De nuevo resonaron otros rasgos en ese infierno. Otros dos colosos cayeron a tietra. Pero los gigantes grises siguieron sin emprender la fuga. Por el contrario, se agruparon llenos de excitación en torno a sus muertos protegiéndolos contra los hombres, e intentaron levantar de nuevo a los heridos.
Wildwart H. Winter cuenta: «Los furiosos animales empujaron y trataron
de arrastrar a sus camaradas, tirados en el suelo, con gran violencia. Entrelazaron los colmillos con los de los muertós e intentaron, con todas sus fuerzas ponerlos de nuevo en pie. De repente una gran elefanta se dirigió a galope a un macho muerto, se arrodilló a su lado, colocó sus colmillos sobre el cuerpo del muerto y trató de alzarlos como si fueran los garfios de una elevadora mecánica. Su cuerpo se puso tenso por el monstruoso peso. Después se oyó un chasquido y su colmillo derecho voló por el aire y fue a caeI a diez metros de distancia. iPara ayudar al macho, la elefanta había sacrificado uno de sus colmillos.
Esa disposición al autosacrificio debió de ser en tiempos pasados uno de los admirables métodos de los elefantes en la selva para sobrevivir. Realmente eso suena ilógico. ¿No fue Schiller quien dijo: «El füerte lo es más .cuando está solo»? ¿No son los elefantes las criaturas terrestres más fuertes de nuestro planeta? ¿Por qué razón tienen que unirse para formar manadas? ¿Unicamente por diversión?
Los grandes proboscidios tienen su talón de Aquiles. Un punto en el que se les puede herir mortalmente. Sólo la comunidad les ofrece protección. Si no se ayudasen mutuamente nunca hubieran podido sobrevivir en la Tierra. Tan grave es la cosa.. Por eso voy a tratar de explicar, en este apartado, la conducta social de los elefantes como principio de supervivencia.
En la actualidad, sin embargo, ese sentimiento social de comunidad se ha convertido en una desventaja para estos colosos que ya existían en las primeras eras de la Tierra. Las grandes masas humanas los están empujando sobre el continente africano como antes hicieran los hielos de la era glacial, y los obligan a vivit en un medio al que no están adaptados.
Como lo explica la escala que abre este capítulo, un turista aunado puede disparar tranquilamente contra un elefante tras otro mientras los demás tratan de llevar a cabo su acción salvadora. Por otra parte, y esto es todavía peor: la ordenación social de los elefantes les conducirá a la autodestrucción de sus elementos vitales en las raervas que les han sido destinadas por el hombre.
Esto debe ser explicado on mayor detalle. En torno a los parques nacionales africanos, actualmente, huyen grand« masas de estos proboscidios que tratan de escapar de los hombres refugiándose en las reservas protegidas
Los elefantes que allí se alojan no defienden su territorio sino que aceptan amistosamente a todos los fugitivos. Esto es algo verdaderamente raro en el reino animal.
Por esta razón en esas «islas de los elefanta» se agrupan apretadamente rodeados por un mar humano, tantos de estos prehistóricos colosos corno jamás sucedió. Descortezan los árboles, destruyen bosques enteros, transforman la sabana en estepa y la estepa en desierto. Con ello, aniquilan las bases para su subsistencia tambien en sus zonas de reserva.
En el Parque Nacional Tsavo (Kenya), donde antes apenas vivían elefantes, en 1975 se reunieron más de veinte mil. En 1976, cinco mil de ellos murieron de hambre. El resto vegetaba como esqueletos vivientes.
Los primeros en morir fueron los animales viejos, es decir, los líderes experimentados de las familias de las hembras madres y también de las manadas de grandes machos adultos. A los jóvenes no les gusta nada el tener que ocupar este lugar antes de tiempo. No se atreven a responsabilizarse con algo tan complicado como el papel de líderes, se vuelven inseguros y se incorporan a otras manadas, a otras familias, con las que forman grupos tan amplios como hasta ahora no se conocieron. Todavía en 1970 los expertos coincidían en que los mayores rebaños contaban con 200 cabezas como máximo. En 1977 se ha podido fotogra6ar una manada formada por más de 500 animales.
Parece una mala broma de la historia natural que hoy, en la fase final de la existencia de los elefantes en nuestro planeta, existan rebaños tan gigantescos como nunca los hubo en el pasado.
