15 abril 2004

11 de Marzo. La lógica imposible del sin sentido. Daniel Boan

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11 de marzo: La lógica imposible del sin sentido


En cierta ocasión de mi pasado, recuerdo que una estructurada profesora universitaria que lamentablemente padecí, en pleno examen de Psicología General me preguntó: “¿En qué se diferencia una vaca de una persona?” Y sí, claro que a mí también me pareció una pregunta de lo más estúpida, pero en ese momento debía responderla de todos modos. Y para entonces se me ocurrieron cientos, miles, millones de respuestas para una pregunta tan inusitada, pero ninguna parecía conformar a esta exasperante mujer. Y ya rendido, tras haber contestado como último intento “que la diferencia estaba en la estructura genética”, recibí a cambio una mirada estranguladora y la explicación aparentemente obvia de que la diferencia fundamental estaba en que las vacas tienen instinto y los humanos no, que los humanos no actuamos porque sí simplemente guiados por impulsos, que somos algo más. Y por supuesto que, con ese algo más, se refería a que nosotros, los humanos (entre quienes a veces me avergüenza incluirme) éramos sin duda superiores. Es claro en casos así ver cómo cada quien lleva agua a su molino, es decir cómo esta profesora de psicología veía solo la diferencia en el aspecto que a su ciencia atañe, o sea en el viejo dilema entre el instinto y la pulsión. Finalmente aprobé aquel examen no sin dificultad, pero siempre recuerdo aquella pregunta porque escuché de comparaciones similares a lo largo de mis estudios, comparaciones que ponían siempre de un lado a los animales y del otro y en el peldaño más elevado a los hombres. Hoy por hoy, pasados ya unos años del susodicho examen y tras haber oído tantas y tantas veces las burdas comparaciones que parecen insistir en dejar a los animales en el peor lugar, me pregunto: ¿Somos acaso nosotros, los humanos, merecedores de ese primer lugar? ¿Por qué somos mejores? ¿Lo somos? ¿Realmente lo somos?
Siglos de evolución, peldaño tras peldaño. Descubrimos el fuego, la rueda, domamos a esos inferiores animales, creamos nuestras primeras herramientas, labramos la tierra y cultivamos y le dimos de comer a nuestros hijos; pero junto con aquellas primeras herramientas también forjamos lanzas, espadas y puñales y matamos a los hijos de los otros. Y así fuimos saliendo de las cuevas, explorando el planeta, construyendo ciudades y derribando las ciudades de otras gentes. Inventamos automóviles y tanques, bellos cruceros y temibles acorazados, aviones que transportaban gente y aviones que dejaban caer bombas sobre la gente que no se parecía a nosotros. Arrasamos las selvas, el hábitat de aquellos seres instintivos y prescindibles, y nos valimos de todas las riquezas naturales para aumentar el poderío industrial de las naciones y continuar así con nuestra empresa evolutiva que nos llevaría a la Luna, a Marte o a Plutón. Inventamos la penicilina y las armas químicas, instrumentos quirúrgicos e instrumentos de tortura. Y seguimos andando en aras del progreso, en nombre de la justicia y de la libertad, en nombre incluso del Dios que nos tocara en el reparto. Seguimos invadiendo, dominando, sometiendo, ávidos de petróleo o impulsados por una suerte de fanatismo enfermo. Y siguieron las bombas, los misiles, las armas químicas, la masacre, la mierda. Las vacas siguen rumiando todavía, pero nosotros no. Nosotros somos de veras superiores. Sólo el humano puede ser cruel, solo el humano le puede hacer honor a la barbarie, sólo el humano puede inventar la palabra “guerra” para darle sentido a una matanza.
Sin lugar a dudas, tras una de estas inconcebibles atrocidades que cometemos los humanos, a veces vuelve a surgir esa vieja comparación entre hombres y animales. En tales casos, como por ejemplo luego de un atentado terrorista, probablemente muchos coincidamos en preferir el reino de los cuadrúpedos antes que el nuestro. Pero hay algo más, algo aún más confuso que esa simple comparación. Y se trata de comparar al hombre con el hombre mismo, es decir al hombre de hoy con el hombre que fuimos en los comienzos de la historia. Y entonces las preguntas serán otras: “¿Hemos evolucionado realmente? ¿Se puede considerar la tecnología como un avance cuando se pone al servicio de propósitos criminales y nefastos?” A veces me cuestiono estos asuntos y, sinceramente, confieso que no siempre arribo a la misma conclusión. Y supongo que a muchos les pasará lo mismo. Pero tras analizar cómo millones de personas en el mundo mueren de hambre año tras año mientras las naciones más poderosas derrochan su dinero en armas de destrucción masiva, o luego de ver atentados inadmisibles como el del 11 de septiembre a las torres gemelas, o tras observar que se invade un país como Irak argumentando la excusa de terminar con el terrorismo mientras dicha invasión constituye en sí misma otro atentado dado que allí también murieron civiles inocentes, o después de ver que en el reciente 11 de marzo de 2004 otras tantas almas fueron arrancadas de este mundo por la más incomprensible irracionalidad, inevitablemente caigo en la penosa convicción de que el transito desde el simio al ser humano no fue otra cosa más que una desgraciada involución y que este enorme planeta nunca giró en un viaje por el espacio sino que, sencillamente, se está cayendo de forma vertiginosa y a pedazos.
Tal vez se vuelve difícil hacer este tipo de análisis apenas pasados unos días del cruento atentado cometido en Madrid, tal vez por eso uno cae en el error de querer buscarle una explicación lógica a algo que definitivamente es irracional, tal vez debido a esta amarga bronca a flor de piel que uno sólo pueda pensar la vida misma con una asfixiante sensación de sin sentido. Yo soy solo otro humano y, como tal, no puedo dar respuestas por más que esté aturdido por mil interrogantes. Mas sin embargo, creo, es preciso buscar en lo profundo de nosotros mismos, ver hacia alrededor y valorar la vida, ver y buscar a aquellos otros que como nosotros apenas estamos destinados a ser las víctimas de unos pocos asesinos dementes con poder. Es preciso recordar, cada momento, que mientras alguien mata hay otro que se esmera por salvar una vida, que mientras alguien destruye hay otro que se empeña en quitar los escombros y construir de nuevo, que Hitler era humano pero también lo fue la madre Teresa de Calcuta. Es importante, quizás imperativo, que apelemos a lo más puro que todavía hallemos en esta humanidad y que nos aferremos a ello con vehemencia. Es necesario para honrar la vida y para que, en consecuencia, estemos también honrando a todos aquellos que perdieron la suya en este trágico atentando. Es entonces tal vez imprescindible abogar por el hombre pese a todo, incluso a pesar del hombre mismo, y encomendar así las almas de tantos inocentes a la sabiduría de un Dios justo y compasivo, que en nada se parezca a los humanos ni a los dioses que estos prefirieron inventar.

Daniel Boán
(Escritor y poeta argentino)
danielboan@flashmail.com

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