23 octubre 2024

Sobrevivir 7: Animales salvajes, habitantes de la ciudad

La gran ciudad no sólo ejerce una mágica fuerza de atracción sobre muchos seres humanos, sino que, extrañamente, también atrae a muchos animales salvajes.
Por esa causa, pese a que en los barrancos callejeros de nuestras «sierras rocosas artificiales» mueren y se degeneran muchos más pájaros de los que crecen; pese a su grotesca y exagerada actividad sexual, con descuido de los hijos; a la agresividad y a los síntomas de degeneración de su conducta social; pese a la suciedad, al mal olor, al ruido y a los venenos que arruinan su salud, todas las pérdidas que sufren en la gran ciudad de Moloch son compensadas por la creciente inmigración procedente del campo. 


La huida del campo de muchos animales está en pleno desarrollo. Y a hay rebaños de corzos paciendo entre los escollos de las modernas ciudades satélites y a estos animales los peatones, los niños y los autos les parécen más inofensivos que los cazadores en el bosque. Los zorros ventean en los basureros de las grandes ·ciudades. En Londres se localizaron en 1976 tres mil zorros rojos, algunos de los cuales se atrevieron a llegar hasta la plaza de Trafalgar, en pleno corazón de la urbe. En vez de atacar a los gansos, se comían las palomas y algún que otro gato vagabundo.
Los conejos llegan hasta los arrabales de la ciudad, pese a que, solamente en Hamburgo, los veinte cazadores convocados oficialmente matan unos 18.000 conejos al año (más mediante el empleo de hurones que con las escopetas de caza).
Los erizos patrullan ya los bordillos de las aceras de las calles de más tráfico, pese a que los autos aplastan a todos aquellos que no huyen y se apelotonan ante el peligro, siguiendo su instinto. En el cementerio de Berlín-Heiligense, los jabalíes campan por sus respetos entre las tumbas, tiran las lápidas y hasta ahora se ríen de los cazadores. Cada vez que éstos aparecen por allí, los jabalíes no lo hacen, pero tan pronto como los cazadores han vuelto a casa, les toca a los jabalíes el turno de visitar a los muertos.


Ruidos más propios de la selva despiertan cada noche a los habitantes de algunos barrios periféricos de Los Ángeles. Los coyotes, también llamados lobos de las praderas, van de un lado para otro a la caza de perros y gatos, o en busca de "carroña", es decir, de las salchichas y los bistés en las cocinas abiertas.
Debido a las alcantarillas, los desagües y los conductos de las instalaciones de aclimatación, las grandes ciudades se han convertido en El Dorado de las ratas. En Nueva York viven nueve millones de ratas, es decir, una por cada uno de sus habitantes humanos. Los repugnantes animales surgen de las alcantarillas, entran en los desagües de los váteres y por ellos a todos los pisos bajos de la ciudadDe los veinte millones de ratas de la especie peramelidae que habitan Rangún, la capital de Birmania, unos trece millones son aniquiladas anualmente, en una ·costosa operación. Los zoólogos aconsejaron erróneamente a las «victoriosas autoridades», pues el mismo número de animales hubieran muerto por sí solos en los cuatro siguientes meses y ¡gratis! De todos modos las ratas saben reproducirse y al cabo de poco tiempo su número era de nuevo el mismo. 
A partir de 1970, las ratas comenzaron a tener peligrosos enemigos en las cloacas de Nueva Orleans. Cocodrilos y aligátores llegaron hasta allí por el camino inverso seguido por las ratas: en Estados Unidos se puso de moda tener en el piso lacértidos como animales domésticos... mientras eran pequeños. Cuando estos minimonstruos crecen, ya no se les cobija en la bañera, sino que esos «amigos de los animales» los tiran por el wáter, tranquilizando así su mala conciencia, llevando a los cocodrilos a las alcantarillas, donde se alimentan de ratas y donde, también, de vez en cuando muerden la pierna de algún pocero.