Anteriormente, cuándo estos magnificos animales aún podían vivir de manera natural, su sentido de comunidad, que les hace acoger amistosamente a los extraños, tenía ventajas de gran importancia para la supervivencia. El etologo escocés Iain Douglas-Hamilton descubrió cuáles eran éstas al llevar a cabo un interesante experimento en el Parque Nacional Manjara, en Tanzania.
Sabía que en torno suyo, en la impenetrable maleza, daambulaban varios grupos de elefantes de unas diez cabezas cada uno. Desde su camioneta todoterreno lanzó un grito imitando el rugido de un león. De inmediato cuarenta y ocho elefantes, esos «tanques de la selva virgen», que hasta aquel momento estuvieron paciendo entre la maleza, salieron de ella por todas partes y, tronpeteando curiosamente como si lanzaran gritos de guerra, se dirigieron al vehículo del etólogo. A unos diez metros del coche se detuvieron y miraron en torno como si quisieran preguntarse: «¿Dónde está ese condenado león?».
La hembra que dirigía la manada descargó su furia contra un tronco.
«Lo levantó explicó el investigador y lo lanzó con todas sus fuerzas por el aire. Pasó silbando junto a mi cabeza y casi rozó el techo de mi camioneta. No sé si eso fue casual o intencionado.»
Las varias familias que componen una manada no se separan a más de un kilómetro de distancia entre ellas. Ésa es la distancia límite a la que puede escucharse el sonido de alarma de su trompeteo. A esa distancia no pueden verse éntre sí, pero oyen en seguida cualquier señal de peligro. Y cuando se produce la alarma, todos corren al lugar de la llarnada.
Eso fué lo que ocurrió aquella noche en el Parque Nacional de Murchinson-Falls, en Uganda. Algo alejada de su familia, la elefanta madre Rani acababande traer al mundo a la pequeña Babelte. Ya la misma noche de su nacimiento la elefantita estuvo en grave peligro mortal. En la oscuridad fue atacada por una manada de trece hienas.
No hay un elefante adulto, ni siquiera uno de apenas medio año de edad,
al que asuste un grupo de fieras, pues no lograrán vencerlo. Por eso las hienas, como también hacen los leones, concentran sus ataques en los elefantes todavía pequeños, casi recién nacidos. Aquellas hienas, además, querían utilizar en su favor el hecho de que los elefantes, por naturaleza bastante cortos de vista, durante la noche no ven nada y, con la vista, no pueden distinguir a uno de sus bebés de una hiena,
Rani trompeteó con sus tonos más altos por la noche. Las hienas estaban
ya allí y Rani se metió entre ellas. Pero nuevas hienas llegaron por otros lados y hacia ellas se dirigió la atribulada madre. <:Dónde estaba Babette? En esos momentos se oyó gritar a la pequeña elefanta. Una hiena la había mordida en la trompa. Rani tomó a la fiera con su trompa y la hizo volar por el aire hasta más de cinco metros de distancia. Pero ya otra de las atacantes había clavado dientes una oreja de Babett
En esos momentos la tierra pareció temblar. La maleza próxima entró en
conmoción y se oyó el rujido de las ramas al ser desgajadas. El sonido del trompeteo de los elefantes, como una gigantesca fanfarria, surgía de la espesura. Y casi en seguida un ejército de tanques, una manada de treinta o cuarenta elefantes furiosos y dispuestos a destrozar talo lo que se opusiera a su paso, acudió en auxilio de su compañera amenazada,
Babette temblaba de miedo en todo el cuetpo. Rani como un bunker de cemento, se dejó caer sobre ella, cerró las patas traseras para que Babette no pudiera salirse por detrás. Si la pequeña quería apartarse a un lado, recibía un golpe de la trompa de su madre, que la convencía de que se estuviera quieta.
A continuación comenzó el «rock caliente» de los elefantes, bajo el atronador trompeteo de todos aquellos treinta o cuarenta colosos que se movieron de un lado a otro, desgajando árboles, golpeando por doquier con sus trompas, mientras que por todos lados acudían nuevas familias de proboscidios para forzar a las huestes.
