25 agosto 2025

La gotera del baño. Jaume Pujol

La gotera del baño

- Andreu, ven, ven enseguida  
- ¿Qué pasa Margalida? Me has asustado, me pensaba que habías caído o que te habías hecho daño o algo parecido.
- Mira, mira este despintado en el techo del baño. Ayer no estaba.
- Sí, parece un desconchado de pintura, pero no sé a qué se pueda deber. Podría ser una gotera del baño de arriba.
- Pero es raro, no se ve que rezuma nada de humedad.
- En cualquier caso, Margalida, iremos a casa de los vecinos de arriba y les preguntaremos si se les ha derramado algo o si han tenido alguna avería en las conducciones de agua. 


- Y si no, llamaremos a nuestro seguro y ellos nos dirán si es algo atribuible a los vecinos de arriba o a nosotros y, en este caso si entra en el seguro o si no entra y lo tendremos que reparar nosotros. 
- Si lo tenemos que reparar nosotros y no hay ningún mal mayor oculto, no parece demasiado complicado, basta esperar que esté totalmente seco y le damos una pincelada de pintura y ya está. Quizás no quede totalmente igual que antes, pero si, mucho más disimulado que ahora con esta mancha blanca por desconchado de la pintura en este punto concreto. Mira, ahora entra en Jaume; 
- Jaumeeee! 
- Dime, padre.
- Ven un momento,... ¿Qué sabes algo de este desconchado de pintura?
- ¿Qué voy a saber yo?, es la primera vez que lo veo, parece como si fuera una humedad por una fuga de alguna tubería de agua que pasara por aquí. 
- Nada entonces, lo preguntaremos a los vecinos de arriba y si no a los técnicos del seguro. 


Seis años atrás. El guateque

- Jaume, ¿quieres venir el domingo que viene a un "guateque" en casa de una amiga que vive en el barrio de Santa Catalina? Me ha invitado y me ha dicho que, si quería, podía llevar un amigo. Allí bailaremos, comeremos y beberemos. Estará lleno de "tías buenas". 
- No estoy seguro, Enric. He de estudiar para el lunes, tengo un montón de lecciones de varias asignaturas. Además, no sé bailar y,... 
- Venga, no seas tonto. Ya te he dicho que habrá muchas chicas guapas, amigas de mi amiga, y mucha comida y bebidas,... 
El domingo comparecimos, a la hora convenida, las 18 h. en punto, en la casa de santa Catalina de la amiga de Enric, Enric y yo. Llamamos al timbre y nos abrió una señora alta y delgada, muy endilgada. 
- Pasad, pasad. 
Pasamos a una sala grande rodeada de sillas por todo, excepto un lugar donde había una mesa llena de comidas, salado y dulce, y bebidas y una esquina donde había un tocadiscos sonando y, a su lado, una pila de discos de 33 revoluciones, que se irían poniendo a medida que el disco anterior se hubiera finalizado. Había varias parejas bailando agarrados no demasiado (un tío mío me había dicho que si bailábamos agarrados lo teníamos que hacer dejando un palmo entre el cuerpo de la niña y el nuestro), un par de niñas sentadas en sillas y un grupo de niñas y chicoss junto a la mesa de la comida y bebidas, con dos o tres filas cogiendo comida y bebidas,  naranja, limonada, Coca-cola, Piña,... Enric se dirigió decidido a la mesa, se hizo espacio entre la gente que estaba allí y empezó a comer, yo le seguí y quedé justo detrás él. Alargando el brazo asimismo llegaba a algo. De repente entró en la sala la misma mujer que nos había abierto la puerta y, dando unas palmadas dijo: - 
- Venga animaos.
Y todos los que rodeaban la mesa y los que estaban sentados se emparejaron un chico con una chica y se pusieron a bailar (de agarrado. Todo el baile de toda la tarde fue de agarrado), todos menos dos, una niña que se quedó sentada y yo que me quedé de pie cerca de la mesa (se ve que habían invitado exactamente el mismo número de chicos que de chicas). Cuando terminaba una pieza, la mayoría cambiaba de pareja, aunque había algunas parejas, tres o cuatro que no cambiaban. Así pasaba mucho tiempo, a mí se me hacía muy largo, pero Enric no paraba de bailar con una y otra. Pasado bastante tiempo se volvió a abrir la puerta y entró la misma mujer acompañada de un hombre que llevaba una gran cámara de fotos en las manos y otra colgada en el cuello. La señora dijo:
- Bien ha llegado la hora de las fotos.
Yo  incrementé mi ya demasiada gran vergüenza y me dije: “¿Qué vergüenza si en las fotos sale yo como único que no baila!!" Di un brinco, fui allí donde estaba la única niña sentada en una silla sin bailar, la cogí de una mano e hicimos algo parecido a quien baila de agarrado a un palmo de la otra persona, pero bien, al menos en las fotos (que no vi nunca) saldré como todos los demás:  bailando, Mientras nos movíamos con las manos cogidas yo pensaba: Esta niña, dado que en toda la tarde no le he hecho ni puñetero caso, cuando la he ido a sacar a bailar me hubiera podido rechazar pensando, "en toda la tarde no me has hecho ni puñetero caso y ahora me vienes a sacar a bailar, pués no,  ahora te tendrás que aguantar, no quiero bailar contigo". Poco después de la sesión de fotos se hicieron las 9 y terminó el guateque: volvió a entrar en la sala la señora de siempre y nos dijo: “Es la hora de acabar (estaba estipulado que acabaría a las 9 en punto), muchas gracias a todos vosotros por haber venido a esta fiesta y hasta la próxima”. Cada pareja iba soltando a su respectiva, salía de la sala, iba al recibidor, cogía su abrigo o chaqueta, se lo ponía y salía por la puerta de entrada a la casa. Enric y yo cogimos el bus en la plaza del Progreso que más cerca de nuestra casa nos dejaba. Enric me dijo: 
- Ha estado bien, eh, Jaume ? ¡Además había cada tía más buena! Y yo he comido y bebido todo lo que he querido. Volveremos cuando nos vuelvan a invitar. 
- Yo no sé si a mí me volverán a invitar. Y, además preferiría que no me volvieran a invitar,... Y, efectivamente, no me volvieron a invitar. Enric dijo: 
- No entiendo nada. 