La procreación de lacértidos recibe también apoyo en la superficie de la tierra. Desde que en Florida y Louisiana se incluyeron los aligátores en la lista de los animales salvajes en riesgo de extinción y se colocaron bajo fuerte protección., estos reptiles se vienen procreando de una manera enorme. En 1970 se contaban 52.000 animales, en 1974 unos 300.000 y en 1976 unos 650.000.
Estos reptiles, que en ocasiones pueden alcanzar hasta los cuatro metros de longitud y una boca capaz de causar pánico, se han dado cuenta en seguida de que ya no tienen que temer a los hombres y se ponen a tomar el sol en los campos de golf y en las pistas de tenis, en los jardines de las casas, en los parques de las grandes ciudades y en las carreteras y autopistas. También se comen algún que otro perro de aguas de doscientos dólares, gatos domésticos, así como nutrias, visones, castores y mapaches en las granjas en que penetran.
El papel de los cocodrilos en el cálido sur lo juegan los osos polares en el frío norte. En las. cercanías de la ciudad canadiense Churchill, en la ribera noroccidental de la bahía Hudson, en 1972, sesenta osos polares descubrieron las ventajas del basurero comunal. Dado que los habitantes de la ciudad temían por su vida, veinticuatro de los osos fueron narcotizados y transportados en avión a unos quinientos kilómetros de distancia hacia el sudeste, a un lugar no habitado por el hombre. Pero dos semanas más tarde estaban de nuevo en el basurero. Los ciudadanos de Churchill decidieron que siempre hubiera suficiente comida en el depósito de basura para que a los osos no se les ocurriera volverse contra los hombres.
El fenómeno global .de la invasión de la gran ciudad por animales salvajes ha llegado incluso hasta la India: en pleno día el Ministerio de Defensa en Nueva Delhi sufrió el ataque de un comando enemigo. Los invasores treparon por la fachada, saltaron por las ventanas y destruyeron archivos y documentos secretos. Pese a todo, los soldados no abrieron fuego contra los invasores porque eran sagrados: una horda de macacos de la India, que están tan protegidos por la religión hindú como las vacas cebús que deambulan por la calle. Hace ya. tiempo -varios siglos- que este tipo de monos de la India, los macaca mttlatta, abandonaron parcialmente los bosques para pasar a las calles de pueblos y ciudades como una especie de vagabundos trashumantes. Podríamos decir que son como miembros de las castas más bajas y ofrecen un espectáculo cómico de hurtos y sobresaltos.