De repente uno de los «jumbos» descubrió casualmente a una hiena que
sólo tuvo tiempo de lanzar un gemido antes de quedar aplastada contra el suelo como si fuera un sello de correos. Les tocó entonces a los depredadores sentir el miedo en los huesos. Minutos después corrieron a esconderse en sus madrigueras bajo tierra, pero los elefantes no descansaron. A la luz del alba comenzaron a echar tierra sobre las entradas de las madriguer8s, colocaron sobre ellas ramas que apisonaron con sus pesadas patas incluso dejándose caer sobre ellas con todo el peso de sus enormes cuerpos. Pasaron tres días antes de que las hienas pudieran salir de sus cubículos convertidos en prisión. A partir de entonces, jamás volvieron a atreverse a atacar a una elefantita recién nacida,
Esa aparición masiva y terrorífica de colosos enfurecidos debió de ser en los primeros tiempos de su existencia una defensa efectiva contra los ataques de los grandes leones de las cavernas y los pesados osos, así como contra las lanzas y las flechas de los primitivos cazadorn humanos. Todávía hoy es decisivo para la supervivencia de los animales jóvenes que, de manera continua, se ven amenazados por leones, leopardos, hienas y licaones y que no podrían ser defendidos por una madre sola y, quizá, tampoco de manera totalmente efectiva por una sola familia.
Sin ese sistema social de auxilio mutuo, los elefantes ya hubieran sido aniquilados en tiempos primitivos. En el caso de estos animales hay una total contradicción a las palabras de Schiller y puede afirmarse que «los fuertes son potentes cuando están unidos.
Precisamente si se tienen en cuenta los muchos factores que en la actualidad alteran las relaciones interhumanas, resultaría provechoso averiguar algo más sobre el efecto estructural de este ejemplar comportamiento social de los elefantes en su vida natural. Pero la investigación en ese terreno no está actualmente lo suficientemente extendida.
Sólo podemos, de momento, exponer dos cosas y más bien de modo alegórico y breve: la extraordinaria memoria y la inteligencia social que permiten a esos animales recordar situaciones peligrosas que tuvieron lugar varias decadas antes, a sus amigos y a sus enemigos, y de tal modo que aquellas experiencias les sirven para aprender; por otra parte, la forma y el modo en que los elefantes adultos se supeditan a sus hijos en diñcultades con su comportamiento social. Dos ejemplos pondrán más en claro lo que queremos decir.
Hace ya algún tiempo un suboficial birmano estaba realizando ejercicios de instrucción con sus reclutas en una senda de la selva. En dilección opuesta venía un elefante doméstico de la compañía maderera que arrastlaba un pesado tronco. El conductor del elefante, el cornac, le pidió al suboficial que se apartara del camino pero el militar no hizo caso y, riéndose, obligó al proboscidio con su carga a dar un rodeo para seguir adelante.
Tres años después quiso la casualidad que el mismo suboficial con sus soldados hubiera acampado en la orilla de un río en el que, plecisamente en esos momentos, los proboscidios de la firma maderera tenían un descanso para bañarse. Bamboleándose con aspecto inofensivo, un elefante se acercó a donde estaban los militares tomó al suboficial con su trompa, lo sacó de entre sus compañeros, lo levantó y lo arrojó al río, haciéndole describir un verdadero vuelo en el aire.
El militar había olvidado hacía mucho tiempo el aspecto que tenía el elefante al que años antes molestó. Pero está comprobado que los elefantes se acuerdan y reconocen tanto a sus atormentadores como a sus benefactores hasta después de transcurridos once años.
Quiero citar otro caso igualmente extremado para mostrar cómo las elefantas madres pueden educar a sus hijos para que practiquen un comportamiento «no natural». En los bosques de teca acostumbran a sus bebés a que sean cuidadosos y atentos en sus relaciones con los débiles y frágiles seres humanos.
Esto es verdaderamente extraordinario, pues a los elefantes jóvenes) hasta que cumplen unos dos años, el resto de la manada les permite hacer todo aquello que les venga en gana. Son como auténticos «niños mimados» en relación con los animales adultos, y saben aprovecharse de ello cuando se están bañando en los ríos, para lanzar sus chorros de agua contra los adultos ya secos o les tiran barro y polvo cuando ya están limpios; se pelean de broma entre ellos y hacen miles y miles de travesuras. Y esos pequeños jigantes tienen que aprender a darse cuenta de que el conductor humano de su madre, el cornac, o su pequeño hijito de sólo tres años, pueden sufrir grave daño si se juega con ellos de ese mismo modo tan «salvaje».
¿Cómo lo consigue la elefanta madre? Mostrándose excepcionalmente severa y exigente en ese único punto en el que no acepta bromas. Tan pronto como su cría se permite uno de esos atrevimientos con un ser humano, la madre le sacude un trompazo que le calienta el trasero.
iDe ese modo, un animal enseña a su cría a comportarse con los seres humanos para que no causen dáño a una criatura tan frágil! El cornac respec tivo no tiene que ocuparse, en absoluto, de ese aspecto de la educación del elefante e, inteligentemente, se mantiene al margen del asunto.
