Biografía de Simón Bolivar
Sociedad
Extracto del libro de: Pérez Vila, Manuel; El Legado de Bolívar; 1989; Academia Nacional de la Historia.
De: http://www.geocities.com/Athens/Bridge/7349/sbolivar/bbiografia.htm
(No nos hemos limitado a hacer sólo un enlace a la web porque el texto, en ella, es de difícil lectura y, en un futuro, podrían retirar la web)
El hombre que hoy, con toda justicia, es conocido en el mundo entero como el Libertador, nació en Caracas el 24 de julio de 1783. Su ciudad natal, capital entonces de la Capitanía General de Venezuela, provincia del Imperio Español, sería en 1810 la matriz del movimiento independentista hispanoamericano. El recién nacido, cuarto vástago del matrimonio formado por el coronel Juan Vicente Bolívar Ponte y doña María de la Concepción Palacios Blanco, criollos ambos, fue bautizado en la Catedral con los nombres de Simón José Antonio de la Santísima Trinidad. Pero la historia lo llama Simón Bolívar, el Libertador. Su ejemplo, su acción, su pensamiento - su legado , en suma - están más vigentes que nunca. Pues él actuó, sintió, reflexionó y escribió para su época, y también para la posteridad.
Los Bolívar-Palacios, familias arraigadas desde hacía varias generaciones al suelo americano, pertenecían a la encumbrada y poderosa clase social de los "mantuanos", que dentro de la Provincia tenían la primacía en todo, excepto el pleno poder político. Simón vino al mundo "en cuna de oro" y, además, al poco tiempo un pariente suyo el padre Juan Félix Jérez-Aristiguieta y Bolívar instituyó en su favor un rico patrimonio, llamado "Vínculo de la Concepción".
Simón, cuya madre no podía amamantarlo, tuvo por nodriza a una vitalmente robusta y san esclava de la familia, la negra Hipólita. Esta no sólo calmó con su seno el apetito del niño (sustituyendo a una amiga de doña Concepción, la dama cubana Inés Mancebo de Miyares, que lo alimentó unos días) sino que se ocupó luego de él, ya más crecido; sobre todo después de la muerte del coronel Bolívar, ocurrida cuando Simón tenía apenas dos años y medio. Junto con su veneración por doña Concepción, su "buena madre", y el cariño a doña Inés, Bolívar guardó siempre en su pecho un sentimiento de afecto, gratitud y respeto hacia la esclava que, en su tierna infancia, le sirvió de guía y cumplió para con él las funciones de un padre, después de haber sido su nodriza.
Alrededor de 1790 la señora Bolívar, con sus hijos María Antonia, Juana, Juan Vicente, Simón, con otros parientes y amistades, iba de paseo a sus haciendas, especialmente a la de San Mateo, en los valles de Aragua. La serena belleza del paisaje tropical despertaría entonces en Simón el amor a la naturaleza que nunca dejó de sentir y que expresó más tarde, ya adulto, en sus decretos conservacionistas.
El encanto se quebró el 6 de julio de 1792, al morir su madre, probablemente de tisis, en Caracas. Los Bolívar-Palacios quedaron huérfanos. Las dos hijas, aunque muy jóvenes, no tardaron en casarse. El abuelo materno, don Feliciano, fue tutor de Simón, quien contaba 9 años. Aquel mismo muchacho que sintió en su alma el frío y el vacío de la orfandad -aunque no el abandono ni las privaciones- fue el mismo que treinta años después dictaría un decreto para proteger a la infancia desvalida: "... un gran parte de los males de que adolece la sociedad, proviene del abandono en que se crían muchos individuos por haber perdido en su infancia el apoyo de sus padres", escribía en Chuquisaca en 1825.
El niño Simón que había aprendido a leer, escribir y contar con varios preceptores, asistió a la Escuela Pública, regentada por el educador venezolano Simón Rodríguez, hombre de originales y progresistas ideas pedagógicas y sociales, quien ejercería luego una profunda influencia sobre Bolívar. Entre tanto, murió el abuelo, y la tutoría recayó en Carlos Palacios, tío de Simón, con quien éste no se entendía muy bien. Don Carlos, soltero, pasaba mucho tiempo en sus haciendas, y Simón salía a pasear, a pie y a caballo, por Caracas y sus alrededores, en compañía de muchachos que no eran "de su clase".
