Un grito de terror sacudió el aire cuando Obbo fue abandonado en la roca
situada dentro del territorio de una horda de babuinos que no era la suya. Casi inmediatamente, tres jóvenes babuinos se lanzaron hacia él mostrándole los dientes. Pero Obbo los esquivó como un rayo, se lanzó en medio de una pequeña elevación del terreno, en el centro de un grupo de hembras que se estaban despiojando, y de un salto se encararn6 a las ramas más altas del árbol plantado en medio del recinto. iUn callejón sin salida! Sólo un salto, desde una altura que ponía en peligro su vida, podía salvarlo. Lo hizo y el salto le dio suficiente impulso para caer en uno de los extremos más alejados de la gran zanja, y pudo esconderse en una de las grandes tuberías para el desagüe de la lluvia. Esa terrible situación a la que había sido empujado el babuino Obbo, tenía que agradecérsela a la ciencia.
Obbo había crecido en el zoológico de la lejana ciudad de Chicago y estaba en una edad intermedia entre adolescente y adulto. En esos momentos el profesor Irven De Vore lo sacó de su círculo familiar y, completamente solo, lo dejó en medio de una camarilla de babuinos desconocidos en el zoológico del Bronx neoyorquino. Estos animales no poseen un concepto de la solidaridad universal en un sentido semejante al que podría expresar la frase: «iBabuinos de todos los países, uníos!», pues en ocasiones el sentido de comunidad adquiere características grotescas. El etólogo quería observar si el forastero Obbo lograba incorporarse a esa horda, y, si lo hacía, en qué forma. Descubrió, entre otras cosas, que en el mundo de los babuinas existían reglas de conducta
que, con su desmedido afán de poder, con sus intrigas y adulaciones, le recordaban penosamente a otras aistentes en las sociedades humanas, Esas manifestaciones son las propias de una fase de la socialización en el reino animal que está, a nivel sicológico, por encima de las reacciones instintivas que hemos desctito en el capítulo anterior. En sentido general, eso puede parecernos un duro desengaño. Donde entra en juego la libertad de acción individual, en la construcción de una comunidad, puede celebrarse, al mismo tiempo, el triunfo del abuso de esa misma libertad.
Hay algo que debemos subrayar: todo lo que vamos a contar en este capítulo sobre los babninos se refiere únicamente a estos animales cuando viven en un zoológico. Si están en libertad, tienen que preocuparse mucho más de los detalles elementales que aseguran su existencia y no les queda tanto tiempo disponible para dar rienda suelta a esos deseos lndividualizados de imponerse sobre los demás.
Tal vez sea ésa la razón por la cual los babuinos de los zoológicos parecen ser un reaejo de todas y cada una de las formas de comportamiento irracional que nosotros, los seres humanos, desarrollamos en esta «jaula de monos de la gran ciudad» y que tantos daños nos causan. En este sentido debemos considerar los subsiguientes resu]tados de la observación de Obbo.
Cuando dejó de haber «moros en la costa», Obbo salió del agujero en que se había escondido y, sin ser advertido, trepó por la parte de atrás de una de las plataformas de cemento. Contempló aquel mundo al que lo habían trasladado, un mundo en el que sesenta babuinos de la estepa jugaban, se despiojaban, chillaban y se amaban en todo el extenso recinto.
¿Quién era el jefe de aquel pueblo de monos? Obbo lo reconoció en seguida por la tupida y mayestática pelambrera de su torso y cabeza, por el terrorífico tamaño de los colmillos que mostraba al bostezar con aire medio displicente y medio amenazador.
Resulta sorprendente: el jefe no tiene por qué ser el mono más musculoseo sino el macho más inteligente, más listo y que mejor se desenvuelve en el campo político-social de la horda, puesto que tiene que intervenir y dirigir toda la vida social de la comunidad, desde el cuidado de las crías, hasta el harén, sin olvidar los «clubs» de mujeres y los grupos de jóvenes solteros.
