a los permisos.
Todos los que estaban libres de servicio se pasaban la vida en la calle y hasta yo me sentía menos agobiado, aunque no ignoraba que existía el S.I.M y, con toda seguridad, sabía que me vigilaban...
Un domingo por la tarde entré en el Trocadero. Sala de fiestas que mancomunadamente y a la par con la instalada en la plaza de Gomila, del Terreno, denominada Titos, sería la de más categoría y, como tal, muy cara. Frecuentada normalmente por una "élite"social, la llamada "buena" sociedad y, aunque se colaba alguna "fulana", siempre era de cierto rango y con influencias de calidad. Las señoras que se sentaban en una mesa, más o menos contigua a la suya, la toleraban, lo que no hubieran hecho en El Circulo Mallorquín, pongamos por ejemplo...
El local estaba lleno de uniformes. Militares profesionales muy pocos. Algunos italianos con uniforme de la Legión y los demás, la mayoría, movilizados y casi todos ellos conocidos y hasta algunos amigos. Casi todos procedentes de niveles y capas parecidas, lo que hacía que, a pesar de la diferencia de graduación militar, estuvieran en franca confraternización.
Me senté en el bar y pedí un coñac con soda.
Al poco rato me fijé que aquélla no estaba con el novio, puesto que lo habían destinado al batallón de guarnición en Campos. Para consolarse, muy agarradita, bailaba con un apuesto italiano con uniforme de teniente de la Legión.
Mi extrañeza fue mayor al ver aquella otra abrazarse, en un rincón, con otro legionario, aviador de los que adiestrara Balbo, mientras el marido llevaba unos meses preso en Can Mir.
Miré una y otra vez a unos y a otras y, entre todas aquellas mujeres, la mayoría conocidas y oficialmente decentes, me di perfecta cuenta de que estábamos en guerra y, como consecuencia de aquel absurdo levantamiento, no tan sólo se habían puesto en juego todos los valores morales y hasta religiosos de nuestra civilización, sino que se estaban destruyendo. Todo se derrumbaba y, lo peor del caso, es que los que tiraban de las columnas de esta civilización, eran los mismos que decían haberse levantado para salvarla...
Sentado en mi taburete, volví la espalda a la pequeña p1sta de baile y me apoyé sobre la "barra" del bar y fui bebiendo, a pequenos sorbos, el coñac con soda.
La música sonaba suave, melódica...
Por un momento cerré los ojos y retrocedí unos meses.
La VIda es bella... -me dije a mí mismo.
De pronto, abrí los ojos...
Me levanté y me fui.
Aquella noche tardé mucho en conciliar el sueño. No era ni el olor a pies sudados ni las ventosidades gástricas que impregnaban aquella nave llamada dormitorio, lo que impedia. ¡No! Nada de esto, ya estaba acostumbrado...
La verdad es que, .por más que lo pensaba, no podía comprender que una chica de buena familia, devota y de misa diaria, por el mero hecho de tener el novio fuera de Palma, tuviera que besuquearse y dejarse sobar por otro, por muy itahano y apuesto que fuere, y menos aún podía comprender que otra, para mayor escarnio casada, aprovechara la detencion del marido, por rojo, para entendérselas con otro "pasta achuta".
Yo. conocía a las dos y sabía que se habían educado en colegws de monjas de postín. Educación mística y cara.
Y es que la sublevación tuvo la gracia de sacar a flor de piel, de varones y de hembras, lo que cada uno lleva dentro.
La Guerra civil en Mallorca vivida por Josep Pons Bestard
18 Me detienen y me llevan a la cárcel del fortín de Illetes
Serian cerca de las once de la mañana, cuando me llamó el sargento Cerdá y me hizo entrar en aquel cuartito, contiguo al dormitorio de la Compañía, que ocupaba el subalterno que estaba de semana.
Tuve la sensación de que algo anormal pasaba. Tuve que ser yo quien le preguntara el motivo de la llamada. Me miró y no Jcontestó. Abrió un cajón de la mesa y lo volvió a cerrar. Miró una serie de papeles que había allí. Total, que me di perfecta cuenta de que quería decirme algo y no sabía como.