En los últimos años la huida del campo a la ciudad se ha acentuado. El censo nos dice que ya en 1969 sólo el 12 por ciento de estos macacos vivía en los bosques, el 76 por ciento en las ciudades y aldeas y el restante doce por ciento se había acostumbrado· a vivir al borde de los caminos o habitaban en los viejos templos. 
El zoólogo indio doctor Sheo Dan Singh, que de niño jugaba con los macacos en los jardines de las casas de su ciudad natal, dedicó varios años a un trabajo de investigación sobre los cambios que el paso del campo a la ciudad causaban en los animales en general y en estos monos en particular. 
Sus descubrimientos sobre el fenómeno de la «ciudadanización» de los macacos son ricos en conclusiones de importancia fundamental y creo vale la pena que continuemos ocupándonos de ellos.
Lo que principalmente llama la atención es el cambio de gusto alimenticio que en los macacos se verifica. Mientras viven en los bosques se conforman con frutos y hojas; los que se han trasladado a la ciudad demuestran una clara preferencia por comidas guisadas y bien condimentadas, así como por productos de panadería de todo tipo.
Naturalmente, los monos de la ciudad no reciben esos delicados bocados como donativos voluntarios, al menos no en cantidad suficiente, y se convierten en verdaderas bandas de ladrones. Actúan empleando los trucos y los engaños más picarescos y refinados para conseguir su pan cotidiano y están en guerra continua con los guardas de los almacenes de alimentos, con las amas de casa y los dueños de los puestos de los mercados, siempre armados de palos. Peleas como las del mono Fips, de Wilhelm Busch, son para los monos de la India algo que forma parte de su drama cotidiano. 
El que los macacos indios pudieran ser matados a tiros, envenenados y aniquilados, como. se hace en Alemania con las palomas, es algo que no se le ocurre a nadie. Un buen estacazo es el máximo castigo que puede recibir uno de esos ·monos tan sagrados como ladrones.
En la lucha entre el hombre y el macaco es precisamente el hombre el que está en mayor riesgo de tener lesiones de gravedad. Estos animales apenas si miden sesenta centímetros de altura, pero si una mujer que vuelve del mercado no entrega voluntariamente su bolsa de la compra a la cría de macaco que intenta arrebatársela, convencida de poder vencerle, el pequeño empieza a lanzar agudos chillidos de alarma como si estuviera en peligro mortal. De todos los rincones surgen los componentes de la horda, veinte, treinta, cincuenta y hasta setenta macacos para salvar al pequeño del peligro.
Las personas involucradas en estos ataques reciben bastantes arañazos y mordeduras graves.
En vista de esas circunstancias el doctor Singh realizó varios intentos para «sacar del arroyo» a un buen número de estos monos y devolverlos a su vida natural en los bosques próximos. Todos sus trabajos fueron inútiles. Los macacos devueltos al bosque no tienen el menor interés en seguir viviendo en el campo y dedican todos sus esfuerzos a regresar a la ciudad, pese a que allí tienen que luchar peligrosamente para conseguir el menor bocado que llevarse a la boca. La mágica atracción de la civilización afecta también a los animales.
Como las bandas de gángsters de Chicago en los días de la prohibición, también las hordas de monos se reparten entre ellos los distintos barrios de las grandes ciudades. Mientras que los macacos que siguen en el bosque son auténticos nómadas que cada noche duermen en un lugar distinto, los monos de la ciudad defienden sus dormitorios contra cualquier intento de invasión de las otras hordas vecinas. Así, a sus luchas diarias contra el hombre hay que sumar las luchas fratricidas entre las distintas familias
Estas peleas están sometidas a una serie de normas y reglas bastante complicadas. 
En un arrabal de Nueva Delhi vivían cuatro importantes hordas de macacos: un poderoso clan de cincuenta animales, una horda de unos treinta y dos pequeños grupos formados,: cada uno de ellos, por una decena de animales. Mientras que la «gran potencia» se arrogó el derecho de poder entrar a su antojo en los tres territorios de soberanía de los otros grupos, la horda mediana sólo podía utilizar el suyo y el de los otros dos grupos más pequeños, pero jamás se atrevían a hacer acto de presencia en el terreno del gran clan. Cada uno de los dos pequeños grupos debía conformarse con defender el centro de su territorio contra el otro grupo pequeño, pero no contra las otras dos hordas, más numerosas y fuertes.
Cada vez que uno de los grupos más débiles no se daba cuenta a tiempo de la llegada de la horda más fuerte, o no escapaba con la rapidez suficienteo veía cortada su retirada por un obstáculo, se producían enconadas batallas. 
En el transcurso de tres meses se registraron nada menos que veinticuatro peleas de grupos enemigos con abundantes heridas y mordiscos.
La batalla comienza cuando los dos bandos adversarios cierran líneas uno frente al otro. Tras un auténtico griterío «homérico», de repente algunos de los monos más fuertes se adelantan para atacar, luchan durante algún tiempo y después regresan bajo la protección de sus huestes.
Hay que subrayar el hecho de que los animales casi siempre luchan individualmente y no en grupo.
En la selva pueden pasar muchos meses antes de que dos hordas de vegetarianos lleguen a las manos. En la ciudad, debido a que los encuentros son más frecuentes a causa de que la lucha por la existencia es continua, las peleas ocurren cada dos o tres días. Precisamente esto ha llevado a los macacos a desarrollar unas normas de lucha, como ocurre entre algunos pueblos primitivos de hombres salvajes