Cuando ha demostrado ser el mejor capacitado para todo esto, su superioridad hace que se imponga sobre los atletas más fuertes que no están dotados con los bienes sociales de la inteligencia, que son los que capacitan para la jefatura sin ni siquiera verse en la obligación de luchar físicamente para conseguirla.
Pero quien logra ser jefe se ve rodeado de muchos que buscan sus favores,
Esto le resulta difícil de soportar puesto que entre los que le atosigan se encuentran muchos de los que le caen peor. Sin embargo, el verdadero peligro para la estabilidad de la sociedad sólo está en la amenaza de las bandas de jóvenes gamberros que podrían convertirse en revolucionarios. De eso hablaremos despues con más detalle.
Tan plonto como uno de los monos ocupa el liderato de una horda, le crece una espesa pelambrera que le cubre la espalda y los hombros. Si eso es una manifestación de autoconsciencia de su jerarquía o el producto de cualquier otra excitadón síquica que fomenta el crecimiento del pelo, no lo sabemos todavía. Pero estamos en condiciones de afirmar que el babuino pierde su liderato cuando empieza a caérsele el pelo. Hace tiempo los etólogos le cortaron los pelos a un jefe de horda. Poco después empezó a ser «despreciado» por los suyos, que dejaron de hacerle caso, como si para ellos hubiera dejado de existir. La vergüenza de su degradación de jefe a «botones» le rompió el corazón y dos semanas después murió con síntomas de un agudo stress.
La misma reacción se produce con los colmillos. En otoño de 1975, un jefe de horda se rompió los dos colmillos de la mandíbula superior al intentar morder los barrotes de Hierro. Sus compañeros comenzaron a mostrarle su desprecio hasta que intervino un dentista y le colocó un colmillo falso de gran tamaño, lo que le devolvió el respeto de todos. Para ello le bastaba con mostrarles los dientes.
Aparte de por el pelo y los colmillos, Obbo reconoció al jefe por otra característica típica: un líder no se ocupa más que de sí mismo, de su propio bienestar, y sólo en casos muy especiales de los demás. Se comporta de manera casi social... salvo que se trate de corregir algún hécho merecedor de castigo de sus súbditos.
El tipo de castigo depende de la gravedad del delito. El castigo más suave es una mirada feroz, amenazadora. El jefe se queda mirando fijamente al malhechor con los ojos muy abiertos. El efecto de esa mirada es realmente colosal, aun en el caso de que los dos animales estén separados por una distancia de diez o quince metros. El amenazado emprende la huida con las mayores muestras de temor. iSI las miradas mataran... !
El castigo número dos es el «lavado del suelo». El jefe se queda mirando
al castigado que está a su lado y empieza a hacer- como si se pusiera a limpiar el suelo con una bayeta que realmente no existe y se pone a frotarla enérgicamente. Como si le quisiera decir: «iTen cuidado! iTe voy a usar como trapo de limpieza!» No se trata, como podría creerse, de una amenaza utópica. Si el malhechor no empieza a comportarse bien, el jefe lo coge por el cuello y lo refriega contra el polvo.
El peor castigo es el mordisco en la nuca y la expulsión del culpable de la comunidad. La pena de muerte no existe entre los monos.
Una pequeña falta contra el orden fundamental de la comunidad puede dar motivo al castigo. Puede parecer i®posible, pero todo miembro de la horda que desea adelantarse al jefe, tiene que hacerle un ademán de sumisión y pedirle permiso. Como antiguamente entre los militares, que no podían acercarse a un superior sin solicitar antes su autorización.
Al mismo tiempo se comprende que el saludo será más descuidado cuanto más alejado de los altos puestos jerárquicos se encuentre el interesado y más atento cuanto más arriba esté. Lo menos que los jefes esperan de los que están por debajo de ellas es que si éstos pasan a su lado les muestren el culo entejecido y lo agiten un poco como una bayadera.