Estos ejemplos nos dejan suponer cuán distintos matices son capaces de
desarrollar los elefantes en su comportamiento social.
En otra especie animal, sin embargo, ha sido mejor estudiado el efecto estructural de esta forma de comportamiento de manera mucho más detallada, en la rata.
Paradójicamente, las ratas buscan la proximIdad de su enemigo mortal, el hombre, para su sobrevivencia. Y esto, tan peligroso, lo consiguen precisamente porquc en el seno de su comunidad logran llevar a la práctica un complicado sistema social que eleva su espíritu de lucha contra los extraños y, al mismo tiempo, asegura la paz y la convivencia dentro de sus grupos, de modo que las hembras más débiles tienen derecho a participar como iguales en el reparto de la comida con las maclxrs más fuertes, se transmiten informaaón sobre venenos y alimentos entre ellas y todo eso lo utilizan para adaptarse a casi todos los cambios de su medio de la forma más conveniente para la comunidad.
El denominador común de la fórmula de supervivencia de la rata está formado por los siguientes factores:
1. Devoran cualquier cosa, animal o vegetal, que no sea venenosa.
2. Viven en secreta nocturnidad. dnde se ve una rata, realmente viven ciento. Donde se ven diez es porque hay mil.
4. Son inagotablemente proliferas.
5. Con la misma sagacidad que, aun cuando entran en las casas, evitan el encuentro con el hombre, eluden los encuentros con los gatos, perros, serpientes y lechuzas.
Muchos son los animales que poseen algunas de estas cualidades y, sin embargo, no se han extendido por miles de millones por toda la Tierra. La razón es que les falta el más importante de los factores de este cálculo: el comportamiento social de la rata.
El profesor Richard Lore y el doctor Kevin Flannelly examinaron con minuciosa profundidad, hasta entonces nunca empleada, el comportamiento social de las ratas, en la Universidad Rutgers, de New Brunswick (Estados Unidos), y descubrieron una sorprendente serie de detalles.
Hasta entonces reinaba la opinión de Steinigcr de que cada familia de ratas se hallaba en permanente estado de guerra con cualquier otra familia vecina. Los encuentros entre las avanzadillas y exploradores eran combates a muerte. Esto suena muy «humano». Pero si realmente cada familia o comunidad de ratas fuera enemigo mortal de la otra, estos «cazadores de cabczas» serían animales muy raros y vivirían en la misma situación de los papúes y no en una población masiva oomo la que han conseguido.
Por esa razón, los invatigadores norteamericanos citados se interesaron, en primer lugar, por hallar respuesta a la pregunta de qué ratas luchaban contra qué otras y bajo qué circunstancias se volvían agresivas.
Visitemos un depósito de basuras, un típico paraíso biológico de las latas,
que viven allí a millares. Madriguera junto a madriguera aquello parece como una gran ciudad de roedores.
Cuando Richard Lore tomó la pala para poner al descubierto su sistema de construcción, se produjo la primera sorpresa: no se trataba de un gigantesco laberinto, nada de una red de metro subterránea, llena de distintos ramales y bifurcaciones. Mas bien parecía un edificio subterráneo de apartamentos con abundantes departamentos individuales, cada uno de ellos ocupado por, aproximadamente, una docena de animales.
Metro tras metro una nueva puerta. No cabía pensar, en modo alguno que aquellas familias estuvieran en guerra entre sí. Y, en efecto, no era así sino que entre ellas reinaba una paz que ya la quisieran para sí los que conviven en una de esas enormes casas de vecinos de 185 ciudades satélites. iUna paz paradisiaca precisamente entre latas!
En el seno de una de esas comunidades de ratas no hay peleas. Si una rata forastera, de otra familia, entra en una «vivienda» que no es 18 suya es recibida amistosamente si se trata de una cría, un animal adolescente o una hembra.
La existencia de distIntos «uniformes olorosos» entre familias distintas, que impulsa al bárbaro asesinato de un animal que huela de manera distinta no pudo ser confirmado con los nuevos experimentos realizados con ratas que vivían en un 8mbiente de libertad natural. Las que se maMa -entre sÍ son las ratas criada.s en laboratorio, es decir, incapaces de.comportarse correctamente en circunstancias naturales. La paz está asegurada por forrnas de comportamiento social a múltiples niveles, Y aquellas que no sepan desenvolverse con estas reglas' de conducta, pueden darse por muertas.
