30 octubre 2024

Sobrevivir 8: El impacto de la civilización

Una sobrecogedora visión, propia de una utópica novela de terror, se ha hecho realidad: los insectos han logrado apropiarse de los medios destructivos del hombre y utilizan sus venenos en una nueva forma de guerra química para dar muerte a sus enemigos.
Existe ya un insecto que se aprovecha del envenenamiento del medio ambiente por los productos de nuestra civilización. Se trata de un saltamontes sin alas que vive en Florida. En lo que a su alimentación se refiere ese insecto no tiene nada de caprichoso. En el laboratorio, incluso, se alimenta de papel de periódico y de sellos de correos. Cuando está en libertad suele comer esas malas hierbas que el hombre destruye con un conocido herbicida: el «2,4 Ácido diclorofenoxiacetónico».


Aunque parezca extraño, ese herbicida no causa mal alguno al estómago
del insecto, que no hace otra cosa sino transformar en su organismo ese producto químico de herbicida en insecticida.
Antes de ser afectado por el producto, si el insecto, incapaz de volar, era atacado por las hormigas, se defendía lanzando, por dos orificios glandulares situados a ambos lados del pecho, una sustancia parda y espumosa que ejercía un efecto atemorizador en las hormigas, pero que, por lo demás, resultaba de todo punto inofensivo. En la actualidad, el saltamontes de Florida, tras haberse alimentado con la hierba tratada con el herbicida, lanza chorros de una mezcla que resulta mortalmente tóxica.
De ese modo, el empleo en la agricultura de un herbicida produce un aumento del número de los saltamontes de Florida y una disminución notable de las hormigas. ¡He aquí un ejemplo característico que prueba la incapacidad del hombre para prever las consecuencias de su intervención en la naturaleza!
Ocurren también otras cosas difíciles de pronosticar cuando se produce una marea negra, como consecuencia de la catástrofe de un petrolero o de una plataforma de perforación submarina en busca de nuevos yacimientos de oro negro. Mientras que para millones de animales marinos esa peste oleosa significa la muerte, la estrella de mar, que gracias a ella puede alimentarse fácilmente y con toda abundancia, tiene una auténtica explosión demográfica de tal medida que, pocos meses después, pueden encontrarse hasta quince estrellas de mar en cada metro cuadrado del fondo submarino en las aguas cuya superficie fue afectada por la marea negra.


La causa de este fenómeno es la siguiente: los detergentes, esos productos químicos que el hombre mezcla con .el petróleo de la superficie del mar, para hacer que se disuelva y vaya al fondo, bloquean el sentido del olfato de muchos animales que viven allí. De golpe y porrazo quedan incapacitados para detectar el olor corporal que produce la estrella de mar que se aproxima a ellos y pierden, así, la oportunidad de buscar la salvación en la huida.
Los péctenes no tienen tiempo de producir esos movimientos oscilantes que les facilitan la fuga; los caracoles de mar reaccionan demasiado tarde y no escapan, con esa velocidad tan impropia de los caracoles que pueden obtener en caso de peligro mortal, y los balánidos no logran protegerse a tiempo con su velo gelatinoso, en el que se envuelven cuando se sienten en peligro y en el cual las patitas de la estrella de mar resbalan impotentes. Los erizos de mar no actúan con la urgencia necesaria para dirigir sus púas contra el enemigo.
En resumen: la contaminación de los mares como consecuencia de nuestra civilización ofrece a las estrellas de mar un auténtico paraíso sobre nuestro planeta (aunque no de mucha duración).
El ejemplo de la estrella de mar no es suficiente. En septiembre de 1978,
unos científicos de la Universidad de Arizona descubrieron en el cieno de
una depuradora un nuevo microbio que digería gasoil y aceites de engrase, así como fosfato. ¡Lo que para los demás seres vivos es un veneno, constituye su base alimenticia!
Las horrendas mareas negras que vienen produciéndose en los últimos lustros, ofrecieron a ese flagelado unicelular encontrado en el fango de las depuradoras un refugio ecológico en el que se ha podido desarrollar este devorador de aceites minerales que ha sido bautizado con el nombre de acinetobacter phosphadevorous. Este microbio disuelve más hidrógeno carbónico oleico que todos los demás microorganismos conocidos hasta ahora.
Parece posible, pues, encontrar en cualquier medio ambiental, por pernicioso que sea, un ser vivo que pueda basar allí su existencia y que, de repente, resurge de las cenizas como nueva ave Fénix... aunque de momento sólo se trata de seres microscópicos. Dentro del terreno de las próximas realidades no cabe descartar, en principio, la posibilidad de que unas condiciones de vida antinaturales puedan crear monstruos antinaturales... E incluso, quizá, en demasía.
Los ejemplos anteriormente citados no pueden ser aceptados como indicativos válidos de una nueva forma, orientada hacia el futuro, del desarrollo de la vida y su adaptación a la civilización o, al mismo tiempo, como un truco de la naturaleza para la supervivencia de los seres vivos en un mundo envenenado por la contaminación.
Esa capacidad aparente de adaptación puede ser cuestionada, como lo prueba documentalmente el ejemplo del cangrejo peludo (eriocheir sinensis), un cangrejo de origen chino que llegó a Europa en las bodegas de los grandes buques transoceánicos.