Le había conocido de cabo y sabía que, con muy poca anterioridad al levantamiento militar, había sentado plaza de voluntario, con la intención de seguir y hacer carrera en el ejercito . Era, por lo tanto, un sargento profesional.
Era un poco más joven que yo. No mucho, pero mas joven y, a pesar de la diferencia de mentalidad, más que de concepto de jerarquía dominante de unos galones, por una parte y de cultura por la otra, nos habíamos hecho amigos y, como tales, salvando las distancias impuestas por ciertos prejuicios cuarteleros, nos tuteábamos...
- Pero, Juan -le pregunté- ¿Qué te pasa? ¿Por qué me has llamado?.
-Mira -me contestó, medio tartamudeando- hay orden de conducirte a Illetes. El teniente Martí me ha endosado el "muerto" y yo... Bueno ¿Qué tengo que decirte?.
En efecto, aquel pobre chico con galones nuevos de flamante sargento, estaba tan apenado que, con toda sinceridad, me dio lástima, verdadera lástima... tuve que ser yo, precisamente, quien saliera fuera y cogiera a dos soldados y un cabo y les rogara que se pusieran el correaje y no se olvidaran de los mosquetones. Tenían que llevarme detenido al Fuerte de Illetes.
Volví a entrar en aquella habitación, destinada al sargento de semana, para decir que el cabo y los dos soldados estaban preparados. Mi amigo, el sargento, ya repuesto, al menos en apariencia, una vez que hubo entregado unos papeles y dadas las instrucciones al cabo, me cogió amigablemente del brazo y bajó las escaleras conmigo. Ya en el patio, se dio cuenta de que yo no llevaba prenda alguna de abrigo y se quitó su propio tabardo y me lo entregó.
-Toma -me dijo-. Las noches aún están frías.
En la puerta del cuartel. Antes de entrar en él, me volví y pude darme cuenta que, el sargento de semana y el teniente Martí, de Mayoría, me estaban contemplando con la misma cara que, probablemente pondría cualquier buena persona que viera ahogarse a un buen amigo y no pudieran hacer nada, absolutamente nada para salvarle.
Nunca he olvidado ni a uno ni a otro.
Sentí verdadero respeto por aquel sentimiento de amistad.
El cabo que mandaba la guardia o escolta que me llevaba detenido al Fuerte de Illetes, rogó al chofer que se parara en el Terreno y allí en la plaza de Gomila, bajamos y, en el umco cafe existente en aquellos días, me invitaron a tomar un refrigerio y, además, por si fuera poco, cada uno
de ellos me entregó todo el dinero que llevaba encima. En total me dieron 17 pesetas. Para aquellos cuatro chicos, el cabo, dos soldados y el chofer también soldado, representaba un dmeral, puesto que un panecillo valía una "perra gorda" y cada peseta tenía diez. Se podía comer un cubierto completo a base de langosta a "toute i plait" por cuatro o cmco pesetas.
¡Qué buenos chicos! Lástima que no me acuerde de sus nombres. Los olvidé, no porque no quisiera acordarme, sino, simplemente, porque olvidé los nombres; pero lo que no podia olvidar, aunque me empeñara, sería la acción, el hecho... Aquellas caras jóvenes emanaban bondad, una bondad tosca y primitiva propia de los hijos del pueblo, si se quieere, pero que nunca, por años que pasaran, podrán caer en el olvido.
El conductor del automóvil parecía no tener prisa. Conducía despacio, a marcha moderada...
Al pasar por la "Portassa" me acordé del Club de Natación Corb Marí y hablamos de algunos de sus componentes y de sus nadadores. El que hacía de chofer dijo que me conocía de antes del levantamiento y dijo, ademas, que había leído algunas de mis crónicas en el Correo de Maallorca y en Mallorca Deportiva. Los demás callaban y yo le oia complacido pues, en el fondo de mi alma, le agradecía que retrasara la llegada, al mismo tiempo que intentaba "matar" aque!la tristeza que flotaba en el ambiente, ya que tanto el como los dos soldados, parecían estar asustados y, aunque yo les había escogido para aquel servicio, estaba seguro que se sentían responsables por el simple hecho de acompañarme y verse obligados a empunar, aunque no fuera más que oficialmente, un arma contra un campañero que, si bien habían conocido en el Cuartel pocos meses antes, lo consideraban un amigo. Ninguno de los tres era ni medianamente ilustrado. Pertenecían a la gente del pueblo.