Dos años después: Las fiestas en las azoteas de las fincas en Barcelona. 

Este curso yo estudiaba el primer curso de ciencias en la Universidad de Barcelona. Me relacionaba con muchos compañeros con los que había hecho el bachiller superior y el Preu en Palma. Solíamos ir a hacer el aperitivo antes de ir a comer al comedor universitario por 18 pesetas la comida, a hacer un café después de comer, algunos días, no todos, a ver una película en el cine (en la calle Arribau). Un día, un grupo de amigos me invitaron a una fiesta que se hacía en la azotea de una finca de Barcelona bastante cerca de la Universidad. Por lo que se ve esto, en aquel tiempo, era bastante común; no sé si ahora siguen haciendo estas fiestas en las azoteas de las fincas. Teníamos que pagar 15 pesetas cada uno y una, para comprar para hacer una “torrada” en la azotea, y bebidas, sin y con, alcohol. Un grupo de chicas se encargaban de la organización: compraban todo esto y buscaban una barbacoa y alguien que hiciera la iluminación de la terraza. Era noche negra, no obstante en la azotea había luz de bombillas alrededor de toda la azotea. El día de la fiesta había hombres y mujeres de distintas edades, esparcidos anárquicamente, algunos cuidaban el calibre de la barbacoa y la carne y embutidos que se torraban, otros estaban sentados, en grupos apoyados a las paredes de la azotea y otros bailaban. Recordaba el "guateque" de hacía dos años y temía que me pasara lo mismo, pero no, poco tiempo después de haber llegado, cuando ya había otra gente, yo deambulaba por la azotea cuando vino una chica y me dijo: 
- Hola, ¿cómo te llamas? Ven a bailar conmigo. Me cogió de la mano y empezamos a bailar, también de agarrado, pero no a un palmo de la otra, sino simplemente a dos dedos y, en algunos casos, ni siquiera los dos dedos. Aquella noche, ya de vuelta a la residencia, por la noche soñé que bailaba con aquella chica, aún más guapa en el sueño, bien agarrados y... me corrí durmiendo. 