Un gesto algo más respetuoso todavía es el quedarse de pie, quieto, un rato y saludar agitando el rabo de un lado para otro. Ese gesto tiene diferentes graduaciones y llega hasta el humillante arrodillarse, una ceremonia que se di ferencia de la misma de los hombres en que en ella no se inclina la cabeza sino que se le muestra el trasero al superior... iy se le mantiene muy cerca de la nariz!
Eso no significa un gesto despteciativo, como si dijéranros; «iChúpame el...!» Más bien puede decirse que es un gesto de entrega total, casi un ofrecimiento de aparejamiento, que el jefe podría aceptar si así lo quisiera. Naturalmente, su significado no es sexual sino simbólico, pues ese gesto de sumisión no sólo lo hacen las hembras con el jefe, sino tambien las hembras unas a otras y lo mismo ocurre entre los machos. Incluso puede suceder que un macho ofrezca su trasero a una hembra.
La mayor parte de las veces el jefe ni siquiera hace caso al saludo de sus
inferiores. Alza la vista al cielo como si no los hubiera visto, pero lo cierto
es que los observa con el rabillo del ojo y con todo detalle. iY pobre del que no se comporte del modo debido!
La ceremonia del «despiojamiento» está sometida a unas reglas no menos estrictas. Se trata menos de un acto de higi¿ne corporal que de una muestra de amistad y simpatía que tobustece los lazos de amistad del grupo. Es algo así como esas conversaciones superüdales oon las que los seres humanos tratamos de establecer contacto con otras personas desconocidas, pero que nos caen bien y a las que deseamos conocer. Se habla de cosas insubstanciales, innecesarias, pero lo importante no es de qué se habla, sino hablar. El silencio separa, establece distancias.
Lo mismo ocurre con los babuinos despiojamiento Pero, igual que en una charla entre seres humanos, no siempre cada uno puede, o debe, decirle al otro lo que piensa, sino que hay distancias; éstas también existen entre los babuinos, y el que se despiojen mutuamente no quiere decir que se establezca un nivel de igúaldad. Por ejemplo, sólo las hembras favoritas pueden despiojar al jefe con las dos manos. Otro machoo, aunque esté unido por gran amistad con el líder, no puede despiojarlo más que con una mano.
Los machos de los grupos más infedores apenas con un dedo y en muy raras
ocasiones. Ins jóvenes deben confofmarse con contemplar muy respetuosa mente la piel del gran jefe, pero no se atteverán ni a rozarla.
Ésta era la sociedad con la que Obt20 tenía que vérselas de un modo u otro. Lo más indicado era, naturalmente. tratar de enuar en oontacto con los elementos más poderosos de la camarilla que ocupa el recinto. Y un luién llegado hará bien en aproximarse a uno de los animales más bajos en el rango jerárquico de ese grupo, mientras no sea «e1 tonto del pueblo», d que recibe todos los palos. Un animal de poco rango jerárquico recibe con gusto a un compañero que esté aún algo más por debajo que él en la ordenación jerárquica.
Ésta es la Ley de Parkinson de la Multiplicación de los Funcionarios, trasladada a la ordenación de los monos.
Pero ¿oómo se puede hacer amistad con los más fuertes? ¿Cómo puede lograrse la admisión en un grupo cerrado, una auténdca camarilla de babuinos? En 1977 eso fue investigado detalladamente y se descubrió que los monos tienen una estrategia especial y diversificada para conseguir alianzas.
El etólogo holandés doctor Frans B. M. de Waal descubrió detalles muy significativos tomando como ejemplo al macaco javanés (macaca irus). Permítasenos, pues, dirigir nuestra atención a estos animales antes de continuar la histor de Obbo.
Los conocimientos de la existencia de esta estrategia para acordar alianzas son notables en muchos aspectos, sobre todo porque muestran que el concepto que se tenía hasta entonces sobre el fenómeno de la ordenación jerárquica es totalmente insuficiente, al menos en lo que se refiere a los monos.
Esa ordenación lineal, que podemos observar en un gallinero, por ejemplo (el gallo C pica al D, B a C y D, y A pica a B, C y D), no se da entre los monos, sino que ha sido sustituida por un sistema sociál de pactos. La fuerza muscular del individuo, que es el factor decisivo en la ordenación lineal, como hemos visto ocurre en el gallinero, sólo tiene entre los monos un valor socundario.