El enfrentamiento diario contra hordas enemigas y contra el hombre ha cambiado de manera decisiva la vida comunitaria de los macacos de la ciudad. Entre los habitantes de la selva, el jefe de la horda es un auténtico tirano inflexible. En el lugar de la comida ningún otro mono debe acercarse mientras él esté comiendo. Todo lo más que permite, en la época de la cría, esmque coman con él su hembra favorita y sus hijos. Pero pocos días después de «la boda», ni siquiera eso. 
En la ciudad, el jefe de una horda es menos severo. Permite que varias hembras con sus hijos, algo así como la cuarta parte del grupo, participen con él en la comida de los productos robados. Debido a que los alimentos escasean y para conseguirlos a veces hay que recurrir a acciones colectivas, los animales se han acostumbrado a repartirse lo conseguido.
Pero eso no significa que los macacos en la ciudad sean más pacíficos que en la vida en la naturaleza; son mucho más agresivos. Algunos tests realizados por el doctor Singh lo han probado así. Parece como si fuera una cuestión de supervivencia, cuando se está en un medio ambiente de extrema hostilidad, el que los grupos se enfrenten con todos los extraños con creciente enemistad, pero en el seno de la comunidad el comportamiento sea de mayor compañerismo y cooperación.
Consecuentemente esos macacos de la India están dispuestos -incluso a 
sacrificar sus vidas por salvar al compañero en peligro. El etólogo indio pudo observar, en cierta ocasjón, cómo un mono todavía de muy corta edad caía dentro de un pozo de canalización al descubierto, al que se asomó impulsado por su curiosidad infantil. Desde el fondo de la lóbrega hendidura comenzó a chillar de modo conmovedor. Inmediatamente, todos los componentes de la horda se congregaron en torno al agujero, presa de la mayor excitación.
Daban la impresión de que iban a saltar dentro, lo que hubiera significado su muerte. En el último momento, antes de que concretaran su intención, el doctor Singh pudo salvar al monito. 
Es posible que el mayor peligro de accidentes a que están sometidos sea la causa por la cual los macacos de la ciudad tienen un número menor de hijos que los que viven en la selva. En la selva a cada grupo de cien adultos se corresponden cincuenta hijos; en la ciudad sólo treinta y ocho. 
Las diferencias en su conducta sexual son igualmente notables. Mientras que en los grupos de la selva el número de machos es cuatro veces menor que el de las hembras, en la ciudad sólo hay dos hembras por cada macho. En la selva, el jefe de la horda expulsa de ella a los machos jóvenes en su mayor parte, por temor a que se conviertan, pasado algún tiempo, en terribles rivales para él. En la ciudad, por el contrario, parece mucho más conveniente conservar a los machos jóvenes y fuertes, pues de ese modo la horda cuenta con mayor número de elementos útiles en la lucha por conseguir alimentos y contra las hordas extrañas.
De todos modos esto no significa que a todos los machos les sea permitido mantener contactos sexuales con las hembras. Algo así como la mitad de los miembros machos de la horda, pertenecientes por lo general a las clases más bajas, se han vuelto impotentes como consecuencia de las presiones psíquicas. Esto es algo a lo que ya nos hemos referido: una severa y rigurosa ordenación jerárquica en una comunidad animal provoca una situación de stress que influye negativamente sobre los órganos reproductores de aquellos que se encuentran sometidos y obligados a ocupar los lugares más bajos en la línea jerárquica. 
Si comparamos la monótona existencia del macaco de la selva, recolector de frutos, con la vida sazonada de aventuras del macaco de la ciudad, puede llegarse a la conclusión de que en las ciudades se ha desarrollado una especie de macaco de inteligencia notablemente superior. 
A los cazadores de animales vivos indios el doctor Singh les paga siete dólares por un mono de la ciudad y sólo dos por uno de la selva. Pese a ello prefieren buscar sus presas en los bosques porque «esos estúpidos animales se dejan sorprender y coger con mucha mayor facilidad que los que crecieron en la ciudad, que se las saben todas».
En el transcurso de uno de sus experimentos, el etólogo mostró a los animales un pequeño ferrocarril eléctrico de juguete, cuyos trenes daban vueltas sin parar. A los monos de la selva aquello pareció no interesarles en lo más mínimo, pero los crecidos en la ciudad, por el contrario, se interesaron extraordinariamente. ¿Puede deducirse de ello que el habitante de la gran ciudad es realmente más inteligente que «la gente del campo»?
Sorprendentemente, tests de inteligencia han demostrado que no es ése el caso. Naturalmente entre los macacos se dan casos de una gran diferencia en la inteligencia individual, pero la capacidad de rendimiento está a un nivel medio muy semejante en los macacos de la ciudad y los del campo.
Al parecer, lo que ocurre es que en los macacos nacidos en la ciudad, su entrenamiento cotidiano, desde la infancia, los hace no más inteligentes pero sí más desenvueltos y mundanos.
«Dejo al lector -escribió el doctor Singh- que decida si puede y quiere sacar algunas consecuencias sobre la forma como la vida de la ciudad puede influir en el comportamiento del ser humano.»
De un modo semejante, la vida urbana exige de otros animales notables cambios de comportamiento, así como todo su ingenio y una sorprendente capacidad inventiva.

