Feliz cumpleaños, Silvia
Hoy es mi cumpleaños. He tenido un buen regalo de cumpleaños, el
mejor, amor infinito, Silvia.
Hace poco que la conozco, pero el deseo, quizás, precisamente por
esto, es inmenso; inmensamente ardiente. La conocí el pasado día 29 de
septiembre. Estaba inmersa en la marea verde de la manifestación en defensa de
la educación, lengua, cultura, ciudadanía, democracia, cosa pública y contra la
política neocon del Gobierno de Illes Balears que ataca a todo esto y ocasiona
grandes recortes económicos populares y grandes enriquecimientos de secta
especulativos y, en no pocas veces, corruptos.
- ¿Cuántos debemos ser?
- No lo sé, pero más de 2.000 imagino que sí. Imagino que la
Delegación del Gobierno o la Conselleria de Interior dirán que no pasamos de
esta cantidad.
No me importaba el número, seguro que somos más de 100.000. El
espíritu pacífico, festivo, juvenil, alegre y cargado de razón, juntamente con
la mamá joven y verde que seguía la manifestación, a mi lado, dando la mano a
su hijo de unos cinco años, también con camiseta verde, me daba la sensación,
el espíritu, de ser toda la humanidad infinita.
El niño tendrá unos cinco años, ¿y su madre, cuántos tendrá? Entre 25
y 39, seguro. Cualquiera que sea su edad
es una edad perfecta, porque “ella” es perfecta: Ni alta ni baja, ni gorda ni
flaca, ni guapa ni fea, ni joven ni vieja, “ella”, y lo que más me gusta de
ella es su carácter, joven, alegre, risueño, social, conoce, saluda, habla y
ríe con la mayoría de los 100.000 de la manifestación.
- Mamá, mamá, ¿qué pasa? ¿por qué aplauden y silban a la vez? No veo
nada.
- No si yo tampoco veo nada. No todos somos tan altos y guapos como
este señor que camina a nuestro lado.
Sonrío, el piropo, hace maravillas en mi estado anímico y autoestima:
- Voy a llevar un rato a tu hijo a “mecoll” y un rato a ti, así los
dos veréis algo, poco en un poco (de tiempo), pero no me llames “este señor”,
soy Jaime o Jamie para algunos amigos
- Gracias Jamie, pero no te veo a ti llevando a mi hijo Jaime a “mecoll”
y, mucho menos, a mi. Tu ya estás más para que te lleven que para llevar.
- Y tú, ¿cómo te llamas, señorita graciosa? Digo mientras cojo, no sin
esfuerzo, a su hijo Jaime y lo acomodo sobre mis hombros.
- Silvia, para servirme de vos y de usted
Contesta con una sonrisa de oreja a oreja mostrando sus dos collares
de perlas dentales.
Hoy, 24 de octubre, es el cumpleaños de Jaime. También es el día de
Huelga General contra ley Wert de la mala educación. Con tal motivo, el
cumpleaños de Jaime, hemos decidido pasar el día juntos. He podido dejar a mi
hijo, también Jaime, con mis padres y me dispongo a gozar de la compañía y
cariño del otro Jaime, que conocí el día de la manifestación. El plan: voy a
buscarlo a su casa, él quería ir en su coche, pero le dije que ni hablar, que
iríamos en el mío, vamos a Felanitx a comprar la comida, desayuno, merienda,
almuerzo y merienda, butifarrones, a los Ramaders, a los dos nos encantan los
butifarrones de los Ramaders de Felanitx, yo creo que unos 16 butifarrones
serán suficientes, y una barra de pan fresca y una bolsa de galletas de Inca
que compraremos en Can Vica de la Calle Mayor, así como 24 cervezas de lata
Heineken, nos llevamos las cervezas desde Palma en la nevera portátil; vamos a
“jugar” a la playa de S’Amarador de Santanyí, luego a comer y a hacer la siesta
a la casa que tiene su abuela en Portocolom, un balcón sobre el mar. Yo pago
todo. Es mi regalo de cumpleaños.
- Hola Jaime, ¿preparado para la aventura?
- Hola Silvia, amor, preparado, feliz y muy ilusionado.
- Pues no te hagas ninguna ilusión, iluso.
- La ilusión es lo último que se pierde
- Yo creo que lo último que se pierde es la inocencia, inocente.
Silvia, como el pasado 29, va de verde, pero no con la camiseta del
embudo, sino con una blusita de algodón verde abrochada, un poco estrecha, que
hace unas pequeñas aberturas entre botón y botón y una falda de fibra corta,
sin ser mini, negra, con vuelo, unas vambas blancas sin cordones y sin
calcetines.
Conduce con decisión, sin brusquedades. Hablamos de la suerte del
tiempo casi estival, que se une a nuestro regalo, ideal para jugar en la playa.