Resulta mucho más importante la inteligencia social del individuo, su capacidad de hacer amigos y aonseguir pactos y alianzas.
En la vida de un macaco javanés esa búsqueda comienza el mismo día de su nacimiento. La primera aliada de la diminuta criatura es, como resulta lógico, su propia madre. Un monito, al nacer, adquiere de manera automática el mismo rango jerárquico que tiene su madre, que lo defendetá y apoyará en todos sus enfrentamientos. El crío se da cuenta de ello en seguida y muy pronto aprende a utilizar en sus problemas con los otros monos de su edad el «arma de su madre de rango superior», un método que sólo tiene su límite cuando la madre del que en conflicto tiene mayor rango jerárquico que la propia.
En una ocasión pudo observarse un caso muy interesante de cambio de madre. Una hembra de rango muy bajo que tenía un hijo, murió. Varias otras hembras adultas, sin hijos, se disputaron la posesión del huérfano. Triunfó la que ocupaba un lugar más alto en la jerarqü.a y adoptó al morrito. Éste, en ese mismo momento, ascendió entre sus amigos y de ser un «don nadie» se convirtió en un cabecilla revoltoso que, respaldado por su madre, se atrevió a meterse con otros monos de su edad mucho más fuertes e, incluso, a hacer rabiar a los adultos.
Pero toda esa agladable situadón llega a su fin en el momento en que la madre tiare otro hijo. A partir de ese momei'to pasa a ocuparse, exclusivamente, del recién nacido y no tiene ganas ni tiempo de respaldar a su otro hijo cuando está a punto de recibir una paliza. Este descenso en su estatuto social es algo que hace sufrir mucho a los adolescentes.
Ése es el momento en que cada mono joven tiene que empezar a intentar hallar su situación en el orden jerárquico por sí mismo. Esa situación es en cierto modo, comparable a la en que se encontraba Obbo cuando fue dejado en medio de una horda extraña.
El joven mono javanés tiene que esperar hasta que llega su oportunidad de ascender en el grupo. Este caso se presenta cuando el mono fuerte al que se ha elegido como amigo, que ya forma parte de una alianza, tiene una pelea contra un mono más débil. En ese momento el aspirante se sube sobre una roca y. de manera ,pontánea pone de parte del fuerte
iDos fuerta contra un debil! Una fórmula de éxito que no puede fallar. Cuando entre dos ¿nonos han obligado a ceder a un tercero, surge entre ellos un profundo sentido de comunidad. Naturalmente, tienen que haber triunfado. Una derrota podría acabar con la alianza. Sólo las victorias las fundamentan y las afianzan.
Ésa es la razón de la observación aparentemente tan desprovista de sentido hecha por Frans B. M. de Waal, que se extrañó al ver que era cosa corriente que varios monos fuertes se unieran contra uno débil. El objetivo de una aliñnza debería ser unirse para luchar contra los fuertes como medio de defensa. Y ése es también el caso enue los monos; pero antes hay que comprobar la efectividad del pacto y, cuando ha sido acordado, los animales tienen que velar -porque se cumpla. Para ello no conocen un medio mejor que, de vez en cuando, elevar su espíritu de horda mediante una pelea vicoriosa previamente preparada
Esto ha dado lugar a que los monos cultiven la costumbre de tener un «tonto del pueblo», un infeliz destinado a recibir todos los golpu y mordiscos que se pierden en la comunidad. Algunos observador« se sienten indignados a afirmar que una «cria{ura párarrayos» como ésta debería acabar expulsada de la comunidad. Pero eso no es cierto. Se producen expulsiones ocasionales de algunos miembros de la horda, pero eso nunca le ocurre al "tonto del pueblo"
La razón por la que éste ha llegado a oonvertirse en víctima de las iras de todos carece de importancia. En muchas ocasiones no ha hecho nada malo que lo justifique. Lo importante es que los miembros de la horda tengan a su disposición un animal apropiado en el que descargar su agresividad para que de ese modo triunfe el sentido de comunidad. Una especie de mentalidad semejante a la de las bandas de gamberros que descargan su furia contra el más débil!
