Caminos de paz en la comunidad

Eran las dos de la madrugada, más o menos, cuando el ladrón «caió la tapia del jardín-de una villa y Pack, el gran pastor alemán, que se le había aproximado en silencio, saltó sobre él y lo derribó violentamente al suelo. Pero en seguida el perro pareció desconcertado, se separó de su víctima y, agitando el rabo, empezó a dar vueltas amistosamente en torno del desconocido, sin un solo gruñido.
El ladrón' pudo llevarse de la casa joyas por valor de 350000 marcos, unos do« millones de pesetas
¿Qué había hecho que aquel perro guardián, adiestrado en la Escuela de Perros policías, temido y tenido por todos como un agresivo vigilante, se comportara de repente de un modo tan nmistoso con un enemigo desconocido?
iNada más que un perfume, un simple perfume que el ladrón usó profusamente antes de partir para realizar su hazaña! Claro está que no se trata de un perfume apto para damas de la alta sociedad; la orina y el olor corporal de una perra con la que estuvo jugando y rozándose mucho tiempo, dejándose mpregn con su olor y su orina.
¿Cómo se aclara una cosa así? La explicación está en que ningún perro macho, por feroz que sea, tocará nunca ni un pelo de una perra. No se trata de un comportamiento caballeroso con su «dama», inspirado por la idea de que es vergonzoso causar daño al sexo débil. La razón es muy otra: el perro se limita a obrar así obedeciendo a un instinto que entra en acción de modo automático al percibir ese olor especial.
La consecuencia es que basta el olor corporal de cualquier pena para que, actuando como un perfume de paz, frene la furia agresiva de todos los perros machos con la misma seguridad que una hilera de automóviles se detiene cuando ante ellos se enciende un disco rojo, iSin embargo, atención! De vez en cuando hay algún conductor que se salta un semáforo en rojo y también podría until que algún chucho degenerado no obedeciera a esa reacción instintiva apaciguadora de su agresividad.
Pero de eso volveremos a hablar en el último capítulo.
Por regla general, el olor actúa siempre como un freno contra la agusividad, y eso ocurre aun en casos que parecen de todo punto descabellados.
En una residencia canina de una ciudad del norte de Alemania, un cmplcado auxiliar, recientemente contratado y que carecía de experiencia en el oficio, tuvo la idea de encerrar a un gigantesco dogo alemán macho en la misma jaula en la que ya había una hembra de foxterrier mucho más pequeña, y los dejó solos y sin vigilancia durante la noche. A la mañana siguiente se ofreció a sus ojos una terrible visión: la perrita, pequeña y débil, había matado al dogo mucho mayor y más fuerte, y casi lo había despedazado.
Es decir, que mientras el gran perro estaba siendo matado lentamente por la pequeña perra, seguía siendo incapaz de defenderse. Tan fuerte era la reacción inhibitoria de la agresividad ejercida por su instinto ante la presencia del perfume paciñcador.
Tan pronto como se salpica con orina de un macho a una perra, pierde toda su protección, y si se la deja con un macho muy pronto se verá envuelta en una violenta pelea. Tan contradictorias son las cosas cuando se falsean los estímulos instintivos.
Los siluros enanos, peces que miden medio metro de longitud, han llevado el uso de un perfume como pacificador a una perfección mucho mayor que la de nuestros perros. Y aún van más lejos: el miedo y la disposición a someterse, la autoridad e incluso algunas faltas de honestidad, es decir, todas esas cosas que a nosotros los hombres nos cuesta trabajo descubrir –y ocultar– son manifestaciones que en el mundo de esos peces se perciben mediante el olfato.
Y de un modo tan claro e indiscutible que no hay máscara ni engaño capaces de encubrirlas.
Por esa causa esos peces que son casi ciegos y sólo viven tranquilos en la oscuridad de la noche, han desarrollada un orden social en el que son exclusivaInente los olores los que despiertan la agresividad, establecen la concordia y movilizan la predisposición al auxilio mutuo. Esos siluros o bagres enanosviven en las aguas fluviales de Norteamérica y desde 1900 se extendieron también por Europa.