Los tres cursos siguientes: Amistad para siempre 

Vuelto de Barcelona de vacío (no había aprobado ninguna asignatura), empecé estudios de magisterio, se empezaba un plan nuevo un poco más exigente que el plan anterior. En primer curso éramos 30 chicas y 29 chicos (uno se había matriculado, pero no se presentó y la Escuela no lo reemplazó) y aunque estábamos en dos aulas distintas y separadas por un largo pasillo de una treintena de metros se produjo una gran amistad entre los 59, organizábamos excursiones (mayoritariamente a Sóller,  a Sa Pobla, especialmente por Sant Antoni, a varias playas,...), íbamos a bailar a sa Bitàcora, en casas particulares de algunos de los alumnos o alumnos, los chicos íbamos a Can Brutes, al final de la calle de Los Olmos a hacer cañas y bocatas de champiñones, de pica pica, de calamares,... una amistad para siempre, una amistad que, hoy 60 años después, todavía dura. Yo que había pasado dos años innecesarios, el Preu y el año "sabático" de Barcelona y estaba pasando tres más, los de los estudios de magisterio, iba consumiendo prorrogas militares, lo cual era como una excusa para frenar cualquier posibilidad de, con una compañera, ir más allà de la mera amistad: "Piensa que yo no me puedo comprometer a nada hasta que haya terminado el servicio militar que todavía no he empezado". 


Los quince meses siguientes. "El polvo de la risa" 