Una alianza surgida de este modo tiene que ser auténtica, es decir, debe
descansar sobre la reciprocidad. Aquel que ayudó a su compañero -de manera claramente innecesaria– en una pelea, espera también ser ayudado en sus querellas. Así que daarrolla una táctica perfecta para provocar a un enemigo y si, con ello, logra movilizar a los demás en su ayuda quiere decir que el pacto es pcrfeto. Si no es así, el interesado deberá buscar alianzas con otros miembros de la comunidad.
Una vez que hemos llegado hasta aquí, podemos volver a nuestro recinto
de babuinos, donde mieanas tanto a Obbo le ha sido posible, con este truco, hacerse amigo de un mono no mucho mayor que él; Bluffy, al que ayudó en una lucha.
Pero como una pelea es un acto de violencia marcial que puede hacer que el recién conseguido amigo llegue a asustarse, Obbo, inmediatamente después de la lucha» tuvo que mostrar su sumisión a Bluffy. Se arrojó al suelo como un mahotnetano que hace sus plegarias y, a cuatro patas, le volvió el trasero a Blutfy. En esa postura Obbo volvía continuamente la cara hacia atrás haciéndole muecas amistosas y lanzaba algunos grititos. En el idioma de los babuinos, esta actitud podría traducirse como: "iQuiero ser tu humilde servidor!".
Bluffy se montó sobre Obbo como en el acto del apareamiento. Éste es un hecho que puede ser observado con gran frecuencia en los recintos de los babuinos en todo el mundo y muchos de los visitantes consideran ese ademán como un signo de pecaminosa lujuria, en una Sodoma y Gomorra del mundo animal. Pero ese ojo pecaminoso se equivoca. Aunque pueda parecerlo así, no se trata de un acto sexual, sino un simulacro cuyo significado es la aceptación por Bluffy de la oferta de amistad de Obbo... Pero con una indispensable condición: que el recién llegado respete el rango superior de Bluffy.
De ese modo Obbo pasó a convertirse en miembro de la horda.
El ver jugar a Obbo con Bluffy fue como la tarjeta de introducción del recién llegado. Por todas partes y repetidamente Obbo tuvo que ir saludando muy humilde y respetuosamalte, con una sumisión que resultaba casi trájicamente ridícula. a todos los miembros de la comunidad. Pero eso no lo protegió contra amargas desilusiones y hum illaciones.
Al segundo día de estar entre sus nuevos compañeros, Obbo observó cómo Tío Hugo, un babuino mayor que él y perteneciente a la clase media de la horda era castigado por el jefe con el mordisco en la nuca, Gritando fuertemente Tío Hugo corrió hacia Obbo, galopando con el rabo entre piernas y le dio a él el mismo mordisco que acababa de recibir del jefe, sin que el infeliz Obbo hubiera hecha nada para merecérselo.
La cosa estaba clara: el Tío Hugo reaccionaba contra su complejo de infe'
riolidád atacando al recién llegado.
Cuando hablé con el jefe de una empresa alemana de Hamburgo, sobre
estas cosas, dejó escapar la siguiente observación:
–iNo podía usted haber descrito con mayor exactitud el comportamiento
de los empleados de mi empresa dentro de su trabajo!
Realmente es así: todo gesto irracional del hombre tiene su reflejo notablernente semejante en la conducta de los monos.
Son muchos los que suben una grave equivocación al creer que la capacidad para la intriga es una facultad específica del intelecto humano. Eso no es cierto, dado que los impulsos que llevan a ella, como está probado proceden del diencéfalo, y éste tiene un pan parecido en los monos y en el hombIe. El hombre se diferencia de los animales por las dimensiones del cerebro, pero en muchas ocasiones deja actuar al cerebro intetmedio y entonces obra fundamentalmente como el mono, aunque, erróneamente crea que su acción es un producto de su inteligencia,
El cerebro intermedio no es más que un órgano para la pura supervivencia, no para la humanización, la justicia ni los valore morales superiores.