La historia de ese descubrimiento comienza, como ocurre con tanta fcecuencia en la investigación, con un acontecimiento casual. El profdsor John Todd, del Instituto Oceanográñco de Woods Hole, cerca de Boston, tenía un acuario con siete jóvenes siluros junto a una pequeña alberca en la que se alojaba un gran ejemplar de la misma especie. A la mañana siguiente el zoólogo se llevó un susto de muerte: durante la noche el gran siluro había pasado de un salto desde su estanque al acuario de los pequeños y se haifa cebada en ellos. Cinco estában yá muertos y los otros se habían salvado porque lograron esconderse en un 'tubería en la que el pez grande no podía penetrar. Una gran cantidad de agua por el suelo testificaba la violencia de la acción.
El doctor Todd volvió a colocar al malvado siluro en su depósito y, lo puso a distancia segura. Pero cuando fue a llenar por completo el acuario de las dos pequeños supervivientes ocurrió algo impresionante. Por razones de comodidad echó el agua del tanque donde había estado el pez grande en el acuario de los pequeños. En ese mismo momento, éstos parecieron caer presas de un ataque de pánico. Saltaron fuera del acuario y se quedaron agitándose sobre la mesa. El doctor Todd los volvió a colocar de nuevo en su acuario y de nuévo saltaron fuera. Sólo se calmó su pánico cuando se los trasladó a otro acuario libre del olor de su enemigo.
Consecuentemente, el «olor» del agua de su enemigo desataba en los siluros enanos esa reacción de terror que los lpulsaba a huir. La presencia física del sanguinario enemigo ni siquiera era necesaria.
Desde 1941 se sabe con certeza que los peces pueden deducir noticias importantes para ellos del olor del agua.
Por ejemplo, una anguila percibe el olor de las rosas aun cuando un solo dedal de esencia de rosas se vertiera en una cantidad de agua 58 veces superior a la que contiene el lago Constanza con sus 63 kilómetros de longitud y sus 250 metros de profundidad. Eso linda con lo fantástico. Pero el bioquímico puede comprenderlo; un dedal de esencia de rosas contiene 2,9 trillones de moléculas olorosas. Eso signiÉca que disuelta hornogéneamente en «58 lagos Constanza» aún habría una molécula en cada centímetro cúbico (la cantidad que cabe en la «nariz» de la anguila). Y la anguila puede olerla.
En comparación con eso, el perro, con su legendaria capacidad olfativa, queda convertido cero la jzquierda.
Una especie de carpa, de pequeño tamaño, que puebla los lagos de la Alta Baviera en grandes bancos, sólo es capaz de distinguir a los peces de su propia especie de los de otras mediante el olfato. Ante la «peste» de un lucio emprenden la huida mucho antes de que éste haya podido advertir su presencia. El lugar donde fue muerto un pez de su especie conserva el «olor del terror» durante muchos días para los supervivientes que lo evitan asustados.
Incluso conocen a cada uno de los componentes de su banco o grupo solamente por su olor corporal.
Un grotesco experimento puede ser llevado a cabo con el gobio ciego.
Este pez vive en la zona de las grandes mareas de la costa de California, en unos agujeros en el fango, y practica una estricta monogamia. Si se acerca a una de estas parejas una esponja impregnada con el olor de un macho extraño, el ciego «amo de la casa» cree que se aproxima un intruso con intendones adúltetas o rateriles y se pone a luchar contra la esponja, que el experimentador mantenía atada a un bastoncillo, como si se tratara de una lucha a muerte.
Si se hace que la esponja «gane» la pelea, es decir, si se obliga al macho a alejarse de allí, la hembra que durante la pelea no intervino en absoluto, sale de su agujero y acepta a la esponja como nuevo esposo, como si se tratara del anterior. Pero si se vierte un poco de agua de un acuario en el que recientemente una pareja de gobios hayan celebrado su unión sexual, la hembra abandonada empieza a iniciar su juego amoroso con la esponja. iUn agua de baño que despierta los deseos sexuales!
Si se observa con detalle el comportamiento de los gobios, nadie podría llegar a la conclusión de que esos peces están completamente ciegos y que se valen tan sólo de su nariz y de su «receptor» para captar las oscilaciones y vibraciones del agua, que se encuentran situados en la línea lateral de sus órganos sensoriales. La nariz, el olfato, sustituye de manera tan perfecta a los ojos, que pdría decirse que el pez puede «oler las imágenes». Éste es el signiñcado biológico de este fenóaleno que nosotros los seres humanos somos incapaces de comprender,
Es posible también que los peces puedan olfatear las alteraciones de tipo interno, anímico, de sus semejantes, lo mismo que el perro descubre con la nariz cuando un hombre que trata de aparentar valor está, no obstante, asustado; y también como los hombres descubrimos, por los gestos y ademanes de nuestro interlocutor, cuál es su estado de ánimo.