Al cumplir 12 años, el niño, en ausencia del tutor, se fugó de su casa y fue a buscar calor de hogar en la de su hermana María Antonia y su esposo. Esto suscitó un pleito, que terminó cuando Bolívar, a pesar de su resistencia, fue conducido, en calidad de interno, a la casa de su maestro Simón Rodríguez.
La recia personalidad de aquel muchacho, que más tarde habría de convertirse en el Libertador y ser conocido por su firmeza y constancia, se puso ya de manifiesto en aquel momento. Cuando quisieron llevarle a la fuerza a otra casa, él se resistío, diciendo que de sus bienes podrían disponer, pero no de su persona, pues en ésta sólo mandaba él. Otra vez exclamó que si los esclavos tenían derecho a cambiar de amo por lo menos a él debía permitírsele vivir en la casa que mejor le acomodase. Sin embargo, tuvo que ceder.
En estas circunstancias, Rodríguez logró ganarse la confianza y se convirtío desde entonces en "El Maestro" de Bolívar. Entre ellos, durante esos pocos meses de 1795, se anudaron estrechos lazos de simpatía, que no cesarían sino con la muerte.
La siembra afectiva en el espíritu del joven pupilo la hizo en caracas Rodríguez, no con teorías a la Rousseau, sino con tacto, comprensión, sensibilidad y firmeza. Le impartiría también conocimientos; pero más que éstos, lo importante fue cómo le abrió los ojos, la mente y el corazón a las perspectivas de una vida consagrada a un ideal. Por esto le escribía Bolívar a su antiguo maestro en 1824: "Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso..."
En 1799 viajó por primera vez a España, visitando de paso Veracruz y Ciudad de México y haciendo una corta escala en la Habana. En Madrid, bajo la dirección de sus tíos Esteban y Pedro Palacios y del sabio Marqués de Ustáriz, su mentor intelectual, Simón perfeccionó sus conocimientos literarios y científicos (el francés, la historia, las matemáticas, etc.) y su educación de hombre de mundo con la esgrima y el baile. La frecuentación de tertulias y salones en la corte pulió su espíritu, enriqueció su idioma y le dio mayor aplomo.
Conoció a María Teresa Rodríguez del Toro y Alaiza, joven española con antepasados venezolanos, de la cual se enamoró. "Amable hechizo del alma mía", le decía en sus cartas. Pensaba en construir un hogar, tener descendencia y volver a Venezuela para atender al fomento de sus propiedades. Pero hubo un compás de espera: en la primavera de 1801, viajó a Bilbao, donde permaneció casi todo el resto del año. Hizo luego un breve recorrido por Francia que le condujo a París y Amiens. Le encantó ese país, su cultura y su gente. En mayo de 1802, estaba de nuevo en Madrid, donde contrajo matrimonio, el día 26, con María Teresa. Los jóvenes esposos viajaron a Venezuela, donde llegaron en julio; pero poco duró la felicidad de Simón. María Teresa murió en enero de 1803.
En una carta dirigida desde Caracas a un amigo suyo que vivía en Francia, Bolívar expresaba sus sentimientos ante la muerte de la esposa: "Yo la he perdido; y con ella la vida de dulzura de que gozaba mi tierno pecho conmovido del Dios de Amor... el dolor un solo instante no me deja consuelo". Era una emoción profunda y sincera, expresada en el lenguaje del romanticismo que entonces empezaba a tener boga en la vida real, antes de penetrar la literatura. El joven viudo regresó a Europa a fines de ese mismo año, pasó por Cádiz y Madrid, y se estableció en París desde la primavera de 1804.
Allí Bolívar llevó una intensa vida social, y disfrutó los placeres que brindaba la gran ciudad. Tuvo amores con una dama francesa que se decía su prima, Fanny Du Villars, cuyo salón frecuentaba, y al cual acudían políticos, militares, diplomáticos, científicos, negociantes y hermosas mujeres. Pero también leyó mucho, asistió a conferencias, y observó con sagaz mirada los acontecimientos políticos y militares que estaban cambiando al mundo. Era la época, en 1804, en que Napoleón se convertía en emperador. Este hecho impresionó mucho a Bolívar, quien admiraba el genio militar de Bonaparte, pero criticaba su ascenso al trono imperial. En sus conversaciones con los sabios Humbolt y Bonpland - sobre todo con el segundo, más receptivo - ya Bolívar tocaba el tema de la independencia suramericana.