En octubre siguiente me embarcaba, finalmente, para cumplir el servicio militar tantos cursos prorrogado. Finalizados los tres meses de instrucción en el CIR 15 en Hoya Fria, coincidiendo con fin de año, el año pasado, nos destinaron a los destinos correspondientes. A mí me tocó un destacamento de artillería de costa que estaba a media altura de una pequeña montaña que daba al puerto de Tenerife. Allí me encontré a tres soldados que ya hacía un mínimo de tres meses que estaban destinados a este destacamento. Primitivo original de Las Palmas, Eugenio original de La Palma y uno varios años más joven que el resto porque había hecho el servicio militar como voluntario, que era catalán, aunque siempre hablaba en castellano, como los otros dos, a quien le llamaba "Pachanga". En cuanto yo llegué Pachanga protestó: "ahora no soy el pachanga, ahora el pachanga es Pujol, que es el ultimo que ha llegado" a lo que Primitivo le contestó: "No, tú siempre has sido y siempre serás el pachanga", con lo que me voy a librar de ser, al menos un tiempo,  el "pachanga". 
En nuestro destacamento se subía por una carretera serpenteante, como todas las carreteras de montaña y a mediados del camino entre el comienzo y la cima estaba nuestro destacamento, con dos pilares a cada lado de la carretera de los que colgaba, en medio un letrero con una placa metálica que decía: "Zona militar. Prohibido el paso", pero la cadena estaba siempre en el suelo y pasaba todo el mundo que quería. Poco antes de llegar al destacamento había un pequeño poblado cuyas casas, muy modestas, las habían construido los propios propietarios, algunas tan pobres que tenían las paredes exteriores hechas con carteles publicitarios. Este poblado no tenía agua corriente, aunque si tenía una fuente pública. Un habitante del poblado se paseaba con un palo redondo de poco más de dos metros de longitud, del que en cada extremo colgaba un bote grande que llenaba de agua en la fuente y los llevaba a las distintas casas del poblado. Casi frente al poblado había "la venta" donde podías ir a comprar víveres o a tomar una cerveza. Unos pasos más por delante estaba la cadena de entrada al destacamento de Altura. Éste era un gran túnel en forma curvada y con distintos entrantes que tienen distintas anchuras y  funciones. El túnel empieza a este lado de la montaña y acaba al otro lado con vista sobre el puerto de Tenerife y el cuartel de artillería del que dependía nuestro destacamento. Por fuera, a la izquierda, mirando la entrada del túnel había un depósito cúbico de unos dos metros y medio por cada extensión con agua potable que empleábamos para beber, cocinar y ducharnos. Cada vez que quedaba poca agua venía un camión cisterna y lo rellenaba. Enseguida que entrabas en el túnel, pasando una puerta que podíamos cerrar con llave, había dos grandes ensanchamientos, uno a la derecha y uno a la izquierda. En el de la izquierda, que hacía función de dormitorio y también de sala de estar, había cuatro camas, una en cada una de las cuatro esquinas de la sala. Entrando al dormitorio, en frente, entre los pies de dos camas había un armario con puerta cristalera en el que había cinco cetmes de pie, A la izquierda estaba la ventana que daba al exterior y justo debajo de esa ventana había una pequeña mesa y una silla. Encima de la mesa había un teléfono de campaña que comunicaba el destacamento con el cuartel de artillería del que dependíamos. Cada día, a las 9 de la noche, sonaba el teléfono para que diéramos novedades. Por suerte siempre fue "Sin novedad en Altura, mi teniente". En el de la derecha estaba la cocina (aunque siempre nos llevaban, en un Geep, la comida y la cena que hacían en el cuartel) que hacía también de comedor, con su mesa y sillas. A continuación del de la izquierda había otro ensanchamiento en el que había un gran y antiguo proyector. Era tan grande que varias veces al año Eugenio se metía dentro del proyector y lo limpiaba desde dentro. A mediados del túnel, a la derecha, allí donde el túnel empezaba a girar hacia la derecha estaba el último y más grande de los ensanchamientos, era el almacén de instrumentos que ni conocíamos ni sabíamos para que servían, había también un largo colgador movible (con cuatro ruedas) donde todos los soldados teníamos colgada la ropa de paisano y donde cuando salíamos de paisano dejábamos la ropa de uniforme militar. Y finalmente una cama plegable metálica pequeña (era como entre una cama pequeña o una cuna grande). Siguiendo la curvatura derecha del túnel llegábamos al final del mismo que acababa en una gran barrera de hierro y una terraza suficiente. La vista posterior daba hacia el mar, el puerto de Tenerife y también el cuartel de artillería del que dependíamos, el cuartel de Almeida. 
En la parte posterior alternaban bajadas y rellanos y no había carretera ni camino como si había en la parte anterior (ya descrito), pero Primitivo y Eugenio sabían bajar por el lateral de la montaña hasta llegar a la civilización y también, después, subir hasta el destacamento. El rancho de Almeida no era algo extraordinario de bueno, excepto los días festivos que nos llevaban ocho raciones de "chicharros" y la correspondiente ración de “mojo picon” (cuya combinación era muy buena). Por eso tanto Primitivo como Eugeni se las arreglaban para cazar algún animal comestible y preparar una comida extraordinaria mejor que el rancho. Recuerdo un domingo que había suelta de palomas mensajeras, la suelta se hacía desde el club náutico de Tenerife y las palomas eran de palomares de Las Palmas, que Primitivo se preparaba para intentar cazar alguna. En una pequeña explanada hizo un círculo con un nudo corredizo y el cordón seguía unos dos metros aproximadamente. Yo era aficionado a las palomas y leía noticias de sueltas de un pueblo de Mallorca a otro y, a veces, de Ibiza a Mallorca o de Menorca a Mallorca o vicio versa. Yo lo regañé y le dije "Estas palomas que tú quieres cazar no son palomas salvajes vulgares. Son palomas mensajeas que tienen un gran valor, especialmente para sus propietarios", pero él me contestó: "Pujol esas palomas que yo puedo e intento cazar son malas. Son palomas que inmediatamente después de la suelta se detienen en esta montaña. Las buenas vuelan directamente hacia Las Palmas sin detenerse enseguida después de la suelta". Puso unos granos de trigo en medio del círculo y él se puso detrás de una gran roca que había justo detrás de la explanada donde había puesto la trampa. Cuando una paloma de la suelta vio el trigo voló hacia la explanada y comenzó a comer. Primitivo dio un fuerte tirón al cabo y la paloma quedó pillada por las dos patas.
Otro día Primitivo bajó por la parte de atrás como hacía con cierta frecuencia. Ese día, de vuelta, no volvió solo. Volvió con una mujer joven con pocos dientes y escasa ropa un poco desgarrada. Le pedí a Primitivo si era alguna familiar o alguna amiga. Me dijo que no, que era una mujer que necesitaba un poco de ayuda económica para atender las necesidades  a sus dos hijos pequeños. Yo, en aquel tiempo (e incluso todavía ahora) era un poco puritano y, le dije que no me parecía bien y que el lugar, militar, no me parecía el más adecuado. Los tres soldados y la propia mujer se me tiraron a la yugular. ¿Cómo era posible, Pujol (siempre me llamaban por el apellido y no por el nombre), que fuera tan malo, con tan poca caridad cristiana y con tan poca sensibilidad social, que quisiera privar del pan a los hijitos de aquella pobre mujer? Avergonzado les dije: "Haced lo que querais". Primitivo se fue, dando la mano a aquella mujer, que loe seguía, como un corderito atado a una cuerda, hacia el almacén, oscuro, abierto en el lateral derecho del túnel en bóveda. Allí, como he dicho, entre otras cosas, había esa cama pequeña, plegable y metálica. No sé cómo Primitivo y aquella mujer se pudieron meter dentro de esa cama tan pequeña. 
Al cabo de un rato Primitivo y la mujer comparecieron en nuestro dormitorio ya en penumbra, Primitivo le da un puñado de monedas, ningún papel y ahora quien se va con la mujer al almacén es Eugenio. Y otra vez la misma historia. Primitivo insiste en que ahora vaya yo, yo insisto en que no iría, un poco por el puritanismo y un poco porque me daba mania tener ningún tipo de relación carnal con aquella mujer desdentada y que lo hacía con todo el mundo que le diera unas monedas. Finalmente se van el tercer soldado, el Patxanga, y la mujer al almacen.  Al cabo de unos pocos segundos vuelven el Pachanga y la mujer arrastrando la pequeña cama metálica, con el correspondiente ruido metàlico y la mujer encogiéndose de hombros dice: “dice que allá (el almacen) tiene miedo”. El Pachanga abre la cama metálica en medio de la estancia, entre los cuatro pies de las cuatro camas. 