Trabajadores los tres, los tres de la tierra y, a casi toda la gente, no por sabida, sino por pnmltivo instinto, le es familiar el sentimiento de justicia. La gente del pueblo y, en especial la que está en contacto con la tierra, no se equivoca nunca; pero la gente del pueblo es masa y la masa, desgraciadamente, siempre sucumbe. Triste sino...
El sol brillaba con todo el esplendor de un dia de marzo, un 19 de marzo, para ser más exacto. El día crecía Y. estábamos en la puerta de la primavera. Tiempo maravilloso para empezar con toda la libertad de los pajaros...
Con todo el esplendor, con toda la luz y con toda la alegría que proporciona el sentir cerca, muy cerca la pimavera metido en coche iba pasando por Can Barbara, Porto PI, Cala Majar, Sant Agustí, Cas Catala, Illetes, perdía la libertad y la perdía por haber querido demasiado a la libertad.
La Guerra civil en Mallorca vivida por Josep Pons Bestard
19 Llegamos a Illetes
Después de pasar el puentecilla levadizo del Fuerte de Illetes y entrar en una pequeña habitación, medio oficina, medio almacenillo, me topé con un viejo teniente de la escala de reserva, un poco conocido, de mi familia.
Conocido, simplemente, por razones de vecindad. Vivia en la misma calle. Creo que se apellidaba Miralles y tenia obligación de ser hombre de derecha...
¡Claro está! El era un militar, un señor de estrellas, "un caballero". Por algo tenía que servirle el haber comido tantas "mongetes".
-¡Hola! -exclamó, con cara de satisfacción al verme- ¿Qué haces tú, por aquí? ¿A quién traéis?...
-A mí, me traen éstos -y le señalé al cabo y los dos soldados -A mí, le repetí.
Él se fijó en el detalle de los correajes y de los mosquetones.
Yo iba de umforme, pero sin armamento de ninguna clase, ni siquiera el cinto de reglamento.
-¡Cabo de guardia! -exclamó -llévate a éste abajo.
Estaríaimos frescos murmuró entre dientes y añadió -Aquí no hay mfluencias y menos para los rojos.
Y tras este recibimiento "aterricé" en los fosos del Fuerte de Illetes, aquel 19 de marzo, festividad de San José...
Una vez bajada la pendiente y oír el chirrido de la verja de hierro al abirrse, me deseé a mí mismo, como si se tratara de otro, un extraño, mucha suerte. La necesitaba. Había entrado en aquella ratonera y no sabía cuando saldría ni como saldría.
En aquellos fosos, se alojaba una inmensa población, proscrita por los sublevados, distribuida en distintos compartimentos.
Unos edificados en la parte central de aquel hoyo, formando rectángulo y, los otros, en los laterales del mismo, construidos a base de grandes agujeros.
El cabo se encargó de custodiarme, juntamente con los artilleros provistos de sus correspondientes fusiles, con bayoneta calada, me introdujo en el llamado "Pabellón Grande"... Se alojaban muchos hombres en aquella nave. Mas de cien, muchos más...
Menos mal que este pabellón gozaba de muchas aperturas, pues de no ser así no se hubiera podido aguantar la atmósfera, producida por la falta absoluta de la más elemental higiene... Allí se veían hombres tirados sobre sucios jergones de paja.
Todo el ambiente era mal oliente, puesto que la falta de sol, la proximidad del mar y el estar "metidos" cuatro o cinco metros bajo el nivel de tierra, llevaba consigo una gran humedad que, asociada a todas las "debilidades" de aquellos seres faltos de todo lo esencial, había llegado a características de inhabitabilidad insospechadas.
Algunas veces tenían que pasar horas y más horas para poder llegar a los retretes. Basta decir que éstos estaban fuera, en un "pabellón" contiguo y se tenia que salir por lo tanto al callejón descubierto y había que pedir permiso al centinela que hacía la guardia sobre los fosos, cuatro o cinco metros más alto. Desde allí lo dominaba todo Y cuando, desde la puerta, se decía:
-¡Centinela! ¿Puedo ir al water?