- ¿Y a que vamos a jugar? ¿Has traído pelotas, palas, bolas,…?
- No, no he traído nada de esto. No vamos a jugar con cosas, vamos a
jugar nosotros.
Piernas, muy bonitas, morenas, como toda ella, descubiertas,
semiabiertas, aberturas de la blusa,… Mi corazón palpita con fuerza, mi sangre
presiona hacia el exterior en sienes y mejillas, le miro las piernas, la blusa,
Dios, no lleva…!, la cara, su perfil derecho, la oreja desnuda, la mejilla, la
ceja, el ojo, su pestañeo, se siente mirada, admirada, deseada, sonríe, sus
dientes, su lengua. Le pongo mi brazo izquierdo sobre el respaldo de su
asiento, le cojo, suavemente, el sur de su cuello. Pongo mi mano sobre su
rodilla. Subo casi imperceptiblemente. Casi, porque se da cuenta y, de un
manotazo, aparta mi mano:
- Ya te he dicho que no hagas tonterías. A ver si por una de ellas
vamos a tener un accidente y se acabó el regalo de la jornada de placer. ¿O es
que te crees que yo soy de piedra?
¿Cómo es posible? Son más de las 11 y hemos salido antes de las 9. Ah,
claro, hemos ido a Felanitx a Ramaders i es forn de can Vica a comprar las
provisiones de la jornada; hemos pretendido venir desde la inmediata playa de
Cala Mondragó, el mar estaba tan bajo que era imposible saltar desde el final
del camino a la playa y hemos tenido que regresar, coche y vuelta de kilómetros
para llegar a unos cuantos metros más allá, a aquí.
Caminamos por la arena, alpargatas en la mano, hacia el mar. Yo llevo
una bolsa del GOB con mínimo contenido. Él una bolsa de playa con las toallas,
ocho butifarrones y las galletas de Inca y la nevera portátil con las ocho cervezas
Heineken. Dejo caer zapatillas y bolsa y echo a correr en dirección al mar. Me
siento libre. Me siento feliz. Me siento joven. Me siento rápida. ¿Qué digo “me
siento”? Soy. Él deja caer en la arena zapatillas, bolsa y nevera y echa a
correr detrás de mi. ¡Qué me va a alcanzar! Siento terror, angustia, esperanza,
seguridad, de que lo consiga. Mi corazón late a más de 100 pulsaciones. Mis
piernas me hacen volar a pesar de lo difícil que es correr descalza sobre la
arena blanda y seca. El esfuerzo, el sol, el pánico por saberme alcanzada,
calientan todo mi cuerpo a más de 40 grados. El sudor resbala por mi frente,
mejillas, brazos, piernas, cuerpo. Casi me ha alcanzado. He dado un giro en
finta izquierda derecha y le he dejado atrás varios metros otra vez. Y volvemos
a empezar. Otra finta, ahora derecha izquierda y recobro distancia. Reduce
distancia.
Me lanzo con un salto felino y la agarro por las piernas. Cae, como un
fardo pesado, en la arena. Intenta levantarse de un brinco, pero la abrazo y ya
no ofrece resistencia. La giro para que apoye la espalda y quede mirando hacia
el cielo. Encima. Cara, brazos y piernas
rebozadas de blanca arena fina le dan un aire gracioso muy cómico. Con mi mano
voy retirando lentamente los granos de arena de su frente, mejillas, párpados,
me mira con ojos felinos, nunca había sido tan consciente como ahora de que sus
ojos, y también mi mirada interior, son lo más hermoso de toda ella: azules;
no, verdes; no, grises; no, azules; no, azul-verdoso o verde-azulado, muy
claros. Mirándome fijamente a los míos, retadora, ven.
Frente, mejillas, párpados, labios, muy finos, prietos, sonríe,
dientes blanquísimos que contrastan con su pelo corto negro como el betún de
zapatos, natural, ven.
Le beso la frente, las mejillas, orejas, mejillas, cuello, mejillas,
alrededor de su boca. Sonríe pícara, sus labios;… pero, no; con un movimiento
rápido, brusco, de cabeza, me ofrece su mejilla. Mis labios, que iban veloces a
los suyos, besan, una vez más, su mejilla. Resbalo mis labios hacia su boca y,
justo en el momento, un giro brusco en la otra dirección me deja presionando
sobre la otra mejilla. Desisto. Nos miramos a los ojos. Soy consciente de todos
los contactos de nuestros cuerpos. Me lamento de llevar los gruesos vaqueros
que impiden la sensación, nuestras piernas derechas entre las piernas del otro.
“Espera un momento”.