Las cosas pueden alcanzar un punto crítico, por ejemplo, cuando el intruso es un macho. Y eso únicamente si la comunidad en la que se ha introducido está formada por menos de veinte individuos. Si es mayor, los miembros no se conocen unos a otros. La memoria «de caras» de la rata no puede abarcar más de veinte congéneres.
La consecuencia de esta es notable. En muchas sociedades animales sólo
son tratados amistosamente los «conocidos», pero se ataca de inmediato y con violencia a todos los extraños. También entre los seres humanos los amigos y conocidas son tratados más amistosamente que los desconocidos, a los que se causa daño sin tantos obstáculos. Las ratas se comportan de manera distinta por completo. Cuando una comunidad se ha hecho tan numerosa que sus miembros no se conocen ya entre sí, éstos se comportan con todos de modo aún más amistoso.
Está claro que resulta más ventajoso recibir con tolerancia y amistad a un extraño qué, por error, causar la muerte a un miembro de la comunidad.
Un mecanismo social sorprendentemente simple que favorece un fuerte crecimiento de la población.
Únicamente cuando la superpoblación ha llegado a un grado que pone en peligro la existencia del grupo y ha superado un límite de seguridad, se degenera el comportamiento de las ratas en canibalismo e incesto.
El caso de «peligro de muerte teórico» es el más ilustrativo al efecto. Sólo se produce cuando un macho extraño, en caso de una densidad de población normal, entre en el seno de una familia que cuenta con menos de veinte miembros. Y decimos «teórico» porque incluso este caso único del asesinato de un congénere se produce solamente en condidones de laboratorio y nunca entre animales que viven en libertad.
Los defensores no se lanzan a morder al intruso de inmediato, sin previo
aviso, sino que durante una hora hüsmean y amenazan al forastero y le hacen ver con toda claridad que debe desaparecer de allí. Si el forastero se da cuenta de ello y sabe arreglárselas para neutralizar la agresividad de los otros gracias a su inteligencia social y con formas de conducta destinadas a aplacar la agresión, nadie le tocará un pelo.
El comportamiento de Sumisión no es innato en esos animales. Eso quedó demostrado cuando el profesor Lore permitió que ratas crecidas en el labaratorio se reunieran con las ratas en libertad. Totalmente indefensas, sometidas a fuertes síntomas de stress, todas aquellas que anteriormente no habían convivido con sus congéneres, se sometieron a todo y ni siquiera en peligro de muerte se les ocurrió ernprender la huida.
Los gestos de amenaza de la familia salvaje, que se prolongaron durante
una hora, no fueron entendidos en absoluto por las ratas de laboratorio. Entonces entró en acción un ademán denominado «limpieza agresiva del pelo».
Un macho de la familia salvaje toma la cabeza del extraño entre sus dos patas delanteras y se la «lava» con tanta fuerza que casi le arranca los pelos.
Este «lavado de cabeza» es la última advertencia: «Si no te largas ahora mismo, te mato a mordiscos.
iDe qué manera tan distinta se comporta un animal con experiencia social! Si se presenta como «intruso» en una familia extraña, no da muestra alguna de stress. Está seguro de que su vida no peligra.
Tan pronto corno se ve amenazado por los defensores empieza a dar señales de su total sometimiento: grititos ultrasónicos, con un máximo de ámpliación sónica de entre 20 y 25 kilohertzios, que a veces, en tono muy bajo, pueden ser oídos por el hombre como un delicado agamitar. Con esto puede, de inmediato, evitar el ataque de cualquiera de sus congéneres.
Las ratas emiten esos ultrasonidos en otras situaciones: tras el apareamiento, el macho lanza un suave pitido cuando quiere evitar que su hembra se vaya, pues desea repetir el apareamiento; por el contrario, la hembra que quiere descansar y no ser molestada sexualmente produce el mismo sonido para evitar que el macho la asedie.
Puede verse que hay varias situaciones de stress que, mediante esos pitidos ultrasónicos, pueden ser apaciguadas. El modo de combatir el stress social es, como puede verse, muy sencillo entre las ratas. Basta un leve subida para apaciguar los ánimos.
Otras dos cosas son necesarias para completar el efecto de este gritito de sometimiento: gestos de humillación en la postura corporal así oomo la emisión del llamado «olor de la derrota». En el caso de una pelea las ratas pueden distinguir al vencedor y al vencido por la modificación de su olor corporal.