Esto se deduce de los experimentos realizados por el doctor Todd con los siluros enanos. Y también que de ese modo y sólo con ayuda de señales olfativas, esos peces pueden llevar a la práctica un sistema social comunal altamente organizado.
Un reducido grupo de siete siluros enanos necesita y tiene, como es lógico, un jefe. El doctor Todd lo bautizó con el nombre de Tarzán. Era un pez celoso de sus prerrogativas y que no parecía' dispuesto a permitir que ninguno de sus subditos penetrara en el agua de su soberanía. El "pueblo bajo" estaba organizado en régimen de total igualdad de derechos, es decir que no existía una continuación de la línea jerárquica, como es frecuente en otros grupos animales. El jefe, como dueño y señor de un pueblo cuyos miembros gozan todos de igualdad de derechos, es prácticamente la folma más sencilla de toda ordenación jerárquica.
Un día, un siluro enano, forastero, de mayor tamaño, fue puesto en el acuario habitado por el grupo. Los miembros del «puéblo llano», cada uno de los cuales tenía su propio territorio (los machos separados de las hembras), con un tubo como domicilio, en torno a las aguas de soberanía del jefe, olfatearon de inmediato la llegada de un intruso. De inmediato hicieron algo que, normalmente, les está absolutamente prohibido: se refugiaron en el agujero que servía de domicilio al jefe.
Ese colnportamiento recuerda de manera notable la costumbre de los
caballeros y los campesinos de hace algunos siglos. En tiempos de paz, a los campesinos les estaba prohibido entrar en el castillo de su señor feudal, pero cuando se aproximaban enemigos, corrían a la fortaleza en busca de refugjo.
La defensa era asunto exclusivo de los caballeros y sus mercenarios, no de los campesinos.
De modo igualmente caballeresco Tarzán se ocupó de la defensa de sus súbditos en su refugio mientras él solo salía a enfrentarse con el enemigo y lo hacía huir. Tan pronto como dejó de olerse la presencia del intruso, arrojó los demás peces del agujero.
¿Qué pasa si uno retira al jefe de esa sociedad? Poco después se producen auténticos torneos incruentos para hacerse con la sucesión hasta que uno de los antiguos súbditos se encumbra al mando. Pero en el mismo momento que el investigador puso de nuevo a Tarzáa dentro del acuario, los otros peces destronaron al sucesor de su Tarzán de su posición de mando sin el menor reparo, como si eso fuera la cosa más natural del mundo.
Condición imprescindible para que el jefe sea admitido de nuevo en su cargo es que su «personalidad» no haya sufrido mácula durante su ausencia.
En cierta omsión, sucedió que Tarzán fue depositado en otro recipiente en el que había un siluro enano más fuerte. Muy pronto se produjo la lucha, en la cual Tarzán no hizo honor a su nombre. A deducir de sus hazañas en las películas de 'la selva, sufrió una vergonzosa derrota.
Cuando regresó junto a los suyos, que no habían podido ver ni percibir sensorialmente el acto de la lucha, sus antiguos súbditos lo aceptaron en la comunidad, pero no le ofrecieron su pleitesía y lo trataron como a un igual.
El olor de la derrota lo marcaba y les explicaba a sus antiguos súbditos lo que éstos, antes, jamás hubieran sospcchado de él.
El líder que, aunque sólo sea una vez en su vida, sufre una derrota, lleva para siempre la mancha de un pasado vergonzoso. Esto casi puede considerarse en un sentido literal, pues la señal olfativa de la derrota está en él como una mancha indeleble en una chaqueta blanca. Es posible que vuelva a imponerse como el más fuerte de su comunidad (en la vida natural su vencedor lo hubiera desplazado), pero su prestigio de infalibilidad, y con ello su autoridad como jefe y protector de los suyos, bajo cuya protección en caso de peligro antes se creyeIon seguros, quedaba dudosa.
Es como si entre nosotros, los hombres, pudiéramos identificar a esos presuntuosos jactanciosos por medio de un olor que trabaja con la infalibilidad de un detector de mentiras, y que nos lo descubriera como un «cero a la izquierda». O como si todos nosotros quedáramos marcados de por vida con un signo fácilmente identificable para todos por nuestras acciones vergonzosas.