Las aguas residuales que la ciudad de Hamburgo vierte en el Elba, forman una «barrera mortal» para casi todos los peces y animales marinos. Este cangrejo es una de las muy escasas excepciones. El crustáceo llegó a Alemania, procedente de China, como ya hemos dicho, en 1912. A este cangrejo la suciedad no parece importarle. Sobrevive en las aguas sucias y contaminadas de las bodegas de las barcazas del Elba, apestosas, negras por la suciedad y llenas de aceites y petróleo.
Como consecuencia de esa situación, los crustáceos vivieron en un auténtico El Dorado durante más de medio siglo, sobre todo en los ríos Elba y Weser. A medida que estos ríos iban muriendo lentamente, como consecuencia entre otras cosas del vertido creciente de las aguas residuales de las grandes urbes, los cangrejos se multiplicaban por millones y millones y formaron grandes grupos que, anualmente, emigraban río arriba y en ocasiones llegaban hasta Praga.
En las esclusas del Elba, donde los cangrejos tenían que abandonar el agua, se cogían anualmente unos cuarenta y cinco millones de crustáceos que se transformaban en 500 toneladas de pienso para aves de corral, sin que esto hiciera disminuir en lo más mínimo su colosal explosión demográfica.
Estos cangrejos chinos, cuyo caparazón puede alcanzar los seis centímetros de longitud, encontraban en los animales moribundos o debilitados como consecuencia de la contaminación y la suciedad de las aguas una inagotable reserva alimenticia. Como son devoradores de carroña pueden nutrirse, igualmente, con animales muertos: peces, cangrejos de río, mariscos, caracoles, etc.
¡Son, pues, como auténticos sepultureros en el mundo de la técnica!
Ocurre, sin embargo, que en los ríos ya no queda nada que pueda morir,
por una simple razón: ¡todo está ya muerto! ¡A los cangrejos peludos les
llegó la era de las vacas flacas!
Obra en su favor el hecho de que son ayunadores auténticos, que pueden pasarse meses y meses sin comer. Pero transcurrido el tiempo límite se lanzan a devorar lo único que encuentran: sus propios congéneres. Y se vuelven caníbales.
Cuando uno de esos crustáceos realiza la muda, es decir, cuando se está desprendiendo de su viéjo caparazón y se queda «desnudo» los demás se lanzan sobre él y lo devoran. De este modo se han diezmado tanto que, en 1978, pasaron a ser una minoría apenas digna de mención.
En todo esto hay algo verdaderamente terrorífico, que no lo es tanto por la tan discutida contaminación del medio ambiente -envenenado por los subproductos de la civilización- como por sus consecuencias que son de todo punto imprevisibles. La verdad, así hemos de reconocerlo, es que los hombres no sabemos lo que hacemos.
Cuando un cultivador de fresas en el Estado norteamericano de Michigan
se decidió a pintar su camión con una pintura sintética llamada «Dupli-Color» se produjeron consecuencias inesperadas. La pintura, aún no seca del todo, impresionó poderosamente a los escarabajos de las fresas, uno de los mayores enemigos de esta planta. 