“Espera un momento”. Qué agradable es sentir su peso sobre mi cuerpo,
sus caricias, sus besos, el juego,… Espera un momento. Levántate. Vamos a hacer
las cosas bien. Vamos a recoger zapatillas, bolsas, toallas,… Recogemos
nuestras pertenencias, las llevamos al lugar en el que jugábamos sobre la
arena, extendemos las toallas, dejamos las bolsas a su lado, abrimos una lata y
compartimos. Me siento en su toalla. Se quita el vaquero y la camisa. Luce un
bañador clásico rojo, rojo. Luce muy bien. Le miro. Le admiro. Le deseo. Se
sienta a mi lado. Me abraza. Me levanto. Corro. Dejà vue. Dejà vecu. Me
alcanza. Ahora sí noto el contacto de su pierna derecha en la mía. Espera. Me
levanto Me quito la blusa y la falda. Mi bañador, sin top, es verde oscuro,
casi negro, brillante. Vuelvo a correr, esta vez hacia el mar. Me persigue. No
me alcanza. Llego al mar. Corro. Me zambullo. Viene nadando hacia mi, pero no
me alcanza. Nado hacia él. Nos abrazamos. Mejillas y labios se juntan y
resbalan con el agua de mar. Besos salados. Mis piernas presionan fuerte su
derecha. Las suyas mi derecha. Las manos abrazan al otro. Acarician la espalda
del otro. Acarician todo el cuerpo del otro. Estamos mojados, ardientes,
salados. Toda una playa inmensa, infinita, salvaje (sin ni una edificación)
totalmente para nosotros dos solos. Nos hundimos. Juntos. Abrazados.
Acariciados. Nos acercamos hacia donde él, más alto, haga pié. Allá me coge y
seguimos el mismo juego. Miro mi enorme reloj sumergible Casio de esfera negra
(el lleva uno igual, de esfera blanca), son casi las dos. “Creo que tendríamos
que ir ya a comer”. Cogidos de la mano vamos saliendo. Unos metros antes de
llegar a la arena me coge en brazos, yo abrazada a su cuello, y sigue el
camino. Me deja, de pié, en su toalla. Sin secarme me quito el bañador y me
pongo uno seco que llevo en la bolsa blanca del GOB. Apenas dos segundos
(además estamos los dos solos en este universo de sol, playa y mar. A pesar de
lo cual se ha turbado y el rojo ha teñido sus mejillas morenas). Es rojo oscuro
casi negro, brillante, mi bañador, claro. Me pongo la blusa verde y me abrocho,
uno sí, uno no,… Me pongo las zapatillas sin pasar. Él también se quita el
bañador, no me impresiona, casi me gusta más con el bañador puesto; se pone
otro seco exactamente igual al que se acaba de quitar mojado; se pone el
vaquero, la camisa, las zapatillas de tela negra y suela de esparto, también
sin pasar. Cuando pongo mi bañador mojado en la bolsa él ve el otro objeto que
llevo en ella: un tampax, sólo uno. No lo necesito. Es mi arma, disuasoria, en
unos casos, enfría calenturas en otros, revienta pasiones en otras. Cojo mi
bolsa. Ponemos las toallas, su bañador mojado y la lata vacía en la bolsa de la
playa; la coge, juntamente con la nevera y nos vamos hacia el coche.
Llegamos a la casa de la abuela. Aparcamos en la misma acera, justo
delante. Nos ve una media docena de vecinos del verano, “¿qué, es tu novia?”
pregunta una vecina con descaro. “No, es la novia de mi primo” contesto yo con
más descaro. “¿Y qué, la abuela ha venido con vosotros o habéis venido solos?”,
insiste. “No si ella ya había venido antes” digo con verdad (lo que pasa es que
ya hace dos meses que regresó a Palma). Subimos. Nos dirigimos directamente al
balcón sobre el mar para lo que tenemos que levantar la cortina enrollable que
llega hasta el suelo. Ponemos la mesita y dos sillas en el balcón. Hace un día
espléndido, azul, con alguna nube blanca. Unos chicos van en barca de vela
latina, sin demasiado viento, aunque la barca, ligera, navega rápido, la vela
blanca hinchada. A lo lejos entra un yate hacia el muelle de la gasolinera. Silencio
de otoño. Día de verano. Ponemos la comida y la bebida sobre la mesa. Me siento
mirando hacia la lontananza marina. Pienso que ella se sentará en frente,
mirando hacia la lontananza terrestre, hacia Sant Salvador, pero no, se sienta
en mis piernas, se acurruca en mi regazo. Comemos y bebemos… que mañana ya
trabajaremos… o ayunaremos: Ayunarás, Juan, mañana. Las cervezas heladas. Yo
tres butifarrones y un montón de galletas, no las cuento, que ayudo a pasar con
tragos de cerveza. Ella sólo dos, butifarrones, claro.