Hasta qué punto llegan el dominio y la influencia de las señales olfadvas en la vida en comunidad de estos peces ciegos, quedó claro cuando se les
«taponó la natiz». De inmediato dejaron de reconocer a sus antiguos amigos, ni siquiera si eran machos o hembras. Sólo notaban las ondas de presión de otros peces, sin saber de quién se trataba.
La consecuencia: entre los peces se produjeron duras luchas, sin aquellas reglas caballerescas y deportivas de los antiguos torneos. El olor de miedo del derrotado no reprimía ya la furia agresiva del más fuerte. El olor de la victoria no hacía que los más débiles huyeran a tiempo. Como presos de la locura más incontrolable, luchaban unos contra otros, día tras día, incansablemente, hasta que la muerte ponía fin al cruel acontecimiento.
«Despojados de su sentido del olfato -explicó el doctor Todd-, el siluro enano se convierte en robot luchador incontrolado y en un elemento asocial, hasta que se produce el ocaso inevitable. Y eso pese a que antes de esa privadón era uno de los peces más inteligentes y aptos para la vida en comunidad.
Una de las razones que justifican esa buena fama es su cornportamiento en épocas de superpoblación. En principio, es una manifestación semejante a la que se da en la rata migratoria: cuando la población se hace muy densa, desaparece su agresividad y todas se convierten en ángeles pacificadores. Se han sometido a observación grupos de cien individuos. En ese caso ya no deftenden ningún territorio personal ni obedecen a sus jefes. Se convierten en ingobernables. Pero, sin embargo, forman, muy estrechamente unidos, una sola y unánime sociedad de miembros con total igualdad de derechos,
¿Ejerce aquí su efecto un «olor paciñcador»? Para tratar de descubrir lo que había de cierto en esto, el doctor Todd volvió a colocar dos acuarios grandes, uno junto a otro. En uno de ellos se apretaban diez siluros enanos, mientras que en el otro, del mismo tamaño, sólo había dos peces. Los dos que tenían todo el acuario para ellos dos solos se pasaban el tiempo en pequeñas luchas para disputarse sus territorios, bien delimitados, en un estado de continua enemistad. Pero a la masa de los otros diez peces, que tenían mucho menor espacio por cabeza, ni se les ocurría disputar ni discutir entre ellos. Sin excepción eran la paz personificada. Y en ocasiones tenían que apretarse entre ellos.
A este respecto hay que decir algunas generalidades, porque este déscubrimiento parece ser una bofetada en el rostro de muchos conceptos hasta entonces admitidos. En todos los puntos de vista en circulación sobre la dinámica de la población sigue flotando todavía esa siniestra mentalidad de «pueblo sin espacio vital», que, si bien no lleva la impronta de Hitler, sigue siendo practicado.
El profesor escocés V. C. Wynne-Edwards describe, en un amplio estudio, los mecanismos sociales que, en caso de superpoblación en una comunidad animal, conducen a una disminución de su número de manera autortegulada.
Formas de comportamiento agresivas que pueden llegar hasta el canibalismo juegan un papel tan eminente como sobrecogedor. Konrad Lorenz se refirió, a la «llamada maldad» que aquí hace acto de presencia, suavizando así el concepto de lo malo, porque a primera vista eso produce algo bueno, exactamente suficiente espacio vital para los sobrevivientes.
En los resultados de la investigación de Wynne-Edwards no hay nada discutible. Pero hay algo que no ha visto y se trata de algo decisivo: entre un grado de densidad de población «normal» y el estado de degeneración de comportamiento a causa de una superpoblación, existe una fase de transición.
En esa fase los animales viven apretados, pero pese a ello en un estado de extrema amistad y paz entre sí.
La fase de total disposición pacífica en una situación de superpoblación media ha sido ya descrita con el ejemplo de las ratas.
También conocemos esa situación entre los cisnes de los estanques (cignus olor). En caso de que la población sea escasa, cada pareja reclama una extensión ribereña de 250 a 500 menos como territorio exclusivo para su crianza. En defensa de su territorio. el ave recurre a la «llamada maldad» contra los intrusos de su especie, que no es raro pueda conducir a una lucha a muerte.
Si el número de cisnes sobrepasa una cifra crítica, cesan las luchás. El sistema de territorios reservados para un solo propietario se derrumba y todos crían pacíficamente, reunidos en una amistosa colonia.
Si la superpoblación continúa aumentando más todavía, empieza a degenerar la hasta entonces ejemplar vida conyugal monógama de los cisnes y surge la infidelidad, las «pequeñas aventuras», la poligamia, la violación, el incesto y descuido de la crianza, lo que a su vez produce una disminución del número de nacimientos y, consecuentemente, de la superpoblación.