Los escarabajos se posaron sobre la fresca pintura porque olía exactamente igual que la secreción sexual de las hembras que atrae a los machos.
Inmediatamente se aprovechó el descubrimiento para montar instalaciones de exterminio en masa para los escarabajos de las fresas a los que se hacía acudir a la trampa atraídos por el olor del amot. Nos encontramos aquí con otro producto de la civilización que pasó a significar la muerte para millones de seres vivos.
Hace ya años, en unas líneas de transporte de corriente eléctrica que cruzaban el territorio interior del Brasil, se instalaron transformadores que, por casualidad, producían un zumbido de 550 hertzios. Éste es exactamente el mismo tono que emiten las hembras del mosquito de la fiebre amarilla para llamar a su macho. Estos animales, cegados por la llamada del amor, volaron hacia los transformadores donde tan pronto como entraban en contacto con las rejillas de refrigeración quedaban aplastados y sus cadáveres se amontonaron a millones a los pies del aparato. 
Todavía resulta más tétrico otro descubrimiento de los etólogos al observar la coonducta del grillo común. Si se usa contra este insecto el insecticida llamado «E 605», los grillos no mueren, pero se transforman en monstruos superagresivos, unos auténticos Frankenstein en miniformato.
Cuando una hembra, atraída por la llamada amorosa, se acerca al macho, el «noviazgo» no comienza del modo usual entre los grillos cuando éstos se encuentran en circunstancias normales, es decir, con un canto amoroso, sino que el macho lanza un salvaje grito de guerra que por lo normal está destinado a asustar a los machos rivales y hacerles emprender la fuga.
En el caso de que la hembra esté afectada también por el «E 605 » en lo
que menos piensa es en huir. Como el macho, también ella se enfurece y
salta hasta aproximarse más al macho y reacciona violentamente. Así, la
pareja que debiera entregarse al juego del amor, se lanzan uno contra otra en una lucha a muerte de mordiscos y empujones.
Podemos decir que este producto químico, el «E 605», ejerce un efecto sobre la psique que resulta en cierto modo equiparable a los efectos de un envenenamiento corporal, salvo que en este caso no es el veneno quien aniquila la especie, sino que son los individuos los que se matan entre sí y se vuelven incapaces de procrear.
Lo que la pintura de autos significó para los escarabajos de la fresa, el zumbido de los transformadores para los mosquitos de la fiebre amarilla y el «E 605» para los grillos caseros, son las farolas callejeras para las luciérnagas.

¿Realmente confunden los gusanos de luz machos, cuando al atardecer vuelan en enjambres a una altura entre uno y dos metros, la luciérnaga de su hembra con esa fuente artificial de luz al servicio del hombre que es una farola?


Eso depende de cuál de los dos tipos de gusanos de luz que viven en Alemania se trate. El gran gusano de luz tiene un concreto «ideal de belleza» sobre la luz atrayente del sexo femenino. Todo aquello que se diferencie en color, brillo, tamaño y forma de la señal luminosa natural, no es atractivo en absoluto para él. No se le ocurrirá, por lo general, sentirse atraído por una linterna de bolsillo.

El macho del pequeño gusano de luz es totalmente distinto: su opinión es que todo lo que brilla es un gusano de luz hembra. Cuanto mayor y más brillante es una luz, más atractiva la encuentra aunque no tenga el menor parecido con la luz natural de su hembra. Sin vacilar, ese novio nocturno se posa sobre el foco de una linterna, en la llama de una vela -en la que se quema como una mariposa- o una hembra de una especie distinta e intenta esforzadamente, durante horas, e inútilmente, aparearse.

Esta· estupidez, esta falta de capacidad de reconocer a la hembra de su propia especie, la naturaleza trata de compensarla con otras concesiones, en este caso la existencia de un número de machos superabundante. En los pequeños gusanos de luz existen cinco veces más machos que hembras. Con esto se compensan los fracasos y la necedad de los machos.