Todas estas normas de comportamiento social tienen que ser aprendidas por las ratas. Si no llegan a dominarlas, acabarán muertas. Por el contrario, las que tienen experiencia pueden, gracias a un compoltamiento adecuadamente sensibilizado, convertir en amigos a los miembros de la familia extraña, a la que se presentaron como inutrusos, y conséguir ser adrnitidas en ella.
El proceso de aprendizaje es muy rápido en las ratas, aun cuando se trate de animales adultos. Richard Lore ha introducido ratas criadas en aislamiento, es decir, sin ninguna experiencia social, en familias de ratas salvajes. Poco antes de que se produjera la agresión final, sacó una del lugar de peligro para colocarla, a continuación, otra semana en una jaula, sola, para que descansara.
Después fue llevada de nuevo a un grupo enemigo. En ese caso ya no le ocurrió nada, pues en el entretiempo había aprendido a dominar todos los gestos de apaciguamiento y a comportarse correctamente en el seno de comunidad.
Hay que hacer notar que esta capacidad de aprender tan rápidamente un
comportamientob social es una cualidad especial de la rata común. Los macacos de la India, que son mucho más inteligentes que las ratas, paradójicamente, por diversos motivos, no pueden aprender en edad adulta aquello que dejaron de aprender siendo niños sobre el arte de relacionarse socialmente con sus congéneres
Otra de las importantes armas de la rata en su lucha por la supervivencia
es su gran capacidad de procreación que aumenta precisamente en caso
de necesidad, es decir, cuando los demás animales se someten a grandes limitaciones procreadoras.
En estas circunstancias es normal que los machos fuertes se apoderen de
casi toda la comida y sólo dejen la imprescindible a las hembras, más débiles, cosa que ocurre en otras familias animales como los monos y los leones, lo que pone en peligro la procreación.
Por esa razón la hembra de la rata disfruta, en lo que a la comida se refiere, de igualdad de derechos, aunque claro está no en un sentido galante como si dijéramos «primero las señoras» sino de manera mucho más sutil. El resultado final es que en casos de hambre sobrevive el mismo número de machos que de hembras y continúa la procreación sin que se produzca fallo alguno.
Ese hallazgo echa por tierra todas las nociones que se tenían anteriormente sobre el comportamiento jerarquuico de los animales. Hasta ahora se había creído que la, posición puntera conseguida a fuerza de músculos dentro de una comunidad animal daba derecho al « jefe» del privilegio de ser el primero a la hora de comer. Pero con las ratas no es así. Junto a la posición jerárquica de fuerza e independientemente de ella existe otra ordenación jerárquica "alimenticia".
Esto pudo ser comprobado detalladamente por el profesor Lore, que colocó, en el recinto de las ratas un comedero construido de manera que los animales únicamente podían comer de uno en uno. Una cosa quedó en claro: ninguno de los animales que llegaban al alimento comía hasta hartarse, sino que se limitaba a ingerir cierta cantidad y cedía su puesto a un compañero.
Claro que, al cabo de algún tiempo, cuando ese tipo de alimentación
escasa y restringida creó artificialmente una época de hambre, las cosas se alteraron y los miembros de la familia comenzaron por expulsar de las cercanías del comedero a algunos de sus miembros. Y el número de ésos fue aumentando cuando la escasez se hIzo mayor,
Así, por ejemplo, mientras tres de cuatro hembras pudieron alimentarse
lo suficiente como para poder criar satisfactoriamente a su prole, la cuarta no recibió nada de alimento y murió de hambre.
En todo esto hay algo conmovedor que nos impresiona extraordinariamente: pese al hambre, que incluso costó la vida a algunos, nunca se produjo lucha alguna para disputarse el acceso a la comida. Los elegidos para morir de hambre se sometieron a su destino por duro que éste fuera. Una ordenación alimenticia que lo regula todo adecuadamente –incluso la muerte de una parte del grupo en caso de necesidad– para que la comunidad pueda sobrevivir.
La naturaleza ha fijado esta forma de conducta de los animales, porque
todo tipo de disputa, toda lucha por conseguir alimento fuera del orden establecido haría peligrar las posibilidades de supervivencia.
Tenemos aquí el ejemplo de un orden social que, por una parte, y debido
a su arte para organizar una vida en común pacífca, es digno de ser admirado, pero por otra parte nos recuerda la bárbara perfección de las comunidades de insectos.
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