06 febrero 2010

Cuesta de las hermanitas


Dos de las hermanitas jugando a la comba en "su cuesta", con la ayuda de su hermano pequeño 

Cuesta de las hermanitas

Mi calle, en cuesta, ha recuperado su antiguo nombre: “Cuesta de las hermanitas”, nombre que nunca debió de cambiar, aunque nunca lo tuvo de manera oficial hasta hoy, sábado, 6 de febrero de 2010 (como todos los cambios de nombre o cambios de símbolos o substitución de estatuas o puentes se hace en la madrugada de uno de los dos dias del fin de semana). Desde 1974 hasta hoy se ha llamado “Calle de José Alemany y Vich”, un antiguo miembro de “la división Azul” que fue a combatir al comunismo en la misma Rusia.

Como decía, aparte de los grandes engorros que supone el cambio de nombre de una calle (se tienen que cambiar el DNI, el carné de conducir, el registro civil de nacimiento de los hijos,... todos los carnés de todo lo que corresponda, las Escrituras y Registros de Propiedad, cuentas bancarias quien las posea, títulos universitarios, expedientes académicos, profesionales, informativos, disciplinarios y, si es el caso, civiles y penales... (me parece que hay una ley según la cual el Ayuntamiento que acuerda el cambio de nombre de una calle debe indemnizar con 400 euros a todos los residentes de la misma, para que pueda hacer frente a los gastos que esto supone, aunque esta cantidad no basta ni para empezar), me gusta el cambio de nombre porque me recuerda y revive mi infancia, cuando en “la cuesta de las hermanitas” no había casas y la propia cuesta era, en realidad una pequeña loma en donde jugábamos todos los niños de Palma que vivíamos relativamente cerca (algunos a más de un Km) de aquí, y muy especialmente tres hermanas que jugaban allá casi siempre, y casi siempre a la comba, y que nos exigían, a los chicos, una contraprestación para dejarnos la cuesta expedita para poder jugar a fútbol. Era divertido esto de jugar a fútbol en pendiente: Todos queríamos atacar a la portería, dos grandes piedras, de abajo, que estaba justo al lado de “una gallera” de la que salía un hedor hediondo a cloaca gallinácea, que dio nombre a la barriada: “buenos aires”.

Al fondo de esta portería estaba “Sa Riera” (en alguna ocasión tuvimos que bajar a ella a recoger el balón y, en aquel entonces, “la Riera”, llevaba agua, un poco más de un palmo), a su izquierda estaba el hospicio de los pobres y ancianos y “Ses Quatre Campanes”, con sus bancos circulares, lugar donde descansaban y aprovechaban para despedirse de sus padres los hijos que les acompañaban al mencionado hospicio de ancianos. A su derecha estaba el hospital psiquiátrico (en aquel entonces, manicomio) y un poco más a la derecha el cementerio de Palma. Algunas veces pasaba por allí un anciano que ya había sido huésped de los dos primeros que se paraba a hablar con nosotros, interrumpiendo el partido (cosa que molestaba bastante a Enrique que le decía: “Si quieres jugar ponte con el otro equipo, pero no nos pares el partido, hombre!” Siempre nos decía: “De los dos primeros lugares se sale; del tercero, no”. A tenor por el mucho tiempo que ha pasado sin que lo haya vuelto a ver y por la edad que tenía hace 50 años, imagino que debe ser huésped del tercero y no puede salir a contarlo.

Nosotros, que vivíamos a “Sa Plaça Rodona” o a “Sa Plaça de ses Columnes” siempre íbamos a jugar a fútbol “Sa Fábrica Miret” (un solar vallado de la calle Aragón al que accedíamos saltando una pared. Los más pequeños lo hacían atravesando un pequeño butrón practicado en la misma), a “Sa Riera” (una explanada que estaba al lado del Club militar “Es Fortí” y a la que accedíamos vadeando la riera caminando sobre unas grandes piedras puestas estratégicamente en línea recta transversal al cauce) que, por cierto, estaba muy cerca del tercer lugar de juego: “Sa costa de ses germanetes” que, como su nombre indica estaba en cuesta, pero que no implicaba ni saltar altas paredes ni vadear peligrosamente la Riera. Además tenía el aliciente de que allá nos íbamos a encontrar jugando a las tres hermanas con quienes deberíamos negociar el cese del lugar.

A media tarde, sin parar de jugar, yo daba cumplida cuenta de una pequeña merienda que me preparaba mi madre. Un día la merienda era “un garrotin” (pequeña barrita de pan muy delgada, casi como una salchicha de Frankfurt) de “Pamboli con jamón”. Por educación, les dije a mis compañeros: “¿gustáis?” (a lo que habitualmente contestaban: “No, gracias”) y Enrique contestó: “si, pásamelo”, cogió el garrotín y se lo metió en la boca, por un extremo, hasta, llegando al esófago, embocarlo completamente, como si fuera una serpiente que traga su alimento sin masticar. Me quedé pasmado... y sin merienda.

Otro día, en un descanso del partido, les dije a las hermanas que quería decirles un secreto a cada una, pero por separado, para lo cual entraríamos en la gallera y les diría el secreto. Entré primero con la mayor (era un año o dos mayor que yo) y le dije: “Cuando sea mayor me casaré contigo”. Salió haciendo grandes aspavientos y sus hermanas, curiosas, le preguntaban: “¿Qué te ha dicho?” a lo que ella ruborizada les decía “no os lo puedo decir, es un secreto”. A continuación entré con la segunda que debía ser casi de mi edad y le dije “Un día te daré un beso”. Salió entre seria y sonriente. Finalmente entré con la tercera, que debía ser unos tres o cuatro años más joven que yo. No le dije nada, le di un beso en su mejilla derecha. Salió como escandalizada, haciendo grandes aspavientos (como escandalizada) como la mayor, diciéndoles, sin guardar el secreto: “¿Sabéis que ha hecho? Me ha dado un beso”. Los secretos anunciados nunca se cumplieron, el practicado nunca fue un secreto.

Esta mañana, al levantarme y salir a comprar los periódicos (casi todos hablan de las detenciones de miembros de UM, la destitución de sus miembros en los gobiernos de Illes Balears, Mallorca y Palma, con lo que el gobierno se queda en minoría y el astuto PP – José Ramón Bauzá y Mª Dolores de Cospedal- ya instan a pescar en río revuelto como aves carroñeras que se echan sobre la pieza viva debilitada, sin importarles el ser, como colectivo, tan o más especuladores que UM), he visto el cambio de nombre y he recordado todo esto. He agradecido al Ayuntamiento de Aina Calvo la reposición del nombre autóctono aunque, en su tiempo (y ahora), nosotros utilizábamos el artículo salado en lugar del estándar: “ses germanetes”. Agradecimiento que no le exonera de pagarme los 400 euros por los gastos ocasionados.

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