La naturaleza no había incluido en sus cálculos los logros y las invenciones de nuestra civilización técnica: faroles callejeros, escaparates iluminados, anuncios de neón, los faros de los automóviles. A los ojos de las luciérnagas machos todas estas luces son sus «mujercitas», tan atractivas para ellos que, textualmentelos hacen caer en una trampa de la que no pueden librarse. Y, mientras, sus verdaderas hembras esperan brillando en vano entre la hierba.

De este modo la luz artificial se ha convertido en un grave peligro parla supervivencia de las luciérnagas. Y algo más: en un medio de exterminio

para algunos insectos. ¿Quién hubiera podido· pensar que la luz artificial traería consigo esos efectos secundarios?

Los hombres, seres que estamos desprovistos de todo sentido profético, tratamos de intervenir con violencia en el devenir del mundo, como si fuéramos ídolos merecedores de toda obediencia. Y con nuestra actuación hacemos que algunas especies animales alcancen un desarrollo inesperado, mientras que condenamos a otras a la destrucción y el ocaso.

El que ocurra una u otra cosa, ¿está determinado por la casualidad o la predestinación, por una auténtica predeterminación biológica, en el sentido de que, en el destino de una especie animal, ya está determinado desde el principio cómo reaccionará y evolucionará ante un cambio radical del medio ambiente?

Estas palabras debieran parecernos más ambiciosas. En realidad ¿qué nos importa la estrella de mar, el saltamontes de Florida o el cangrejo peludo?

¿Y no es positivo que los mosquitos de la fiebre amarilla y el escarabajo de la fresa puedan ser aniquilados?

Pero esto no es lo decisivo. El simple hecho de que nosotros, los seres humanos, juguemos a ser cuerno de abundancia o mensajeros del Apocalipsis sin saber realmente lo que estamos haciendo, el que nos arroguemos poderes casi divinos sin poseer la sabiduría de Dios, el que un día podamos llegar a autodestruirnos sin darnos cuenta de ello... ¡es algo que me llena de intranquilidad!

Los investigadores ingleses han descubierto que las larvas de la polilla común ya no se conforman con atacar la lana y las pieles, sino que han picado fibras artificiales como polietilenos, poliestiroles y nilón. La avispa del tipo sphaecidae ha sabido adaptarse también a las invenciones de la civilización.

Mientras que antes construía sus nidos en la madera medio podrida, ahora elige para ello las cajas de madera y de espuma sintética, dura, por ser más limpias y resistentes.

El ratón casero, que desde hace siglos ha venido adquiriendo práctica más que suficiente en aprovecharse de los beneficios que le ofrecía involuntariamente el hombre, se ha acostumbrado también al uso perfecto de los materiales artificiales y sintéticos. Los tubos de conducción del aire acondicionado en los sótanos se han convertido en su lugar de anidación favorito. Roen el aislamiento de fibra artificial de los tubos y con ello matan dos pájaros de un tiro: consiguen material para sus nidos y al mismo tiempo calor para éstos. El ratón casero ya no tiene por qué pasar frío.

Para la vida en la civilización, que en su fase inicial significa pobreza, el animal debe dar muestra de unas dotes especiales. Esto afecta de manera muy especial al ratoncillo de las iglesias.


«No compadezca a los ratoncillos de mi iglesia -bromeó nuestro párroco

en una conversación amistosa-, pues al menos en la casa de Dios no hay

gatos. Y el buen Dios se encarga de alimentarlos»

De qué vive un pobre ratoncillo de las iglesias es algo que sigue siendo un auténtico enigma. ¿De las migajas de pan que algunos fieles se llevan a la iglesia y comen durante el servicio religioso? ¡Imposible! ¿De las hostias?

Generalmente están bien guardadas en lugares herméticos y bajo llave.

Ese misterio no dejó tranquilos a los etólogos, que ya han hallado la respuesta.

Después de que se instalaron. cámaras infrarrojas durante la noche en las iglesias se ha podido seguir la actividad nocturna de estos diminutos roedores.

Y se han descubierto cosas que demuestran su gran habilidad.

Salen de sus escondrijos lenta y precavidamente. Después patrulla cada uno de ellos su ventana, su banco o sus vigas en busca de telas de araña que se comen como si fueran ese algodón de azúcar que los niños compran en las ferias.