"- ¿Pero qué haces?" le increpó Primitivo. “Ya os he dicho que él ha dicho  que tenía miedo, solos los dos, en aquel almacén oscuro”, (aunque tenía una bombilla de 25 Watts, que daba una tenue luz). Y ya me tienes al Pachanga y la mujer subiendo a la cama por los barrotes de un lateral. Inmediatamente empiezan los ruidos metálicos rítmicos del somier, estructura y patas de la cama, así como los jadeos, gritos y ayes de los intervinientes… Es casi noche la luz de la estancia está apagada, apenas se ve nada, pero el ruido metálico de la cuna y humano se oye perfectamente. Primitivo, Eugenio y yo estamos entre sentados y acostados en nuestras camas, teniendo el espectáculo a nuestros pies, hacemos comentarios y reimos en voz baja,… 
- "¿Pero que haceis?" dice Eugenio. Y la mujer, entre jadeos nos grita:  "No se corre!!". Aquí rompemos a reir los tres así como el pachanga y la mujer. El Pachanga, distraido, poco concentrado, nos dice riendo desde su jaula: "Éste va a ser el polvo de la risa". Los cinco nos echamos a reir a carcajadas y, al cabo de un rato, la mujer nos grita: "¡Se escurró!". Las risas de los cinco se multiplican por cinco. Los dos se bajan de la cama, el pachanga enciende la luz, da unas monedas, ningún papel, a la mujer y se lleva, a rastras, la cama metálica al almacén. Primitivo acompaña a la mujer al principio del camino desde nuestro destacamento. Esta vez, dado que para bajar campo a través por la pendiente trasera había poca visibilidad, bajó por el camino que hay en la pendiente delantera, pasando por el lado de la venta y del barrio de la Alegria. 


Pasados unos meses: Tiempos presentes. 