En los grandes frigoríficos del puerto de Hamburgo se han instalado ya grandes grupos de ratones domésticos. Jamás ven el sol ni pueden distinguir la noche del día; nunca respiran aire fresco. Pero han sabido arreglárselas para sobrevivir a una temperatura permanente de diez grados bajo cero y crean los nidos para sus crías en la propia carne congelada que allí se almacena.

De ese modo, cuentan con un hogar y comida en la mayor abundancia. En resumen es como si vivieran en Jauja y, además, en plena seguridad contra todo tipo de veneno o de gas exterminador.

Los gorriones descubrieron ya la ciudad como hábitat en 1870; los mirlos

y los verderones construyen sus nidos con papel de periódicos y basura

sobre los tubos de neón de los anuncios luminosos. Cierto que allí la noche se hace día para ellos, pero prefieren luz y calor a oscuridad y frío.

El trasnochador que vuelve a casa a las dos de la mañana en una noche

de primavera, puede contemplar sorprendido que estos mirlos ciudadanos lanzan sus cantos a la oscuridad; posados sobre una antena de televisión, a la pálida luz que se refleja de un farol callejero. 



Se han convertido en «ruiseñores» nocturnos, lo cual significa para ellos algo positivo desde el punto de vista biológico: en medio del ruido del tráfico de las horas diurnas, resultaría casi imposible que una hembra pudiera oír el canto amoroso del macho. De ese modo la llamada amorosa se lanza al aire en las horas tranquilas y silenciosas de la noche.

Por otra parte la ciencia le ofrece al más escandaloso de todos los pájarosel carpintero, insospechadas posibilidades. En Hamburgo-Lokstedt, durante la primavera, cada mañana a las cuatro un pájaro carpintero tamboreaba su canción amorosa en vez de sobre un tronco de árbol sobre el mástil metálico que sostenía una señal de tráfico hasta que hacía vibrar la chapa metálica de éste. Con la ayuda de este instrumento lograba un éxito especial con las «damiselas» de su especie.

Los picos verdes pueden transformarse en habitantes de la ciudad tan pronto han aprendido a confundir los muros con los troncos de los árboles.

En algunos lugares consiguen alimento, picoteando la argamasa que une los ladrillos en las vallas y muros, para sacar de esos intersticios insectos y arañas.

Hay que decir que los pájaros de la familia de los picos o pájaros carpinteros no están libres de sufrir equivocaciones en las cercanías de los lugares habitados por el hombre. Por ejemplo: cuando oyen el tic tac de los instrumentos situados en cajas de madera en una estación meteorológica, creen estar oyendo el ruido de insectos perforadores de la madera y destrozan las cajas de instrumentos. En cierta ocasión, después de que terminé mi trabajo en el jardín de casa, me dejé olvidado el despertador bajo un árbol. Un pájaro carpintero las emprendió con él y estuvo picoteándolo hasta que el reloj perdió "su vida".

Los animales salvajes que se han adaptado a la vida ciudadana parecen haberse convertido en ejemplo para sus congéneres que continúan viviendo en la naturaleza. El último ejemplo lo tenemos en la gaviota común.
Ciertamente 
que ya habían descubierto la ciudad como fuente de alimentos desde 1889, pero hasta hace muy poco siempre se retiraban a procrear a las islas del mar del Norte.

Sin embargo, desde 1950 en las ciudades inglesas y desde 1976 en Wilhelmshaven y Bremerhaven, se han hecho a la idea de que los tejados de las casas les ofrecen mejores posibilidades de anidar que las dunas de las playas. Puesto que los polluelos de las gaviotas no se alejan casi nunca del nido, no existe el peligro de que puedan caerse antes de saber volar.


Esto nos lleva a profetizar que, dado que las gaviotas ya se alimentan de los cubos de basura y -¡como las palomas!- de la comida que voluntariamente les ofrece el hombre, tras el descubrimiento de que pueden criar en los techos irán conquistando, poco a poco, más ciudades, incluso del interior, lo que hasta ahora parecía algo increíble, dado que la gaviota común es realmente un ave marina.

En la actualidad el número de pájaros habituados a la vida ciudadana es legión. En 1976 los ornitólogos contaron en la zona urbana de Hamburgo: 37.900 gorriones, 19.400 palomas, 15.000 mirlos, 6.700 verderones, 4.200 herrerillos, 4.700 estorninos, 3.600 palomas torcaces, 2.300 vencejos; 2.200 paros y otras 25 especies de aves, con un total de 120 000 individuos.

Cuando al llegar la primavera los mirlos ocupan las antenas de la televisión y los pararrayos como puestos desde los que lanzar sus cantos y tratar con toda la fuerza y la belleza de sus trinos aflautados de atraer a las hembras, expulsar a los rivales y establecer su dominio sobre "SU" bloque de apartamentos, como antaño hicieron subidos a las ramas más altas de los árboles, nos muestran que en este terreno debe de haber ocurrido algo realmente trascendente.

Hace sólo 150 años, con la excepción del cernícalo, no vivía en la ciudad ni un solo pájaro en libertad. Ni siquiera el gorrión. En las murallas de Verona Romeo y Julieta no pudieron oír los trinos de la alondra ni del ruiseñor.