También logran localizar moscas muertas, un verdadero manjar de día festivo, pero que no basta para saciados. Seguidamente recorren el suelo entre las filas de los bancos y se pasan horas y horas yendo de un lado para otro. ¿Es que verdaderamente encuentran allí migajas y restos de comida?

Un examen más a fondo ha demostrado algo realmente sorprendente: los ratones se comen el polvo!

¿De qué está compuesto ese polvo? El veinte por ciento, con el polvillo de las ropas, es decir, de fibras textiles; el ochenta por ciento restante, de pequeñísimas escamillas de la piel humana. Esto es lo que buscan los ratones.

¡En cierto modo se han convertido en antropófagos!

Un día los ratones, en una de sus peligrosas escaladas, descubrieron que

los cristales de algunas ventanas habían sido cambiados. La masilla, fresca todavía, desapareció en sus estómagos. A la mañana siguiente, pequeñas bolitas blancas de excrementos demostraron que los ratones habían conservado en

sus estómagos el aceite de la masilla.

«Mis ratoncillos se alimentan incluso de milagros», comentó el cura al conocer los descubrimientos de los etólogos.

También limita con el milagro la habilidad de los ratones caseros y las·

ratas de la ciudad para librarse del «Warfarin>>, un veneno extremadamente activo que, precisamente, ha sido desarrollado para exterminar a los roedores.

Entre las normas básicas de supervivencia de las ratas se incluye un estilo -alimenticio, recién descubierto, que se basa en dar satisfacción al gusto, aprovechar todas las posibilidades nutritivas, pero, por otra parte, tomar las necesarias precauciones para no resultar envenenadas.

Cuando encuentran algo nuevo que podría ser alimenticio, sólo es probado por un individuo de toda la fauna rateril. Por grande que sea su hambre sólo muerde un trocito pequeño que se come lentamente y espera seis horas, aproximadamente, para el caso de que se presenten dolores de estómago o cualquier otro tipo de malestar. Si ocurre así, el animal indispuesto levemente por el veneno hace una señal olorosa con la que comunica al resto de su grupo lo ocurrido: ¡Precaución! ¡Veneno! A partir de ese momento ninguno de los otros tocará jamás algo parecido.

El «Warfarin» es un veneno tan activo contra ratas y ratones que incluso

la más pequeña prueba causa la muerte del animal con tanta rapidez que no le deja tiempo para dar la señal de alarma. Todo el grupo come del veneno y queda exterminado. Este tóxico se viene utilizando desde 1950.

El veneno hace que los vasos sanguíneos revienten en el interior del cuerpo, impide la coagulación de la sangre y, de ese modo, acelera la muerte por hemorragia interna.

La enorme capacidad de aprendizaje de los animales, sus métodos, sus conocimientos sobre la muerte y la vida, sobre el bien común de la especie, no sirven de nada; y la sorprendente flexibilidad de sus formas de conducta en un medio ambiente en tan trágica transformación tampoco les ayuda en este caso. Pero donde la sabiduría animal no alcanza, la naturaleza se ve obligada a acudir en su auxilio.

En 1960, exactamente diez años después de que el veneno se utilizó por

vez primera, en una casa de labor situada a unos seis kilómetros de la ciudad inglesa de welshpool, apareció una nueva especie de ratas totalmente inmune

al "Warfarin". Eso se debió a una mutación genética del mensaje hereditario de la rata que ha dado lugar a esta nueva raza, que puede ingerir cualquier cantidad de «Warfarin» sin que eso les cause el menor trastorno. Además, esa resistencia al veneno se transmite a la mayor parte de sus descendientes.

Casi simultáneamente ocurrió algo semejante en Shropshire, en Escocia y en Dinamarca. Eso parecía indicar que las ratas llevaban en su herencia cronosomática un mecanismo de autodefensa que, durante cientos y cientos de milenios, estuvo esperando la oportunidad para realizar ese cambio mutativo para dar a la rata una resistencia al medio ambiente emponzoñado artificialmente por el hombre contra ellas.