Tal y como es, resulta esencial para la existencia del mono en la comunidad y, con ello, para su destino en la totalidad.
Para evitar confusionismo sobre la tendenda de este libro, digamos que
a finales del siglo xx, el cerebro intermedio no garantiza ya su supervivencia.
Nos hemos creado un medio ambiente extremadamente artificial y antinatural. Si queremos sobrevivir, det»mos adáptar nuestra conducta a él y eso no puede hacerse con las costumbres que heredamos de la selva y la estepa, sino con ese órgano que ha creado también la tecnología de la civilización: el cerebro. Mas para ello antes que nada debemos estar en condiciones de conocer cuáles son las formas de conducta arcaica que debemos superar.
Después de eso volvamos a Obbo, que decidió, enfadado, vengarse de la ofensa que le había infliigido el Tío Hugo. Ésa fue una decisión trascendental, pues un recién llegado que lo aguanta todo sin intentar resistir está en grave peligro de convertirse en el «tonto del pueblo» y receptor de todos los golpes.
Pero ¿cómo podía un forastero tan joven y débil como Obbo organizar su defensa? Una idea le cruzó por la cabeza. Se colocó a tres metros de dis.
tancia detrás del líder. Y cuando el Tío Hugo pasó por delante del jefe y fue a arrodillarse delante de su severo señor al posición de sumisión, Obbo se colocó frente a él y empezó a hacerle gestos de amenaza incluso la máxima, la que ya hemos descrito como «bayeta para limpiar el suelo». El Tío Hugo se puso fuera de sí de indignadón. Pero ¿qué podía hacer? ¿Devolver las amenazas? ¿Lanzarse furioso sobre Obbo? Cualquiera de estos actos lo hubiela considerado el jefe, que no tenía idea de lo que estaba ocurriendo a sus espaldas, como una burla o un despredo a su autoridad y Tío Hugo hubiera sido castigado de nuevo. Así que no le quedó más remedio que aguantarse y tragarse la rabia.
Los etólogos definen el truco de Obbo como «amennzas protegidas», un método frecuentemente empleado por los monos mediante el cual los débiles pueden vengarse de los fuertes sin riesgo.
Tres días después fue Obbo víctima de otro truco. Se había refugiado tras una de las rocas artificiales para escapar a la mirada del jefe, cuando Tina, una mona javen, trató de excitarlo con todos sus encantos sexuales.
La «damisela» se rozó con él, le extendió los flancos, le apretó el trasero de manera clarísima y al despiojarlo le rozó las zonas erógenas. Lo que Obbo no sabía era que Tina, en esos días, era la amante favorita del jefe.
Eso no es difícil, pues las relaciones amorosas entre los babuinos se realizan de manera un poco rara. Algunos días antes de que la hembra entre en su período de fecundidad, se siente un tanto excitada sexualmente. Sin embargo, todavía no tiene oportunidad alguna de que el jefe o alguno de los altos «dignatarios» se fijen en ella. A éstos no les gusta perder el tiempo con jueguecitos superficiales y sólo se aparean con las hembras en sus días ardientes. Antes de ello los machos de las capas más bajas pueden divertirse con las hembras ser castigados.
En la práctica eso conduce a que la hembra empiece a jugar con los animales más bajos en la escala social y, poco a poco, vaya ascendiendo, a medida que se aproximan los días cumbres de su ardor, pasando así por casi todos los machos hasta llegar a los más altos en la jerarquía de la horda.
Cuando llega al jefe está en condiciones de que el apareamiento pueda traerconsecuencias para la descendencia ¡Una comuna sexual marcada plenamente por la conciencia de clases!