Se encontró en Francia con su maestro Simón Rodríguez, un excelente compañero para la aventura intelectual, para la lectura y la discusión. Una misma pasión de saber y libertad les poseía. Juntos viajaron a Italia en 1805. Hicieron parte del recorrido a pie, al cruzar los Alpes. En Roma, un día de agosto de 1805, subieron a la cima del Monte Sacro, donde Bolívar, en tono solemne, juró no dar descanso a su alma ni reposo a su brazo hasta lograr que Hispanoamérica fuese libre del dominio español. Fue un hermoso gesto romántico, pero no sólo un gesto, pues Bolívar cumplió luego su juramento. Por eso es el Libertador: porque prometió... y cumplió su promesa.
Tras una visita a Nápoles, Bolívar regresa a París donde a comienzos de 1806 se afilia por breve tiempo a la masonería. A fines de ese mismo año se embarca en Hamburgo en un buque neutral que toca Charleston en enero de 1807; recorre una parte de los Estados Unidos, y regresa a Venezuela a mediados del mismo año. Durante su permanencia en la República del Norte - según lo declaró más tarde - vio por primera vez en su vida el ejercicio de la "libertad racional".
Desde mediados de 1807 hasta comienzos de 1810, permaneció en Caracas y en sus haciendas, atendiendo al fomento de las propiedades que había heredado de sus padres. Durante ese tiempo sostuvo un pleito - que casi llegó a un enfrentamiento personal - con un hacendado vecino, Antonio Nicolás Briceño. Fué también nombrado teniente de justicia mayor en Yare. Pero no olvidaba el Juramento de Roma. En las reuniones que él y su hermano Juan Vicente celebraron con sus amigos en la quinta el recreo que poseían en Caracas a orillas del río Guaire, se hablaba de literatura, pero también se hacían planes para la independencia de Venezuela.
El momento llegó cuando el 19 de abril de 1810 se inició en Caracas la revolución de la independencia. Bolívar ascendido a coronel, fue comisionado por la Junta de Caracas, junto con Luis López Méndez y Andrés Bello, para viajar a Londres, y exponer ante el gobierno británico los deseos de Venezuela, que eran los de mantenerse por lo menos en autonomía respecto al gobierno que en España había tomado el mando luego de haber sido apresado el rey Fernando VII por Napoleón. Bolívar, en su fuero interno, iba más lejos, pues aspiraba a la independencia total. De todos modos, los gobernantes ingleses guardaron una prudente reserva. En Londres, donde permaneció dos meses, Bolívar - que contó con el entusiasta y franco apoyo de Miranda - pudo apreciar el funcionamiento práctico de las instituciones en el equilibrado sistema político británico.
A fines de aquel mismo año, Bolívar estaba de regreso. Poco después, llegó Miranda a su patria. Como miembro prominente de la Sociedad Patriótica, Club Revolucionario, Bolívar fue uno de los más decididos partidarios de que el Congreso declarase la independencia. Después del 5 de julio de 1811, combatió bajo las órdenes del general Miranda para someter a los realistas que se habían alzado en Valencia. El 23 de julio de 1811 recibió Bolívar su "bautismo de fuego", es decir, peleó por primera vez.
El 26 de marzo de 1812, cuando un terremoto causa grandes daños materiales y muchísimas pérdidas de vidas en Caracas y en otras poblaciones, Bolívar, en la plaza de San Jacinto, sobre un montón de ruinas, lanza su conocida exclamación: "Si se opone la naturaleza a nuestros designios lucharemos contra ella y la haremos que nos obedezca". Es la actitud de un hombre que no se rinde, que no desmaya nunca, cualesquiera que sean las dificultades que encuentra en su camino; es, también, un intento para contrarestar el desaliento y el terror que se han apoderado de muchos republicanos ante tan tremenda catástrofe.