Shakespeare, hombre de campo, cometió un tremendo error. En esos días la frontera entre la ciudad y el campo estaba perfectamente delimitada por las murallas. A un lado un mar de casas casi desprovisto por completo de vegetación; al otro, campos y praderas deshabitadas. Un contraste tan notable no podía ser superado fácilmente por las aves.

Es cierto que las aves hubieran podido volar con facilidad sobre las murallas, pero la diferencia entre la naturaleza y el paisaje de ladrillos y cal era tan enorme que no hubieran podido adaptar su vida de modo tan radical como sería necesario. Esto sólo ocurrió cuando el tránsito del campo y el bosque a la ciudad se fue suavizando, debido al surgir de los arrabales, de las afueras de las ciudades con sus villas y sus jardines.

Pero no estriba en esto todo el secreto. Hacia 1914, sólo había mirlos en las ciudades al Oeste de la línea Oder-Neisse. A partir de entonces, esas aves fueron extendiéndose en un amplio frente en dirección al Este, ocupando, por decirlo así, ciudad tras ciudad. En 1962, el frente había alcanzado una línea hipotética Konigsberg-Varsovia-Lemberg, de acuerdo con las informaciones de los ornitólogos polacos. La velocidad de la penetración es de un promedio de seis kilómetros al año.· Muy pronto los mirlos ciudadanos cruzarán la frontera de la Unión Soviética por Bialystok y Brest.

¿Cómo podemos explicarnos ese exttaño avance de la «mirlorización» de

las ciudades? La explicación no puede estar exclusivamente en la ya mencionada suavización de la línea divisoria entre la ciudad y el campo. El nuevo estilo arquitectónico de las ciudades no se compagina, en absoluto, con la nostalgia ciudadana que parece desarrollarse cada vez más en los mirlos. Sin embargo, continuamente, algunos mirlos se escapan del núcleo de las ciudades ya ocupadas, vuelan sobre el campo a las próximas zonas habitadas, cuyas ciudades aún no fueron ocupadas y enseñan a sus congéneres que viven en sus proximidades cómo se logra dominar la vida en la ciudad. ¿Es eso lo que ocurre?

Suena absurdo. Pero ¿de qué otro modo podemos comprender este planificado extenderse de la habituación del mirlo a la vida en las ciudades? Seamos modestos y aceptemos la verdad: ¡no lo sabemos todavía!

Esto es lo más extraño en el total fenómeno de la «ciudadanización» de los animales salvajes: al principio ese mar de edificios les parece una zona altamente peligrosa para sus vidas. Pero en seguida aprenden, cómo, pese a eso, puede sobrevivirse en el desierto de la civilización. Tan prónto han dado ese paso, los animales comienzan a comportarse como si a partir de ese momento sólo valiera la pena una existencia ciudadana. ¡Exactamente como les ocurre a muchos seres humanos! Incluso cuando alguno de esos animales climatizados a la ciudad realizan una «invención» que hace más agradable su vida burguesa, puede observarse con. qué rapidez en todo el país «se habla de ella». El ejemplo más impresionante son los famosos herrerillos de las botellas de leche de Inglaterra.

En Inglaterra los herrerillos han aprendido a abrir las botellas de leche que los repartidores dejan de madrugada delante de las puertas de las casas. Rompen la platilla que sirve de tapón, se colocan de pie en el gollete, introducen la cabecita por el amplio gollete y picotean la nata que se forma en la parte superior de la botella (1).

Los etólogos han descubierto que, hacia 1914, un herrerillo «inventor», o quizá varios de manera más o menos simultánea, descubrieron el truco. Su instinto natural, que los lleva a abrir los frutos secos duros a fuerza de picotazos o a descortezar los árboles, favoreció esta tendencia. Algunos otros herrerillos que se hallaban cerca del inventor vieron cómo actuaba éste. Las aves tienen muy desarrollado el instinto de imitación y pueden aprender algo viendo cómo otros lo hacen. Por otra parte, sólo los animales con capacidad de aprendizaje excepcionalmente desarrollada están predestinados a sobrevivir en la ciudad.

De ese modo, como una bola de nieve, se fue extendiendo el truco de los pajarillos abridores de botellas por todo el país. En 1956 y 1957 se extendió hasta Alemania, exactamente a la ciudad de Bad Homburg, donde se -observaron algunos herrerillos que abrían las botellas de leche. Si los pajarillos alemanes lo descubrieron por cuenta propia o se trataba de una idea importada es algo que, desgraciadamente, no puede determinarse con certeza.