La forma de comportamiento social que aparece en la fase de concordia no es en absoluto un «frenemos, pero todavía no», sino unos mecanismos instintivos especialmente desarrollados para esta situación. Únicamente este hecho prueba que la fase de concordia tiene un signiñcado propio en planes de la naturaleza.
Trataré de demostrarlo con el ejemplo de los siluros enanos. Dos grandes acuarios uno al lado de otro: en uno de ellos viven solamente dos peces que se pasan el tiempo peleando; en el otro, diez animales apretados, pero viviendo en paz entre sí.
Se tomó agua del acuario donde vivían los peces pacíficos y numerosos y se vertió en el acuario de los dos peces agresivos. Durante una semana nada pareció cambiar. Pero después, de repente, los dos peces violentos perdieron por completo su instinto agresivo y no volvieron a pensar en pelearse, al menos no con la frecuencia ni la violencia de antes de recibir el «agua pacificadora".
«Amor en el agua», llamó el profesor Tood a ese pheromon antiagresivo.
Existe, pués, una «hormona social» –como también puede llamarse a un pheromon– que actúa provocando la actuadón de un instinto ya existente para adecuar esas situaciones que impulsan a una actuación pacífica.
Es decir, que debemos distinguir tres etapas diferentes de socializadón; la fase «normal», con escasa densidad de población; la fase «degeneradora», ausada por la suuperpoblación, y, entre ambas, una fase «pacífica», que trata de evitar que la comunidad sufra perjuicios mayores.
Los hombres sienten con facilidad la inclinación a ajustar sus actividades a máximos teóricos; con excesiva frecuencia actúan de acuerdo con el concepto erróneo que se desprende de la idea de que hay que «devorar o ser devorado»
Se ha habituado a justificar sus agresiones contra sus semejantes, alegando que se trata de algo «aparenteménte» malo, o al menos necesario. A partir de ahora debe saber que esa fase pacífica intermedia es una realidad biológica y, como tal, debería ser utilizada como modelo para nuestra conducta.
Si la naturaleza encontró para sus animales caminos y medios con los que las comunidades pueden vivir en paz interna, eso debe ser igualmente posible en el hombre. La naturaleza ha creado los mecanismos de la conducta social en la fase pacífica porque, sin ellos, los animales están condenados a la extinción.
Vale la pena reflexionar sobre lo insensato que resulta que el hombre dé rienda suelta a su agresividad en situaciones en que los animales saben y logran establecer la concordia.
Precisamente debido a lo importante que esto es, quiero informar con algo más de detalle sobre los mecanismos de socialización en comunidades animales muy distintas entre sí: empezaré por referirme al «compañero escandaloso».
Se trata de un pájaro llamado científicamente crinifer, que, como el arrendajo común de nuestras latitudes, es un alarmista que avisa a todo el mundo cuando ocurre algo anormal o peligroso.
¿Creería posible d lectol que un pájaro tan pequeño pudiera poner en
fuga a una serpiente gigante de más dé cuatro metros? Pues así es. Este pequeño pájaro logra hacerlo así en las estepas de Australia. El pájaro, de un tamaño parecido al del mirlo, pertenece a la familia de los melitófagos y se alimenta principalmente de las flores de las acacias y los eucaliptos.
Eran aproximadamente las siete de la mañana cuando una bandada de unos cincuenta pájaros de esta familia regresaban a sus nidos en un gran eucalipto. En ese momento, una hembra clueca descubrió que una gigantesca serpiente pitón se deslizaba por la rama donde tenía su nido. Inmediatamente la hembra comenzó a trinar con todas sus fuerzas, de modo frenético, y a revolotear furiosa aleteando junto a la cabeza de la serpiente. Sólo unos pocos segundos después toda la bandada estaba allí haciendo honor a su fama de ruidosos que les ha valido su apodo de «compañeros escandalosos».
Mientras que siempre, y simultáneamente, tres o cuatro pájaros revoloteaban y picoteaban la cola y la parte central de la serpiente, siete u ocho más rodeaban la cabeza revoloteando y sin dejar de lanzar sus agudos trinos; su audacia llegaba hasta a posarse a sólo treinta centímetros de la monstruosa boca del reptil. Cuando la serpiente trataba de coger a alguno de ellos, todos se alejaban para esquivar la cabeza, que de inmediato picoteaban. Eran como un grupo de toreros esquivando los ataques de un toro furioso.