Para Bolívar, la voluntad, siempre tensa, debería vencer cualquier obstáculo para afianzar la independencia. Otros se les presentaron meses más tarde, debido no a la naturaleza, sino a los hombres. Siendo comandante de la plaza de Puerto Cabello, no pudo impedir, a pesar de sus esfuerzos, que cayese en manos de los realistas debido a una traición. Bolívar vio allí como sus propios soldados se pasaban a los españoles y tuvo que huir con un puño de oficiales fieles. Fue un golpe durísimo para él. Semanas después, el general Miranda tuvo que capitular ante el jefe realista Monteverde, y la primera República de Venezuela se extinguió. En la Guaira, un grupo de oficiales jóvenes, entre los cuales figuraba Bolívar, deseosos de continuar luchando, arrestaron al infortunado Precursor Miranda; pero todo resultó inútil.
Bolívar logró obtener un pasaporte gracias a la generosa intervención de su amigo Iturbe, y pudo marchar al exilio, a Curazao. De allí pasó a Cartagena de Indias, donde el 15 de diciembre de 1812 publicó un manifiesto en el cual expuso ya las ideas principales que guiarían su acción en los años próximos: la unidad de mando para luchar hasta conseguir la victoria, y la unión de todos los países hispanoamericanos para lograr y consolidar la independencia y la libertad.
Esos principios son claros y sencillos. Bolívar se da cuenta de que el fracaso de 1812 tuvo sus raíces en la desunión. hay que concentrar los esfuerzos de todos los americanos para ganar la guerra, a fin de poder organizar después las nuevas naciones. Es necesario convencer a los criollos de la justicia de su causa y atraerlos para que luchen en favor de la independencia. Finalmente, ésta no podrá sostenerse en uno solo de los países de América: para que sea viable, es indispensable la unión de todos los americanos a fin de conquistar la libertad, consolidarla y defenderla contra cual quiera otra potencia imperialista que intente apoderarse de las antiguas colonias españolas de América aprovechándose de la crisis.
Poco después, transforma sus palabras en hechos. A la cabeza de un pequeño ejército limpia de enemigos los márgenes del río Magdalena, toma en febrero de 1813 la Villa de Cúcuta e inicia en mayo la liberación de Venezuela.
La serie de combates y de hábiles maniobras que en tres meses le condujeron vencedor desde la frontera del Táchira hasta Caracas, donde entró el 6 de agosto, merecen en verdad el nombre de Campaña Admirable. A su paso por Trujillo, el 15 de junio, había dictado el Decreto de Guerra a Muerte, con el objeto de afirmar el sentimiento nacional de los venezolanos y lograr una mayor cohesión.
Poco antes, en la ciudad de Mérida, los pueblos le habían aclamado Libertador, título que le confieren solemnemente, en octubre de 1813, la Municipalidad y el pueblo de Caracas, y con el cual ha pasado a la Historia.
El período que va de agosto de 1813 a julio de 1814 (La Segunda República) es en verdad el Año Terrible de la Historia de Venezuela. La Guerra a Muerte hace furor, y los combates y batallas indecisos, afortunados o perdidos se suceden unos a otros con gran rapidez. Girardot y Ricaurte se sacrifican heroicamente. Urdaneta, impávido, defiende Valencia. Ribas triunfa en la Victoria. Mariño (que había liberado antes el Oriente del país), acude en auxilio de Bolívar y logra la victoria de Bocachica. Bolívar se defiende tenazmente en el campo atrincherado de San Mateo, y está en todas partes. Entre batalla y batalla, solicita el apoyo de los próceres civiles para restaurar las instituciones, expide proclamas y decretos, redacta artículos para la Gaceta de Caracas.
Pero finalmente los realistas mandados, por el audaz e infatigable Boves, derrotan en la Puerta, en junio de 1814, a Bolívar y Mariño. La Segunda República está herida de muerte. Los patriotas tienen que abandonar Caracas. Una gran emigración, pueblo y ejército unidos, se dirige hacia Barcelona y Cumaná. Los republicanos sufren una derrota en Aragua de Barcelona.