De todos modos, en Alemania ese esperanzador desarrollo fue ahogado en la cuna, puesto que muy pronto los lecheros alemanes dejaron de hacer repartos de leche a domicilio.

Muchas aves sólo nos demuestran todo lo que son capaces de hacer cuando se ven obligadas a ello por las exigencias de la vida en la ciudad. Las palomas domésticas que pueblan las plazas y los lugares más céntricos de las ciudades se comportan como ágiles toreros en las horas de mayor tráfico.

Sólo Dios sabe lo que pueden encontrar en medio del asfalto, medio cegadas por los gases de los tubos de escape, pero lo cierto es que arriesgan su vida a cada segundo para picotear algo. Y cuando el conductor piensa: «¡Ya me he cargado a una!», la paloma sale sana y salva por la parte trasera del coche.

Los gorriones tuvieron que adaptarse dos veces a la vida ciudadana. La primera en 1870, cuando por vez primera hallaron la senda que los llevaba del campo a la urbe; la segunda hace unos cuantos años, cuando tuvieron que vivir la mayor tragedia en la historia de los gorriones de la ciudad: la desaparición del caballo de las calles de los centros urbanos.

Siempre se ha afirmado que el gorrión casero se unió al hombre después

de la última era glacial. Esto es una tontería. Esos animales, que proceden originariamente de las estepas del Asia Menor, se unieron al caballo, o mejor dicho a sus boñigas, donde. picotean los granos de cebada a medio digerir.

Ya en esos primeros tiempos los gorriones se agruparon en bandadas que poseían un perfecto y adecuado sistema de comunicación: ¿Dónde han caído las siguientes boñigas? El que las descubría alertaba de inmediato a toda la bandada.

Ese mismo sistema social que tan perfectamente funcionaba, sigue haciéndolo aun ahora cuando ya no hay estiércol de caballo por las calles, para avisar a la bandada de que ha sido descubierto cualquier tipo de alimento, probado y aceptado.

Como con los macacos indios, también en este caso la suma de una buena capacidad de aprendizaje con un excelente· comportamiento social permite la supervivencia de los gorriones en la ciudad.

Punto cumbre en la acomodación de los gorriones a la vida en la ciudad:

como los ratones descubrieron los frigoríficos municipales, los gorriones han descubierto los grandes silos, por ejemplo, en el puerto de Hamburgo. Allí transcurren varias generaciones de gorriones que pasan dentro toda su vida, sin salir jamás al exterior, sin conocer la luz del sol ni respirar aire fresco.

Pero pueden comer hasta hartarse.

También los cernícalos aprendieron a gozar, cada vez más, de las bendiciones de la civilización. Hace ya tiempo que dejaron de ser el único animal salvaje que pernoctaba en las ciudades, que salía durante el día a los campos en busca de alimento y hacían sus nidos en los muros de las torres. Hace ya tiempo que dejó de hacer sus nidos en las torres de las iglesias. Ahora habita en los tubos de ventilación de los rascacielos, en los muros de las fábricas, en los tubos de conducción de las refinerías petrolíferas, en los grandes postes de las líneas de alta tensión, en los orificios de ventilación de los túneles de las autopistas y en las torres de las emisoras y los enlaces de televisión.

Esa elegante ave de presa puede, como el hombre, habitar en «casas de

vecinos». En Leipzig existe un gasómetro de ladrillo, cuya pared externa está adornada con unas ventanas falsas. Allí anidan nada menos que nueve parejas de cernícalos, en estrecha vecindad, como si compartieran una casa de apartamentos.

Sorprendentemente, les ocurre lo mismo que a los seres humanos en la monótona arquitectura de los grandes bloques de apartamentos donde, con tanta frecuencia, no encuentran su propia puerta los niños, los ancianos o los borrachos. A veces las aves confunden sus nidos, ponen un huevo en alguno que no es el suyo, se echan a empollar en nidos equivocados y se pelean entre sí con frecuencia. Se trata de errores que resultan mortales para su descendencia.

Un andamio colocado en una tubería de drenaje llenó de confusión a un petirrojo que se había habituado ya a la vida en Londres. La hembra intentó criar en cada uno de los muchos huecos vacíos, pero se equivocaba continuamente de agujero y acabó construyendo, uno al lado de otro, nada menos que veintitrés nidos. En uno de ellos puso cuatro huevos, en otro dos, en un tercero sólo uno, y sé volvía realmente loca tratando de incubarlos a todos.