Algunas veces contestaba:
-¡Sí, vaya!
Otras, por el contrario:
-¡No! . .
Y, en este caso, se tenían que hacer muchas combmaciones, y más si se tiene en cuenta que lo poco que se comia era a base de judías, algo de garbanzos y un poco de lentejas. Todo legumbres secas y algunas veces pasadas... No cabe decir que, normalmente, no se sabia si lo que cosquilleaba por el bajo vientre era ventoso o diarreico...
Aún recuerdo que un catalán, apellidado Elipe o algo parecido, al asomarse a la puerta del "pabellón" y pedir al centinela permiso para salir a evacuar, se produjo una escena de pocas palabras y la última la dijo el fusil.
-¡Centinela! ¿Puedo salir al retrete? .
-¡No! -contestó, el mancebo de guardia...
Y, casi al mismo momento, se oyo otra voz, metalica, ruidosa:
-¡¡¡Pum!!! .
Y la bala fue a incrustarse en el tobillo de aquel pobre desgraciado. .
A los de arriba, salvo raras excepciones, entre ellas el capitán del Fuerte, estas escenas les divertían mucho. La carroña de abajo necesitaba ser eliminada.
-¿A santo de qué tenemos que conservar a esta chusma? -decía el teniente Miralles.
-Y encima atender a su manutención -decían otros.
Y allí, en aquellos fosos, había caído yo.
Al momento de haber entrado ya tuve a mi alrededor un montón de gente. La mayoría de ellos con barba crecida descuidada... Sucios. Con esta suciedad impregnada por eÍ tiempo. Con esta suciedad que sólo se logra a base de un día y otro día de no lavarse. Falta total de agua y de jabón.
Todo eran preguntas. No sabía contestarles. Las únicas noticias que podía darles no les hubieran gustado. Valía más callar.
Por fin vino hacia mí un chico de Palma, del Arrabal de Santa Catalina. La única cara que me fue familiar, si bien no le conocía más que de vista. Casi todos eran mallorquines, pero la mayoría eran oriundos de otras localidades de la isla, lo cual influía para que yo no conociera ninguno.
Este muchacho, obrero manual y estudiante a la vez, me proporcionó un relativo buen sitio, puesto que el cabo carcelero me dejó a la puerta de la nave y supongo que pensó:
"Ahí va eso y compóntelas como puedas".
Me hice con un jergón que no tenía amo, pues el que lo había tenido últimamente, me dijeron que lo habían fusilado aquella última madrugada y gracias a este "incidente" habitual por lo visto, en el Fuerte de Illetes yo tenía donde tumbarme, si bien llegué a tener un callo en cada una de mis caderas. Prácticamente dormía sobre empedrado.
Por la noche tenía que protegerme con algo y si bien me habían entregado una vieja y sucia manta cuartelera, ésta no bastaba para nada pero tuve suerte de que un simpático muchacho que resultó ser el popular portero del "Constancia" de Inca, Perico Ferrer, me prestase un abrigo de paisano, que en sus buenos tiempos debió ser de gran calidad, puesto que, a pesar de verse muy usado, era de un paño muy amable y muy caliente. Me hizo un gran servicio.
Oscilaban entre los 18 y los 26 años, excepto unos pocos de complemento y la cincuentena de carabineros que, como fuerza armada mercenaria, eran profesionales y, como tales, eran hombres hechos y derechos; pero, a pesar de la juventud de unos, la mayoría, y la humildad como clase, de los otros, pude darme perfecta cuenta que existia en cada uno de ellos una conciencia, un sentimiento de equidad y de justicia que les distaciaba del resto de la población y, aun habiendo algunos pocos hombres de estudios o de profesiones más o menos intelectuales, los que quedaban, que eran enorme mayoria, constituian la flor y nata de los habitantes de la Isla. De ahí que al observarlo, un dia y otro dia, comprendiera que en la calle no había quedado, en terminos generales, ninguno de los valores que distinguen el ser racional del irracional. En la calle no quedaba mas que la materia adecuada para que unos, los menos, pudieran construir un sistema de paz represiva y los otros, los más, laboraran en pro de una paz pasiva. En sintesis: látigo y miedo, lo poco digno que quedaba en la Isla, estaba en las carceles y, en el fuerte de Illetes, para colmo, lo habían echado, tirado en un estercolero humano, a cuatro o cinco metros bajo el nivel del suelo.