- Pienso que después de tanto ejercicio y tantas emociones deberíamos
descansar un poco, deberíamos hacer una siesta reparadora.
- Pues vamos a hacerla.
Nos dirigimos hacia el dormitorio interior al que llega una tenue luz,
muy poca. No encendemos la eléctrica.
- ¿Qué te parece si tú duermes en aquella cama y yo en ésta?
- Me parece muy bien, pero es que yo no quiero dormir vestida con mi
ropa y tampoco quiero dormir desnuda.
- Miraré si encuentro un pijama de mi hermano
Mi hermano es un poco más joven y más bajo que yo, aunque bastante más
alto que Silvia. Abro el cajón de la cómoda y allá está el pijama buscado:
verde claro casi blanco, de mil lavados y soleadas, sin botones en el orificio para
poder orinar (los hombres). En un abrir y cerrar de ojos, tan rápido y con tan
poca luz que, para mi, fue sólo “en un cerrar”, se desviste y se pone el
pijama. Está muy graciosa con este pijama de hombre demasiado largo de brazos y
piernas. Yo ya me había acostado sólo en bañador. Ella se acerca y me da un
beso en la mejilla, el beso de buenas noches y se acuesta en su cama. Se cubre
con la sábana.
- Pero, ¿qué haces,… con el calor que hace?
- Yo siempre tengo frío, siempre me tapo en la cama, incluso en
verano… Bueno calla que si hablamos no vamos a dormir. Buenas noches.
- Buenas noches. Ella se ha acurrucado dándome la espalda. Me giro
dándole la espalda e intento dormir, pero mi cabeza da vueltas y más vueltas
reviviendo todos los momentos vividos, tan próximos a ella, por primera vez.
Mientras sueño despierto, se levanta, levanta la sábana de mi cama y…
- Venga aparta un poco que me pueda acostar contigo.
Me aparto, casi caigo por el otro lado de la cama, pequeña. Ella por
debajo de la sábana y yo por encima: resulta muy molesto. Me levanto por el
otro lado, levanto la sábana y también me acuesto por debajo de la sábana. Esta
vez cara a cara. La abrazo. Nos fundimos. Mejor, se funde en mi. Nos
acariciamos. Nos acariciamos. Nos acariciamos. Nos abrazamos. Nos abrazamos.
Nos fundimos. Mi mano toca, por primera vez, aquello que deja al descubierto el
orificio del pijama. No rechaza ninguna de mis caricias. Yo tampoco ninguna de
las suyas, claro. Quizás por esto no profundizo ninguna interioridad. Y no
obstante, y a pesar de conocer su relación, nos sentimos muy juntos, fundidos
en uno.
Nos vamos de regreso hacia Palma. Aún llegaremos para la manifestación
de esta tarde. El día ha cundido mucho para las sensaciones y los sentimientos.
Mi sentimiento me dice que estoy totalmente enamorada de Jaime, aunque quiero a
mi Jaime, mi pareja y padre de mi hijo Jaime y no pienso dejarle nunca. Y
también quiero al padre de Jaime, aunque de una manera muy diferente. Fue una
suerte hacer la manifestación del día 29 al lado de su padre, quien cogiera a
“mecoll” a mi hijo Jaime (luego, en teoría, tendría que haberme cogido a mi) y
que, mientras, viniera su hijo: “¿Pero que haces papá? No ves que ya estás más
para que te lleven que para llevar tú”. Que cogiera a mi hijo y se lo
encaramara a sus hombros: “Hola, me llamo Jaime, y tú?” Que curioso, igual que
su padre e igual que mi hijo. “Yo me llamo Silvia. Encantada”.
Aún no hace un mes que conozco a Jaime padre y a Jaime hijo y parece
que les amo, al primero platónicamente, al segundo con un amor completo y
tántrico, desde toda la vida. No he querido conducir de vuelta. Sí en todos los
trayectos de ida, pero no en el de vuelta. Le he dado las llaves del coche y me
he sentado en el asiento de al lado. El respaldo ligeramente recostado, mis
piernas muy largas a causa de la minifalda, ligeramente abiertas. Muy
insinuantes. Jaime conduce. De vez en cuando me mira de reojo. No se atreve a
descansar su mano derecha sobre mi pierna, ninguna de las dos, aunque yo le
dejaría.
- Oye Jaime, pronto saldremos otro día completo como éste, pero esta
vez haremos el amor.
Dedicado a quienes aman en lugar de imponer. A quienes prefieren amar
que agredir. A toda la Comunidad Educativa actual que actúa y trabaja para
tener una educación pública mejor, más libre y solidaria y menos impositiva y
sectaria, a fin de procurar unas personas y una sociedad más libres,
solidarias, justas, igualitarias y felices.
Palma, 24 de octubre de 2013
Antoni Ramis Caldentey
Psicólogo humanista social