Naturalmente, el fatigado pajarillo no logró traer al mundo ni una sola cría, pese a todos sus esfuerzos agotadores... ¡Un triste símbolo del exagerado afán de trabajo y del fracaso en una gran ciudad!

En los animales que se hán convertido en habitantes de la gran ciudad, las buenas costumbres decaen.

En este artificial desierto de piedra la temperatura es siempre algo mayor

que en el campo. Debido a la influencia del clima de la ciudad, la primavera se adelanta dos semanas. Las glándulas germinales maduran prematuramente.

Los animales jóvenes alcanzan antes de tiempo su madurez sexual. Entre los pájaros el número de machos es casi doble del de las hembras, debido a que sólo los machos bien capacitados se trasladan a la ciudad. Eso da lugar a que se desate una auténtica embriaguez sexual.

Muchas aves en las cuales es norma el matrimonio monógamo y permanente, se lanzan a un desenfreno sexual pese a la escasez de hembras. 

Entre los patos que pueblan los lagos de nuestros parques surgen las violaciones con el subsiguiente asesinato de la hembra, por asfixia.

Los gorriones de las ciudades tras su primer apareamiento vuelven a sentir rápidamente deseos sexuales y arrojan del nido a sus crías antes de tiempo dejándolas desamparadas. Por su parte el mirlo en vez de dos crías al año, como es normal cuando vive en la naturaleza, hace cuatro o incluso cinco... pese a lo cual logra criar a un número menor de hijos.

Por encima de todo esto, la habituación a la vida ciudadana parece gustar tanto a los animales que la practican, que incluso las aves emigrantes pierden

su instinto migratorio. Mientras que los mirlos que viven en la naturaleza

emigran cada año a los lugares más cálidos del sur, al llegar el otoño, sus

hermanos aclimatados a la vida ciudadana pierden ese instinto.

La vieja canción infantil que celebra el regreso de los mirlos, tordillos, pinzones y estorninos como anuncio de la vuelta del buen tiempo, ha perdido ya su validez para todos los plumíferos que habitan la gran ciudad. Permanecen continuamente en Sodoma y Gomorra.

Una observación: cuanto más se moderniza la arquitectura de las ciudades, cuanto más antihumana se hace la manía por los gigantes de hormigón de los nuevos barrios, más antianimal se hará también la ciudad del futuro. Ese paraíso animal que es todavía la gran ciudad está ya, una vez más, en peligro.

En los rascacielos carentes de todo detalle de buen gusto, con sus ángulos rectos y sus fachadas lisas, ni siquiera los gorriones encuentran lugar donde anidar, salvo en el caso de que los tejados presenten algunos adornos chapuceros. Los muros de cemento y las puertas de acero de los sótanos ponen a los ratones y a las ratas ante un problema existencial de difícil solución... ¡y esto significa algo!

Los setos entre los grandes bloques de cemento de las ciudades satélites, cuya hierba se corta dos veces por semana, sólo sirven para fingir un contacto inexistente con la naturaleza. Allí los mirlos ni siquiera pueden encontrar en el suelo las lombrices que necesitan para su alimentación, puesto que les falta la maleza necesaria para anidar.

Si se plantan setos de arbustos, toda la zona se llena de mirlos. Inútilmente tratan los pájaros de mantener a distancia a los otros machos con la belleza de su canto. Continuamente se producen choques y roces con los vecinos, que terminan en picotazos y luchas aéreas. El canto, uno de los más bellos, de los mirlos se degenera a causa del stress producido por el exceso de población, hasta convertirse en unos graznidos desagradables, o muere por completo. Los pájaros se dan cuenta de la falta de objetivo de su canto y enmudecen. En vez de cinco huevos, la hembra pone dos o sólo uno. A las crías se las comen los gatos madrugadores o se mueren de hambre en medio de las peleas de sus progenitores.

Sin embargo, la ciudad satánica, ese horrible Moloch, sigue teniendo en sí un mágico atractivo para muchos animales... ¡como para tantos seres humanos!


(1) El traductor, que vivió mucho tiempo en Inglaterra, ha sido testigo del fenómeno, que los lecheros evitaban colocando sobre las botellas botes de cristal de yogur vacíos, boca abajo, con lo que se frustraba la glotonería de los herrerillos(N. del t.)

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