Un poco antes de las ocho de la noche tocaron a rancho.
Salimos al callejón descubierto y allí, , en cola india, uno detrás de otro, y enlazando con los compañeros de otros "pabellones", íbamos pasando hasta llegar a una enórme perola, en donde con un cucharón, que a la vez servía de medida, nos dieron una mala sopa de lentejas y fideos. .
Aunque no tenía apetito, intenté probar aquel brebaje, pero al meter la cuchara en el viejo plato de aluminio, lleno de abolladuras, que me había tocado en suerte, me estremeció el carrasqueo producido por el roce de la misma con el fondo del indecente envase; pero mucho más me molestó el crujir de una sustancia terrosa que rechinaba entre mis dientes...
-Ello es debido -me explicó un maestro de escuela, bajito y simpático, apellidado Buades- a que. los sacos de legumbres secas vienen cargado de piedras y tierra y, sin proceder a la limpieza o decantado de elementos extraños, los echan a la perola y a cocer; puedes comprender -añadió, en tono burlón- que para engordar a los de arriba es necesario que los de abajo tengan una buena ración, aunque sea a base de agua, mucha porquería y pocas, poquísimas "mongetes".
No podía dormirme... Pensamientos y recuerdos afluían a mi cabeza en desordenado tropel... Recordaba mi niñez.
Los mimos de mi madre. Los afanes de aquella mujer, de aquella dulce mujer que fue mi madre. De aquella mujer que murió joven, quizás para dejar una estela de lozania en la memoria de todos. Me sentia dormido sobre su regazo.
Yo había querido mucho a mi madre. Su muerte me dejó anonadado. Me aferré. más y más a mi padre. Él, pocos años despues y joven tambien no la pudo sobrevivir y se fue...
Poco a poco a pesar del ambiente mal oliente y de aquel jergon que, de ninguna manera, me colocara como me colocara, me preservara de la dureza del suelo me quedé medio dormido ...
De pronto me desperté, pues delante de mí tenía un cabo de la guardia que me empujaba con el pie y me enfocaba una lmterna electrica.
-¿Cómo te llamas? -me preguntó.
. -No, no es. éste -interrumpió el teniente que resultó ser Miralles, el mismo que me había recibido cuando mi entrada
en Fuerte- Aquí le tenemos.
-¡Hijo de puta! -exclamó un chico a dos pasos más o menos de mí.
-Anda, levántate -le dijo el teniente.
-Chusquero, indecente!- Le volvió a replicar
-¡Mira que!... -amenazó el teniente.
-¿Qué es lo que tengo que ver? De toda formas me vais a fusilar... ¡Canallas!... Y tú teniente, eres un hijo de puta y ademas un asesmo. ¡S1, un asesino! ...
El cabo intervino. Su intervención fue darle dos golpes con la culata del fusil, dejándolo medio aturdido. Medio desmayado le maniataron. Le arrojaron una jarra de agua sobre la cabeza y se lo llevaron.
Los valientes eran un teniente un cabo y cuatro artilleros.
No cabe decir que iban armados hasta los dientes.
Durante el resto de la noche no pude dormir.
A la mañana siguiente supe quién era aquel muchacho.
Supe que se trataba de un obrero manual que, además con su asistencia a la escuela una o dos horas por la noche, estaba afiliado al Partido Socialista y, ni lo uno ni lo otro podían perdonárselo los caciques de Campos de Puerto.
Juan Mas fue fusilado aquella madrugada del día 20 de marzo, siguiente al de San José...
Yo, por mi parte, aún no llevaba veinticuatro horas en aquel gran agujero y ya estaba convencido de que difícilmente moriría en la cama, probablemente moriría asesinado por aquellos bestias. Lo sentía, pero aún me encontraba joven y amaba la vida.
Volvía a pensar en mi madre. ¡Sí!, volví a pensar y a soñar con ella y comprendí que había abandonado este mundo, joven y bella, para, con toda su lozanía, poder velar, con la gran fuerza que da el permanecer eternamente arriba, por mí... Ella como madre y madre mía, ya intuía que yo había nacido libre y como tal sería un amante, un fiel amante de la Diosa Libertad y, como todas las armas invisibles del más allá, me protegería. Éste sería su milagro.