De ese modo los pequeños pájaros que no podían llegar a herir a la serpiente acabaron por ponerla tan nerviosa que se fué deslizando hacia el final de la rama, que se iba haciendo cada vez más delgada. Cuando quiso detenerse allí un momento para respirar tranquila, de repente los cincuenta pájaros se dejaron caer de golpe sobre ella. En ese momento se rompió la rama con un fuerte crujido y la serpiente cayó al suelo. No volvió jamás.
Para esos pájaros es cuestión de supervivencia actuar en grupo para alejar a sus enemigos, entre los que se cuentan no sólo las serpientes sino también las aves de presa, los dasiuros y los varanos.
Se trata de una especie de cuadratura del círculo, pues para conseguir librarse de sus atacantes tienen que hacer algo sumamente contradictorio. Por una parte tienen que ser sumamente agresivos, pero sólo contra sus enemigos, mientras que entre ellos deben dar muestras de gran comprensión y entendimiento para llevarse bien en todo momento. Hay que tener en cuenta que esos «compadres escandalosos» pertenecen a la única de las ciento sesenta especies que componen el género de las aves melífagas que conslguen vivir en comunidad. Todas las demás viven individualmente o por parejas.
Son dos las disposiciones comunales que llevan a confraternizar a los animales luchadores por naturaleza: el vuelo de hermandad y la danza de guerra.
Tanto a primeras horas de la mañana como a últimas de la tarde antes de irse a dormir, grupos de unos veinte de estos pájaros emprenden un vuelo de unos veinte minutos de duración, durante el cual van «charlando» entre sí, como un cotarro de viejas chismosas. También de vez en cuando, si no tienen nada mejor que hacer, celebran su espíritu de comunidad con una auténtica orgía de trinos y gorjeos. Eso los une.
Si aparece un enemigo, su agresividad alcanza altos niveles. En esa situadón puede ocurrir que los pájaros, a causa del miedo ante el enemigo, no descarguen su agresividad contra éste sino contra sus propios compañeros
En vez de atacar al adversario se pelearían entre ellos. Pero esto es evitado por la danza guerrera
Lás reglas son éstas: una de las aves de alto rango social salta con las alas abiertas, trinando en tono alto, y amennza a otra de menor rango. Ésta le responde de inmediato sacando la lengua y ofreciéndosela a su, «superior».
Esto en su lenguaje de gestos viene a signi6car: «iTu humilde servidor!», un significado que se ha ritualizado en los gestos de petición infantiles, y que se subraya con una profunda reverencia. Tan pronto como el pájaro de rango superior obtiene esta respuesta de sumisión, se estremece y le devuelve el gesto de sumisión. La agresión termina en un cordial saludo.
Muy pronto este intercambio de cortesías se convierte en una ceremonia colectiva. Hasta unos cuarenta pájaros se quedan mirando a uno solo, que ha quedado en el centro de todos, y que es, por lo general, uno de los machos de alto rango. Éste grita, trinando, sus amenazas furiosamente y los demás le muestran la lengua. Con esto el jefe se calma y, a su vez, les saca la lengua a los demás mientras éstos ahuecan sus plumas. Así continúan de un lado para otro, como la réplica óptica de una letanía acompañada de un cántico ritual.
La consecuencia que se deduce de esto es que la visión de un peligro
moviliza la agresividad, pero no contra otro miembro de la bandada, y que los que tenían intenciones de huir y escapar por su cuenta, se quedan todos juntos, en comunidad, y ganan en valor hasta que al final son capaces, todos unidos, de lanzarse contra el común enemigo que, como ya hemos visto, bien puede ser serpiente pitón gigante.
Nadie puede negar el parecido de esta manifestación con las danzas guerreras de los pueblos salvajes.
Lo que para una esp«ie animal signiñca la danza guerrera es para otras una pura «exhibición de talento rnusical». En ella se manifiesta, también entre los animales, la fuerza unifcadora de la belleza
Cuando un ruiseñor rompe a cantar en un estético e insuperable colorido armónico, cuando un mirlo entusiasmado e inspirado por la primavera juega artísticamente con sus melodías o cuando un tordo practica variaciones de auténtico virtuoso con sus temas musicales o el cantor de los bosques deja escapar su canto, que parece recoger el solo de violín del tema principal del
Concierto para violin de Beethoven, en esos momentos esos pájaros están dando al mundo algo que, de acuerdo con la opinión de Konrad Lorenz, puede ser definido como un estadio previo del arte.