En Carúpano, Bolívar y Mariño ven desconocida su autoridad por sus propios compañeros de armas. Después de lanzar un manifiesto en el cual se reconoce los reveses sufridos, analiza las causas y reitera su confianza en la victoria final, el Libertador se traslada a la Nueva Granada, donde halla por segunda vez fraterno asilo. Allí interviene, con varia suerte, en las luchas políticas internas, buscando siempre el fortalecimiento de la unidad. En mayo de 1815, para evitar una enconada guerra civil, abandona el mando y marcha a la colonia británica de Jamaica. Entre tanto, una poderosa escuadra y un aguerrido ejército español, al mando del General Pablo Morillo, llegan a Venezuela. La causa de la Independencia parece perdida.
En Jamaica permanecerá Bolívar hasta diciembre de 1815. Allí escribe su célebre Carta de Jamaica, donde el análisis del pasado y presente de Hispanoamérica le permite considerar el porvenir con esperanza. El estudio y la reflexión avalan y sustentan su visión profética. Prevé ya, desde entonces, la reunión del Congreso de Panamá y esboza su proyecto de crear la Gran República de Colombia.
Después de haberse librado milagrosamente en Kingston de un intento de asesinato por un criado suyo sobornado, el Libertador se dirige a la República de Haití, donde obtiene generoso apoyo del Presidente Alejandro Petión. Gracias a él, sale de aquella isla la expedición de Los Cayos, que toca en Margarita, y luego en Carúpano y Ocumare de la Costa. En esos lugares proclama la emancipación de los esclavos, pues está convencido de que un país que combate por la libertad no puede albergar en su seno el cáncer social de la esclavitud. Sin embargo, las circunstancias económico-sociales hacen inútiles estos y otros esfuerzos suyos en tal sentido.
Separado en Ocumare del grueso de sus fuerzas, Bolívar está a punto de caer prisionero, y decide suicidarse antes de sufrir tal ignominia; por fortuna, el mulato Bideau lo salva y lo conduce a bordo de un buque. Regresa a Haití, donde obtiene nuevamente la ayuda del Presidente Petión y logra a fines de 1816 volver a Margarita y pasar de allí a Barcelona, en enero de 1817.
Su objetivo es ahora la liberación de Guayana, a fin de convertirla en la base de las próximas ofensivas republicanas y en el punto de contacto con el exterior a través del río Orinoco. Cuenta allí con el ejército que rige entonces el general Manuel Piar, que ya ha iniciado la conquista. En junio, la capital, Angostura (hoy ciudad Bolívar), cae en poder de los patriotas. Allí se organiza el gobierno con Bolívar como Jefe Supremo. A la vez que combate contra los españoles, Bolívar ha de enfrentarse a la anarquía; en octubre de 1817 se produce el fusilamiento del general Piar, condenado a muerte por un Consejo de Guerra. Por esos días, el Libertador decreta la repartición de Bienes Nacionales entre los miembros de las Fuerzas Armadas: es una medida justa que contribuye a la consolidación institucional. En 1818, la campaña del centro, feliz al principio, casi logra la libertad a Caracas pero termina sin alcanzar sus objetivos.
Los valientes llaneros que antes habían luchado, muchos de ellos, a favor de España bajo las órdenes de Boves, pelean ya por la República conducidos por el general José Antonio Paéz, quién se ha unido al Libertador. Llegan también numerosos voluntarios europeos. En medio de la guerra, Bolívar se preocupa por organizar el Estado de Derecho, y convoca a un Congreso, que reune en Angostura el 15 de febrero de 1819.
El Libertador pronuncia, al inaugurarlo, un discurso donde está condensado lo esencial de su pensamiento social y político-constitucional. Les presenta un proyecto de Constitución y les pide que para moralizar a la sociedad adopten el Poder Moral elaborado por él. Pero respetuoso de la autonomía del Congreso, acepta su desición de no tomar en consideración el Poder Moral, porque la mayoría lo ve como demasiado perfecto y útopico y otros lo consideran peor que la Inquisición.
A mediados de 1819 el ejército republicano, con Bolívar a la cabeza, atraviesa los Andes, derrota el ejército realista de la Nueva Granada en el Pantano de Vargas y en Boyacá, y entra triunfante en la ciudad de Bogotá. En diciembre de 1819, a instancias de Bolívar, el Congreso de Angostura crea la República de Colombia, que comprendía a las actuales naciones de Venezuela, Colombia, Panamá y Ecuador.