Y yo no invoqué ni a Dios ni a los Santos; mi rezo fue:
-Madre, mádre mía ...
Despues de una noche de angustia, la primera pasada en el Fuerte de Illetes, empecé a sospechar que no estaría mucho tiempo en ver caras conocidas. En efecto, aquel expediente, sumario o como se le quiera llamar, que tratara el comandante Garau, aún después de una serie de incidentes de todo tipo y, entre ellos la intervención del capitán Zaforteza que hizo todo lo humanamente posible, de acuerdo con el alcance de sus pocas luces, para resucitarlo en pro de su personal lucimiento, necesariamente tenía que dar su fruto
Aún y a pesar de no haber encontrado, sumariamente hablando, según manifestación del propio comandante Garau, nada punible, la "cosa" se había complicado, bien por órdenes de arriba o, simplemente, por la presión que había ejercido dicho capitán Zaforteza, para quien, en el fondo, el triunfo estaba en razón directamente proporcional al logro de la realización efectiva de las órdenes y consignas del clericalismo oficial que regía y controlaba en aquellas fechas los actos que, según el inquisitorial criterio del clero mallorquín, podían satisfacer o molestar a un dios de barro que, en nombre del Todopoderoso, se había levantado en los altares de los templos insulares y que no siempre estaba de acuerdo con los sobresaltos postulados de la única y eterna Divinidad.
Recordé que a últimos de agosto o principios de septiembre del 36 fui llamado por un juez, instructor militar, y éste resultó ser precisamente el comandante Garau. Tanto él como el secretario de causas a sus órdenes y que, dicho sea de paso, aunque vistiera uniforme de soldado "raso" era
un joven de la buena sociedad de Palma, flamante abogado, al parecer inteligente y, además, futuro yerno del instructor militar que me había citado a declarar. Me tranquilizaron haciendo mucho hincapié en que se mirara desde cualquier prisma, se tenía que partir de la base que, con anterioridad al 18 de julio de 1936, no había ley en España que prohibiera el pertenecer a éste o a aquel partido político o confesión de carácter religioso, cultural o deportivo .
Tanto el criterio del juez como del secretario era contundente. Admitían el levantamiento, pero no la caza de aquellos cuyo único "delito" era haber vivido dentro del orden constitucional. De un orden que en todo momento había salido de las urnas ...
Sé, y me consta, que propusieron el sobreseimiento.
La Guerra civil en Mallorca vivida por Josep Pons Bestard
20 Hacia el consejo de guerra
No me equivoqué. Aquella misma mañana "cayeron" en el "hoyo" el abogado y funcionario municipal Eduardo López Bermejo, el simpático amigo Francisco Mulet Alcover, jefe del negociado del Ayuntamiento de Palma y más tarde el entrañable Jaime Oliver, seguido de Miguel Porcel, marino de guerra que, por su graduación, pocos días después fue trasladado desde el Fuerte de Illetes a otras dependencias ubicadas en el centro de la capital. exactamente en la Misión, y que habían sido destinadas para prisión de jefes y oficiales, puesto que en Illetes no había más que suboficiales, clases y tropa.
Días después supe que se encontraban detenidos en carceles civiles el industrial Nilo Salas, el comerciante Moreiras el farmacéutico José Tarongí y el médico Antonio Meneu y algún que otro más... Total que de aquella "peña" liberal defensora de los más depurados postulados democráticos de aquella élite, llamada Masonería, en donde cabían todos los credos políticos y religiosos formada por cincuenta y tantos hombres de buena voluntad, quedaban solamente una docena mal contada. Sólo uno, el profesor normal José M. Olmos, había sido ejecutado, como consecuencia de uno de tantos "consejos de guerra" legitimados por el único "derecho" de la fuerza de los sublevados contra la legitimidad del poder constituido por la gracia de las urnas y que, en definitiva, representa la Gracia de Dios.
Todos los demás habían sido acribillados a balazos y abandonados sus martirizados cuerpos, durante una y otra madrugada, por nuestros caminos y por nuestros cementerios.