En todo caso, tal exhibición de canto de los pájaros machos, individualmente, atrae de tal modo a la hembra cortejada que ésta, a partir de ese momento, no desea otra cosa que poder pasar el resto de su vida al lado de su «estrella del canto». Los machos de la misma especie del cantante no sienten ante el éxito de su compañero más que repulsión o temor.
Por esta rada resulta mucho más sorprendente que haya aves que ofrecen conciertos, con un solista único, a un grupo de congéneres de su propia bandada para los que esas «tardes de concierto» de su excepcionalmente bien dotado compañero parecen ser una auténtica fiesta.
Para poder presenciar uno de esos casos tenemos que aproximarnos a los pinzones africanos o amadinas, a los pinzones asiáticos o a los estrildas australlanos. Es decir, siempre un largo viaje. En esas regiones viven esas aves en grandes bandadas y crían en colonias de hasta mil individuos en un solo árbol.
Poco antes de la llegada de la noche, cuando todos se han reunido ya en las ramas y hacen más ruido que música, de repente en medio de las ramas del árbol un macho lanza una nota melódica como un toque de alerta, con toda la fuerza de su gargarita. inmediatamente los amigos y amigas que lo rodean, se callan y se quedan atentos. La bandada guarda silencio respetuoso.
Todos los pájaros se acercan lo más que pueden al solista y escuchan su canto con las cabecitas inclinadas durante algo así como un buen cuarto de hora.
Disfrutan de ese conderto vespertino como de un cuarto de hora.
Poco a poco las notas del solista se van haciendo más elegantes, más delicadas, más tiernas y suaves y menos sonoras, por lo cual los que escuchan
se van aproximando más y más al cantante. Finalmente, la canción es tan débil que sólo pueden escucharla los dos espectadores más próximos, los dos que están a ambos lados del cantante si se acercan lo suficiente su oído al pico del solista. Para los otros el espectáculo ha terminado,
Este ejemplo nos muestra que los pájaros que viven en grandes bandadas necesitan algo que los una entre sí, no sólo en casos de peligro sino también en tiempo de paz. Éste es el sentido biológico de la exhibición artística, de la regular celebración de serenatas, un mecanismo que en el reino animal se creía inexistente y que está destinado al mantenimiento de los lazos sociales en el seno de la comunidad. Con medios musicales consiguen estos pájalqs, básicamente, lo mismo que los chimpancés con su reparto de la carne de las presas cazadas por algún miembro de la comunidad
No es corriente que los animales que víven en libertad en la naturaleza
celebren esas fiestas destinadas a mantener en forma el sentimiento de comunidad. Sólo suele ocurrir en seis distintas circunstancias: por un exceso de alegría, por profunda tristeza, en caso de furia incontrolable, en los aparejamientos de tipo colectivo así como en casos de celo masivo en la comunidad.
También cuando se ha convertido en exigencia natural para el progreso del sentimiento de unión dentro de la comunidad
Una sensación de hiperbólica alegría puede arrastrar a una multitud, que acaba de librarse de unas circunstancias difíciles de necesiidad a una situación de felicidad, como ocurrió con una horda de los llamados monos calaveras (acherontia atropos) junto al río Bacaba, un afluente del Amazonas.
Los graznidos de alalma de algunos pájaros les avisaron que un jaguar se acercaba a ellos. Una horda de esos monos pequeños, formada por unos ochenta individuos, corrió a esconderse en la selva, entre el espeso follaje de la copa de uno de los viejos árboles. El jaguar no percibió la presencia de los monos, pero se deslizó hasta sus proximidades tratando de dar caza a una capíbara, mientras arriba, en la copa del árbol, los miembros de la horda no se atrevían a pegar ojo. Finalmente, al cabo de cuatro horas que las monitos pasaron en medio de un pánico cerval, el jaguar se alejó tranquilamente de allí.
Tan pronto como el felino estuvo fuera del alcance de su oído, el grupo,estrechamente unido, de los mónos calaveras «estalló». En medio de unos gritos ensordecedores saltaron y se columpiaron en las ramas, danzaron y se abrazaron, cubriéndose el rostro con esos besos de saludo que sólo intercarnbian muy raramente, mientras se golpeaban suavemente con las ramas más delgadas. Este autentico festival de alegría duró casi media hora; una terapia del movimiento contra el stress y un despertar del espíritu de la comunidad que se libra así de las frustraciones.