En 1820, tras arduas negociaciones, un armisticio y un tratado de regularización de la guerra son firmados en Trujillo por Bolívar y el General Morillo, quienes se entrevistan y abrazan en el pueblo de Santa Ana el 27 de noviembre. Estos tratados significan a la vez el fin de la Guerra a Muerte y el reconocimiento tácito de la Gran Colombia por el Gobierno de Fernando VII, dominado entonces por el partido liberal.
Pero la paz no resulta duradera. En 1821, se inician de nuevo hostilidades, y el 24 de junio se da en la sabana de Carabobo la batalla decisiva para la independencia de Venezuela, que será completada, en 1823, por la batalla naval del Lago de Maracaibo. Después de Carabobo, Bolívar es recibido en triunfo en su ciudad natal, pero él vuelve ya la vista hacia el Ecuador, que todavía dominan en gran parte los españoles. Como única recompensa para él y para el ejército por la victoria de Carabobo, pide de nuevo la libertad a los esclavos.
En 1822, el general Sucre marcha hacia Quito desde Guayaquil, que se había sublevado antes contra los realistas, mientras Bolívar ataca desde Popayán por el norte. La batalla de Bomboná, dada por Bolívar en abril de aquel año, quebranta la resistencia de los terribles pastusos, defensores acérrimos del rey, mientras que la acción liberadora de Pichincha, ganada por Sucre el 24 de mayo, da la libertad definitiva al Ecuador. Bolívar entra semanas después en Quito, donde halla el gran amor de su edad madura, la quiteña Manuela Saénz, justicieramente llamada "la libertadora del Libertador" porque le salvó la vida en dramáticas circunstancias años más tarde.
El 11 de julio, Bolívar se halla en guayaquil, en donde desembarca el día 25 el general José de San Martín, procedente del Perú. Allí se abrazan y se entrevistan los dos ilustres capitanes de la Independencia Suramericana. Lo que conferenciaron en privado, consta en los documentos auténticos emanados de Bolívar y de su Secretaría General. El objetivo principal del general San Martín, que era negociar sobre el destino futuro de Guayaquil, no pudo realizarse, puesto que la Provincia se había incorporado ya a la República de la Gran Colombia.
Los últimos meses del año 1822 y la primera mitad del siguiente los pasó Bolívar en el Ecuador, recorriendo el país, de Guayaquil a Cuenca, de Loja a Quito y de allí a Pasto, en el sur de la Nueva Granada, donde los campesinos partidarios del rey se habían alzado nuevamente en armas y fue necesario someterlos; y de nuevo volvío al sur del Ecuador, a Guayaquil. Durante uno de esos viajes recordando con admiración la impresionante mole del Chimborazo, redactó probablemente en la ciudad de Loja, hacia octubre de 1822, su conocida página literaria "Mi delirio sobre el Chimborazo", dónde expresa profundos conceptos filosóficos acerca del hombre, el infinito y el universo. Sigue, entre tanto, atento al desarrollo de la guerra en Venezuela, donde el general realista Morales ha emprendido la ofensiva pero pronto será derrotado en Maracaibo por mar y tierra. Le preocupa sobre todo lo que ocurre en el Perú, pues después de la salida del general San Martín de aquel país, debido a las dificultades que tuvo con la oligarquía limeña, sus sucesores en el mando no habían podido vencer al poderoso ejército realista que todavía se sostenía en el territorio peruano y representaba una seria amenaza no sólo para la independencia del propio Perú, que no estaba consolidada, sino para los demás países de Sur América.