El pasado octubre todos los soldados de mi reemplazo y mi llamamiento se licenciaron, todos excepto los que, como yo, hemos tenido un destino demasiado bueno. Nosotros nos licenciaremos tres meses más tarde, en diciembre poco antes de las fiestas de Navidad, para poder pasarlas con la familia. O sea que desde el pasado diciembre vuelvo a estar aquí, en mi Roqueta, y liberado de cualquier compromiso futuro ahora que el servicio militar ya es pasado. He retomado las relaciones con mis compañeros y compañeras. Ahora las fiestas son más abiertas. En ella vienen amigos y amigas que no son de nuestro grupo, pero que son amigos o amigas de alguien del grupo. Hace poco, en una fiesta que hicimos en casa de Rosario conocí a Silvia, una chica muy guapa que hace segundo curso de la Escuela de Turismo. Es un poco más alta que la media, tiene unos labios carnosos y unos ojos más verdes que azules muy claros, casi blancos, que cuando te miran, mientras te dice algo, te funden, llevaba un vestido negro, largo, muy ceñido, bastante escotado, no llevaba sostenes,... En la fiesta de ca na Rosario bailamos casi siempre juntos, pero muy juntos (no como antes, que dejábamos entre un palmo y dos dedos entre los dos cuerpos) y nos intercambiamos los teléfonos respectivos. Por teléfono hemos quedado una serie de días y en estos encuentros hemos hablado, hablado y hablado, mucho. Cuando habla ella me mira muy fijamente a los ojos y lo hace con una voz suave y sedosa, muy insinuante, muy seductora. El día que la conocí me fijé en su mirada, pero no en su voz melodiosa. Estudia segundo de turismo, le gusta mucho. Hacen muchas actividades, visitas a hoteles, restaurantes, agencias de viajes, viajes a Ibiza y a Menorca, donde hacen actividades conjuntas con los alumnos de estas islas,... actividades que también le gustan mucho y en las que hace muchas amistades,... tiene 22 años, tiene pareja, un chico alto y guapo que estudia tercero de alguna carrera de ciencias e informática en la Universidad de Barcelona. Solo se ven en Navidad, Pascua y Verano ya que los fines de semana ni él viene a Mallorca ni ella va a Barcelona. En cualquier caso Silvia me ha dicho: "Tú me gustas mucho y te quiero mucho, pero no me pidas que deje mi novio y que sea tu pareja; eso no lo haré nunca, si tú quieres, nos veremos siempre que quieras mientras él no esté aquí, pero cuando él esté aquí, él es y será mi pareja y tú y yo no nos veremos". Queda claro y, mientras las cosas en mi entorno sean como son y, dada su enorme sensualidad y seducción, lo acepto. Estamos en el Simca 1000 de mi padre, más bien mío, ya que lo empleo asiduamente y mi padre lo emplea más bien poco. 