Algo semejante les ocurre a las manadas de lobos silvestres tan abundantes en el Canadá. Siempre que en la manada nacen nuevos lobeznos si la comida es escasa, entre las tareas del jefe de manada se incluye recorrer y explorar el terreno a solas para informarse de las posibilidades de caza. En ocasiones eso le hace estar ausente hasta tres días.
La manada no se siente contenta mucho menos con la ausencia de su jefe, aunque eso signifique librarse de su tiranía. Todo lo contrario: cuanto más tiempo está ausente, más inquietos, inseguros y asustados están los otros.
Saben que del regreso del líder depende todo para ellos.
Cuando finallnente regresa, es saludado entusiásticalnente. Los lobeznos saltan sobre éJ y le lamen la cabeza y el rostro. También los lobos adultos se apresuran a salir a su encuentro, se echan al suelo delante de él y se revuelcan desplegando todos sus ademanes de alegría y sumisión. La celebración del regreso puede durar unos veinte minutos, hasta que, por fin, los animales comienzan a indicar sus deseos de seguir al jefe de la manada hasta el lugar donde dejó la pieza cazada
Entre los humanes. monos catirrinos de la India se celebra una auténtica fiesta cada vez que una de las hembras de la horda trae al mundo un hijo. Inmediatalnente, tras el nacimiento, se acercan las otras hembras, olfatean al recién nacido, la rascan suave y cuidadosamente con un dedo y empiezan a hacer mohínes y a chascar los labios. Es decir, se comportan del mismo modo infantil que solemos mostrar los seres humanos cuando se nos muestra un bebé.
Mientras los machos no parecen interesarse en absoluto por lo que ocurre, las hembras se sientan formando un apretado círculo en torno al crío y se lo pasan de una a otra. Cuando una de las «tías» retiene al pequeño demasiado tiempo sobre sus rodillas, las demás empiezan a sentir envidia y tratan de arrebatarle al pequeñito. Las hembras jóvenes se muestran bastante incompetentes en ese círculo y no saben cómo deben coger al recién nacido ni qué hacer con él, así que lo sostienen poco tiempo entre sus brazos 'antes de hacerlo pasar a su vecina.
De ese modo las «damas» de la sociedad pueden pasarse horas enteras celebrando un nuevo nacimiento en un círculo alegre. Durante todo ese tiempo no se sirve comida, pues en las fiestas de los animales no se suele comer en abundancia como ocurre entre los seres humanos, sino que es como si la alegría los hiciera olvidarse del hambre. La distribución de carne que practlcan los chirnpancés, y a la que ya nos hemos referido, constituye la única er4tyexcepción conocida de esta regla.
El significado práctico que tiene esta celebración de un nuevo nacimiento es que sirve para que toda la comunidad femenina conozca al nuevo mietnbro y, de ese modo, queda colocado automáticamente bajo la protección de talas ellas. Al mismo tiempo la aeremorüa forti6ca Ios senlimientos de pertenemia a una misma comunidad de todas las hembras de la horda, que tienen que sufrir mucho, no sólo ante el peligro de los enemigos, sino también bajo la tiranía del jefe, un auténtico bajá al que los pequeños no le gustan en absoluto
Así de múltiples y diversos son los medios y formas que desarrolla la
madre naturalua para hacer posible la supervivencia en la comunidad: para todos los animales predestinados a vivir en grupo existen los métodos más diversos para movilizar las fuerzas síquicas que unen a los miembros de la comunidad contra la disgregatoria violencia de la agr«ividad.
Éste es un principio de la naturaleza. En los animales a los que les falta la suñciente inteligencia sodal, puros instintos regulan de forma digna de toda confianza esas fuerzas en favor de los lazos de unión entre ellos. Esto ocurre en las sociedades de insectos. en los siluros enanos. En las ratas. las amadinas, los perros y los lobos, elementos de comportamiento individual establa«n algunas variantes. IX manera notablemente más fantástica se desarrollan las relacion« entre los animales superiores, como los monos, a los que todavía
seguiremos refiriéndonos.
Y así continúa la serie hasta llegar al cerebro humano, que posee tanta inteligencia y que en la actualidad habla mucho de socinlismo, pero que, como ser individual de la moderna sociedad industrial. está mucho menos enterado de cómo debe comportarse en el seno de una comunidad.
Éste es el bacilo que destruye en nosotros ese mundo sano que todavía encontramos en el reino animal.