En 1823, el Congreso del Perú llama al Libertador en su auxilio, pues los republicanos están divididos y un potente ejército realista amenaza con destruir la obra que había iniciado San Martín. Bolívar desembarca en El Callao en septiembre de 1823, y pasa de inmediato a Lima, donde al poco tiempo el Congreso le concede poderes extraordinarios. Investido del carácter de Dictador, para salvar al Perú, (como en la antigua República Romana), Bolívar concentra todas sus energías en este objeto, del cual es una excelente síntesis su exclamación de Pativilca en enero de 1824. Cuando un amigo, al verlo enfermo, en medio de traiciones, le pregunta que piensa hacer, el Libertador responde: "Triunfar!". Con el apoyo de ardientes patriotas peruanos como Unanue y Sánchez Carrión, Bolívar enfrenta todas las dificultades, las penurias, las traiciones y decepciones, y supera también la enfermedad que mina su propio organismo. La voluntad, indomable, está tensa para lograr la victoria. Por eso él se llamó a sí mismo "el hombre de las dificultades".
Su genio y su fe en el destino de América hacen el milagro. En agosto de 1824, la victoria de Junín, tremendo choque de caballería, inclina la balanza del poder hacia la causa republicana. En diciembre, la batalla de Ayacucho, ganada por el más destacado de los generales del Ejército Republicano, Antonio José de Sucre, pone fin a la Guerra de Independencia. ha concluido la etapa militar y ha llegado la hora de la reorganización política y social de los nuevos Estado, para fortalecer la unidad, y con la paz, alcanzar el progreso.
En vísperas de Ayacucho, el 7 de diciembre de 1824, Bolívar había convocado desde Lima el Congreso de Panamá (el cual se reunió en 1826), para que las naciones hispanoamericanas se unieran y fijasen una posición común frente a las grandes potencias del mundo y ante España, que quería continuar la lucha. El Congreso de Panamá representa el primer paso firme en la vía de integración latinoamericana. Para Bolívar las naciones hispanoamericanas, a las cuales se incorporó Brasil, debían presentarse unidas como países hermanos, sin mengua de sus soberanías respectivas. En 1825 el Libertador visita Arequipa, el Cuzco y las provicias que entonces llamadas el Alto Perú. Estas se constituyen en nación independiente, y lo hacen bajo la protección del Libertador, en cuyo nombre se inspira la nueva República: Bolívia. Para ella redacta un proyecto de Constitución, que considera también aplicable en líneas generales a los demás países que su espada liberó. Dicta también muchos decretos orientados hacia la Reforma Social, a fín de proteger al indígena, defender los recursos naturales renovables, fomentar y extender la educación, organizando escuelas y universidades, abrir caminos, desarrollar la agricultura y el comercio: en una palabra impulsar el progreso, que era objetivo principal de su acción; pues la guerra no había sido sino un medio de lograr la independencia para iniciar después la verdadera revolución.
Es aquel el momento de máximo esplendor la carrera del Libertador. A su paso por la aldea de Pucará, en el Perú, un abogado de origen incaico, José Domingo Choquehuanca, le había dirigido una arenga profética el 2 de agosto de 1825 que concluía así: "Con los siglos crecerá vuestra gloria como crece la sombra cuando el sol declina". Hasta el Potosí fueron a buscarle en octubre de aquel mismo año los agentes diplomáticos de Buenos Aires, a fin de solicitar su apoyo en el conflicto bélico que enfrentaba al Río de la Plata con el Imperio del Brasil. Bolívar había cumplido apenas 43 años. El 26 de octubre de 1825 ascendió hasta la cima del cerro del Potosí, tesoro de España en América, y desde allí lanzó una vibrante proclama que era como la culminación de todo lo que había ofrecido desde su juramento en Roma, hecho 20 años antes, y ratificado luego tantas veces, en las playas de Barcelona, en las selvas de Guayana ... El sabía a dónde quería ir, y llegó allí, al sitio de su máxima glorificación. El Nuevo Mundo antes español era libre. En un gesto simbólico, por aquellos mismos días, Bolívar se afeitó definitivamente su poblado bigote.
Para llevar a cabo sus vastos proyectos de reforma sociopolítica, el Libertador cuenta ahora con Simón Rodríguez, quien se ha vuelto a reunir con él. Bolívar, en su madurez creadora, busca de nuevo el apoyo de su antiguo maestro y amigo. Ambos asp i r a n a una profunda transformación de las sociedades americanas, mediante una educación para la democracia y el trabajo ennoblecedor, basada en las realidades humanas, geopolíticas y económicas del Nuevo Mundo. Pues para ellos - y para hombres como Gual, Revenga, Vargas, Mendoza, Sucre, Bello...- la independencia sellada por las armas en Boyacá, Carabobo, Pichincha, Junín y Ayacucho no era sino el primer paso en la marcha de América Latina hacia la plena auto-determinación: no bastaba con ser independientes de España, era necesario ser también libres; y para ello existían dos palancas, como el propio Bolívar lo había expresado en el Discurso de Angostura: el trabajo y el saber.