Yo llevo una camisa blanca de manga corta y unos tejanos de verano, tela fina, de color azul claro, ella lleva una camisa negra escotada y unos pantalones de pana fina. Nos miramos a los ojos, yo le digo "guapa" ella me responde "tonto", nos acercamos, nos damos la mano, mi derecha y su izquierda, las mejillas derechas se juntan, su piel es suave. como de terciopelo, suerte que antes de ir a buscarla me he vuelto a afeitar, así noto más su suavidad y ella no se debe picar con mi mejilla,  mi brazo derecho la abraza por la espalda, como siempre, no lleva sujetador y acaricio su espalda por encima de su camisa negra, ella acerca su boca sensual a mi oreja, la besuquea, de pronto mete su lengua dentro, me estremezco, yo, con mi mano izquierda, le acaricio la nuca y la mejilla libre,  las mejillas se van desplazando y las bocas se acercan, se llegan, primero nos damos mil besos con las bocas cerradas, en los labios, en las comisuras, bajo la nariz y en la barbilla, otra vez en los labios, mientras, mi mano derecha acaricia su espalda y la mano izquierda, por debajo de la camisa, su barriga,  vientre, pecho entre los dos pechos, su pecho derecho, ella se deja y acaricio pecho y espalda, tiene el pezón grande y erecto, lo acaricio y pellizco suavemente con el pulgar y el índice de la mano izquierda, ahora es ella quien se estremece, abre su boca, yo también, nuestros labios se funden unos en otros,  nuestras lenguas se entrelazan, nos besamos (de verdad) largamente, me empalmo, las bocas se separan, pero las caricias siguen, volvemos a juntar las mejillas, mientras nos acariciamos, yo cambio de pecho y de pezón y la mano derecha acaricia por debajo de la camisa, desde la cintura hasta la cabeza. Silvia jadea, yo respiro profundamente, por la boca. Nos acariciamos también los muslos por encima de los pantalones de tela fina,... Notamos una presencia en el exterior del coche. 
- Parece que aquí de afuera hay alguien que nos quiere mirar. 
En este tiempo son muchas las parejas que van a algún lugar fuera y cerca de Palma, con sus coches. Cuando encuentran un lugar con árboles donde es fácil salir de la carretera y detenerse cerca de alguno, y ya fuera de la vista desde la carretera, donde se pueden demostrar todo su amor y deseo sensual. También hay muchos mirones viciosos que se acercan a los cochos para mirar lo que hacen las parejas de adentro. 
- No te preocupes, yo he cerrado el coche por dentro y, debido a nuestras respiraciones tan profundas todos los cristales del coche están tan empañados que nadie, desde afuera, puede ver nada. Tampoco puede abrir ninguna puerta del coche. Estimulados por el vicioso hemos continuado nuestras caricias y juegos sensitivos un buen rato largo más. 
- Escucha, ¿qué hora es? Nos tendríamos que ir. Nuestros padres ya deben pasar pena. 
- En teoría mis padres y hermano hoy no tienen que estar en casa, tenían que ir a dormir a Es Port des Canonge. 
- Sí, pero no solo tienes que pensar en ti, Mis padres si que están en casa. Salimos del coche para arreglarnos nuestras vestimentas deslabazadas más fácilmente, de pie. Silvia se sube la cremallera de su pantalón. ¿Cómo? ¿Cuánto tiempo debía hacer que la cremallera estaba bajada y ella ofreciéndome su punto más fundamental y yo sin darme cuenta? Me enfurezco conmigo mismo, subimos al coche, lo puse en marcha y me dirijo, con brusquedades, hacia la casa de Silvia, en la calle Manacor. 
- Pero ¿por qué conduces así, tan bruscamente? 
- No me has dicho que tenías prisa, que tus padres te esperaban?, digo para disimular mi frustración. 
- Sí, pero eso no implica que tengas que conducir como un animal! Conduce bien, como siempre. 
Dejo a Silvia en su su casa, nos despedimos con un beso en la boca. 
- Te llamaré por teléfono, quedaremos. 
- De acuerdo. Te amo. Me gustas mucho. 
Me voy a casa, en Pere Garau. Aparco el coche, en la calle, como siempre y subo a casa. Abro la puerta y, efectivamente, en casa no hay nadie. Voy al baño, cierro por dentro a pesar de no ser necesario ya que estoy solo, me bajo los pantalones y empiezo a tocar la zambomba frenéticamente, al cabo de unos segundos sale un cohete disparado hacia el cielo e impacta en el techo del baño. Inmediatamente se forma una estalactita que va chorreando un líquido espeso y viscoso. Lo que cae al suelo no es problema, lo recojo con la esponja, que limpio en el lavabo. El problema es el que cuelga del techo. No llego al techo, abro la puerta que había cerrado con el pestillo desde  dentro, voy a la galería cojo la escalera de cuatro escalones y vuelvo al baño. Intento quitarlo como lo que he hecho con el del suelo, pero se queda húmedo y de un color más oscuro, lo secaré con un paño limpio y seco y cuando acabe de secar seguramente recobrará el mismo color. Así lo hago y, mierda!, se quita la pintura y se ve el color blanco del yeso. Mejor no tocarlo más, cuando se seque del todo compraré un bote pequeño de pintura del color en el que está pintado el baño y le daré una pincelada de pintura y ya está. 
Dos días después 
- Jaumeeee! 
- Dime, padre. 
- Ven un momento,... ¿Qué sabes algo de este desconchado de pintura?
- ¿Qué voy a saber yo?, es la primera vez que lo veo, parece como si fuera una humedad por una fuga de alguna tubería de agua que pasara por aquí. 

Jaume Pujol 
20 de mayo de 1977

Escrito recibido por correo electrónico de Jaume Pujol
 


No hay comentarios :

Publicar un comentario