Tuve el presentimiento de que seríamos procesados y que, en la farsa de algún consejo de guerra, nos tocaría el papel de reo, bien por separado o bien colectivamente; pero que, de alguna forma, nos sentaríamos en el banquillo y, quien sabe si del duro asiento, pasaríamos ante un pelotón de ejecución y la Eternidad ...
Hice un examen de conciencia. Quería estar preparado para morir. Quería que la muerte no me asustara y, para darme ánimo, me decía a mí mismo que, por el mero hecho de nacer, se está condenado a morir... Me repetí, una y mil veces, hay quien vive mucho y hay quien vive poco y a mí, probablemente, me tocaba morir joven.
Había vivido poco, muy poco y, sin embargo, le había tomado cariño a la vida. Me había parecido bella, aunque aquello fuera un infierno. Quizás un mal sueño... Debía despertar para huir de aquella pesadilla; pero para evadirme de aquel mal sueño, sentí la humana necesidad de soñar para olvidarme del presente y, a la vez, del porvenir...
Retroceder al destino, mi destino y volver, no sé si dormido o despierto, a soñar...
Aquel retroceso que me devolvía a la vida, a la incógnita entre el tiempo y el espacio y la verdad y la mentira, como vertice en que converge, formando punto común, lo material con lo espiritual, aparecía al igual que un día de carnaval, una máscara, una ilusión...
Y yo soñaba, soñaba con ella...
No cabe duda que la ilusión siempre tiene nombre de mujer. Etérea como tal ideal, pero siempre mujer y, aquella ilusion, hubiera podido ser la música producida por una falda de seda que, al moverse crujía melódicamente, dejando una nota de dulzura o de incertidumbre...
Aquella ilusión que, dentro de la inmaterial idealización aparecía como una diosa de trapo, constituía en esencia en espíritu, la representación de la universal mentira y yo soñaba, soñaba con aquella esbelta figura cubierta toda de negro. Sólo detrás de los agujeros de la máscara, de aquellos dos puntitos que, al parecer no eran de trapo, pude contemplar unos ojos aterciopelados, de mirada suave... Debía ser una mujer bella, tan bella como la vida, la propia vida...
No se si soñaba o estaba despierto, pero oía su voz, su armomosa voz... Aquella voz que sonaba a soplo divino.
Aquella voz que, unida a la esbelta tapada, incitaba a romper el maleficio de la farsa o de la realidad...
Y mientras soñaba con aquel, mi ideal, lo vi, y lo vi claramente; puesto que el crujir de aquella falda de seda, de seda natural, que al andar y, más aún, al apresurar el paso, me hacia sentir y volver a vivir un pretérito, un feliz pasado ...
Solo hab1a quedado una figura, más que una figura un sentimiento tan idealizado, tan bello, que al despertar pude ver que, tras la máscara de negro de negro raso, al desprenderse, aparecía una bella faz de escalofriante blancura que, aún sin yo tocarla, me hacía sentir que estaba fría, muy fria y rigida como el mármol...
De pronto me fijé en su mano derecha. Sostenía una guadaña...
Lancé un grito.
Un compañero me cogió la muñeca. Al poco tiempo le oí decir:
-Creo que tiene fiebre.
Sansó tiene un tubo de piramidón. Voy a pedirle unas tabletas -dijo el otro.
-De todas formas él no las necesitará. Le van a fusilar- dijo no sé quien.
Al cabo de unos días, un secretario de causas, en un momento que había subido arriba a cumplimentar unas diligencias de puro trámite, se acercó a mí y, a pesar de las prohibiciones absolutas que regían en el Fuerte, en voz baja me dijo que de momento todos los que teníamos relación con la masonería dependíamos de Burgos, lo cual quería decir que se había alejado el peligro.
-La causa ha sido paralizada. No habrá, de momento, procesamientos. Los que estáis metidos en este asunto, podéis estar tranquilos.
Y se fue rápidamente sin esperar contestación.
Verdad o mentira. Sueño o realidad, se me quitó un enorme peso de encima.
Aquella misma noche Sansó, el propietario de un tubo de piramidón, entró en capilla...
A la madrugada siguiente le fusilaron.
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