Pero los sueños se desvanecieron; y los proyectos se transformaron en utopías para que futuras generaciones las hiciesen realidad.
En abril de 1826, una revolución acaudillada por el general Paéz, la Cosiata, había estallado en Venezuela. Bolívar regresa de ese año al suelo natal por la vía de Bogotá y logra restablecer la paz, evitando los horrores de la guerra civil, en enero de 1827.
Durante los seis primeros meses de 1827, que Bolívar pasó en su ciudad natal, no sólo logró establecer la paz y la armonía al detener la marcha hacia la guerra civil, restaurando al mismo tiempo el sentido de la autoridad y el orden público, sino que se enfrentó también a la tremenda crisis económica que entonces atravesaba Venezuela, consecuencia de la bancarrota de unos bancos ingleses donde estaban depositados parte de los fondos del Estado Gran Colombiano, y de una crisis económica mundial. Se esforzó por poner orden en la hacienda pública, lograr que los deudores pagasen lo que debían al gobierno, y combatir la corrupción, en lo cual tuvo dos muy eficaces colaboradores en Cristóbal Mendoza y José Rafael Revenga. Junto con este último y con el Dr. José María Vargas, eminente médico venezolano, quien fue nombrado Rector de la Universidad de Caracas, se renovó la estructuras de esta institución, transformándola de colonial a republicana, y abriéndola a todos los jóvenes deseosos y capaces de estudiar.
Pero las fuerzas de la disociación predominan sobre la tendencia hacia la unidad; las mayorías se dejan arrastrar por sus pasiones. Bolívar se distancia cada vez más del vicepresidente de la República, Francisco de Paula Santander, quien desde Bogotá le hace una oposición despiadada. Una Convención reunida en Ocaña se disuelve sin haber logrado reorganizar la República, pues los diversos partidos están en total desacuerdo.
Bolívar, aclamado dictador en Bogotá, acepta el mando para tratar de salvar su obra, y es víctima allí de un atentado contra su vida, el 25 de septiembre de 1828. Su sangre fría, el valor de los edecanes, y la presencia de espíritu de Manuela Sáenz le salvan la vida en tan triste ocasión.
Poco después, ha de ponerse en campaña para enfrentar la invasión de los peruanos en el sur de la República y permanece en el Ecuador durante casi todo el año de 1829. En su ausencia, el Consejo de Ministros proyecta establecer una monarquía en Colombia, pero Bolívar rechaza con energía toda insinuación al respecto, y reitera su antigua divisa: "Libertador o muerto".
A comienzos de 1830 está de nuevo en Bogotá para instalar el Congreso Constituyente que se espera podrá salvar la unidad de la Gran República. Pero Venezuela se agita de nuevo, y se proclama Estado Independiente. La oposición crece y se fortalece en toda partes. Bolívar, enfermo y agotado, renuncia a la Presidencia y marcha a la costa con el propósito de viajar a Europa. El asesinato en Berruecos del General Sucre, quien hubiese podido ser el continuador de su obra, y el rechazo de quienes entonces gobiernan en Venezuela, le afectan profundamente.
La muerte, misericordiosa, le sorprende en San Pedro Alejandrino, una hacienda cercana a Santa Marta, el 17 de diciembre de 1830. Su última proclama, firmada el día 10, después de haber recibido los auxilios espirituales de un sacerdote, es un elocuente testimonio de su grandeza, de su desprendimiento y de la rectitud de su espíritu. Es, también, y sobre todo, un legado donde señala rumbos hacia el futuro.
Extracto del libro de: Pérez Vila, Manuel; El Legado de Bolívar; 1989; Academia Nacional de la Historia.
Alfredo Eugui. Los personajes y sus textos:
Biografía recopilada de la fuente mencionada en el año 2002
Arco Atlántico