Este mismo principio de supervivencia obra, en la actualidad, en algunas

bacterias patógenas que se están volviendo resistentes a muchos de nuestros medicamentos, como por ejemplo a los antibióticos. También se ha inmunizado el mosquito de la malaria·; al que ya no se puede matar con el DDT ni con muchos de los otros insecticidas actuales.

Se ha venido siguiendo con detalle el proceso de extensión por el campo

de esas ratas, capaces de degustar el veneno. Cada año el radio de la zona habitada por ellas gana tres kilómetros, pese a todas las medidas que se han tomado, que incluyen una zona de exterminio en torno a los territorios ocupados por la rata inmune al veneno.

Otra forma de adaptación a la civilización, ésta de carácter distinto, se ha

comprobado en las cabras semisalvajes del sur de Arabia y del Yemen.


Devoran el papel de periódicos que se deja abandonado en los cubos de basura o en las calles de los pueblos y ciudades.

El papel está hecho de celulosa y, según se sabe, la celulosa no puede ser digerida por ningún estómago animal. Eso es algo que sólo pueden hacer algunas bacterias, por ejemplo, en el intestino de los termes, que de ese modo, indirectamente, se alimentan de la madera. Por lo visto, las cabras yemenitas tienen esas mismas bacterias en el tubo digestivo, que de ese modo se convierte en una especie de instalación seleccionadora de basuras viviente.

También una orgullosa ave de presa de nuestras latitudes, el milano, recurre a las basuras en su provecho. No se come la basura, pero la utiliza para guarnecer su nido y, con ese objetivo, cada madrugada roba muchos kilos de basura en la ciudad más próxima.

Si en medio de un bosque nos encontramos de repente un montón de basura, es muy posible que, excepcionalmente, no haya sido arrojado allí por excursionistas domingueros sino que sea un nido, o una parte del nido, de una pareja de milanos que se cayó de algún árbol. Las medias de nilón como guarnición de los nidos tienen, por desgracia, sus desventajas: muchos polluelos se han enredado en ellas y perecieron asfixiados.

Podría continuar, a placer, relatando la serie de ejemplos de adaptación de los animales a la civilización, refiriéndome a la pequeña hormiga faraón, un tipo de hormiga de apenas un milímetro de longitud que llegó a Europa traída desde las zonas tropicales de Asia, que ahora ha invadido los hospitales y se establece en las más pequeñas hendiduras de los tubos de goma que se utilizan para las transfusiones de sangre donde se alimentan del pus y las excreciones de los pacientes, y que hasta 1972 no pudo ser combatida con eficacia; o a la mosca doméstica, que es incapaz de sobrevivir ya fuera de las casas, en la naturaleza libre; o a esa especie de erizo de la Baja Sajonia que ha aprendido a convivir con los automóviles en las autopistas. Durante mucho tiempo esos erizos, que cruzaban las autopistas, al verse en peligro de «ser agredidos» por los automóviles, obedecían a su instinto y formaban su bola característica lo que, precisamente, los convertía en víctima propiciatoria, pues no podían eludir el atropello. Desde 1975 se ha venido observando una población de erizos cuyos miembros no se defienden del modo instintivo, sino que huyen corriendo... ¡y sobreviven!

Quiero cerrar este capítulo con un ejemplo que no sólo es sorprendente,  sino muy rico en consecuencias.

Una gran campaña químico-técnica, apoyada con enormes sumas de dinero, se viene realizando desde principios de la década de los setenta, prácticamente oculta a las miradas del público, pese a que se trata de un asunto que nos interesa a todos: la guerra contra unos animalitos que han logrado conquistar un nuevo espacio vital en un extraordinario «refugio de la civilización», en nuestras conduccipnes de agua potable.

La mayor parte de las personas creemos que las cañerías para la distribución de agua potable en las ciudades del mundo civilizado están libres de gérmenes y de todo tipo de animales, gracias a sus perfectas instalaciones de filtraje y depuración, así como a la adición de cloro. ¡Qué grave error!

En primer lugar mencionemos tres de los mayores organismos que allí habitan: la sanguijuela del lodo; el aselo, que en las tuberías se alimenta de

las bacteriás férricas y que, debido ·a. lo plano de su cuerpo, puede sujetarse y resistir incluso a las salidas de agua a gran presión; y, por último, el potnatoceros triquetar, un molusco que puede llegar a medir hasta dos centímetros.