Un babuino ha de tener mucho tacto para estar en condiciones de darse cuenta cuándo le llega a él el turno y también si ya le ha pasado y debe abstenerse. Obbo no supo hacerlo y cayó en la trampa. ¿Qué importaba, debió de pensar, mientras su cita con Tina tuviera lugar detrás de la roca y fuera sólo un dulce secreto entre ellos? Y, finalmente, le cabía la disculpa
de que fue Tina la que había ido a provocarlo.
Si alguien fue con el soplo es algo que no sé. Pero el jefe apareció de repente y los sorprendió in fraganti. Ver al jefe y escapar como alma que lleva el diablo fue todo uno para Tina. Agitó los brazos en el aire, señalando a Obbo con ademanes tan claros que resultaba fácil oomprender, incluso para quien no estuviera familiarizado con d lenguaje de los babuinos, que Tina le estaba diciendo al jefe que ella no tenía culpa alguna, sino que Obbo había intentado violarla. Así el pobre e inocente Obbo recibió tal paliza por parte del jefe, que a partir de entonces le resultó imposible continuar junto a la camarilla de los que ocupaban los lugares altos en la ordenación jerárquica.
Animales superiores, como los monos, poseen, sin duda, algo así como
un sentimiento de la justicia, aunque naturalmente en una típica etapa primaria. Esos animales se dan cuenta cuando han sido víctimas de una injusticia. Si por el contrario son ellos los que obran injustamente con otro, no parece importarles gran cosa.
Para un babuino macho que tuviera algunos años más que Obbo, aquella
humillación a manos del jefe hubiera significado una degradación vergonzosa a los lugares más bajos de la jerarquía, y eso es lo peor que puede pasarle a un mono, dado que todos sus actos y empeños a lo largo de su vida únicamente van dirigidos a conseguir una buena situación social dentro de la horda.
Un animal degradado, humillado, sufre complejo de inferioridad continuo,
se hace inseguro, estúpido e impotente. Su estado enfermiizo, su orgullo frustrado, el miedo continuo de los que antes estuvieron por debajo de él, el stress , todó eso mina su salud de tal modo que ese mono puede morir de un infarto: comprobado por la ciencia veterinaria.
Pero Obbo era todavía demasiado joven para renunciar. Se sumó a otra camarilla, una especie de agrupación juvenil, formada por sólo cinco babuinos, y eso no bastaba para oponerse al dominio de la pandilla que rodeaba al jefe.
Los miembros del «club juvenil» de Obbo decidieron, a sabiendas y con una acción a largo plazo, buscar una confrontación con los grupos todavía más oprimidos que ellos; es decir, una revolución abierta. Para ello el club buscó refuerzos en un segundo grupo de monos jóvenes. Aunque parezca sorprendente,
los babuinos están capacitados para llegar a esas alianzas a nivel de grupo.
Varios días más tarde las cosas estaban dispuestas y se produjo la explosión. Antes de que los guardias de servido en el zoologico se dieran cuenta de lo que había pasado, la revolución estaba en plena marcha. Cuando los hombres con cinco mangueras de bomberos lograron separar a los que luchaban, la victoria ya se había inclinado hacIa bastante tiempo. Cojeando, gimiendo y humillado, el jefe y su pandilla abandonaron el campo de batalla.
Obbo y sus jóvenes se convirtieron en la clase dominante.
Esas revoluciones no puede decirse que sean frecuentes entre los monos.
Pero en un periodo de diez años, más o menos, se producen en los recintos en los cuales la población se hace densa.
Aparte del hecho de que eran otras las «personalidades» que ocupaban
el gobierno, no había cambiado nada en absoluto. Pronto las primeras hembras empezaron a aproximarse a los jóvenes señores. Algunos chaqueteros trataron de buscar contacto con la nueva clase alta para tratar de ruuperar su antigua influencia. La ordenación jerútquica cambió de arriba abajo. Fue como dar la vuelta a la tortilla, pero todo continuó eomo antes, todas tratando de ascender en la jerarquía con trucos e ingenio, como si de eso dependiera la felicidad. Los sometidos seguían siendo castigados.
En resumen: continuaron siendo tan monos como antes.
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