Las minúsculas larvas de este molusco, que no pueden ser detectadas simple vista, logran atravesar los filtros y las estaciones de sedimentación de los canales y llegar hasta las grandes conducciones de las ciudades, se afianzan a cualquier parte, con sus bisos filamentosos semejantes a los del mejillón común, y se alimentan de las criaturas unicelulares que llegan a su alcance.

Hasta ese momento, podemos decirlo así, está trabajando en nuestro beneficio, pues filtra y depura el agua, como complemento de los aparatos utilizados al efecto. Pero el panorama cambia por completo cuando llega el período de la reproducción y ésta adquiere dimensiones gigantescas. Un solo espécimen puede poner hasta un millón de huevos. En las orillas de los lagos se han descubierto colonias en las que se cuentan hasta diez mil ejemplares por metro cuadrado. En las cañerías, estos moluscos dan lugar a frecuentes atascatnientos.

Los animales mueren, se descomponen y, por el grifo, sale solamente un caldo de cultivo apestoso.

Vemos, pues, que este molusco es una criatura perfecta en lo que se refiere a su capacidad de adaptación a la vida moderna y, en nuestra civilización, logró vivir mucho mejor que antes. Originalmente vivía en las aguas del norte de Alemania hasta que, pegado a las quillas de los buques fluviales de turismo y, también, transportado por tierra por los viajeros de esos buques, invadió los lagos del sur de Alemania, así como los de Suiza y Austria. En el lago Constanza se ha multiplicado de modo aún mayor que en su tiempo lo hicieran los conejos en Australia. Los pesimistas pensaron que en vez de lago pronto tendríamos en su lugar una montaña de conchas de tamaño alpino.

Mientras los especialistas de los servicios de suministro de agua y las autoridades municipales y comunales, químicos y otros científicos siguen devanándose los sesos en busca de un veneno (inofensivo totalmente para el hombre!) que pueda poner fin a este peligro, la naturaleza ha intervenido por su cuenta para poner orden en el asunto.


Los patos y las fúlicas negras descubrieron esos bancos de moluscos que

crecían de manera tan desmesurada en las aguas poco profundas próximas a las orillas y encontraron en ellos una fuente alimenticia ideal. De ese modo, mientras que antes sólo solían habitar en el lago Constanza unos 6.000 patos silvestres, en 1976 fueron ya 64.000. Otros tipos de palmípedos pasaron de 13.000 a 50.000. En vez de 20.000 fúlicas negras, como antes, en 1977 se contaron 80.000. Todas esas aves se alimentaron, exclusivamente, de estos moluscos. Con ello el peligro fue contenido.

Cómo las aves naturales del lago lograron atraer tan rápidamente, y en tanto número, a sus congéneres de otros lugares es algo que continúa siendo un misterio para el hombre. Pero la realidad de que ocurrió así es tan evidente que no puede ser negada.

¿Puede darse un ejemplo más hermoso de cómo la naturaleza, donde aún permanece intacta, por sus propios medios restablece un armónico equilibrio que está en trance de ser alterado?

Comparemos esa solución natural del peligro que crearon estos moluscos, con lo que hubiera ocurrido si el hombre hubiese impuesto una solución basada en el empleo de venenos químicos para llegar al exterminio de estos animales. Tras la solución natural, la vida sigue, sana, natural, vibrante de fuerza;. en el otro caso nos encontraríamos con un mundo sin moluscos, sin aves, sin otros animales; un mundo en el que, a más corto o más largo plazo, la humanidad acabará por destruirse a sí misma. La ideología de la cámar.a de gas, que se probó en Auschwitz y que hoy se sigue ensayando en el mundo animal, nos amenaza a todos.

Con razón nos debatimos todos en el temor de una catástrofe de nuestro

mundo artificial, de la destrucción de la existencia humana en la Tierra. Pero también nosotros, los seres humanos, podemos aprender nuestra fórmula de supervivencia... ¡de la vida en la naturaleza...!

No hay comentarios :

Publicar un comentario